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Domingo, 20 Mayo 2018 19:41

«Para esto he salido» , V TO

Hay cristianos que apenas oran. Orar, lo que se dice orar. Quizás rezan algunas oraciones que aprendieron de pequeños, lo cual es muy bueno, sin duda alguna. Pero orar es algo más. No basta con recitar oraciones con los labios. Se trata de orar con todo el ser, abrirnos a Dios, dejarnos abarcar por su mirada y reconocer que nos envuelve su amor infinito de Padre.

En el evangelio de este domingo, se narra una jornada de Jesús, casi con la precisión de una crónica de alguien que le sigue y toma nota de sus actos. Es una jornada intensa, llena de actividad. Después de haber asistido al culto en la sinagoga, Jesús se aloja en casa de Pedro y su hermano Andrés. La suegra de Pedro estaba con fiebre y Jesús, tomándola de la mano, la cura. Ella, de inmediato se pone a servirles a la mesa. Como era sábado, y el descanso era obligatorio, permanecieron en casa hasta la puesta del sol, momento en que terminaba la obligación de descansar. La gente de Cafarnaún aprovechó para llevar sus enfermos a Jesús para que los curara, al tiempo que escuchaban su enseñanza. Dice el evangelista que toda la ciudad se agolpó a la puerta. Es fácil imaginar que Jesús dedicaría a las personas su atención, escucharía sus necesidades, y les ofrecería la salvación que buscaban.

A continuación, se narra que Jesús se levantó de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, y se fue a un descampado para orar. Al descubrir que Jesús no estaba en su lecho, los discípulos fueron a buscarlo y le dijeron: «Todo el mundo te busca». Da la impresión de que también la gente había madrugado para encontrarse de nuevo con Jesús y estar con él. La respuesta de Jesús, sin embargo, abre nuevos horizontes de su actividad. Jesús les manifiesta su deseo de ir a las aldeas cercanas a predicar la buena noticia; y añade la razón: «para esto he salido». No se refiere Jesús a salir de la casa de madrugada, ni de Cafarnaún: el verbo «salir» se refiere a su origen último, es decir, al Padre. «Salí del Padre, dice en Juan, y vuelvo al Padre». Su lugar por excelencia es el Padre.

La vida de Jesús se mueve entre dos polos: el Padre y los hombres. Por eso, necesita encontrarse con su Padre en la oración y busca el momento de la soledad que le asegura el encuentro con él. Cuanto hace tiene su origen en el Padre. Predicar y sanar a los enfermos es la  misión que ha recibido de él. Para Jesús, la oración es esencial porque necesita estrechar los lazos con quien le ha enviado. Su salida de Dios en la encarnación deja intacta la conciencia de su origen y busca el momento adecuado para avivar su amor al Padre.

Si esto hace Jesús, el Hijo de Dios, que vivía siempre unido a su Padre, ¿qué no debemos hacer nosotros? La vida del hombre no se reduce a la acción. Es un equilibrio entre acción y oración. Jesús, actuando así, enseña que también  nosotros debemos volver a la fuente de nuestro ser, sin el cual podemos perder el sentido de quiénes somos y de nuestra misión en el mundo. Ante el ejemplo de Jesús, resultan poco convincentes las excusas: no tengo tiempo para orar, no me dice nada la oración, no siento la necesidad de encontrarme con Dios, pues tengo que hacer muchas cosas… Si somos sinceros, reconoceremos que nos engañamos cuando pensamos así. Es cuestión de marcar prioridades. Nuestra vida, como la de Jesús, se mueve entre dos polos: Dios y los hombres, nuestros hermanos. Vivir entregado a los demás, y hacerlo con verdad y constancia, requiere fuertes dosis de encuentro con Dios en la oración. Si no queremos que la cultura dominante nos devore con las urgencias que nos marca y vivir como activistas sin norte, necesitamos buscar a Dios con todo el ser porque de él venimos y a él vamos.

+ César Franco

Obispo de Segovia.

El evangelio de hoy narra el primer milagro que, según Marcos, hizo Jesús en la sinagoga de Cafarnaún: la curación de un endemoniado. Este evangelista, que pasa por ser el más sobrio, posee un especial arte narrativo. La escena transcurre con toda normalidad: Jesús entra en la sinagoga como cada sábado y comienza a enseñar. Dice Marcos que la gente quedaba asombrada porque enseñaba con autoridad y no como los escribas. Sin embargo, Marcos no dice en qué consistía la autoridad de Jesús. De repente, un hombre que tenía un espíritu inmundo comenzó a gritar: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quien eres: el Santo de Dios». Llama la atención que primero se dirija a Jesús en plural y después lo haga en singular. El espíritu inmundo pertenece a un grupo, no es un espíritu aislado, forma parte de los ángeles caídos que ven en Jesús el comienzo de su ruina. Conocen perfectamente la identidad de Jesús, aún no revelada: el Santo de Dios. 

            Jesús, dirigiéndose a él, le manda callar y salir del hombre. Aquí reside su autoridad. Por eso, el evangelista, concluye su relato con estas palabras: «Todos se preguntaban estupefactos: ¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y le obedecen». La autoridad de Jesús no queda en las palabras. Se manifiesta en las obras que avalan su enseñanza. Si leemos con atención el evangelio de Marcos, observamos que, poco antes de narrar este milagro, Jesús es tentado por Satanás en el desierto. Ahora, el evangelista, introduce más dramatismo en la liberación del poseso. Su pedagogía es clara: Jesús ha venido a acabar con el imperio del mal, manifestado en la influencia del Maligno. Al terminar el Padrenuestro, Jesús nos enseña a pedir: «Y líbranos del Malo». La gente, incluso sus enemigos, comprendieron enseguida que en Jesús se manifestaba un Maestro cuya autoridad superaba con creces la de los escribas. Su enseñanza era nueva, porque venía acompañada de una potestad sobre el mal completamente inédita. En él se hacía presente el Bien absoluto y el mal empezaba a perder dominio, energía y terreno.

            Hoy el diablo produce risa. Para muchos, incluso creyentes, es una simple figura retórica que simboliza el mal. Otros lo consideran un invento judeocristiano para explicar el mal del mundo, pero «invento» al fin y al cabo. Jesús, sin embargo, se lo tomó en serio. Experimentó su cercanía en las tentaciones y entendió su ministerio como una lucha contra él, a quien llama padre de la mentira y príncipe de este mundo. La acción salvífica de Jesús no se entiende sin esta clave de oposición radical al Adversario que intenta perder al hombre. Cualquiera que se haya tomado en serio la vida espiritual sabe que el mal existe, no como una abstracción, sino personificado en alguien, y comprenderá las célebres palabras de Bernanos en su novela Bajo el sol de Satán: «El mal, lo mismo que el bien, es amado por sí mismo, y servido».

            En la novela de W.P. Blatty, El exorcista, el jesuita mantiene una conversación con la madre de la niña sanada, que se confiesa no creyente. A pesar de la sanación, la madre sigue sin creer en Dios y dice: «Si a uno se le ocurre pensar en Dios, tiene que imaginarse que existe uno; y si existe, debe necesitar dormir millones de años cada vez para no irritarse. ¿Se da cuenta de lo que quiero decir? El nunca habla. Pero el diablo no hace más que hacerse propaganda». No es cierto. Dios no duerme ajeno al sufrimiento. Ha hablado por su Hijo, Jesús, que ha venido a acabar con el Maligno y sus obras. Es un drama inmenso que no merece la risa.

+ César A. Franco

Obispo de Segovia.

Domingo, 20 Mayo 2018 19:32

«Pescadores de hombres» , III TO

            La primera acción de Jesús, después de anunciar que el tiempo se había cumplido y el Reino de Dios estaba cerca, fue llamar a los primeros apóstoles - Pedro y Andrés, Juan y Santiago – que eran pescadores en el lago de Tiberiades. Jesús pasa junto a ellos, los llama y, con total disponibilidad, dejan las redes, las barcas y - en el caso de Santiago y Juan - a su padre Zebedeo, y siguen a Jesús. Se trata de una llamada a algo muy concreto que deberán realizar de una manera subordinada a Jesús, como dicen sus palabras: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres».

            Es muy llamativo que aquellos pescadores siguieran a Jesús tan prestamente, sin preguntar nada sobre el significado del trabajo que se les proponía, sin indagar siquiera sobre las condiciones de su vida. La autoridad de Cristo domina la escena y su palabra resulta eficaz una vez pronunciada. En cierto sentido, todo parece indicar que el Reino anunciado por Jesús tiene una fuerza de atracción irresistible. Sus primeras palabras - «convertíos y creed en el evangelio» - encuentran en aquellos pescadores la respuesta inmediata. «Marcharon, dice el relato, en pos de él», tal y como había pedido.

            El evangelio da a entender que «pescar hombres» es la tarea misma de Jesús, que quiere compartir con sus apóstoles. Por ello, deben ir siempre en pos de él, para aprender un oficio tan sumamente exigente y delicado. Oficio que se aprende sólo en la escuela de quien ha creado al hombre y conoce sus resortes más íntimos y sus habilidades para no dejarse pescar. Porque si los peces son escurridizos, ¡qué decir del hombre! Ser pescador de hombres para introducirlos en el Reino de Dios es la tarea más hermosa y comprometida que puede haber en este mundo. Si es que entendemos el valor de un solo hombre para Dios. Nadie podría hacer esto sin aprender de Jesús. El cardenal Jean Danielou, que dedicó gran parte de su vida, como jesuita y predicador, a este oficio de «pescador de hombres», dice en sus memorias: «Lo más divino entre las cosas divinas es cooperar con Dios en la vida de las almas... El Espíritu que transfiguró la humanidad de Cristo, fue difundido por El y trabaja en el interior de la humanidad para suscitar lo que yo suelo llamar la existencia espiritual. El es quien garantiza, por encima de cualquier acontecimiento, el éxito auténtico: el de la gracia, la santidad y el amor».

            Si analizamos de cerca la vida de Jesús, comprendemos por qué lo primero que hizo fue llamar junto a sí a hombres que, una vez resucitado, serían investidos de su propia autoridad para dedicarse a pescar hombres. En el trato de Jesús con la gente, se aprende a valorar al hombre, a respetar su libertad, a comprender su grandeza y miseria entrelazadas, y, sobre todo, a provocar en él, mediante el arte del diálogo, la inquietud por la vida eterna, la única que puede hacer feliz a quien ha sido creado para ella. Jesús amaba al hombre con pasión, tanto si era justo como pecador. Sólo buscaba su bien, su plenitud. Y aunque el hombre se le escurriese entre sus manos, como los peces en el agua, no cejaba en su intento de pescarlo para Dios, aunque tuviera que sufrir los calores del mediodía en el pozo con la samaritana o reunirse en tertulias nocturnas con Nicodemo, o invitarse él mismo a casa de Zaqueo. Porque lo que estaba en juego era la salvación de una persona, que valía toda la sangre que un día habría de derramar en la cruz.

            «Pescadores de hombres». ¿Por qué escasean hoy tantos? ¿Habrá dejado de llamar Jesús? No lo creo. ¿Produce vértigo dejarlo todo y seguir en pos de él? Es posible. Pero lo más certero es que no miramos al hombre con la lucidez de Jesús.

+ César Franco

Obispo de Segovia.

           

Domingo, 20 Mayo 2018 19:30

«Y lo llevó a Jesús», II TO

 

El evangelio de este domingo narra el encuentro de Jesús con dos de sus apóstoles. La iniciativa parte del Bautista que, señalando a Jesús, dice: Este es el cordero de Dios. Juan y Andrés se interesan por Jesús, le preguntan dónde vive y, a la invitación de éste, le acompañan y pasan con él aquel día. Siempre me he preguntado qué sucedería en aquel primer encuentro para que salieran convencidos de que era el Mesías. Primero lo llaman Maestro; pero cuando Andrés encuentra a su hermano Pedro, le dice: hemos hallado al Mesías. Aquel primer día con Jesús supuso una revelación de su persona, que marcó para siempre la vida de los dos apóstoles.

            Andrés no se contenta con decir a Pedro que ha encontrado al Mesías, sino que «lo llevó a Jesús». Podemos decir que en ese momento empieza a funcionar el contagio de la fe, o, con palabra más clásica, el apostolado, que consiste en llevar la gente a Jesús. Si lo hizo Andrés por propia iniciativa o por consejo de Jesús no importa mucho; el hecho es que Andrés no pudo contener su hallazgo y lo comunica de inmediato a su hermano Pedro. Y lo llevó a Jesús. Comienza así una serie ininterrumpida de encuentros que en cierto sentido forman una oculta trama del cuarto evangelio. Cuando la samaritana descubra que Jesús es un gran profeta, correrá a su pueblo para comunicar a los vecinos la alegría de su encuentro. No la puede reprimir. Está feliz con su hallazgo y experiencia.

            En el encuentro de Pedro con Jesús, éste se le queda mirando fijamente y le dice: «tú eres Simón, hijo de Jonás, tú te llamaras Cefas, que significa piedra». Jesús le hace ver que lo conoce, y le indica su destino. Será la piedra, el cimiento de su iglesia. En estos primeros encuentros el evangelista está desvelando cuál es el plan de Jesús: constituir la Iglesia. No olvidemos que la palabra iglesia significa convocatoria. Es Jesús quien funda la iglesia, él es quien convoca.

            Jesús invita a la relación directa con él y les hace ver que le interesa su destino futuro. Más adelante se narra el encuentro con Natanael y con otros personajes que descubrirán en Cristo el sentido de su existencia. El evangelio es la historia del encuentro de Dios con los hombres que nos sale al paso en su Hijo. Siempre hay alguien que nos habla de él, un testigo, y siempre hay un encuentro personal con Jesús que nos invita a seguirle. En el testigo se supone la experiencia vivida, sin la cual su testimonio no será convincente. En el hombre, sería deseable la apertura para acoger a Cristo. Este proceso está muy bien descrito en el pasaje de la samaritana cuando los vecinos de su pueblo, al conocer personalmente a Jesús, que convivió con ellos dos días, dicen a la mujer: «ya no creemos por tus palabras, nosotros hemos visto y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4,42).

            Hoy se habla mucho de evangelización y transmisión de la fe. Creemos que todo depende de estrategias y marketing. Nada dice el evangelio de esto. La difusión del cristianismo en los primeros siglos se realizó de persona a persona, como dice el Papa Francisco. La fe es una vida que se trasmite de manera sencilla, directa, testimonial. Nos falta convicción para creer que Jesús atrae a la gente hacia sí; valentía para proponer acercarse a Cristo; y confianza en el hombre que puede abrirse a la fe cuando descubre a Cristo. Todo lo demás son excusas para evitar el riesgo de comunicar a otros lo que hemos vivido cuando encontramos la perla o el tesoro escondido, que es el mismo Jesús, porque tenemos miedo de no tener éxito. Si fuese así, es que, aunque seamos cristianos de toda la vida, quizá todavía no hemos pasado de verdad un día entero con Jesús.

+ César Franco

Obispo de Segovia

           

           

           

 

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Majestad, sed bienvenida.

Vuestra presencia nos honra y nos alegra, conocedores como somos de vuestro interés por el Arte y de vuestra estima por las exposiciones de las Edades del Hombre. Señora, en nombre de la diócesis de Segovia y de todos los presentes os agradezco vuestra presencia.

Saludo cordialmente a los Excmos. Srs. y Sras, Presidente de la Junta de Castilla, Presidenta de las Cortes, Delegada del Gobierno, Alcalde de Cuéllar y al resto de las autoridades civiles, militares y académicas.

A mis hermanos obispos, al Emmo. Sr. Cardenal presidente de la CEE y Arzobispo metropolitano de Valladolid, Mons. Ricardo Blázquez; al Presidente de la Fundación de las Edades del Hombres, Excmo. Mons. Jesús García Burillo, Obispo de Ávila, y al resto de los Obispos miembros del patronato de la Fundación que nos acompañan.

Agradezco la presencia del Subsecretario del Pontificio Consejo de la Cultura, en representación de su Presidente, el Emmo. Sr. Cardenal Ravasi, quien ha tenido la deferencia de patrocinar esta edición de las Edades del Hombre.

Una edición de las Edades del hombre es fruto de muchos esfuerzos y generosas colaboraciones, que bien conocen el Secretario general y el equipo de la Fundación, así como su Comisario, Don Miguel Ángel Barbado, a quienes agradecemos su trabajo.

Es fruto de la comunión entre las diócesis, las que forman parte del Patronato, que han aportado obras extraordinarias, y otras más que se han sumado a embellecer con piezas maestras esta hermosa muestra en la noble villa de Cuéllar, denominada «capital del mundo mudéjar», e «isla mudéjar en mar de pinares». Quiero agradecer, como obispo de Segovia, y segoviano de oficio, aunque no de nacimiento, las ayudas y patrocinios de La Junta de Castilla y León, compañera de viaje a través de las Edades del hombre, viaje que nos lleva a las raíces espirituales de nuestro pueblo, que ya desde el primer latido de expansión del cristianismo, recibió el evangelio, cuya fuerza fecundó nuestras tierras. El arte cristiano no es sólo exponente del espíritu humano, transido por la belleza trascendente de Dios, sino exponente inequívoco de la pasión por ofrecer al mundo la única belleza que nos salva, según Dostoiewski, la belleza de Cristo, el más hermoso de los hijos de los hombres. Contribuir a exponer este arte para que transfigure a sus visitantes es muy de agradecer especialmente en esta sociedad en que lo cristiano no goza de la estima que merece y que llevó a los más grandes artistas de nuestra historia a crear un patrimonio que enriquece a toda la humanidad. Es de agradecer a entidades como Bankia, MOLEIRO, CONSEJO REGULADOR –denominación de Origen- RIBERA DEL DUERO, ARTISPLENDORES, GRUPO SIRO, ONCE Y RENFE, la sensibilidad para apostar por el arte, que es como apostar por el perfeccionamiento del hombre y la reconciliación de la humanidad con el misterio que la religa con Dios, y que permite al hombre atravesar las «edades» del mundo dejando la huella de lo divino.

Reconciliación es precisamente el lema de esta edición, palabra que evoca una necesidad urgente en nuestra época lacerada por divisiones, guerras, odios fratricidas y la terrible lacra del terrorismo que el Papa Francisco ha denominado como una guerra mundial a pedazos. El arte, como tarea espiritual, es medio de reconciliación entre culturas, pueblos e individuos, y medio de elevación hacia la cumbre de lo humano. Por eso, se destruye el arte cuando se busca esclavizar al hombre y borrar las creaciones de su espíritu. Decía Kandisky que «los períodos en que el arte no tiene representación de altura, en que falta el pan transfigurado, son períodos de decadencia en el mundo espiritual».

Con su mano tendida al hombre, Cristo le ha reconciliado con Dios y, al mismo tiempo, consigo mismo y con los demás. Reconciliar o establecer la paz son verbos sinónimos que describen en la Biblia la acción de Dios y de Cristo. La exposición de Cuéllar toca, pues, el núcleo más potente del cristianismo, que no tiene parangón en ninguna otra religión. Las obras de arte de esta exposición se explican desde el anhelo que el hombre tiene de ser reconciliado y de reconciliar, es decir, de ofrecer esperanza al hombre asediado por una cultura de muerte, cuyos efectos devastadores pueden hacernos creer que el hombre no tiene remedio ni salvación. No es así. Dios no teme «que se sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas de tus noches» (Dámaso Alonso). No teme a la muerte por insistente y amenazadora que se nos muestre, porque ha venido a tender la mano al hombre, lo ha agarrado fuertemente y nada ni nadie le soltará de su mano. Basta con que se deje reconciliar. Por todo ello, Majestad, Sras. y Srs. auguro mucho éxito a esta nueva edición de las Edades del Hombre. Muchas gracias. 

Discurso proclamado por nuestro obispo D. César Franco el día 24 de abril de 2017 con motivo de la inauguración de las Edades del Hombre.

 

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Viernes, 26 Enero 2018 10:31

In aedificationem vestram

«In aedificationem vestram»

Homilía en la misa exequial de Mons. Luis Gutiérrez Martín

Obispo emérito de Segovia.

23 de Junio de 2016.


            «Este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy, y contemplen mi gloria». Estas palabras de Jesús, que acaban de ser proclamadas, son las más consoladoras que podemos escuchar en estos momentos. Jesús expresa su deseo, y pide al Padre la gloria para los que son suyos. Hoy la pide para nuestro hermano, el Obispo Luis, a quien ha llamado a su presencia.

Saludo  a mis queridos hermanos en el episcopado, Sres. Cardenales, Arzobispos y Obispos. De modo especial saludo a nuestro arzobispo metropolitano, Don Ricardo Blázquez, y a mi predecesor en esta sede, Don Ángel Rubio. Saludo también al Padre Provincial de los Misioneros Claretianos, al Prior de los Jerónimos, de cuya Orden fue Asistente General Don Luis Gutiérrez; a todos vosotros, hermanos sacerdotes. Saludo a los hermanos y familiares de Don Luis, a la Presidenta de las Cortes de Castilla y León y dignas autoridades; y a todos vosotros religiosos y laicos de esta amada diócesis de Segovia.

            El Señor nos ha convocado esta tarde para celebrar la muerte en Cristo de nuestro querido Obispo emérito de Segovia, Mons. Luis Gutiérrez Martín, el Padre Luis como era más conocido popularmente, al menos en Madrid.

Después de una penosa enfermedad, soportada con serenidad, paciencia y abandono en las manos de Cristo, rodeado del amor de su familia y de su Congregación de misioneros claretianos, el Señor ha cumplido sus deseo de partir hacia Él. En la visita que le hice en el hospital después de su primera intervención quirúrgica, me dijo con clara conciencia: Ya he hecho todo lo que tenía que hacer, no tengo miedo a la muerte, espero que el Señor me lleve con él. El Señor ha cumplido su deseo y ha consumado en él su obra.

Esa obra comenzó en el bautismo, momento en que los cristianos somos sumergidos en la muerte y resucitamos a la vida nueva. Gracias a esta muerte, ésta de ahora, la física, no tiene poder sobre Don Luis y sobre nosotros porque nuestra naturaleza pecadora, como ha dicho san Pablo, quedó destruida por el poder de Cristo. En nosotros habita el Espíritu de la Resurrección, gracias al cual los restos mortales de Don Luis resucitarán según la imagen del cuerpo glorioso de Cristo. Es verdad que la muerte nos aflige por la separación de quienes amamos, pero no puede arrebatarnos la certeza de que quienes mueren en el Señor, viven con él. Para Dios, dice la Escritura, todos están vivos.

Ahora, con la oración y el afecto de esta diócesis, que gobernó con entrega y dedicación de pastor fiel, encomendamos a la infinita misericordia de Dios su alma al tiempo que le damos gracias por su persona y su ministerio. No es el momento para elogios fúnebres, contrarios al espíritu de la liturgia, ni tampoco el lugar de recordar su currículum al servicio de la Iglesia, como misionero claretiano, como obispo auxiliar de Madrid y como titular de esta sede de Segovia, en la que nació. Don Luis no era dado a honras ni adulaciones. Austero de carácter y de estilo de vida, dedicó todas sus energías, como profesor de derecho, padre provincial, Asistente general de la Orden Jerónima y Obispo, a la edificación de la Iglesia. Su lema episcopal, tomado de las palabras de san Pablo, «para vuestra edificación», da la clave de cómo entendió su vocación misionera y su ministerio episcopal. Permitidme, pues, que ponga de relieve lo que entre los cristianos debe ser una nota distintiva de nuestra conducta: la mutua edificación. «In aedficationem vestram». Sólo así no perderemos nunca la memoria de quienes nos han precedido en la fe y han sido un estímulo hacia la santidad de vida.

            «Edificar la Iglesia». ¡Qué hermosa tarea! Ninguna otra puede rivalizar con ella en este mundo. Fue la misión de Cristo: construir una casa que albergara a la humanidad entera: La casa de Dios que es la Iglesia. Como decían los Santos Padres, el mundo ha sido creado para ser Iglesia. Don Luis entendió sus diversos ministerios, desde su dedicación al estudio y enseñanza del derecho hasta su ministerio de obispo, como un servicio a la edificación de la Iglesia para la salvación de los hombres. Nunca perdió su vocación misionera y afán para que el Evangelio llegara a los confines del mundo. Como bien sabéis, una vez aceptada por el Papa su renuncia a esta sede, marchó a Guatemala para consolidar su fundación al servicio de niños, muchachos y ancianos pobres y trabajar en diversos ministerios que le confió el Vicario apostólico de Puerto Barrios. «Nadie podía pensar, escribía a un sacerdote de esta diócesis, que al cabo de 20 años me iba a encontrar como misionero. Pero así son los designios del Señor». Su ardor misionero, como hijo de san Antonio María Claret, no cesó nunca. Cuando la salud se resintió y volvió a España, era frecuente encontrarlo en el confesonario de la parroquia de los claretianos en la calle Ferraz atendiendo a los penitentes. Permítanme que cuente una anécdota personal que, sin duda, sirve para nuestra mutua edificación: En la penúltima crisis de salud, que sufrió hace pocos años, durante una comida de obispos en el seminario de Madrid, me dijo que había estado a punto de morir, y añadió con sencillez y lágrimas en los ojos: «sólo me pesa no haber amado más al Señor y presentarme ante él con las manos vacías».  No supe qué responder, impactado por la confidencia: sólo le dije: Dios sabe muy bien todo lo que Él ha puesto en sus manos. Detrás de su apariencia austera, típica del carácter castellano, se escondía un corazón sencillo y tierno, capaz de humildes y sinceras confidencias. Un corazón caritativo, sensible a las necesidades de los demás, como saben bien muchos segovianos. Ayer recibí el testimonio escrito de un profesor colaborador del hogar fundado por Don Luis. Contaba admirado de que, a pesar de sus ochenta años, siguiera incansable en la búsqueda de recursos económicos para sus hogares. Y le preguntó: «Monseñor, ¿cuál fue en su corazón la disposición a venir a esta tierra a construir este hogar para nuestros niños? Y él, de una manera muy especial y con mucha sencillez y humildad me dijo: Profesor, San Juan de la Cruz dijo un día: En el atardecer de mi vida, me examinarán del amor».

            La vida de Don Luis ha llegado a su atardecer, al examen del amor. El dolor por  su muerte va a la par de la gratitud que le debe esta Iglesia de la que fue Pastor. Dios conoce los trabajos que ha llevado a cabo para edificarla entre gozos y dificultades. El ministerio del Obispo está marcado por la contradicción del mismo Cristo. Edificar la Iglesia no se hace sin sufrimientos y sin cruz. San Pablo habla de los «dolores de parto» por alumbrar a la vida nueva en Cristo; de las «debilidades» sufridas en el ejercicio de su ministerio, debilidades que no son de orden sicológico y moral, sino apostólicas, es decir, las que tiene que padecer por el Evangelio. Nada debe extrañar, por tanto, que Cristo nos marque con su cruz, sin la cual es imposible alcanzar la gloria. «¿No era necesario que el Mesías padeciera para entrar así en la gloria?, pregunta Jesús a los de Emaús (Lc 24,26). Y san Pablo, exhortando a sus discípulos les decía que «hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios» (Hch 14,22)

La Iglesia de Segovia se ha edificado durante los doce años del pontificado de Don Luis no sólo con las obras visibles que de sus manos, como por ejemplo la organización y construcción de la nueva Curia, la creación de las unidades pastorales y el cuidado del patrimonio, sino por aquellas obras que nadie ve, porque acontecen en el corazón del pastor, sin las cuales no es posible entender la vida de un obispo. La edificación de la Iglesia se realiza al compás de la edificación de uno mismo, que, unido a Cristo, vive la misión de evangelizar con las actitudes internas de su Señor. Este proceso de identificación con él llega a su término en el momento de morir, cuando el Señor viene a buscarnos para conducirnos a la morada preparada por él. El Señor ya tiene a Don Luis para siempre.

            Al final de su vida, como os decía, Don Luis ha pasado por la prueba del sufrimiento, prueba que ha servido también para su edificación espiritual (acompañada frecuentemente con el desmoronamiento físico) y para la nuestra. También desde el sufrimiento y la enfermedad ha edificado esta querida Iglesia. Sólo Dios conoce hasta qué punto. Si se desmorona este edificio nuestro, alcanzamos uno en los cielos, una morada nueva, que no es sólo para nosotros sino para la gloria del Cristo total, formado por la Cabeza y los miembros. La muerte de Don Luis, unida a la de Cristo es un paso hacia la gloria, la gloria de quien no se ha servido a sí mismo sino al Señor y a la Iglesia. Las palabras de Cristo en el Evangelio que hemos escuchado no pueden ser más consoladoras: «Padre, éste es mi deseo, que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo» (Jn 17,24). Esta es la gloria que pedimos para quien fue nuestro Obispo, la gloria de ver cara a cara a su Señor. Esta es nuestra certeza, que la muerte no puede arrancar de las manos de Cristo nada de lo que es suyo, de lo que el Padre le ha dado. Y don Luis era parte de ese legado, uno de los que el Padre ha dado a Cristo. El beato Pablo VI decía, un año antes de morir, que la muerte era un progreso en la Comunión de los santos. Hermanos y hermanas, este es el progreso que pedimos para nuestro hermano Don Luis: entrar en la plena comunión de los santos donde cante eternamente las misericordias del Señor. Es Cristo mismo quien expresa este deseo y actualiza ahora a favor de Don Luis su sacrificio redentor.

            En esa comunión, María ocupa un puesto central como Reina de todos los santos. Bien lo saben los Hijos del Corazón Inmaculado de María, a quien san Antonio María Claret consagró su obra. Que María, Nuestra Señora de la Fuencisla y Virgen de la Paz, presente a este hijo suyo, Don Luis, a Cristo Pastor y Obispo de nuestras almas, para que reciba de sus manos la corona de gloria de no se marchita por haber cuidado de su Iglesia como servidor bueno y fiel. Amén.         

 

 

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Viernes, 26 Enero 2018 10:30

Ungidos por el Señor

Ungidos como el Señor

Homilía para la misa crismal

Segovia, 21 de Marzo de 2016

            Nos reunimos hoy con inmenso gozo como Iglesia diocesana para celebrar solemnemente la salvación de Cristo que en estos días se hace aún más patente ante nuestros ojos. Esta misa, llamada crismal, hace presente a Cristo como el Ungido de Dios. Su nombre, Cristo, nos remite a la unción del Espíritu que recibió en su naturaleza humana para poder trasmitir a los hombres la vida del Espíritu, la salvación y la inmortalidad. Nos llamamos cristianos porque Jesús, el Señor, nos ha dado parte en su misión de ungido, y ha querido que el Crisma del Espíritu descienda desde él, que es la Cabeza, a todos los miembros para que se manifieste a todo el mundo que somos su Cuerpo y poseemos su misma vitalidad salvífica. La Iglesia aparece hoy como un pueblo sacerdotal, es decir, consagrado a Dios, para llevar adelante la infinita misericordia de Dios, manifestada en Cristo. La unidad del presbiterio, y de los fieles cristianos con el obispo, manifiesta por sí misma el «signo» de la alianza de Dios con su Pueblo. A través de este pueblo, la humanidad será ungida por el Espíritu que es Amor. Alegrémonos y digamos con el salmo 133: «Ved que dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza, que va bajando por la barba de Aarón hasta la franja de su ornamento» (1-2). Vivamos esta unidad, hermanos, reflejo de la comunión trinitaria para que, a ejemplo nuestro, los hombres se sientan llamados a unirse a nosotros y a vivir como familia de Dios.

            En el centro de esta significativa liturgia se encuentra el aceite, fruto del olivo, criatura de Dios que se convertirá  por la acción de Cristo en cauce de salud, fortaleza, energía, medicina, belleza y suavidad. El aceite cura las heridas, restablece la belleza del cuerpo, alivia la rigidez de nuestros miembros, y es antídoto contra los agentes externos que deterioran nuestra frágil naturaleza formada del barro de la tierra. Por la acción del Espíritu, este aceite, criatura de Dios, se convierte en instrumento del Espíritu para fortalecer y aliviar a los enfermos, sanarlos en el cuerpo y en el espíritu; es fuerza para los catecúmenos en sus luchas contra el mal; penetra por los poros del cuerpo y del alma de los cristianos para asimilarlos a Cristo; y unge a los sacerdotes y obispos con la misma capacidad de Cristo para actuar en su nombre y propagar por todo el mundo «la fragancia de Cristo» (2Cor 2,15). Esta virtualidad sagrada del aceite nos remite al misterio de la Encarnación del Verbo, gracias a la cual todo lo creado recibe una nueva potencia y significación. El Ungido de Dios se convierte él mismo en Unción para nosotros, porque en él reside el Espíritu vivificador.

            ¿Qué significa esto, hermanos? El profeta Isaías nos ha descrito la misión de Cristo en la distancia de los siglos. Sus imágenes no pueden ser más expresivas: Los que sufren, los corazones desgarrados, los cautivos y prisioneros, los afligidos, los abatidos, los que se visten de luto y ceniza son llamados a la esperanza de una trasformación radical operada por Cristo y por su Pueblo, porque el Espíritu de Dios esta sobré Él y sobre nosotros, ungidos de Dios. ¡Qué hermosa y comprometida vocación, y qué irrenunciable misión! Cualquier dolor humano, cualquier esclavitud y atropello del hombre, cualquier tortura física o espiritual, cualquier abuso y arbitrariedad contra la dignidad de la persona humana serán superados y vencidos por la unción de Cristo y de los cristianos. Contemplemos el horizonte de nuestra misión y quedaremos sobrecogidos al experimentar que nos falta tiempo para llevarla a cabo. ¡Tanto es el sufrimiento que nos reclama bajar de nuestra cabalgadura y asistir al que yace al borde del camino! Miremos a Cristo, Buen samaritano, que carga sobre sí a la humanidad doliente para ungirla con su aceite regenerador e introducirlo en la posada donde sí hay sitio para todos, la Iglesia madre. El hombre no puede ser un desecho de la sociedad ni quedar convertido en objeto de mercado, que se intercambia por dinero o por papeles legales. El hombre tiene la dignidad que Cristo le otorga al asumir nuestra condición humana. Dios ha cambiado «su traje de luto en perfume de fiesta, su abatimiento en cánticos» (Is 61,9).

Pero no nos engañemos, hermanos: El origen del drama del hombre no se encuentra, como sabemos por la revelación, en circunstancias sociales, políticas, culturales o religiosas, que necesitan ser cambiadas. Se halla en el pecado. En la lectura del Apocalipsis se dice de Cristo «que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre». La unción de Cristo, el óleo y el crisma que pone en nuestras manos sacerdotales, representan la gracia que vence el pecado. Somos ministros de nuestro Dios para establecer el Año de gracia del Señor mediante los sacramentos que sanan al hombre de la herida profunda del pecado. La misión de Cristo trasciende las capacidades que el hombre tiene para vencer el mal. Por eso, él ha tenido que pasar por el camino de la cruz, perfeccionado mediante sufrimientos (cf. Heb 2,10), para poder ungirnos con el Espíritu vivificador. Ha tenido que ser traspasado en su propia carne para que de ella manaran los torrentes del Espíritu y de la gracia. La gracia del cristianismo no es una gracia barata, sino cara, como decía Bonhöffer, porque le ha costado a Cristo la vida. Hemos sido comprados y rescatados por la sangre de Cristo.

            La unción que hemos recibido para que el hombre sea recreado, hecho nueva criatura, y pueda vivir en la libertad, la fiesta y el cántico, conlleva que cada uno de nosotros, cristianos y sacerdotes, pasemos por la Pascua de Cristo. El Espíritu que nos ha ungido, nos ha capacitado para poder entregarnos a la misión de Cristo poniendo nuestra vida a su disposición. Eso significa la renovación de las promesas sacerdotales que nos disponemos a hacer. Con ella queremos confesar que retornamos al origen de nuestra unción y misión en la Iglesia; significa que ahuyentamos de nosotros la mundanidad espiritual y recuperamos el amor primero, ilusionado, fresco y decidido del primer sí; que decimos a Cristo que le amamos a pesar de nuestros pecados, y que no miramos atrás sino adelante cuando hemos puesto la mano en el arado de la cruz, que abre las entrañas de este mundo a la compasión y a la misericordia que se prodigan gracias a nuestro ministerio. Prometemos que dedicaremos nuestras energías a la predicación de la palabra, al ejercicio gozoso de los sacramentos, de los que no somos dueños sino servidores, como nos ha recordado el Papa Francisco, a la reconciliación de los pecados, a la visita consoladora de ancianos, pobres y moribundos, al acompañamiento de niños, adolescentes y jóvenes y a vivir con nuestro pueblo en la entrega diaria de nuestras vidas, ungidas por el amor. Al recoger los óleos y volver a nuestras comunidades no cumplimos con un simple protocolo ritual. Expresamos que somos portadores de la gracia, mensajeros de la paz, audaces testigos de la misericordia, que se desentrañan como Cristo para que otros vivan. «Somos, en definitiva, fragancia de Cristo».

            Vosotros, fieles laicos, ungidos del Señor, partícipes de su misma misión en medio del mundo, no sois meros espectadores de nuestro compromiso sacerdotal. Vuestra vida, afecto y oración sostiene a los ministros de la Iglesia, que viven dedicados a vosotros para que la unción que habéis recibido no disminuya, ni se entibie, sino crezca y madure en frutos de santidad. Vivimos en una mutua donación: somos para vosotros, y vosotros os debéis a nosotros en el amor porque os hemos engendrado en el Señor. Así, como único pueblo sacerdotal, compartimos la misión de Cristo sin rivalidades ni discordias, como miembros de un único Cuerpo.

            Vuestra vocación bautismal necesita del ministerio ordenado para que seáis fermento en la masa, luz en el mundo y sal en las realidades temporales, a las que os debéis de modo prioritario. La unción que habéis recibido en el bautismo y en la confirmación os capacita para trasformar este mundo según el designio de Dios. ¡Creedlo de verdad! Cada uno de vosotros puede decir como Cristo: «el Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido». Sois miembros santos de Cristo, llamados a santificar los ambientes, el trabajo, la convivencia social, el difícil mundo de la política, la cultura y la economía. No huyáis de las dificultades que conlleva la misión, no os recluyáis en las acciones intraeclesiales, donde sin duda es necesaria vuestra presencia, pero no la agota. El mundo, en cuanto ámbito propio de vuestro compromiso cristiano, espera vuestra presencia, necesita el testimonio de vuestra fe, esperanza y caridad, porque el mundo, hermanos, ha sido creado, como decían los Padres, para ser Iglesia, casa de la salvación y de la misericordia.

            Oremos, pues, unos por otros. Gocemos con esta comunión que Cristo realiza en su Iglesia y dejemos que penetre hasta lo más íntimo de nuestro ser la unción del Espíritu para que Cristo sea todo en todos y la humanidad entera mire al que atravesaron y reconozca en él la fuente de la salvación. Que María, Vaso sagrado en que la divinidad y la humanidad se abrazaron, nos conceda vivir siempre en la alegría de su cántico al Misericordioso. Amén.

 

Misa Crismal

Lunes, 15 Junio 2015 09:58

Delegación de Patrimonio

catedral segovia
 

 

 

Delegación
de Patrimonio
histórico artístico
 
 
 

 

 

 

 

 


Delegado de Patrimonio histórico–artístico: D. Miguel Ángel Barbado Esteban
Subdelegado: D. Antonio Franco Tejedor

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Telef. 921 46 09 63 – 670 91 73 06

Documentación

  • - Solicitud de autorización grabación en edificios religiosos (pdf)
  • - Solicitud de autorización para fotografiar obras de arte sacro e interiores de edificios religiosos (pdf)

Objetivo

  • Poner el Patrimonio Cultural de la Iglesia al servicio de la Evangelización.
  • Garantizar la conservación del Patrimonio Cultural de la Iglesia heredado durante siglos para las generaciones futuras.

Acciones.

  • Restauración de bienes inmuebles mediante financiación, siempre que exista disponibilidad presupuestaria del ministerio de Cultura, de la Consejería del Cultura y Turismo y de la Consejería de Fomento de la Junta de Castilla y León, de la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, de la obra social de Caja Segovia, de las Parroquias y de otras entidades.
  • Restauración de templos de la Diócesis no declarados BIC mediante Convenio para la conservación y reparación de iglesias y ermitas de la provincia de Segovia, suscrito por la Diputación Provincial y el Obispado.
  • Emitir dictámenes sobre adjudicación de peticiones.
  • Asesoramiento técnico a los sacerdotes y a las parroquias en materia de patrimonio cultural para reparaciones en inmuebles y restauraciónes de bienes muebles.
  • Conocer cualquier acción que pueda afectar global y puntualmente al Patrimonio de la Diócesis de Segovia.
  • Asistencia a la Comisión Territorial de Patrimonio Cultural de Segovia para la defensa de intervenciones que afecten al patrimonio diocesano declarado bien de interes cultural.
  • Coordinación de la Comisión MIxta iglesia-Juanta de Castilla y León sobre Patrimonio Histórico Artístico.
  • Coordinación y organizaciones de las reuniones de Delegados de Patrimonio de las Diócesis de Castilla y León.
  • Inventario de bienes muebles custodiados en los templos de la Diócesis con financiación, siermpre qeu exista disponibilidad presupuestaria, de la Cosejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León.
  • Instalación de alarmas en templos mediante financiación, siempre que exista disponibilidad presupuestaria, de la Junta de Castilla y León y Gurb Sistemas Proarpa
  • Apertura de iglesias en la Diócesis para las campañas de Semana Santa y Verano 2013, financiadas por la Junta de Castilla y León SOTUR.
  • Búsqueda de subvenciones para restauraciones y temas vinculados al Patrimonio Histórico Artístico de la Diócesis.
  • Préstamo de obras para exposiciones.
  • Colaboración con las exposiciones organizadas por la Fundación "Las Edades del Hombre".
  • Reapertura del Museo Diocesano en el Palacio Episcopal.

 

Delegado de Patrimonio histórico–artístico: D. Miguel Ángel Barbado Esteban

Subdelegado: D. Antonio Franco Tejedor

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Telef. 921 46 09 63 – 670 91 73 06

Lunes, 15 Junio 2015 09:57

Ecónomo

 
Diezmo
 
Administración
 
Económica
de la diócesis

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 
Ecónomo: D. Miguel Ángel de Frutos Solana
Vice-Ecónomo: D. José Enrique Gómez María
Auxiliar: D. Javier García Rodríguez

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  • Tesoriría
  • Contabilidad
  • Presupuestos
  • Salarios
  • Fundaciones de misa
  • Colecturía
  • Obras
  • Fincas
  • Informática
  • Cementerios
Lunes, 15 Junio 2015 09:56

Canciller-Secretario

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fotos catedral segovia 011

 

 
 
Canciller
del Obispado 
 
 
 

Canciller-secretario: D. Alfonso María Frechel Merino
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