Secretariado de Medios

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Viernes, 03 Mayo 2019 07:19

Revista Diocesana. Mayo 2019

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Viernes, 03 Mayo 2019 06:32

Una cuestión de amor.D. III de Pascua

El evangelio de Juan termina con el milagro de la pesca milagrosa en el lago de Tiberíades y el examen sobre el amor que Jesús hace a Pedro. Por tres veces le pregunta si le ama, evocando así su triple negación. Pedro, entristecido por la insistencia de Jesús sobre si le ama más que los demás discípulos, termina diciendo: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero». Al escuchar esta confesión, Jesús le anuncia su muerte: «Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21,18).
El destino de Pedro está unido al de Jesús. Pasa por ir adonde no quiere, es decir, a la muerte. La misión que Cristo confía a Pedro —pastorear su iglesia— es la misma de Cristo. Su destino, por tanto, no puede ser diferente, porque no es el discípulo mayor que su maestro. Es imposible apacentar la Iglesia sin el testimonio de la cruz. Pedro fue ceñido por sus verdugos y crucificado en la colina vaticana, dando así supremo testimonio de amor. Jesús examina de amor a Pedro para hacerle consciente de que el encargo que recibe no es el de la gloria humana (aunque algunos papas la hayan buscado), sino el de la entrega hasta la muerte, como hizo Jesús. Ser pastor universal de la Iglesia supone unirse a Cristo de tal manera que el llamado a tal ministerio debe saber que el día de su elección significa ir adonde no quiere. Su vida ha quedado para siempre en manos de Cristo que le ceñirá consigo mismo.
Quienes hemos visto pasar a varios papas (yo he conocido ya a siete), sabemos que esta profecía de Cristo —otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras— se cumple inexorablemente. También felizmente, si entendemos por felicidad, la santidad. De los que yo he conocido, tres son ya santos: Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. Dos están en camino de beatificación: Pío XII, Juan Pablo I. Y otros dos están vivos sirviendo a la Iglesia de modo edificante. A los Papas se les recibe, normalmente, con mucha alegría y expectación. Pero, como ocurrió con Jesús, llega un momento en que los elogios y alabanzas se transforman en críticas y rechazos. ¿Quién no recuerda el sufrimiento de Pablo VI por sus decisiones magisteriales? ¿O el vía crucis físico y moral de Juan Pablo II? Quien lea el diario de Juan XXIII se dará cuenta de que el «papa bueno» tuvo que pasar por momentos de cruz al arriesgarse a convocar un concilio. Y los treinta y tres días que duró el papado de Juan Pablo I parecen sugerir que el Señor le identificó en breve tiempo con su destino en la tierra.
Mientras Benedicto XVI consume sus días en oración, silencio y entrega a la Iglesia y Francisco aparece como la piedra firme contra la que se estrella el oleaje que amenaza siempre a la barca de Pedro, Jesús sigue preguntando a Pedro si le ama más que los demás discípulos. El primado del amor no es el vano orgullo de quien se cree mejor que los demás —cosa contraria al amor— sino la humilde confesión de quien sabe que en la llamada de Cristo va implícita la configuración con él hasta su muerte. Sólo esto le capacita para poder servir a la Iglesia con la entrega de Cristo, que se dejó ceñir por sus enemigos e ir adonde no quería. Porque no lo olvidemos: también Cristo pidió al Padre no ir a la muerte, aunque aceptó beber el cáliz de la pasión si era voluntad divina. El examen del amor, requisito para apacentar la Iglesia, es en realidad la garantía de que quien es llamado está dispuesto a seguir las huellas de Cristo hasta consumar en sí mismo su propio destino. Por eso Jesús —después de anunciarle la muerte— pronuncia la palabra clave de todo discipulado: «¡Sígueme!».

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

 El próximo día 10 de mayo, la Iglesia celebra San Juan de Ávila, patrón del clero secular español.

Con motivo de ello el clero segoviano se reune para celebrar  las bodas de Diamante, oro y plata Sacerdotales, La iglesia del Seminario acogerá la Eucaristía de acción de gracias, a las 12:45 , presidida por el obispo de la díócesis, D. César  y concelebrada por los sacerdotes homenajeados.

Celebran sus bodas de Diamante, D. Álfio Ayuso y D. Mariano de Santos , sacerdotes diocesanos y   D. Miguel Domingo , natural de Carbonero el Mayor pero que ejerció su ministerio en Madrid, las bodas de oro corresponden este año a D. Féliz Arribas López, natural de Rebollo  que en la actualidad ejerce su ministerio en su pueblo natal, y D. Alberto García López, que durante más de ocho años, ha servido como misionero en Mozambique y Republica Dominicana,  en la actualidad atiende  las parroquias de  Olombrada y anejos.

D. Alfonso Águeda , y D. Slawomir Harasimowicz, celebran sus 25 años de ministerio sacerdotal.

Durante la mañana los sacerdotes visitaran el actual museo de orfebrería, Splendor Fidei,recientemente inaugurado, situado en el Palacio Episcopal y la sala de pintura bajo claustro de la S.I. Catedral de Segovia.

 

 

La fe no es un sentimiento irracional. Dotado de razón, el hombre no hace un acto de fe —humana o religiosa— apoyado en su mera subjetividad. La fe no se justifica en uno mismo. Siempre hay algo externo al hombre que posibilita el acto de fe: un acontecimiento, una experiencia, algo que se acoge y percibe fuera de nosotros mismos. Cuando decimos que creemos en alguien, es porque tenemos experiencia de que es digno de fe, creíble. El amor, la confianza, es la base de esta experiencia de fe humana. Se ha dicho que «sólo el amor es digno de fe».
Las apariciones del Resucitado fundamentan la fe de los apóstoles. Fueron actos percibidos por los sentidos. Los racionalistas quieren explicarlas como alucinaciones, autosugestiones. Pero sabemos bien que ellos no creían en la resurrección para convencerse a sí mismos de que Jesús había resucitado. Menos aún, Pablo de Tarso que perseguía a los seguidores de Cristo. Para superar este obstáculo, se recurre a una insolación en el desierto que le hizo creer que vio al Resucitado. Demasiada fantasía para ser creída.
Las apariciones, tal como aparecen en los evangelios, son actos de Cristo que se muestra, que «se hace ver». Es el Resucitado quien se muestra, se impone desde fuera y entra allí donde se encuentran reunidos los suyos, estando las puertas cerradas. Se deja ver, oír, y hasta tocar, como sucede a Tomás, que se negaba a creer si no tocaba las llagas de sus manos y del costado. Se trata, pues, de algo perceptible, que ocurre como puro don del Resucitado. Por eso, los apóstoles fundamentan su fe en el hecho de haber visto a Jesús, de haber comido y bebido con él después de resucitar de entre los muertos. Y la primera carta de Juan comienza con un prólogo que no deja lugar a dudas sobre esta experiencia comunitaria que sostiene la fe de la Iglesia: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la Vida, pues la Vida se hizo visible […] os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1,1-3).
Esta experiencia no es una ilusión irracional. Dios respeta al hombre dotado de inteligencia y no le exige que se comporte de modo absurdo. Puede probarnos en la fe, ciertamente, pero nunca lo hará sin atender las exigencias de la razón. Hasta en la prueba más dura, Dios deja «signos» para que la razón no tenga que claudicar. Otra cosa es que el hombre pida a la razón más de lo que ella pueda dar. Las apariciones del Resucitado, además, son «necesarias» para que los apóstoles fueran testigos veraces que la fe que predicaban. Y un testigo es siempre alguien que ha constatado la realidad que testifica.
Veamos el ejemplo de las dudas de Tomás, cuyo evangelio leemos hoy. Las dudas de Tomás parten de una desconfianza inicial, injustificada, en la comunidad apostólica. Podemos decir que Tomás, al negarse a creer, ha roto la comunión con su grupo, que le atestigua haber visto al Señor. No confía en los apóstoles de los que forma parte. Se aísla en su subjetividad. Tiene que venir el Señor a sacarle de su actitud desconfiada, incrédula. Su postura era irracional, puesto que tenía motivos para la confianza. La presencia de Jesús resucitado se le impone de modo irrefutable. No solamente ve, sino que es invitado a tocar. El reproche de Cristo vale para todos los que exigen pruebas «físicas». Los demás apóstoles también habían creído porque había visto. La aparición a Tomás da un salto cualitativo: Jesús le permite tocar para cumplir así con la exigencia de una razón que, a pesar de los signos, sólo se fiaba de sí misma.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

Miércoles, 17 Abril 2019 08:53

«He visto al Señor»

Cuando la Magdalena corre hacia el sepulcro de Jesús la mañana del domingo no esperaba hallarlo vacío. Su conclusión fue inmediata y así lo comunica a Pedro y Juan: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto» (Jn 20,2). Ni por un momento pensó en la resurrección. Pedro y Juan salen corriendo, alarmados por la noticia, y al llegar al sepulcro se asoman y contemplan el lienzo por el suelo, y el sudario, enrollado en su lugar, aparte. Era claro que, de haber sido un robo, los ladrones no habrían perdido el tiempo dejando las telas mortuorias. Algo inesperado había sucedido, que, al menos en Juan, provoca la fe: «vio y creyó». El evangelista, que es el mismo Juan, añade: «Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos» (Jn 20,10).
Es cierto que Jesús había anunciado su resurrección, pero lo había hecho utilizando verbos poco precisos que podían interpretarse vagamente. Habló de «levantarse», «alzarse», «resurgir». Los discípulos no entendieron el significado de este lenguaje y se preguntaba qué significaba resucitar de entre los muertos.
El hecho de que el sudario, que se enrollaba alrededor de la cabeza, estuviera así, en su lugar, no por el suelo como el lienzo, le hace entender a Juan que Jesús ha superado las leyes de la física, y ha trascendido el espacio y el tiempo: ha resucitado, dejando la huella de su paso por el sepulcro, que ahora está vacío. No llega a la fe mediante la Escritura, sino mediante los signos que ve: «Vio y creyó».
Mientras tanto, María ha vuelto al sepulcro, situado en un jardín, y se ha puesto a buscar por los alrededores el cuerpo del Maestro. Sigue pensando que lo han robado y se afana en encontrarlo. Jesús se hace presente sin mostrar su nueva identidad y María lo confunde con el hortelano, a quien le pide que, si es él quien lo ha tomado, se lo entregue. Jesús revela entonces su identidad llamándola por su nombre: «¡María!». Y esta se vuelve dándole el título de su vida pública: «¡Rabboni», que significa Maestro.
El evangelio hace suponer que la alegría del descubrimiento la llevan a acercarse a Jesús para abrazarle los pies y besarlos, pero Jesús la detiene y le anuncia expresamente lo sucedido: «No me retengas que todavía no he subido al Padre. Pero anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro» (Jn 20,17). Jesús desvela el misterio que ella no había comprendido aún, pues pensaba que Jesús había vuelto de nuevo a esta vida. De ahí su deseo de abrazarle. Pero la resurrección no es volver a esta vida que podemos en cierta medida apresar con las manos. Así como los lienzos no pueden retenerlo en el sepulcro, tampoco los suyos disponen ya de él, pues pertenece al mundo de Dios, su Padre. Su cuerpo ha sido transformado por la gloria divina. Sigue siendo el mismo cuerpo, pero reconocible sólo cuando el Resucitado se da a conocer libremente, indicando así su pleno señorío.
En este relato hay dos cosas que muestran la transcendencia del hecho. En primer lugar, el signo del sepulcro vacío con el lienzo y el sudario. En segundo lugar, el mensaje a la Magdalena, que se convierte así en «apóstol de apóstoles», como ha subrayado el Papa Francisco. Que sea una mujer la primera en recibir el mensaje y darlo a conocer a los apóstoles, indica que este relato no pudo ser inventado en una época en que la mujer no podía ser testigo. Jesús le concede el privilegio de anunciar a los suyos el misterio de la Resurrección. Y cuando María lo hace, ya no le llama «Maestro», sino «Señor», que es el título del Resucitado: «He visto al Señor y ha dicho esto».

 

 

El pasado día 10 de abril el Obispo de Segovia, Mons. César Francos, a propuesta del actual director de Cáritas, Mariano Illanas, nombró subdirector de Cáritas diocesana de Segovia a José Magaña Romera.
José Magaña nació en 1955 en Brihuega (Guadalajara). Está casado y reside en Segovia. Es licenciado en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma y por la UNED y Doctor en Teología por la UPSA. Su experiencia profesional se centra en trabajo con migrantes y refugiados. Fue director del Departamento de Interior-Inmigración (1993-1998) y del Secretariado de la Comisión Episcopal de Migraciones (1998-2002), y coordinador de la pastoral de habla española en Bélgica (2004-2008).
Ha ostentado los cargos de Presidente y Vicepresidente de la Red Acoge y Accem, respectivamente, conociendo así de primera mano el trabajo de las ONG en favor de los desplazados.
Es autor del libro “La caridad al servicio de los migrantes. El obispo Scalabrini un pionero de la pastoral de movilidad” (2012); así como de numerosos artículos sobre movilidad humana, los dos últimos: “¿Muros de contención frente a la pobreza? 50 aniversario de Populorum Progressio” en Humanismo y Trabajo Social 16 (2017) 27-40 y “La comunión en la diversidad cimiento de la casa común: Migraciones, identidad y ecología”, en Corintios XIII167 (2017) 12-27.
Su perfil claramente vinculado a una pastoral de migración se complementa con su actividad docente en la UPSA donde imparte diferentes materias de Doctrina Social de la Iglesia y es profesor y director del Master de Pastoral de Migraciones en el Instituto Superior de Pastoral (Madrid).

 

El obispo de la diócesis presidirá la misa crismal de hoy lunes santo.

La capilla del Santísimo de la S. I. Catedral acogerá la celebración de la misa crismal que congregará a prácticamente la totalidad de los sacerdotes diocesanos que durante la misma renovarán sus promesas sacerdotales.
La misa crismal que tradicionalmente debería celebrarse el Jueves Santo, se traslada al lunes para que los sacerdotes de toda la diócesis puedan asistir más fácilmente y desarrollar mejor su tarea pastoral en el primer día del Triduo pascual.
D. César F. Martínez, obispo de la diócesis , presidirá la celebración partir de las 11:30 de la mañana. Durante la Eucaristía se bendecirán los santos oleos y se consagrará el santo crisma —de donde se toma el nombre de misa crismal— que se utilizan para la administración de los sacramentos: bautismo, confirmación, unción de enfermos y orden sacerdotal.

Como ya es habitual, desde hace varios años, la colecta que se realiza durante la misa, como expresión de caridad sacerdotal, se destina a un fin social. Este año los donativos serán enviados Mozambique , Zimbabwe .
Invitación
La misa crismal es una de las manifestaciones principales de comunión de los presbíteros con el Obispo, arropados por cada vez un mayor grupo de consagrados y seglares. Por ello se invita a que los fieles segovianos que lo deseen participen de esta celebración el próximo lunes en la S.I. Catedral de Segovia.

 

El acto de inauguración tendrá lugar el próximo sábado, 13 de abril, a las 12.00 horas en el patio central del renovado Palacio Episcopal de Segovia.

Segovia Sacra nace como una oportunidad única para los miles de turistas que se acercan a la ciudad con una motivación clara de disfrute del patrimonio cultural segoviano.

Gracias a la adquisición de una pulsera turística, el visitante tendrá la oportunidad de acceder a un importante número de monumentos por un precio muy competitivo: Catedral, cuatro iglesias románicas de gran interés histórico-artístico y un palacio episcopal donde poder apreciar el magnífico museo de arte sacro segoviano Splendor Fidei, pasear por su jardín romántico o tomarse un respiro en la cafetería y gastrobar palaciego, rodeado de un entorno único.

Una de las principales novedades de la nueva visita cultural Segovia Sacra es su servicio de audioguías, un instrumento con el que el visitante tendrá la posibilidad de disfrutar del patrimonio del activo cultural de una forma amable y didáctica. Los guiones reproducidos combinarán investigación histórica-artística y sensibilidad para superar las expectativas del visitante. Los contenidos estarán disponibles en seis idiomas: español, inglés, francés, alemán, italiano y portugués.

San Miguel, San Martín, San Millán y los Santos Justo y Pastor, cuatro iglesias de gran riqueza histórica y patrimonial, además del palacio episcopal con su museo orfebre segoviano y sus renovadas zonas nobles, serán los puntos de referencia de unas audioguías que recogerán el resultado de todo el arte, la fe y la cultura a lo largo de su amplia historia.

Los más pequeños de la casa también podrán disfrutar con su visita. Una audioguía en la que serán los auténticos protagonistas de una divertida aventura mientras recorren los diferentes espacios de los activos culturales de Segovia. Los textos sintetizarán, a través de un lenguaje sencillo y ameno, algunos de los aspectos culturales, históricos y artísticos más importantes del lugar.

Esta apuesta por contenidos de calidad adaptados a la diversidad del público visitante supondrá un valor añadido a la visita.

A toda esta oferta se debe sumar otros numerosos servicios, entre ellos, las tiendas oficiales, la plataforma de venta de gestión de entradas articketing (también online), y las actuaciones musicales que se desarrollarán en algunos de los citados monumentos. En una segunda fase se inaugurará dentro de las estancias palaciegas el restaurante El Batihoja, un lugar de cita gastronómica obligada con un entorno privilegiado para todo amante de la buena mesa.

El drama de Adán y la pasión de Cristo son inseparables. En la Semana Santa ambos se relacionan e iluminan. Adán fue hecho por Dios señor y rey de la creación: su misión era gobernar el mundo creado y conducirlo a la plenitud de la gloria. Pero cayó dominado por la aspiración de ser Dios, olvidando que llevaba su imagen y semejanza. De rey quedó convertido en esclavo, obligado a cultivar la tierra con sudor y recibiendo en recompensa espinas y abrojos. Su vida se convirtió en un camino de sufrimiento y cruz.
El drama de Cristo comienza cuando decide hacerse siervo de los hombres, como dice el texto de Filipenses que leemos este domingo de Ramos en la segunda lectura. El Hijo de Dios escogió el camino opuesto al de Adán: se anonadó, se humilló y se hizo obediente hasta la cruz. La desobediencia de Adán fue redimida por la obediencia de Cristo. Y gracias a esta obediencia, el hombre —todo hombre— puede recuperar su dignidad perdida.
La celebración de la Semana Santa, que inicia el domingo de Ramos, contempla este doble drama en el que estamos implicados. Somos el viejo o el nuevo Adán en la medida en que escojamos el camino de la soberbia, como el primer hombre, o —por el contrario— caminemos siguiendo a Cristo, nuevo Adán, desde la humildad a la gloria. Por eso, la pasión de Cristo según Lucas leída este domingo comienza en la celebración de la Cena, donde Jesús hace esta pregunta a los discípulos: «¿Quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).
La pasión de Cristo es el mayor servicio prestado a los hombres, pues muestra el camino a la gloria, nos arranca de la esclavitud, y nos convierte en siervos de los hombres. En esto consiste la dignidad humana y el verdadero señorío, que pretendemos lograr mediante el poder, el dominio y la manipulación de los demás. Cristo se anonada, desciende de su cabalgadura, como buen samaritano, para servir al malherido del camino, que es símbolo de la humanidad dañada por el pecado.
La liturgia del domingo de Ramos nos presenta a Jesús, que entra triunfante en Jerusalén y es aclamado con palmas y vítores como Rey. En cierto sentido se anuncia el triunfo de la resurrección. Pero la escena cambia enseguida. Jesús aparece como un condenado a muerte que carga sobre sí mismo el pecado de los hombres. Es el Siervo de Dios y de los hombres, cuya misión es desandar el camino de Adán: desde la esclavitud a la gloria. El Cristo que carga con el madero de la cruz y sufre los tormentos de la pasión es la imagen de lo que el hombre es cuando se deja dominar por la soberbia de creerse Dios y poseer el dominio absoluto sobre el mundo y los hombres.
Sólo un hombre nuevo, restaurado según la imagen de Cristo, puede ser rey de lo creado y conducir el universo hacia su fin último. Por eso esta enseñanza no es meramente teológica, sino moral. En su magnífica obra Las dos ciudades, san Agustín saca las consecuencias sociales de estos misterios cuando presenta dos ciudades opuestas: la de Dios y de los hombres. El fundamento de la primera es el amor de Dios hasta el olvido de sí mismo; la segunda se sustenta en el amor desordenado a sí mismo hasta el desprecio de Dios y de los hombres. ¿No sucede esto en la actualidad? La Semana Santa es, ciertamente, la celebración de los misterios de la fe cristiana. Pero celebramos también la justicia que debe regir este mundo. Sería un error quedarnos en la piedad superficial que se reduce a las emociones externas si no entendemos que Cristo ha venido a restaurar el orden social dominado por el pecado del hombre.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia.