El evangelio de este domingo narra el encuentro de Jesús con dos de sus apóstoles. La iniciativa parte del Bautista que, señalando a Jesús, dice: Este es el cordero de Dios. Juan y Andrés se interesan por Jesús, le preguntan dónde vive y, a la invitación de éste, le acompañan y pasan con él aquel día. Siempre me he preguntado qué sucedería en aquel primer encuentro para que salieran convencidos de que era el Mesías. Primero lo llaman Maestro; pero cuando Andrés encuentra a su hermano Pedro, le dice: hemos hallado al Mesías. Aquel primer día con Jesús supuso una revelación de su persona, que marcó para siempre la vida de los dos apóstoles. Andrés no se contenta con decir a Pedro que ha encontrado al Mesías, sino que «lo llevó a Jesús». Podemos decir que en ese momento empieza a funcionar el contagio de la fe, o, con palabra más clásica, el apostolado, que consiste en llevar la gente a Jesús. Si lo hizo Andrés por propia iniciativa o por consejo de Jesús no importa mucho; el hecho es que Andrés no pudo contener su hallazgo y lo comunica de inmediato a su hermano Pedro. Y lo llevó a Jesús. Comienza así una serie ininterrumpida de encuentros que en cierto sentido forman una oculta trama del cuarto evangelio. Cuando la samaritana descubra que Jesús es un gran profeta, correrá a su pueblo para comunicar a los vecinos la alegría de su encuentro. No la puede reprimir. Está feliz con su hallazgo y experiencia. En el encuentro de Pedro con Jesús, éste se le queda mirando fijamente y le dice: «tú eres Simón, hijo de Jonás, tú te llamaras Cefas, que significa piedra». Jesús le hace ver que lo conoce, y le indica su destino. Será la piedra, el cimiento de su iglesia. En estos primeros encuentros el evangelista está desvelando cuál es el plan de Jesús: constituir la Iglesia. No olvidemos que la palabra iglesia significa convocatoria. Es Jesús quien funda la iglesia, él es quien convoca. Jesús invita a la relación directa con él y les hace ver que le interesa su destino futuro. Más adelante se narra el encuentro con Natanael y con otros personajes que descubrirán en Cristo el sentido de su existencia. El evangelio es la historia del encuentro de Dios con los hombres que nos sale al paso en su Hijo. Siempre hay alguien que nos habla de él, un testigo, y siempre hay un encuentro personal con Jesús que nos invita a seguirle. En el testigo se supone la experiencia vivida, sin la cual su testimonio no será convincente. En el hombre, sería deseable la apertura para acoger a Cristo. Este proceso está muy bien descrito en el pasaje de la samaritana cuando los vecinos de su pueblo, al conocer personalmente a Jesús, que convivió con ellos dos días, dicen a la mujer: «ya no creemos por tus palabras, nosotros hemos visto y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4,42). Hoy se habla mucho de evangelización y transmisión de la fe. Creemos que todo depende de estrategias y marketing. Nada dice el evangelio de esto. La difusión del cristianismo en los primeros siglos se realizó de persona a persona, como dice el Papa Francisco. La fe es una vida que se trasmite de manera sencilla, directa, testimonial. Nos falta convicción para creer que Jesús atrae a la gente hacia sí; valentía para proponer acercarse a Cristo; y confianza en el hombre que puede abrirse a la fe cuando descubre a Cristo. Todo lo demás son excusas para evitar el riesgo de comunicar a otros lo que hemos vivido cuando encontramos la perla o el tesoro escondido, que es el mismo Jesús, porque tenemos miedo de no tener éxito. Si fuese así, es que, aunque seamos cristianos de toda la vida, quizá todavía no hemos pasado de verdad un día entero con Jesús. + César Franco Obispo de Segovia