Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

En este domingo, al comienzo del curso escolar, los obispos diocesanos entregamos en el marco de la eucaristía lo que se conoce como «misión canónica» a los profesores que durante el curso se dedican a la enseñanza académica de la religión católica. Con esta «misión canónica» manifestamos que los profesores están acreditados para enseñar en nombre de la Iglesia, no sólo porque tienen su formación universitaria para enseñar en los distintos niveles, acreditada por los respectivos títulos, sino porque, además, están en posesión de los estudios de ciencias religiosas que las universidades y centros eclesiales otorgan para este fin. El obispo, como responsable último de la enseñanza de la religión católica en su diócesis, concede la misión de enseñar en nombre de la Iglesia, de manera que los padres de los alumnos tienen la garantía de que la formación que reciben sus hijos responde a lo que la Iglesia cree y enseña.

El derecho a recibir formación religiosa, según las diversas creencias de los grupos sociales, está reconocido en la Constitución española, art.27. y en otros tratados internacionales sobre libertad y educación religiosa y derechos de la infancia. Asimismo, los acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede establecen el modo de proceder en nuestro país, que, con más o menos variantes, existe en la práctica totalidad de los países de la Unión Europea. Hay que decir que el derecho a educar a sus hijos en sus propias convicciones morales y religiosas es propio de los padres, no lo otorga el Estado, simplemente lo reconoce. Los padres, por derecho natural, son los últimos responsables de la educación de sus hijos. Y el Estado, de modo subsidiario, como también la Iglesia, les ofrece los medios para ejercer sus derechos. En España este derecho desde hace décadas se viene realizando de la siguiente manera: los centros, tanto de la escuela de iniciativa estatal como de iniciativa social, están obligados a ofrecer la asignatura de Religión a los padres y alumnos, que son libres de acogerla o no. No se impone, se ofrece. Pero debe ofrecerse con todas las garantías que se dan en el resto de las demás asignaturas fundamentales: enseñanza durante el horario escolar, evaluación de su aprendizaje y capacidad de computar para becas y nota media. Sacar la asignatura del horario escolar y no evaluarla y computarla debidamente iría contra la consistencia de la asignatura y relegarla a un mero entretenimiento. Para entretener ya está el recreo. Hay que decir que los profesores de Religión, capacitados como los demás para la misión de enseñar, deben ser tratados como el resto de los miembros del claustro de profesores con sus mismos derechos y obligaciones, sin discriminaciones ni censuras de ningún tipo, siempre naturalmente que cumplan con su misión. La Iglesia no los nombra; los presenta como educadores capaces de exponer la materia de la Religión.

En la actualidad, como saben, se está llevando a cabo la tramitación de la nueva ley de educación, en la que, a juicio de la Iglesia y de instituciones docentes, no se ha dado el necesario diálogo con las fuerzas sociales propio de una sociedad democrática. En el proyecto de la nueva ley, hay aspectos que atentan contra la libertad de enseñanza y ponen en peligro la enseñanza religiosa, que es solicitada en la actualidad por el 67 por ciento del alumnado. En el proyecto de la nueva ley ha desaparecido el concepto de demanda social, que, paradójicamente, funciona para la ley de la eutanasia. Demanda social es la solicitud por parte de los padres o alumnos de recibir esta educación religiosa. También se pretende quitar la alternativa de la asignatura de religión para aquellos alumnos que no deseen cursarla; alternativa cuyo diseño corresponde al Estado. Y, por último, la asignatura de Religión no entraría en el cómputo general de notas para conseguir una beca. Es decir, todas las medidas suponen una devaluación de la asignatura, que va en contra de lo que establecen los Acuerdos de la Iglesia y del Estado Español y lo que se desprende de la Constitución española cuando afirma que la educación se dirige a la formación integral de la persona.

En pleno siglo XXI no se puede negar que el hecho religioso constituye parte esencial del patrimonio de la humanidad en todas sus culturas y que privar a las nuevas generaciones de la formación religiosa es favorecer y potenciar la ignorancia. Como decía Cicerón, no hay pueblo, por ignorante que sea, que no tenga sus dioses. Y un pensador socialista francés, Jean Jaurès, matriculó a su hijo en la clase de Religión porque, según le dijo, no podía entender nada de la cultura europea, de los derechos humanos, de las diversas artes y del pensamiento en general, sin el conocimiento de la religión católica.

Quienes pretenden sacar la asignatura de Religión del currículum escolar, argumentan que los padres ya tienen las parroquias para dar catequesis. Ignoran, con ignorancia culpable, que hay dos modos de enseñar la religión: la catequética (impartida en las escuelas), y la académica, que es propia de la escuela. La distinción no se refiere tanto al contenido cuando al método, porque el contenido, como es obvio, es el mismo. El método catequético supone la fe; el académico no. Es decir, los niños y jóvenes que van a catequesis parroquial ya tienen fe y van a crecer en ella y cultivarla. En la escuela, puede haber alumnos que no tengan fe y quieran conocer la religión para ampliar sus conocimientos. Por eso, el método académico enseña la religión sin presuponer la fe, sino partiendo de la razón: se pretende explicar que la fe en Dios y en sus misterios es razonable: se trata de la razón que busca entender. Valga esta anécdota: en una de mis visitas pastorales a un colegio, dos niños musulmanes quisieron asistir a mi encuentro con los alumnos de Religión porque querían conocer el pensamiento del obispo sobre la religión católica.

Por tanto, lo que se hace en la escuela no es, como ha dicho algún político, adoctrinamiento ni catequesis, es sencillamente, enseñanza académica según su propio método. Podemos decir lo mismo con la lengua: uno aprende a hablar en casa, conversando, escuchando, etc., pero llega un momento en que ese aprendizaje no basta: necesita el conocimiento académico de la fonética, ortografía y la sintaxis para poder escribir y expresarse con toda propiedad.

Queridos profesores: no tenéis fácil vuestra tarea. La sociedad actual, que se denomina democrática, posee demasiados tics de estilo totalitario, que no tienen en cuenta que la sociedad es anterior al estado, y la familia anterior a la escuela. En el tema educativo se quiere influir de modo determinante con el fin de implantar una única forma de pensar y de comprender la persona humana según patrones materialistas en los que se prescinde de Dios y de la formación humanista. Se quiere quitar a Dios de las aulas y de la sociedad. Con esto se conculcan los derechos de los padres a trasmitir sus valores religiosos y éticos que dan consistencia a sus hogares y a su modo de vivir. Los rancios prejuicios antirreligiosos y anticatólicos, que deberían estar superados, están de moda y pretenden implantar un modelo de sociedad que ha sido denominada por el Papa Francisco como «colonización ideológica» al referirse a la ideología de género.

La Iglesia debe defender el concepto del hombre integral en el que la materia y el espíritu están unidos de modo inseparable. Los políticos tienen la misión de gobernar, ciertamente; pero su misión no es la de conformar la sociedad según su propia ideología, ni definir la naturaleza de la persona humana, de la vida y de la muerte, del amor y de la sexualidad, de la familia y, menos aún, de la constitución psico-física de la persona. Eso no es competencia del Estado, ni de los políticos, pues supondría una intromisión en el campo de la conciencia humana que tiene sus propias exigencias éticas y morales.

Os animo a realizar vuestra tarea con alegría, responsabilidad y competencia. Tenéis en vuestras manos la formación de las nuevas generaciones llamadas a crear un futuro mejor en todos los órdenes y a entender que el hombre es la criatura más noble de la creación, sencillamente porque ha sido hecha a imagen y semejanza del Dios Creador. Que Dios y la Virgen de la Fuencisla en cuya novena estamos os bendiga. Amén

 

 

 

 

 

2web La contemplación como vacuna para cuidar la casa común. De esta forma nos la presenta el Papa Francisco en su catequesis durante la Audiencia General del 16 de septiembre.

«Es importante recuperar la dimensión contemplativa, y mirar la tierra y la Creación como un don, no como algo que explotar para sacar beneficios». Así lo ha asegurado D. Gabriel López Santamaría en su conferencia en Segovia bajo el título «Tiempo del Clima y el Cuidado de la Casa Común». López Santamaría sabe de lo que habla, puesto que es el coordinador en España del Movimiento Católico por el Clima y asesor de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

Ante los congregados en la ciudad del Acueducto, ha subrayado la importancia de que «en una diócesis como la vuestra, rodeada de tantas maravillas naturales» se promueva de forma activa la contemplación y la oración en contacto con la creación.

Rememorando su crecimiento como franciscano «aprendiendo de nuestra fraternidad con la naturaleza», López Santamaría ha iniciado con esta “contemplación” un repaso por los cinco verbos que el Papa destacaba en su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación de este año: contemplar, recordar, regresar, reparar y alegrarse. De esta forma, tras ‘contemplar’, el franciscano nos ha invitado a ‘recordar’, a darnos cuenta de que todo está relacionado entre sí.

En esta línea, y recordando las palabras del pontífice en su exhortación ‘Querida Amazonia’, López Santamaría ha remarcado que, sin olvidar a cada especie que habita el planeta, «es necesario también que recuperemos la capacidad de indignarnos ante las injusticias y alzar nuestra voz profética para denunciarlas».

Regresar es volver atrás y arrepentirse, «¿cómo podremos mejorar sin reconocer nuestros errores?», se ha cuestionado el coordinador del movimiento climático. «Por ello, antes de avanzar, deberíamos volver a pasar por el corazón, los ataques a la creación en el Paraje de Gamones que quieren urbanizar, el embalse de Lastras de Cuéllar o el impacto que la ganadería intensiva porcina tiene en estas tierras», ha añadido.

 «Tenemos que reconocer y asumir la historia de explotación del planeta, sobre todo del hemisferio sur por potencias del norte», tal y como destaca el Papa en su video mensaje de septiembre y como ha recordado López Santamaría, para agregar que «en estos tiempos donde los gobiernos del mundo están decidiendo y preparando leyes post COVID-19, es fundamental que nos mantengamos alertas y activos para que dichas leyes sean respetuosas con la creación». 

Pero también hay motivos para la alegría, ya que movimientos eclesiales en todo el mundo están trabajando activamente para ayudar a la Iglesia en su conversión ecológica. Los cambios estructurales del mundo tras el coronavirus se están decidiendo ahora, por eso el Papa ha creado la comisión Covid, para trabajar en la Iglesia que viene. «Trabajemos hoy para conseguir la normalidad del Reino de Dios en la que los últimos son los primeros, el pan llega para todos y todos vivimos en armonía con la creación y el Creador», ha concluido.

nombramientos

Monseñor Cesar A. Franco Martínez, Obispo de Segovia, ha realizado en los últimos días una serie de nombramientos en la organización diocesana que ponemos en su conocimiento y son los siguientes.

CURIA Y ORGANIZACIÓN DIOCESANA 

• Rvdo. D. Mariano Sanz González, nuevo vicario judicial
• Hermana Patricia González Fernández, perteneciente al Instituto Oblatas de María Inmaculada, secretaria del Sr. Obispo.

ARCIPRESTAZGO SEGOVIA CIUDAD

• Rvdo. D. Melchor Redondo Ortega, párroco in solidum de El Carmen junto a Rvdo. D. Pedro Pietro, que ejercerá de moderador.
• Rvdo. D. Félicien Malanza Muganga, vicario parroquial de San José Obrero. Continúa también como capellán de las Concepcionistas Franciscanas y del cementerio.

ARCIPRESTAZGO COCA-SANTA MARÍA

• Rvdo. D. Jean Damascene Ndayisisenga, vicario parroquial de la Unidad Parroquial de Santa María la Real de Nieva, que incluye las localidades de Santa María la Real de Nieva, Nieva, Ochando, Tabladillo, Pascuales, Ortigosa del Pestaño, Pinilla Ambroz, Villoslada y Balisa.

ARCIPRESTAZGO CANTALEJO-FUENTIDUEÑA

• Rvdo. D. Pedro Pablo Moreno de la Villa, administrador parroquial de Cabezuela, Sebúlcor, Aldeonsancho y Puebla de Pedraza, pertenecientes a la Unidad Parroquial de Cantalejo.

Los que llevamos mucho tiempo en la Iglesia pensamos que nuestros derechos de ciudadanía nos permiten juzgar el comportamiento de Dios. Creemos conocer bien sus intenciones, planes y modos de actuar. Incluso nos atrevemos a decirle a la cara lo que debe o no debe hacer. Como si fuéramos sus consejeros. Al final del libro de Job, cuando éste pierde la paciencia y se atreve a pedir cuentas a Dios influido por quienes se consideran sus amigos, Dios se muestra con toda su fuerza y sabiduría —bajo la imagen de la tormenta— para pedir cuentas a Job, que se ha atrevido a emplazar a Dios a un diálogo sobre su modo de proceder. «El que critica a Dios, que responda … si eres hombre, cíñete los lomos, voy a interrogarte y tú me instruirás», dice Dios a Job en una de sus firmes interpelaciones.

En el Evangelio de este domingo, la parábola de Jesús sobre los jornaleros que son enviados a trabajar en la viña, aparece también la figura de los «censores» de Dios. El propietario de la viña —imagen de Dios— tiene un comportamiento criticable según los que llevan trabajando desde el amanecer. Al final del día, cuando llega el momento de recibir el jornal, paga lo mismo a ellos que a los que fueron reclutados al atardecer y sólo han trabajado una hora. Esta injusticia es inadmisible, piensan ellos protestando contra el amo. No es lo mismo haber aguantado el peso del día y el bochorno que haber dedicado sólo una hora cuando ha cesado el calor.

La respuesta del amo —es decir, de Dios— no se hace esperar: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos» (Mt 20,1-16). En estas palabras, Jesús deja claro que Dios no es injusto cuando actúa con soberana libertad en sus asuntos. Dios puede ser desconcertante, imprevisible, pero no injusto. ¿Quién conoce sus planes para poder acusarlo? ¿O dónde estaba el hombre —dice el libro de Job— cuando cimentó la tierra?

Lo más llamativo de las palabras de Jesús son las que se refieren al fundamento de la crítica de quienes se atreven a juzgar a Dios: «¿O vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?». El hombre —viene a decir Jesús en su parábola— sólo puede entender a Dios haciéndose bueno, ajustándose a la bondad de Dios, que es su esencia. Lo que nos impide entender a Dios son nuestras propias pasiones desordenadas que tendemos a proyectar sobre Dios para pedirle, en realidad, que actúe como nosotros. Es el Dios a la medida del hombre.

Es fácil escuchar o leer juicios sobre cómo actuaría uno si fuera Dios. Pretender ocupar el lugar de Dios es la tentación original del hombre, como narra el Génesis. Pero ya sabemos el fracaso al que conduce tal pretensión. Decía un maestro de vida espiritual que en el día del juicio prefería ser juzgado por Dios antes que por su propia madre. En la parábola de hoy, el juicio sucede al final del día, cuando los últimos son considerados como primeros, sin que ello signifique injusticia para los que llegaron a primera hora. También a estos se les paga lo prometido. Posiblemente para entender a Dios hay que situarse entre los últimos, los que más gratuitamente reciben su salario, los que se asombran ante la magnanimidad de un Dios que actúa con libertad en sus negocios, movido sólo por su amor. ¿Tendremos entonces envidia de Dios? ¿O es que nos creemos más deudores de su amor porque nos llamó a trabajar a su viña al amanecer? ¿No es suficiente recompensa haber soportado el peso del día y el bochorno trabajando para él?

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

Queridos diocesanos:

Al comenzar este curso pastoral, me dirijo a vosotros como de costumbre con estas palabras de san Pablo a los cristianos de Corinto que resumen las actitudes básicas de la vida cristiana en toda circunstancia: «Vigilad, estad firmes en la fe, sed fuertes, tened ánimo; todas vuestras obras hacedlas en la caridad» (1 Cor 16, 13-14). El apóstol exhorta a su comunidad, que ha dado testimonio de Cristo (cfr. 1 Cor 1,5), para que se mantenga irreprochable hasta la venida del Señor (cfr. 1 Cor 1,8).

Las cinco actitudes propuestas por san Pablo son muy adecuadas para el tiempo difícil que vivimos. En el sondeo que se ha realizado desde la Vicaría de pastoral sobre cómo hemos vivido —y seguimos viviendo— durante la pandemia, se recogen actitudes negativas contra las que tenemos que luchar: inseguridad, temor, falta de esperanza, desconcierto, miedo al futuro. Hemos experimentado que somos vulnerables en el cuerpo y en el espíritu. La fragilidad del hombre, que quizás habíamos olvidado o ante la que nos creíamos inmunes, se ha hecho palpable. Junto a ello, también este tiempo ha sido oportuno para manifestar todo lo positivo que hay en nosotros: solidaridad, comprensión, aceptación de la realidad, paz, confianza, servicio, caridad. Alguien ha dicho que este tiempo ha sido un kairós, es decir, un momento de gracia, que se ha hecho patente en medio de las dificultades, del sufrimiento, e incluso de la muerte. Con san Pablo, también yo quiero decir acerca de vosotros: «Doy continuamente gracias a mi Dios por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido concedida en Cristo Jesús, porque en él fuisteis enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia, de modo que el testimonio de Cristo se ha confirmado en vosotros, y así no os falta ningún don» (1 Cor 1,4-7).

Me pregunto y os pregunto: ¿Somos conscientes, en verdad, de que no nos falta ningún don? En muchas ocasiones, las tribulaciones, las penas, la dureza de la vida ponen a prueba nuestra fe y nos sentimos desamparados, sin encontrar salida a nuestros problemas, olvidando que no nos falta ningún don para vivir en cualquier circunstancia. Por eso, de cara a este curso que comenzamos y que nos exige una cierta planificación pastoral, quiero insistir en las actitudes que nos propone el apóstol en su exhortación a los corintios. He escogido este texto porque, al leer vuestras aportaciones, he encontrado afinidad entre las lecciones que hemos aprendido durante la pandemia y las propuestas del apóstol a su comunidad.

1. Firmeza en la fe. En primer lugar, quiero subrayar la necesidad de ir a lo esencial. ¿Qué es lo esencial? ¿Cuál es el núcleo sin el que todo lo demás se reduce a cáscara? Lo habéis definido como la fe en Dios, la oración, la confianza en su providencia, la certeza de que Dios no abandona nunca a su pueblo. Jesús se refiere a lo esencial de la vida cuando dice: «Buscad sobre todo el Reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su contrariedad» (Mt 6,33-34). Esta actitud es el fundamento de las demás. Se trata de permanecer «firmes en la fe», es decir, enraizados en Dios, con la certeza de su amor infinito. Jesús reprocha en ocasiones a sus discípulos la debilidad de su fe, les llama «hombres de poca fe», incapaces de llevar a sus últimas consecuencias el significado de creer. La fe engendra confianza, estabilidad, esperanza de cara al futuro, alegría serena incluso en la adversidad.

Entre las cosas esenciales que hemos descubierto está, además, la importancia de la solidaridad y fraternidad, que empieza en la misma familia. Durante este tiempo, la familia se ha manifestado como la iglesia doméstica que debemos proteger y cuidar con todo empeño. Llevamos años insistiendo en la importancia de la familia en el Plan diocesano de pastoral. Las circunstancias nos han dado la razón, pues, gracias a ella, hemos podido vivir acompañados, aliviando la soledad. La familia se ha convertido, además, en el lugar primario de la fe, de la catequesis y de las celebraciones que no hemos podido realizar en los templos, pero hemos seguido desde nuestras casas gracias a los medios telemáticos. Por ello, es esencial la pastoral familiar y la atención a quienes, por circunstancias muy diversas, carecen del afecto familiar o de una familia.

Esencial es también vivir la pertenencia a la Iglesia, desde la perspectiva familiar, buscando caminar juntos, en sinodalidad fraterna, pues somos la «familia de Dios». Esto se hace especialmente patente en la liturgia donde la asamblea convocada por la Palabra de Dios celebra los misterios de la fe que nos ofrecen la salvación de Cristo. ¡Cuánto hemos echado en falta no poder celebrar estos misterios, especialmente cuando algún ser querido ha partido de este mundo en dramática soledad! Si hemos experimentado esta carencia de la liturgia, significa que la valoramos como esencial, porque la fe conforma nuestra vida realmente y sin ella nos sentidos huérfanos. Por ello, aun con las medidas sanitarias necesarias, se impone el cuidado de nuestras celebraciones litúrgicas como lugares donde, en comunión con toda la Iglesia, la fe se fortalece, la esperanza se alienta, y la caridad se vivifica.

En esta misma dirección habéis señalado lo esencial de vivir la corresponsabilidad entre sacerdotes y laicos en las comunidades parroquiales, arciprestazgos y a nivel diocesano, sirviéndonos, entre otros cauces, de los consejos parroquiales que nos defienden del individualismo, del clericalismo y del aislamiento. Trabajar en común, fortaleciendo los equipos existentes —o creando otros nuevos— enriquece a la Iglesia y nos ayuda a descubrir que la vocación cristiana no se vive en soledad. Un cristiano solo no es un cristiano, decía un escritor eclesiástico. La constante llamada del Papa Francisco a vivir en la Iglesia la sinodalidad debe traducirse en actitudes concretas de diálogo, acompañamiento y aceptación de los demás con sus riquezas y pobrezas. En la Iglesia nadie se basta a sí mismo, todos necesitamos a los demás en la comunión del único Cuerpo de Cristo.

2. Vigilancia, ánimo y fortaleza. San Pablo exhorta a la vigilancia, actitud propia del cristiano, en razón de su debilidad y de la espera del Señor. En la oración angustiada de Jesús en Getsemaní, recomendó a los apóstoles que no se dejaran vencer por el sueño: «Vigilad y orad para que no caer en tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41). Aunque Jesús distingue entre el espíritu y la carne, es evidente que ambos se interrelacionan. La fragilidad de la carne repercute en nuestro espíritu; y la debilidad del espíritu acrecienta la flaqueza de la carne, entendida ésta no sólo en el sentido material. Decir que el hombre es «carne» es decir que es débil y frágil en su unidad de alma y cuerpo. Necesitamos fortalecer el espíritu para que todo nuestro ser sea consistente. También de esto hemos tenido experiencia durante la pandemia. Hemos constatado la fortaleza espiritual de muchas personas aparentemente frágiles y débiles, que han sido capaces de afrontar el sufrimiento y el dolor con más grandeza de ánimo que otras aparente o físicamente más fuertes. Por ello, san Pablo, junto a la vigilancia, exhorta a ser fuertes y a tener ánimo.

Estas actitudes no se improvisan. Exigen el trabajo diario de la virtud que, con la perseverancia, se convierte en hábito. Por eso, Jesús une la vigilancia a la oración, sin la que es imposible progresar en la madurez del espíritu. Frente a las adversidades, dificultades de la vida, el hombre verdaderamente espiritual no se arredra ni se intimida ni acobarda. Meditemos, por ejemplo, en el magnífico de texto de 2 Cor 4,7-10. Nuestra fortaleza es el Señor, como rezamos en los salmos.

No sabemos aun lo que nos deparará este próximo curso, ni los planes que podremos realizar o no. Por eso, hemos querido prorrogar el plan vigente del curso pasado, interrumpido por la pandemia. Esta prórroga no significa que no podamos añadir a lo ya programado las sugerencias que los distintos arciprestazgos consideren necesarias, según su propia realidad pastoral. La planificación pastoral, sin embargo, no es la meta de nuestra vida cristiana. Nuestra vida vale más que nuestros planes. Por ello, apelamos a lo esencial de la vida cristiana: siempre debemos vivir vigilantes, es decir, atentos a lo que el Señor nos pide en cada momento.

Vigilancia y fortaleza son necesarias también para cumplir con responsabilidad social nuestras obligaciones ciudadanas en lo que respecta a la salud propia y ajena que no podemos poner en peligro como por desgracia se hace en ocasiones. La salud es un don de Dios, que debemos cuidar y proteger. En este sentido, en nuestros templos, lugares de reunión y convivencia debemos esmerarnos en respetar las medidas sanitarias que determinen las autoridades competentes.

La vigilancia es necesaria, además, porque esperamos al Señor y este mundo no es nuestra morada definitiva. Quizás sea este un aspecto que hemos aprendido de la pandemia. No disponemos de la vida a nuestra voluntad. La muerte nos acompaña desde que nacemos, pero olvidamos esta realidad hasta que nos abofetea de manera inesperada y cruel. Tampoco el cristiano se arredra ante la muerte, porque el Señor la ha vencido de modo definitivo. Pero es de sabios no olvidarla como si nunca fuera a llamar a nuestra puerta. El día y la hora son inciertos —dice el Señor—, por lo que debemos estar preparados para comparecer en su presencia y dar cuenta de nuestros actos. ¿No es eso lo que queremos decir en la eucaristía cuando proclamamos solemnemente: «¿Ven, Señor Jesús»? La pregunta es muy sencilla: ¿Esperamos realmente al Señor? ¿Vivimos en coherencia con esa espera?

También aquí debemos caminar con esperanza porque el Señor marcha junto a nosotros. Como hizo con los de Emaús, nos explica la vida desde las Escrituras y, al caer la tarde, permanece a nuestro lado para celebrar su presencia en la fracción del pan. Esto significa que cada día termina con una mirada hacia la consumación última, de manera que la noche no nos introduce en las tinieblas, sino que nos abre el horizonte de la luz. Somos verdaderamente privilegiados.

3. Todas vuestras obras hacedlas en la caridad. San Pablo termina su exhortación con una llamada a la caridad que conforma toda la vida del cristiano. La caridad no es una virtud más, sino la que permanecerá más allá de la muerte porque Dios es amor y el amor no termina. El apóstol no nos dice que practiquemos la caridad, sino que hagamos todas las obras en la caridad, de manera que estén impregnadas y consolidadas por ella: nuestros deseos, palabras y actos deben nacer y tender hacia la caridad que nos permite permanecer estables en Dios. «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16). Una comunidad cristiana se mide por el amor que da sentido y unidad a todo lo que hace. Os exhorto, pues, a seguir esta recomendación del apóstol para que no perdamos de vista el origen y término de nuestra existencia: Dios mismo, que es amor. Cuidemos de modo especial las relaciones personales, entre los presbíteros, religiosos y laicos. Huyamos de toda murmuración y crítica. Releguemos todo afán de protagonismo y consideremos a los demás superiores a nosotros mismos. Llevemos con humildad los defectos de los demás y los nuestros propios y consideremos que el servicio a los demás es nuestra alegría.

Dicho esto, la caridad se expresa en actos concretos de atención y cuidado de los más necesitados en el cuerpo y en el espíritu. Este tiempo nos exige acompañar a quienes viven en soledad, a los enfermos y decaídos, a quienes viven con temor su situación personal. Expresemos con nuestros actos que la iglesia es madre y cuida de todos sus hijos sin excepción. Por eso, luchemos contra la acepción de personas y, si hemos de tener alguna preferencia, que sea la de los pobres y necesitados. Sabemos que la crisis económica será larga, y que muchos la padecerán gravemente. La Iglesia diocesana, desde Cáritas y otras instituciones, debe atender, como viene haciendo, a estas necesidades, que son prioritarias en toda comunidad cristiana, pues, como dijo Jesús, a los pobres siempre los tendremos con nosotros (cf. Jn 12,8). Animo a fortalecer los equipos de Cáritas de modo que ninguna parroquia, por pequeña que sea, carezca de personas que trabajen unidas en esta tarea. Y como la caridad impregna toda la vida del cristiano, invito a que en todas las demás acciones de la Iglesia se haga patente de modo singular que amar a Dios y al prójimo resumen toda la ley y los profetas.

Deseo también alentar a los sacerdotes a ejercer su ministerio con plena dedicación al encargo recibido del Señor: cuidar de su pueblo con el mismo amor que él lo hace. Agradezco, especialmente a los de más edad, el ejemplo de servicio y entrega que han dado en este tiempo en el que se han mostrado disponibles para acompañar a sus comunidades en las necesidades concretas. Os animo, hermanos, a vivir los dos aspectos que definen el ministerio de Cristo y, por tanto, el nuestro: evangelizar y sanar. Son dos aspectos muy unidos entre sí. La palabra de Dios siempre sana; y sanar con los sacramentos es evangelizar con la autoridad de Cristo. Os animo también a fomentar las vocaciones al ministerio sacerdotal, como llevamos trabajando en el plan diocesano de pastoral. En este tiempo hemos visto la necesidad que el pueblo tiene de sentir cercano al sacerdote, de recibir la gracia del perdón y el don de la eucaristía. Anunciemos con alegría a niños y jóvenes que el Señor sigue llamando y que nada hay en la vida más hermoso que hacer presente a Cristo entre los hombres. El seminario es responsabilidad de toda la diócesis, no sólo del obispo y de los sacerdotes. Entre todos debemos cuidarlo y potenciarlo. Las familias cristianas, en la educación de sus hijos, deben hablarles de la posibilidad de entregarse a Dios en las diversas vocaciones existentes en la iglesia, no sólo en el matrimonio, sino en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada. No olvidemos que el futuro de nuestra diócesis depende en gran medida de los sacerdotes que el Señor quiera concedernos. Pidamos, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su mies.

Quiero, por último, agradecer a todos los diocesanos el testimonio que durante este tiempo difícil han dado para que la Iglesia de Segovia fuese un signo del amor de Dios que acompaña a su pueblo. A las comunidades de vida contemplativa, les agradezco su constante oración por el fin de la pandemia y les ruego que encomienden al Señor nuestros planes pastorales al servicio de la evangelización.

Pongamos este curso pastoral bajo la protección especial de la Virgen de la Fuencisla y de san Frutos, para que, bajo la guía el Espíritu, la Iglesia de Segovia produzca muchos frutos de santidad, verdadera comunión y caridad.

Con mi afecto y bendición.

+ César A. Franco Martínez
Obispo de Segovia.

 

 

 

 

 

 

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No hay enfermos “incuidables”, aunque sean incurables

Reflexión a propósito de la tramitación de la ley sobre la eutanasia

El Congreso de los Diputados ha decidido seguir adelante con la tramitación de la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia. Es una mala noticia, pues la vida humana no es un bien a disposición de nadie.

La Conferencia Episcopal Española ha reflexionado repetidas veces sobre este grave asunto que pone en cuestión la dignidad de la vida humana. El último texto fue publicado el pasado 1 de noviembre de 2019 bajo el título “Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de la vida humana” y en él se examinan los argumentos de quienes desean favorecer la eutanasia y el suicidio asistido, poniendo en evidencia su inconsistencia al partir de premisas ideológicas más que de la realidad de los enfermos en situación terminal. Invitamos encarecidamente a la comunidad cristiana a su lectura y al resto de nuestros conciudadanos a acoger sin prejuicios las reflexiones que en este texto se proponen.

Insistir en “el derecho eutanasia” es propio de una visión individualista y reduccionista del ser humano y de una libertad desvinculada de la responsabilidad. Se afirma una radical autonomía individual y, al mismo tiempo, se reclama una intervención “compasiva” de la sociedad a través de la medicina, originándose una incoherencia antropológica. Por un lado, se niega la dimensión social del ser humano, “diciendo mi vida es mía y sólo mía y me la puedo quitar” y, por otro lado, se pide que sea otro –la sociedad organizada– quien legitime la decisión o la sustituya y elimine el sufrimiento o el sinsentido, eliminando la vida.

La epidemia que seguimos padeciendo nos ha hecho caer en la cuenta de que somos responsables unos de otros y ha relativizado las propuestas de autonomía individualista. La muerte en soledad de tantos enfermos y la situación de las personas mayores nos interpelan. Todos hemos elogiado a la profesión médica que, desde el juramento hipocrático hasta hoy, se compromete en el cuidado y defensa de la vida humana. La sociedad española ha aplaudido su dedicación y ha pedido un apoyo mayor a nuestro sistema de salud para intensificar los cuidados y “no dejar a nadie atrás”.

El suicidio, creciente entre nosotros, también reclama una reflexión y prácticas sociales y sanitarias de prevención y cuidado oportuno. La legalización de formas de suicidio asistido no ayudará a la hora de insistir a quienes están tentados por el suicidio que la muerte no es la salida adecuada. La ley, que tiene una función de propuesta general de criterios éticos, no puede proponer la muerte como solución a los problemas.

Lo propio de la medicina es curar, pero también cuidar, aliviar y consolar sobre todo al final de esta vida. La medicina paliativa se propone humanizar el proceso de la muerte y acompañar hasta el final. No hay enfermos “incuidables”, aunque sean incurables. Abogamos, pues, por una adecuada legislación de los cuidados paliativos que responda a las necesidades actuales que no están plenamente atendidas. La fragilidad que estamos experimentando durante este tiempo constituye una oportunidad para reflexionar sobre el significado de la vida, el cuidado fraterno y el sentido del sufrimiento y de la muerte.

Una sociedad no puede pensar en la eliminación total del sufrimiento y, cuando no lo consigue, proponer salir del escenario de la vida; por el contrario, ha de acompañar, paliar y ayudar a vivir ese sufrimiento. No se entiende la propuesta de una ley para poner en manos de otros, especialmente de los médicos, el poder quitar la vida de los enfermos.

El sí a la dignidad de la persona, más aún en sus momentos de mayor indefensión y fragilidad, nos obliga a oponernos a esta esta ley que, en nombre de una presunta muerte digna, niega en su raíz la dignidad de toda vida humana.

 

Fuente: Conferencia Episcopal Española

fuencisla

La Junta de la Cofradía de Nuestra Señora de la Fuencisla informa que debido a las circunstancias motivadas por la pandemia todos los actos que tradicionalmente se celebraban en la vía pública quedan suspendidos; por lo cual, la Imagen de la Virgen subirá a la Catedral en un vehículo particular, y la recepción de la misma por las autoridades religiosas, civiles y militares tendrá lugar en el interior de la Catedral a las 20.30 horas de este próximo jueves día 17 de septiembre.

Atendiendo al cumplimiento de las normas establecidas por las autoridades políticas y sanitarias, en aras de evitar la propagación de nuevos brotes de coronavirus, el acceso al interior del templo estará muy limitado, pues solo se permitirá que las personas que acudan estén sentadas y una vez que las sillas estén ocupadas se impedirá el acceso a la Catedral. Además, en el interior de la seo y con el fin de que las sillas que se coloquen cumplan con el distanciamiento requerido, se instalaran un total de ocho pantallas gigantes de televisión para que se puedan ver los actos desde cualquier lugar del templo.

Asimismo, y para todas aquellas personas que no puedan acudir a la Catedral, o no puedan entrar en la misma, todo el acto se televisara a partir de las 21.30 horas a través del canal La8 de televisión Castilla y León. Igualmente, todos los días a las 21.30 horas horas se televisará el Novenario; y la despedida de la imagen que tendrá lugar en el interior de la Catedral se retransmitirá en directo a partir de las 17.00 horas del día 27 por el mismo canal de televisión.

Por último, desde la cofradía solicitan a todo el público en general un acto de responsabilidad para que cumplan en todos momento las medidas sanitarias impuestas, así como las instrucciones que les vayan dando los colaboradores en el interior del templo. De igual modo, sería aconsejable para todas aquellas personas que forman parte de grupos de alto riesgo, procurar ver los actos a través de televisión desde sus domicilios.

La Junta Directiva de la Cofradía de Nuestra Señora de la Fuencisla agradece de antemano la colaboración de todos ustedes.

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AQUÍ PUEDES LEER Y DESCARGAR LAS BASES DEL PRIMER CONCURSO DE FOTOGRAFÍA «TIEMPO DE LA CREACIÓN»

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El día 14 de septiembre la Iglesia celebra la Exaltación de la Santa Cruz. Esta fiesta se viene celebrando desde el siglo IV. En el año 335, se consagró la iglesia del santo sepulcro de Jerusalén, muy vinculada a la cruz de Cristo, porque el lugar donde fue crucificado Jesús, el monte Gólgota, se encuentra dentro de la iglesia del santo sepulcro. Allí se encuentra también, integrada en la actual basílica, una gran cueva donde, según una venerable tradición, se arrojaban las cruces de los ajusticiados. Santa Elena, madre del emperador Constantino, ordenó excavar en ese lugar y encontró las reliquias de la cruz del Cristo y el título de la cruz con la inscripción en hebreo, griego y latín de las palabras «Jesús Nazareno, rey de los judíos». El de 3 de mayo se celebra la invención de la santa Cruz por santa Elena.

Para comprender cómo un instrumento de tortura cruel como era la cruz se celebra litúrgicamente como «Exaltación de la Santa Cruz», hay que tener en cuenta que Cristo murió crucificado y que la cruz en la que murió se ha convertido en el «trono» de su realeza. La cruz, por tanto, que por sí misma era aborrecible, se convierte en el lugar e instrumento donde Cristo realiza la salvación. Por eso, la cruz es «sabiduría» de Dios, porque la muerte de Cristo en ella es la verificación más grande del amor de Dios por la humanidad al permitir que su Hijo muriera en ella. De ahí, que la Iglesia dedique la fiesta de la «Exaltación de la Santa Cruz» para exaltar, sobre todo, el amor de Cristo que, como dice Pablo, nos amó y se entregó por nosotros.

Cuando Jesús anuncia su muerte utiliza imágenes que hacen referencia al modo como iba a morir. En el Evangelio de Juan, Jesús dice: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». (Jn 12,32-33). La imagen de ser elevado hace alusión a la cruz que se levanta sobre la tierra. También Jesús, aludiendo al gesto de Moisés, que colocó en un estandarte una serpiente de bronce, para que los mordidos por serpientes venenosas no murieran si miraban con fe a la serpiente de bronce, afirma: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna» (Jn 3,14-15). Esta elevación se realiza en la cruz, donde Cristo atrae hacia sí todas las miradas para mostrar su amor a todos los hombres.

La exaltación de la cruz no significa que el cristianismo convierta la cruz en un objeto fetiche que tiene valor por sí mismo. La cruz no es nada sin el Crucificado. Nuestra veneración a la cruz es veneración a la entrega de Cristo por amor. Y cuando Jesús nos invita a cargar con nuestra propia cruz, nos pide identificarnos con él en nuestros propios sufrimientos para que podamos unirnos a él también en su gloria. Por eso, en la cruz comienza, según san Juan, la glorificación de Cristo, porque en ella Jesús revela que no hay gloria más grande que el amor sin reservas ofrecido a los hombres. Aunque resulte paradójico, la muerte de Jesús es una muerte gloriosa, porque en ella el amor revela su esplendor, su grandeza, se exalta a sí mismo. Si no hay expresión más alta del amor que dar la vida por quienes se aman, entonces comprendemos que la muerte de Cristo en la cruz es la expresión más elevada del amor y de la gloria que comporta. Si esto lo entendemos bien cuando vemos personas que pierden la vida por salvar a otros, ¡cuánto más lo entenderemos si el mismo Hijo de Dios, ha querido expresar su amor por la humanidad muriendo en la cruz por nosotros! Aquí radica el sentido último de la fiesta que es la exaltación del amor de Cristo crucificado.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia.