Secretariado de Medios

Secretariado de Medios


En el Mensaje del Papa Francisco para el DOMUND de este año, que celebraremos el domingo 24 de Octubre, exhorta a todos los cristianos a vivir la misma compasión de Cristo con la necesidad que el mundo tiene de redención. Recordando la experiencia de los apóstoles que, según dice el libro de los Hechos de los Apóstoles (4,20), no podían dejar de hablar de lo que habían visto y oído, nos invita a poner el amor en movimiento y comunicar a los demás la alegría de la salvación y los dones que nos ha traído Jesucristo.

Si la experiencia cristiana es auténtica, nos lleva a la misión. Es la forma de agradecer lo que gratuitamente hemos recibido de Dios. «Ponerse en estado de misión, dice el Papa, es un efecto del agradecimiento». Los dones de Dios nunca quedan reducidos al ámbito de quien los recibe, sino que se expanden por la fuerza misma que llevan en sí mismo. Esta expansión y comunicación de la gracia recibida es lo que llamamos misión.

Muchos cristianos se acobardan, a la hora de misionar, ante las dificultades de nuestra sociedad secularizada, descreída, que se olvida de Dios y lo rechaza. A este respecto, el Papa recuerda también que los tiempos del inicio del cristianismo tampoco fueron fáciles. «Los primeros cristianos comenzaron su vida de fe en un ambiente hostil y complicado. Historias de postergaciones y encierros se cruzaban con resistencias internas y externas que parecían contradecir y hasta negar lo que habían visto y oído; pero eso, lejos de ser una dificultad u obstáculo que los llevara a replegarse o ensimismarse, los impulsó a trasformar todos los inconvenientes, contradicciones y dificultades en una oportunidad para la misión».

Debemos, pues, convertir las dificultades en retos, desafíos, ocasiones providenciales para la proclamación del evangelio. Para ello, es preciso «vivir las pruebas abrazándonos a Cristo», como nos pide el Santo Padre. Sin esta comunión con Jesús, en sus padecimientos y en su triunfo, no podemos ser misioneros. Nuestros hermanos cristianos que sufren cada día la persecución, e incluso el martirio, son un estímulo permanente para quienes vivimos en situaciones menos violentas y agresivas.

Dar testimonio de lo que hemos visto y oído exige volver cada día a la experiencia fundamental de la fe cristiana: el hecho de nuestra redención. «Ver y oír» supone que nos adentramos en la contemplación del Verbo de Dios, que nos ha trasmitido lo que ha visto y oído del Padre. Él nos ha comunicado su experiencia de Hijo amado del Padre y nos permite participar en ella a través de la unión personal con él. La misión que nos encomienda es continuidad de la que él ha recibido de su Padre. Por eso, tenemos garantizada la fecundidad de nuestro trabajo, pues Dios no puede negarse a sí mismo ni dejar de actuar en su Iglesia. El debilitamiento de la misión es, en realidad, debilitamiento de nuestra experiencia cristiana, que hunde sus raíces en la experiencia del Enviado del Padre. Jesús nos envía al mundo como fue enviado él por su Padre. El Espíritu de Cristo, dado en Pentecostés, es el Espíritu que nos capacita para llevar adelante la misión. De ahí que no se justifique en los cristianos el desaliento, el escepticismo ni la mediocridad en el anuncio del Evangelio. «En el contexto actual urgen, dice el Papa, misioneros de esperanza». No se trata de un esperanza ingenua, infundada, ni condicionada al éxito que esperamos. Se trata de la esperanza nacida de la fe, que es certeza de la salvación de Cristo y del triunfo de su amor sobre el pecado y la muerte. Es la certeza de que la Iglesia, alentada por el Espíritu, siempre camina hacia la plenitud de la gracia que Dios ofrece a cada hombre, a la humanidad entera.

Animo, pues, a los cristianos de Segovia a testimoniar con hechos y palabras lo que han visto y oído cuando Cristo salió a su encuentro y les concedió la gracia de ser redimidos por él, llamados a la vida eterna.

+ César Franco

Obispo de Segovia.

 

 

 


El próximo lunes 25 de octubre se celebrará la solemnidad de San Frutos, Patrón de la Diócesis de Segovia y de la Catedral. El Cabildo ha decidido recuperar el tradicional villancico al Santo en el trascoro del templo, después de su suspensión el año pasado con motivo de la crisis sanitaria.

En esta ocasión, la pieza musical compuesta en 1847 por Antonio de Hidalgo, quien fuera niño de coro y organista de la Catedral de Segovia, se entonará a las 12:00 horas ante un aforo limitado. Se desplegarán sillas en los pies del templo, junto al retablo que alberga la urna con las reliquias de San Frutos, para que el público asistente pueda escuchar el villancico sentado y, de esta forma, garantizar que se cumplan todas las medidas de seguridad. A continuación, se celebrará la Santa Misa en honor al santo segoviano, presidida por el obispo de Segovia, D. César Franco, en el Altar Mayor.

Los ensayos del Villancico, que dirigirá Francisco Cabanillas, serán a las 19:30 horas en el Trascoro los días 22 viernes, 23 sábado y 24 domingo. Todos los cantores deberán llevar mascarilla.

El templo abrirá al turismo desde las 14:00 hasta las 18:30 (último pase media hora antes del cierre), y las visitas guiadas a la torre quedan reducidas a los pases de las 15:00 y 16:30.


El Obispo ha convocado a los sacerdotes, miembros de la vida consagrada y laicos de la diócesis a participar en la misa de comienzo de la fase diocesana del proceso sinodal que tendrá lugar este domingo 17 de octubre a las seis de la tarde, en la catedral.

 

En octubre de 2023 se celebrará en el Vaticano la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, con el tema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Esta asamblea se preparará en tres fases. La primera de ellas comienza ahora y se desarrollará en las diversas diócesis de todo el mundo. La segunda será de carácter continental. Y la tercera, será, propiamente, la Asamblea de Obispos. Las aportaciones de las diócesis se canalizarán a través de las Conferencias episcopales quienes, en abril de 2022, deben enviar las síntesis a Roma.

El Sínodo es un camino que realizamos juntos, eso significa “sínodo”, todos en comunión y animados por el Espíritu Santo. No se trata de una forma democrática representativa ni de una manera asamblearia de regir la Iglesia, sino de un proceso en el que todos participamos y no solo los líderes. Se trata de un proceso que involucra a todo el Pueblo de Dios, cada uno según su propia función.

El proceso sinodal dio inicio el pasado domingo 10 de octubre en Roma con una misa presidida por el Papa Francisco en donde pidió que toda la Iglesia, durante el proceso sinodal, articule tres verbos: encontrar, escuchar y discernir.

Por su parte, el Obispo de Segovia, en la carta pastoral escrita para el inicio de este proceso, lo describe en estos términos: «Se trata de tomar conciencia de que la Iglesia es un misterio de comunión en el que todos participamos en razón de los sacramentos de la iniciación cristiana. Con esta llamada a participar en las etapas previas, el Papa quiere que tomemos conciencia de dos cosas: a) que las diócesis no están aisladas sino que todas ellas forman la única iglesia de Cristo; b) que todos en la Iglesia tenemos voz para poder expresarnos con libertad y caridad en orden a su renovación y edificación según la mente de Cristo».

E invita a todos los files de la diócesis a ponerse en camino sinodal: «En estos meses que durará la etapa diocesana, las parroquias, comunidades cristianas, institutos de vida consagrada, monasterios de vida contemplativa y las diversas forma de realidades eclesiales serán invitados a realizar esta reflexión guiada por los materiales que nos vengan de Roma y que, adaptados a nuestras circunstancias, os enviará el Delegado del sínodo o los miembros de su equipo. Todo esto exige un esfuerzo más añadido a los que ya realizamos en nuestras tareas ordinarias. Será un esfuerzo que valga la pena para que la Iglesia no aparezca ante el mundo cerrada en sí misma, sino abierta a la misión recibida de Cristo e impulsada por la fuerza del Evangelio».               

Este modo de proceder recibe el nombre de sinodalidad. Como el mismo Papa Francisco no se cansa de decir, no es su proyecto favorito ni una moda, sino la forma y el estilo de la Iglesia de los primeros siglos. Este concepto deriva de la palabra griega «sínodo», que indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. Según se puede leer en la editorial de la publicación mensual de la diócesis “Iglesia en Segovia”: «La sinodalidad exige de todos: pastores, consagrados y laicos, una conversión, es decir, un cambio de mentalidad y de modos de obrar. Unos deberán superar el clericalismo, más propio de épocas pasadas; otros, deberán abrir sus carismas a una verdadera comunión eclesial; y los laicos, tendrán la oportunidad de demostrar su pertenencia a una Iglesia que sienten como propia y con la que se comprometen. Y todo esto vivido en un clima de respeto, escucha y diálogo, que permita hacer de la sinodalidad el “estilo” de la Iglesia en este tercer milenio».

Como inicio de la fase diocesana del proceso sinodal el sábado día 16 de octubre se tuvo un encuentro preparatorio y este domingo día 17 se tendrá la misa de apertura de la fase diocesana del proceso sinodal, en la catedral, a las seis de la tarde.

La comisión diocesana de seguimiento y animación del proceso está formada por el Vicario general de la diócesis, Angel Galindo, el arcipreste de Cantalejo, Juan Aragoneses, la religiosa, carmelita misionera, María José Gallardo, y los laicos, Ester Bermejo y Jose Luis Ramirez.


Como ya he comunicado en la carta pastoral del pasado 25 de Julio, presentando el plan diocesano de pastoral y en mi comentario dominical del pasado 5 de septiembre, este curso estará muy determinado por la participación en el Sínodo de obispos que el Papa Francisco ha convocado para octubre de 2023 en Roma. Para llevar adelante nuestra participación, he nombrado el Sr. Vicario general de la diócesis, Ilmo. Sr. n Ángel Galindo García, Delegado para el sínodo, que comenzará su etapa diocesana el domingo 17 de octubre, una vez que el Santo Padre haga la solemne apertura el domingo anterior, 10 de octubre. Con esta carta quiero convocar a todos los diocesanos a participar, en la medida de sus posibilidades, en la eucaristía que tendrá lugar el 17 de octubre, a las 6 de la tarde, en la santa iglesia catedral. También la Santa Sede nos invita a tener, como preparación a la celebración litúrgica, una jornada de oración y reflexión que tendrá lugar el sábado, 16 de octubre, en la iglesia del seminario diocesano, a las 10:30 de la mañana. Estáis todos invitados.

            El Papa quiere que el sínodo de obispos en Roma tenga dos fases previas: la diocesana (octubre de 2021-abril 2022) y la continental (septiembre de 2022-marzo 2023), con el fin de reflexionar sobre un tema que considera crucial para este momento de la vida la Iglesia: «Por una iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Se trata de tomar conciencia de que la Iglesia es un misterio de comunión en el que todos participamos en razón de los sacramentos de la iniciación cristiana. Con esta llamada a participar en las etapas previas, el Papa quiere que tomemos conciencia de dos cosas: a) que las diócesis no están aisladas sino que todas ellas forman la única iglesia de Cristo; b) que todos en la Iglesia tenemos voz para poder expresarnos con libertad y caridad en orden a su renovación y edificación según la mente de Cristo.

            En estos meses que durará la etapa diocesana, las parroquias, comunidades cristianas, institutos de vida consagrada, monasterios de vida contemplativa y las diversas forma de realidades eclesiales serán invitados a realizar esta reflexión guiada por los materiales que nos vengan de Roma y que, adaptados a nuestras circunstancias, os enviará el Delegado del sínodo o los miembros de su equipo. Todo esto exige un esfuerzo más añadido a los que ya realizamos en nuestras tareas ordinarias. Será un esfuerzo que valga la pena para que la Iglesia no aparezca ante el mundo cerrada en sí misma, sino abierta a la misión recibida de Cristo e impulsada por la fuerza del Evangelio.           

            Aprovechemos, pues, esta ocasión que nos permite sentirnos iglesia universal bajo el pastoreo del Vicario de Cristo y de los obispos e invitemos a hermanos nuestros, incluso alejados, a participar en esta reflexión que, sin duda, dará muchos frutos de evangelización en nuestra sociedad. Pongamos nuestros trabajos en manos de María que, como buena madre, nos alienta en el seguimiento de Cristo e intercede ante él a favor nuestro.

Con mi afecto y bendición

            Segovia, 16 de septiembre de 2021.

            + César Franco

            Obispo de Segovia.


 Hay dos escenas evangélicas que pueden ayudarnos a comprender el sínodo que el Papa Francisco ha convocado para 2023, cuya etapa diocesana empieza este domingo. Una es la de los discípulos de Emaús, narrada por Lucas. Dice el relato que, mientras conversaban por el camino, «Jesús en persona se puso a caminar con ellos» (Lc 24,15). No es preciso recordar el argumento de la escena, de sobra conocido. Me interesa subrayar que Jesús acoge las preocupaciones de los discípulos desalentados por el aparente fracaso del Maestro, las ilumina desde la Palabra de Dios y comparte con ellos la cena que se convierte en una renovada «fracción del pan». Los discípulos recuperan la fe y retornan a la Iglesia madre de Jerusalén a compartir con otros la experiencia del Resucitado. Aquí tenemos una parábola del sínodo. Se trata de escuchar al pueblo de Dios —también a los que han perdido la fe o se sienten defraudados—, iluminar la vida con la Palabra de Dios y celebrar la presencia del Señor entre nosotros que muy a menudo pasa desapercibida. Caminar juntos significa, en primer lugar, que Cristo muestra el camino. Nos acompaña. Comparte nuestras alegrías y desolaciones. Los cristianos perdemos con frecuencia la certeza de la presencia de Cristo y, por ello, perdemos la alegría y la seguridad de que con él estamos en la senda segura. El Papa Francisco ha dicho que el sínodo es una oportunidad «para una conversión pastoral en clave misionera y también ecuménica». Esto comporta una auténtica renovación de nuestra vida bajo la acción del Espíritu evitando riesgos como el formalismo, el intelectualismo y el inmovilismo, es decir, quedándonos en la estructura formal del trabajo sinodal, reduciendo todo a «grupos de estudio» que se alejan de la realidad del pueblo de Dios, y acomodándonos al «siempre se ha hecho así» que nos impide avanzar hacia el futuro.

            Otra escena evangélica luminosa es la aparición del Resucitado en el mar de Galilea (Jn 21). Los discípulos no han pescado nada durante la noche. Jesús está en la orilla sin ser reconocido y, bajo su indicación, realizan una pesca abundante. Cuando llegan a tierra, el desconocido les ha preparado un almuerzo que simboliza la eucaristía y entonces ninguno duda de que es el Señor que vive entre ellos. El discípulo amado lo reconoce de inmediato y Pedro se lanza para llegar pronto a Jesús y llevarle la pesca, símbolo de la comunidad de los pueblos llamados a formar la Iglesia. La escena se parece a la anterior. En la comida que Jesús les prepara descubren que es el mismo que estuvo con ellos durante su ministerio público, el mismo que les envió a predicar, el que hace fecundo su trabajo y les acompañará hasta el fin de los tiempos.

            Este domingo, en la catedral, celebraremos la eucaristía de inicio de la etapa diocesana del sínodo reconociendo que el Señor convoca a su Iglesia para iluminar su camino. Cada cristiano está llamado a colaborar con él y ofrecerle el fruto de sus trabajos, sus logros y fracasos. Cristo le invita a participar en su mesa donde nuestras inquietudes, dudas y temores son iluminados con la luz de la Resurrección. Si esto es así, no tenemos derecho al desaliento ni a mirar el futuro con incertidumbre. Cristo está presente en la Iglesia, nos escucha, conforta y envía al mundo. Pero hay una condición previa: confiar en él. El sínodo es una ocasión extraordinaria para crecer en la fe y en la corresponsabilidad en la misión recibida de Cristo que cada día se renueva al escuchar su palabra y compartir su mesa. Como dice Francisco, «celebrar un sínodo es siempre hermoso e importante, pero es realmente provechoso si se convierte en expresión viva del ser Iglesia».

+ César Franco

Obispo de Segovia


Solo quien tiene clara la meta acertará al escoger el camino. Así podríamos sintetizar el mensaje del evangelio de este domingo. San Marcos presenta a Jesús «cuando salía al camino». El camino es un símbolo de la vida de Jesús y de la vida de los hombres. Ponerse en camino es la actitud sapiencial de quien busca la felicidad de una vida plenamente realizada. Recuérdense los versos que inician la Divina Comedia de Dante: «A mitad del camino de nuestra vida…». Jesús camina hacia Jerusalén donde cumplirá la plenitud de su existencia muriendo y resucitando por los hombres. Un hombre le sale al camino y le plantea la pregunta más trascendental de la vida: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Todos conocemos la historia. Jesús le plantea el camino moral de los mandatos de Dios. El hombre confiesa haberlos cumplido desde su juventud. El Maestro da un paso más y le invita a vender sus bienes, darlo todo a los pobres y seguirle a él. Ante esta exigencia, el hombre «se marchó triste porque era muy rico». No se nos dice cuánta era su hacienda ni cuál su propósito de vida con aquellos bienes. Sencillamente, se marchó triste. El deseo por heredar la vida eterna quedó sofocado por los bienes de este mundo.

            Jesús aprovecha la ocasión para ilustrar a sus discípulos sobre la dificultad que conllevan las riquezas para alcanzar la meta deseada: ¿Bienes perecederos o vida eterna? ¿Alegría verdadera o tristeza de lo efímero? Este buen hombre del evangelio desaparece sin dejar rastro, como una figura fantasmal que sirve para plantear a los lectores la cuestión crucial de la existencia. Hay que reconocer que esta inquietud por la vida eterna se plantea con poca frecuencia en la sociedad actual. Vivimos enfrascados en nuestros deseos más inmediatos y terrenos. La pregunta sobre la eternidad no se plantea con la pasión de los grandes filósofos y sabios. Vivir es una cuestión del momento, es el «carpe diem» de la satisfacción inmediata de los deseos más primarios y placenteros. Sin embargo, el hombre no puede —¿o no debe?— olvidar que está en camino. Cada día que pasa es un día menos, y a medida que se acerca a la meta se hace más imperiosa la pregunta: ¿Hacia donde voy? ¿Cuál es mi término? Es imposible silenciar el grito del alma sobre su destino.

            Jesús no solo anima a plantearse esta pregunta —¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?—, sino que ofrece el «camino» que conduce a la meta. No es extraño, pues, que el libro de los Hechos de los Apóstoles defina a los primeros cristianos como los que «pertenecían al Camino». Esta expresión aparece precisamente cuando Saulo de Tarso caminaba a Damasco para perseguir a los seguidores de Jesús. En ese camino el Señor resucitado se le presenta, le derriba del caballo y le hace suyo. Parece decirnos esta escena que el Camino es Cristo, según él mismo se define en el evangelio de Juan. Jesús salió al encuentro de Saulo «mientras caminaba», y Saulo se convirtió en discípulo y apóstol. Cambió sus «riquezas» —historia, formación, títulos de gloria en el judaísmo— por el seguimiento del Resucitado. Iba por un camino errado y halló la verdadera senda: la persona de Jesús.

            Es verdad que también en el seguimiento de Jesús puede haber intereses de este mundo. Así lo muestra Pedro cuando, en el evangelio de este domingo, hace valer ante Jesús que él y sus compañeros lo han dejado todo por seguirle. Es evidente que esperaba alguna recompensa especial. Y Jesús le confirma que, en efecto, quienes dejen todo por seguirlo recibirán cien veces más (con persecuciones) y, en la edad futura, la vida eterna. He ahí el camino hacia la meta.

+ César Franco

Obispo de Segovia.

Sábado, 09 Octubre 2021 18:26

UN MERECIDO RECONOCIMIENTO


La Orden de Malta reconoce los servicios prestados por el sacerdote segoviano Juan Pablo Martín Nieva, a dicha institución.

Nos complace comunicar que la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta ha acordado conceder la Gran Cruz al Mérito Melitense Pro Piis Meritits, al sacerdote segoviano Juan Pablo Martín Nieva, según reza en la carta enviada por el presidente de la Asamblea Española, Ramón Álvarez de Toledo y Álvarez de Builla, conde de Santa Olalla,  en atención a los méritos y circunstancias que concurren en su persona y, en particular, a la labor que con generosidad, esfuerzo y dedicación ejemplares, viene prestado a favor de la Orden de Malta desde hace largos años.

La entrega de la Cruz tendrá lugar el próximo domingo día 10 de octubre a las 12h. en la iglesia de la Veracruz.

Juan Pablo Martín Nieva, nació en Cantimpalos en 1934, cursó sus estudios en el Semanario de Segovia y fue ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1958. Un año estuvo como coadjutor de Riaza y servidor de Riofrío de Riaza. De 1959 hasta 1965 atendió pastoralmente las comunidades de La Velilla, Arahuetes, Valleruela de Pedraza, Orejana, Pedraza, La Rades y Pajares de Pedraza. En 1965 fue nombrado párroco de Zamarramala tarea que compaginaba con otras. Sus últimos servicios fueron: capellán del cementerio santo Ángel de la Guarda de Segovia y capellán de las religiosas clarisas de San Antonio el Real. Actualmente, dado su estado de salud, no ostenta ningún cargo pastoral y reside en la Casa Sacerdotal, de la que, en su momento, fue director.

Una de las actitudes de Jesús que le enfrentaron con los fariseos fue su relación con la ley mosaica. Para los judíos, Moisés era el supremo legislador porque había recibido directamente de Dios los preceptos de la ley. Con el tiempo, dichos preceptos habían dado lugar a diferentes interpretaciones y adaptaciones de manera que los fariseos discutían por llegar a su recta comprensión. Jesús, tenido por maestro, entraba en estas discusiones y los fariseos buscaban ocasión para sorprenderle y poder acusarle de detractor de la ley mosaica. Una de esas ocasiones es la que presenta el evangelio de hoy sobre el matrimonio. Los fariseos, con ánimo de tenderle una trampa, le preguntan si es lícito el divorcio. Y Jesús les replica con otra pregunta: ¿Qué ha mandado Moisés? Los fariseos le responden que Moisés permitió el divorcio dando a la mujer un acta de repudio. La trampa estaba tendida. Jesús no podía desautorizar a Moisés, aunque tampoco quería perder la ocasión de enseñar.

            La respuesta de Jesús revela no solo su sabiduría, sino la habilidad para sortear la trampa tendida. Dice así Marcos: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10,5-9). Al remontarse al momento de la creación, citando el texto del Génesis, Jesús apela al plan del Dios sobre Adán y Eva. El hombre y la mujer, considerados en su mismo origen, están hechos para llegar a ser una sola carne. Con esta expresión, el autor sagrado define la realidad natural del matrimonio tal como Dios ha pensado desde el principio. Sin decirlo expresamente, Jesús distingue entre el plan original de Dios y la adaptación que Moisés había hecho en lo referente al divorcio. Hablando en términos jurídicos, Jesús establece una distinción entre el derecho divino y la ley positiva de Moisés. Por otra parte, al apostillar que Moisés concedió el libelo de repudio debido «a la dureza de corazón» del pueblo judío, señalaba que la razón última de tal concesión era la incapacidad de entender el plan original de Dios.

            La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio se sitúa, por tanto, en el orden mismo de la creación o de lo que ha dado en llamarse ley natural o derecho natural, conceptos que la cultura actual ha puesto en entredicho. Las palabras últimas de Cristo no dejan lugar a dudas: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Es evidente que estas palabras son exigentes. Revelan por una parte la extraordinaria grandeza del amor humano que, en el matrimonio, convierte en una sola carne la realidad de dos personas. Salvaguardar esa comunión de vida, que entre cristianos se convierte en sacramento, es una exigencia del amor conyugal. El hombre y la mujer, que desean vivir la alianza íntima que Dios estableció al crearlos y ordenarlos uno al otro, saben que tienen que luchar cada día contra el peor enemigo de las relaciones humanas: el egoísmo. Lo que Jesús llama «dureza de corazón» es la cerrazón interior que incapacita al hombre a acoger la voluntad de Dios y vivir orientado a su cumplimiento. Cerrarse a la voluntad de Dios lleva consigo cerrarse también al otro, al más prójimo y cercano, que, en el matrimonio, es el propio cónyuge. Por eso Moisés se vio forzado a «suavizar» la ley de Dios mediante la concesión del divorcio. Pero Jesús, revelador supremo del Padre, recuerda que en el origen no fue así. Jesús corrige la ley mosaica, pero lo hace apelando al mismo Dios que se reveló a Moisés.

+ César Franco

Obispo de Segovia

Una de las actitudes de Jesús que le enfrentaron con los fariseos fue su relación con la ley mosaica. Para los judíos, Moisés era el supremo legislador porque había recibido directamente de Dios los preceptos de la ley. Con el tiempo, dichos preceptos habían dado lugar a diferentes interpretaciones y adaptaciones de manera que los fariseos discutían por llegar a su recta comprensión. Jesús, tenido por maestro, entraba en estas discusiones y los fariseos buscaban ocasión para sorprenderle y poder acusarle de detractor de la ley mosaica. Una de esas ocasiones es la que presenta el evangelio de hoy sobre el matrimonio. Los fariseos, con ánimo de tenderle una trampa, le preguntan si es lícito el divorcio. Y Jesús les replica con otra pregunta: ¿Qué ha mandado Moisés? Los fariseos le responden que Moisés permitió el divorcio dando a la mujer un acta de repudio. La trampa estaba tendida. Jesús no podía desautorizar a Moisés, aunque tampoco quería perder la ocasión de enseñar.

            La respuesta de Jesús revela no solo su sabiduría, sino la habilidad para sortear la trampa tendida. Dice así Marcos: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10,5-9). Al remontarse al momento de la creación, citando el texto del Génesis, Jesús apela al plan del Dios sobre Adán y Eva. El hombre y la mujer, considerados en su mismo origen, están hechos para llegar a ser una sola carne. Con esta expresión, el autor sagrado define la realidad natural del matrimonio tal como Dios ha pensado desde el principio. Sin decirlo expresamente, Jesús distingue entre el plan original de Dios y la adaptación que Moisés había hecho en lo referente al divorcio. Hablando en términos jurídicos, Jesús establece una distinción entre el derecho divino y la ley positiva de Moisés. Por otra parte, al apostillar que Moisés concedió el libelo de repudio debido «a la dureza de corazón» del pueblo judío, señalaba que la razón última de tal concesión era la incapacidad de entender el plan original de Dios.

            La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio se sitúa, por tanto, en el orden mismo de la creación o de lo que ha dado en llamarse ley natural o derecho natural, conceptos que la cultura actual ha puesto en entredicho. Las palabras últimas de Cristo no dejan lugar a dudas: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Es evidente que estas palabras son exigentes. Revelan por una parte la extraordinaria grandeza del amor humano que, en el matrimonio, convierte en una sola carne la realidad de dos personas. Salvaguardar esa comunión de vida, que entre cristianos se convierte en sacramento, es una exigencia del amor conyugal. El hombre y la mujer, que desean vivir la alianza íntima que Dios estableció al crearlos y ordenarlos uno al otro, saben que tienen que luchar cada día contra el peor enemigo de las relaciones humanas: el egoísmo. Lo que Jesús llama «dureza de corazón» es la cerrazón interior que incapacita al hombre a acoger la voluntad de Dios y vivir orientado a su cumplimiento. Cerrarse a la voluntad de Dios lleva consigo cerrarse también al otro, al más prójimo y cercano, que, en el matrimonio, es el propio cónyuge. Por eso Moisés se vio forzado a «suavizar» la ley de Dios mediante la concesión del divorcio. Pero Jesús, revelador supremo del Padre, recuerda que en el origen no fue así. Jesús corrige la ley mosaica, pero lo hace apelando al mismo Dios que se reveló a Moisés.

+ César Franco

Obispo de Segovia

(Domingo en el que se celebra la Jornada mundial del migrante y refugiado)

Un año más la iglesia y ciudad de Segovia celebra la fiesta de su patrona, la Virgen de la Fuencisla, después de una novena concurrida en la santa iglesia catedral. Los segovianos se han postrado con fe y devoción ante la «fuente que mana vida y dulzura». Han podido beber del manantial de sus virtudes desgranadas en la predicación del P. Salvador Ros, prior carmelita descalzo del convento de san Juan de la Cruz. Este domingo celebramos su fiesta con la alegría de hijos que siempre necesitan el amparo de la madre.

            En el himno de la Virgen, decimos que es manantial de «de vida y dulzura». Dos realidades que el hombre necesita experimentar cada día, pues la vida se torna con frecuencia en una dura prueba, que nos convierte en huérfanos y desamparados. De esto saben mucho los emigrantes y refugiados, muchos de ellos niños, jóvenes y ancianos, que esperan siempre la acogida de la «madre». Hoy precisamente celebramos la Jornada mundial del migrante y del refugiado, por lo que pedimos a María sus propias entrañas de Madre para atender las dramáticas y urgentes necesidades de estos colectivos, cada vez más numerosos. María sabe de ambas situaciones porque tuvo que salir de su tierra y refugiarse en Egipto con José para proteger al Hijo de Dios, fruto de sus entrañas.

            La Iglesia es Madre porque tiene en María su realización más perfecta. Lo femenino en la Iglesia está representado de forma eminente con dos palabras que Jesús utiliza para hablar de María: Mujer y Madre. Siempre ha llamado la atención que, en el evangelio de san Juan, Jesús se dirija directamente a María en dos ocasiones llamándola «Mujer». En Caná de Galilea, durante una fiesta de bodas, y en el Calvario, cuando pendía de la cruz. Jesús llama a María «mujer» porque en ella se cumple la realización de lo que fracasó en Eva y porque es el anuncio de la mujer nueva que brota de la redención de Cristo, la Hija de Sión que encarna las promesas de una vida nueva, en la que el pecado no tiene cabida. La desobediencia de Eva encuentra su contrapartida en el Ave con que el arcángel saluda a María. Llamándola mujer, en Caná y en el Calvario, Jesús anuncia que María encarna una maternidad nueva, la espiritual, llamada a congregar en torno a Cristo los hijos de Dios dispersos.

            María es la mujer sensible a las necesidades de los hombres, como manifestó en Caná. Y es la mujer que acoge, sin discriminar a nadie, a toda persona necesitada. Por eso, María es, no solo la plena realización de la Iglesia, sino el modelo de todo cristiano, que está llamado a participar también de su maternidad —toda la Iglesia es madre—, viviendo sus propias actitudes de comprensión, acogida y ayuda. Todos estamos llamados a ser «madres» de otros, en la medida en que los socorremos y abrimos nuestra casa a quienes necesitan salir de la orfandad, del desamparo, e incluso de la amenaza de la muerte. El lema de esta Jornada de migrantes y refugiados no puede ser más expresivo: «Hacia un nosotros cada vez más grande». La caridad hace posible pasar del yo al nosotros de forma que nadie se encuentre sin familia, sin casa ni patria. La familia de los hijos de Dios ensancha su capacidad de acoger y amar cada vez que mira a un hombre como hermano y se desvive por atenderle por participar de su propia carne. Así hizo el Hijo de Dios al compartir nuestra sangre y carne (cf. Heb 2,14).  Que la fiesta de la Fuencisla nos convierta en manantiales de vida y dulzura, como ella, de forma que ofrezcamos a los demás lo que tan gratuitamente hemos recibido de Dios a través de María. Entonces la alabaremos no solo con los labios, sino con el corazón.

+ César Franco

Obispo de Segovia.