Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

Martes, 31 Enero 2023 12:04

REVISTA DIOCESANA FEBRERO 2023

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MEMORIA COF 2022

El Centro de Orientación Familiar (COF) de la Diócesis lleva más de dos décadas ayudando y orientando a familias, matrimonios, parejas y personas de la provincia de Segovia.

 

El año 2021 acabó con unas Navidades muy frustrantes, ya que no cumplieron las expectativas de las personas debido al covid-19. Se vieron anulados muchos planes esperados, familiares en su mayoría, puesto que volvió a aumentar la incidencia de forma descontrolada. Consecuentemente, el 2022 aún comenzó con la alarma que implicaban los contagios, sumado al miedo y la alerta por revivir lo anterior. Esto dio lugar a una progresiva demanda de intervención psicológica y emocional de la población, que sigue manifestando la prioridad de la salud mental y la escasez de recursos para cubrirla. El COF sigue siendo uno de estos recursos necesarios dentro de nuestra ciudad y provincia, que se refleja en las personas que van llegando de servicios públicos y privados, por unas razones o por otras. Este año cabe resaltar, además de los casos habituales en circunstancias muy desfavorecidas y complicadas de cambiar, los de personas con situaciones estables pero con agotamiento mental, ansiedad e incluso poca capacidad de gestión emocional, cada vez más jóvenes.

     Sigue habiendo muchas dificultades como consecuencia de la pandemia: por saturación de los servicios sanitarios en el nivel público y en el nivel privado, donde la demora de espera es ya mucho mayor que antes. El encarecimiento de los recursos y el nivel de vida también han aumentado la demanda del servicio. Todo ello, refleja la importancia de los servicios ofrecidos dentro del COF, teniendo también en cuenta que la intervención se adapta a cada persona, presencial o telefónica de forma complementaria, según sus necesidades, con el objetivo de mantener un seguimiento que facilite su bienestar integral.

Balance

En 2022, desde el COF se atendieron un total de 250 casos, de los que 67 fueron nuevos. Además, en total, 673 personas reclamaron la atención del centro a través del teléfono. 

     La demanda de la gran mayoría de las familias es sobre su relación matrimonial o de pareja, y sobre los conflictos entre padres e hijos. En este último apartado hay mucha variedad en la edad de los hijos para los que se pide ayuda, la mayoría son adolescentes pero también hay bastantes niños, e incluso hijos adultos. También encuentran familias que piden ayuda respecto a la relación con la familia extensa, abuelos u otros parientes, o dificultades entre hermanos adultos, en especial con las familias reconstituidas. Este año la novedad ha sido recibir cada vez más casos de personas más jóvenes, e incluso niños, con ansiedad y bloqueos emocionales.

     Es de resaltar que se sigue manteniendo la demanda de usuarios procedentes de numerosos pueblos de la provincia, derivados por los párrocos y personas que han acudido al COF para ser ayudados. Las vías por las que llegan las personas al COF son muy variadas, pero el porcentaje más alto sigue siendo el “boca a boca”, por personas que han sido ayudadas y hablan del centro a otras personas de su entorno, como familiares y amigos.

 

Aquí puedes consultar y descargar la MEMORIA DEL COF DE 2022 

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jmj vitoria lisboa 2023

«María se levantó y partió sin demora» (Lc 1, 39)

 

El Secretariado de Pastoral Juvenil de la Diócesis de Segovia os invita a participar este verano en la Jornada Mundial de la Juventud 2023 (JMJ) en Lisboa. Si queréis vivir unos días especiales junto a un montón de jóvenes cristianos de vuestra edad, no podéis perder esta oportunidad… ¡Lisboa nos espera!

 

¿Qué es la JMJ?

La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) es un encuentro de jóvenes (+16) de todo el mundo con el Papa. Es, además, una peregrinación, una fiesta de la juventud, una expresión de la Iglesia universal y un fuerte momento de evangelización del mundo juvenil. Se presenta como una invitación a una generación determinada en construir un mundo más justo y solidario. A pesar de su identidad claramente católica, está abierta a todos, tanto a los más cercanos a la Iglesia, como a los más distanciados.

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¿Cómo participar en la JMJ 2023 con nuestra Diócesis?

Rellenando este formulario, donde tienes todos los detalles:

https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSd5lXapzyVd2zoLgXZsG1JNmg6oXlXokLviFRbKYH81PYxo2A/viewform

En el precio está incluido el alojamiento y las comidas de todos los días.

¡LAS PLAZAS SON LIMITADAS! Los peregrinos que quieran participar, deberán tener entre 16 años (o nacidos en 2007) y 35 años (o nacidos en 1988). Los responsables, monitores y acompañantes de grupo sí podrán tener más de 35 años.

¿Cómo será nuestra expedición?

Saldremos de Segovia en autobús en dirección a Viseu, donde viviremos los días de las Diócesis. Estos días seremos acogidos en casas de familias de la diócesis de Viseu. Además, allí tendremos catequesis y actividades con el grupo todos los días. La última semana la viviremos en Lisboa, completando nuestra peregrinación con la Jornada Mundial de la Juventud

¿Cuál es el precio de la JMJ?

El precio de la JMJ es de 325€* por persona, que quedarían de la siguiente manera:

                                 - 28 de enero: 200€**

                                 - 28 de marzo: 125€

*   A este precio habría que añadir el coste del autobús (70€ aprox.) y descontar el dinero que consigamos en estos meses a través de distintas iniciativas.

** El pago de enero se podrá devolver si antes del 1 de abril, la persona finalmente no pueda ir.

 

Contacto

Si estás interesado en participar y tienes entre 16 y 35 años, ponte en contacto con nosotros:

                                Hermana Juli: 639159295 

                                o escribe a Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.

 

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IMAGEN WEB COMUNICADO OBISPOS LIMPIA

 

Ante el debate suscitado estos días sobre la vida humana naciente y la cuestión del aborto, los Obispos de las Diócesis de Castilla y León queremos recordar los principios que la Iglesia ha propuesto de modo constante en torno al don de la maternidad y la dignidad de la vida humana naciente.

1. Todo ser humano, más allá de cualquier condicionamiento, desde su concepción hasta su muerte natural, es siempre un bien para la humanidad y un don de Dios, creado a su imagen y semejanza, que debe ser acogido, protegido y amado.

2. Nuestro reconocimiento y profundo agradecimiento a las mujeres gestantes que con su entrega portan con amor en su seno el don precioso de la vida, esperanza y futuro de nuestra sociedad, particularmente en una tierra como la nuestra que se va despoblando y sus habitantes envejeciendo. Este reconocimiento se hace extensivo a quienes componen su núcleo familiar más íntimo que los acompañan en estas etapas decisivas de la vida. En palabras del Papa Francisco: “El embarazo es una época difícil, pero también es un tiempo maravilloso… Cada mujer participa del misterio de la creación, que se renueva en la generación humana… Pensemos cuánto vale ese embrión desde el instante en que es concebido” (AL, 168).

 3. Queremos estar cerca de las mujeres embarazadas que atraviesan circunstancias no deseadas o difíciles de tipo personal, familiar, laboral, económico o de cualquier índole, y ponernos a su servicio. Es necesario que tengan la certeza de que no están solas en sus dificultades y que pueden contar con toda la ayuda que podamos prestar desde los organismos eclesiales y de ayuda a la mujer gestante. Asimismo, es preciso que la sociedad, sus instituciones y administraciones públicas y los diversos ámbitos económicos, laborales y sociales respondan adecuadamente a todas sus necesidades.

4. Vuelve a decirnos el Papa Francisco: “Si un niño llega al mundo en circunstancias no deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de acogerlo con apertura y cariño. Porque «cuando se trata de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será considerado demasiado costoso o demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada y que ha sido abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres»” (AL, 166).

5. La muerte provocada del ser humano, también en el seno materno mediante la práctica del aborto, no puede ser considerada como un derecho, pues niega de raíz la vida, fundamento de la dignidad humana que sostiene todos los demás derechos. Ofrecer un período de reflexión y proporcionar información sobre alternativas al aborto permiten a la mujer gestante contar con elementos necesarios para ponderar sus decisiones. Asimismo, los profesionales sanitarios pueden ejercer el derecho fundamental de objeción de conciencia sin sufrir la estigmatización que supone el ser obligados a inscribirse en una lista de objetores. Del mismo modo, desvincular de la ayuda y cuidado de sus padres, en el ejercicio de su patria potestad, a una menor embarazada que se plantea abortar la hace vulnerable y la deja sola ante una situación tan complicada.

6. Por eso, es necesario proporcionar siempre toda la ayuda y acompañamiento necesarios a las personas que pasan por situaciones de dificultad o vulnerabilidad, como es el caso de mujeres embarazadas en circunstancias no deseadas o difíciles, junto con la acogida y protección del nasciturus, habitualmente ignorado como parte concernida en esta cuestión, y que debe ser considerado como un bien primordial que el ordenamiento jurídico está llamado a reconocer, tutelar y promover. El cuidado y promoción de ambas realidades son indicadores ciertos de sociedades verdaderamente humanas, fraternas y civilizadas.

7. Es conveniente abordar esta cuestión mediante un amplio diálogo social, sosegado y racional, partiendo de la realidad, con la participación de los diversos ámbitos que configuran la sociedad, más allá de posicionamientos ideológicos o partidistas y con la ayuda de los conocimientos proporcionados por la ciencia y la antropología.

De este modo podremos considerar adecuadamente las cuestiones esenciales en torno al inicio de la vida humana, la gestación y la maternidad y ver el modo de superar sus desafíos y dificultades. Lo cual lleva consigo el compromiso esencial de reconocer, promover y proteger siempre la vida de todo ser humano, desde su inicio en el seno materno hasta su fin natural, custodiando su dignidad como un bien esencial que constituye el fundamento del bien común y de la sociedad.

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos

+ Luis Javier Argüello García, arzobispo de Valladolid

+ César Augusto Franco Martínez, obispo de Segovia

+ Jesús Fernández González, obispo de Astorga

+ Luis Ángel de las Heras Berzal, CMF, obispo de León

+ Manuel Herrero Fernández, OSA, obispo de Palencia

+ Abilio Martínez Varea, obispo de Osma-Soria

+ José Luis Retana Gozalo, obispo de Ciudad Rodrigo y obispo de Salamanca

+ Fernando Valera Sánchez, obispo de Zamora

+ Jesús García Burillo, administrador diocesano de Ávila

SEMINARIO ÁVILA

 

Como ya confirmó el Nuncio de Su Santidad en España durante la apertura de la pasada Asamblea Plenaria en la Conferencia Episcopal, este mes de enero comienza una Visita Apostólica a los seminarios españoles, encargada por el Papa Francisco a través del Dicasterio para el Clero. Una visita canónica realizada por dos obispos uruguayos, que constituye una suerte de auditoría externa para analizar la situación actual de los 45 seminarios que existen en nuestro país, así como para poder aplicar la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, es decir, el programa de formación actualizado por la Santa Sede en 2016. Sin duda alguna, constituye un estímulo para animar el desarrollo de la formación de los candidatos al sacerdocio.

    Y la primera visita de todas cuantas se producirán hasta finales de febrero es precisamente la que se va a realizar al seminario abulense: el Teologado San Juan de la Cruz, que la diócesis de Ávila gestiona en la ciudad de Salamanca y que alberga a seminaristas abulenses y de otras diócesis cercanas, entre ellas, nuestra Diócesis de Segovia representada en el joven seminarista Alberto Janusz Kasprzykowski. La visita apostólica se realizará desde la tarde-noche de hoy jueves 12 de enero, hasta el sábado 14 al mediodía, en las instalaciones de la capital charra. Realizará la visita Mons. Arturo Eduardo Fajardo Bustamante, Obispo de Salto (Uruguay), junto a un sacerdote que le acompañará como secretario. 

    Durante este tiempo, además de la visita a la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (donde se forman los seminaristas, y donde podrán saludar a la Rectora, al Decano y el resto de profesores), está previsto un encuentro del visitador con los seminaristas de cada una de las etapas formativas: etapa propedéutica, discipular, configuradora y etapa de pastoral. Asimismo, mantendrá sendos encuentros tanto con los formadores como con el propio Rector, otro más con los rectores de los distintos seminarios presentes en el Teologado, así como un encuentro  conjunto con todos los obispos de los seminarios que tienen presencia allí. En este encuentro participarán, por tanto, Mons. César Franco, y D. Juan Cruz Arnanz, Rector del Seminario diocesano.

    El Rector del Seminario y Teologado de Ávila, Gaspar Hernández Peludo, ha valorado positivamente este encuentro, que acoge «con la alegría del trabajo de comunión realizado con las diócesis presentes en la casa durante estos años, con docilidad para acoger las sugerencias que puedan hacernos para fortalecer posibles deficiencias y aplicar más eficazmente el Plan de Formación Sacerdotal en nuestro seminario y en los seminarios de España, y con la esperanza de recibir aliento y criterios para afrontar los numerosos desafíos planteados a la formación sacerdotal en este cambio epocal que vivimos». 

    Recordamos que el Teologado San Juan de la Cruz pertenece a la Diócesis de Ávila, aunque se encuentra ubicado en Salamanca, pues es allí donde los seminaristas realizan sus estudios de Teología. Tanto el Rector como los formadores son sacerdotes del presbiterio abulense, pero allí no sólo se forman seminaristas de Ávila. En este momento, son otras 7 las diócesis que tienen confiados formalmente a todos sus seminaristas al Teologado de Ávila en Salamanca: Ciudad Rodrigo, Segovia, Zamora, Salamanca, Plasencia, Palencia y la archidiócesis de Mérida-Badajoz. En el presente curso 2022-2023 forman la comunidad un total de 15 seminaristas: 3 de la diócesis de Ávila, 1 de Segovia, 3 de Zamora, 1 de Salamanca, 1 de Plasencia, 5 de Mérida-Badajoz y 1 seminarista procedente de la diócesis de Tenerife. 

Concluido el tiempo de Navidad, la Iglesia comienza el Tiempo Ordinario, que es el ciclo litúrgico más largo del año. Se interrumpe cuando celebramos la Cuaresma, la Semana Santa y el tiempo Pascual, y se retoma después hasta el fin del año litúrgico con la fiesta de Cristo Rey. Este tiempo se centra en el ministerio público de Jesús, en su predicación y milagros, que son el signo del Reino de Dios. En este domingo Juan Bautista presenta a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Una imagen que dice poco a quienes desconocen el simbolismo que el cordero tiene en la Biblia y la historia nómada del pueblo de Israel. Incluso si preguntamos a quienes participan en la Eucaristía sobre las palabras que dice el sacerdote antes de repartir la comunión al pueblo —«este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»— seguramente muchos no sabrían qué responder.

            Sabemos que en la fiesta de Pascua los judíos sacrificaban un cordero, como recuerdo de la salida de Egipto, cuando, por orden de Moisés, los israelitas inmolaban un cordero con cuya sangre marcaban los dinteles de sus puertas. De esta manera, cuando pasaba el ángel exterminador, respetaba la casa de los judíos sin matar a los primogénitos judíos. La sangre del cordero se convirtió en un signo de liberación y salvación. También se ofrecían corderos en el templo de Jerusalén como sacrificios de paz y de expiación. El cordero, por tanto, adquirió un simbolismo de redención y de ofrenda por el pecado.

Hay una escena en la Biblia que ayuda a entender aún mejor el significado del título dado a Jesús como «Cordero de Dios». Me refiero a la historia de Abrahán, a quien Dios le pide que le ofrezca en sacrificio a su hijo Isaac. Cuando Abrahán e Isaac van de camino hacia el monte del sacrificio, el hijo, extrañado porque llevan la leña y el fuego para la inmolación, pregunta a su padre: «¿dónde está el cordero para el sacrificio?». Su padre le contesta escuetamente: Dios proveerá. Y así fue: en el momento dramático en que se dispone a ofrecer a su propio hijo, un ángel le detiene y le muestra un cordero enredado en la maleza, que se convirtió en la ofrenda sacrificial.

En la tradición cristiana, ese cordero se ha presentado como figura o tipo de Jesús, el único que puede ofrecer a Dios el sacrificio perfecto, como dice la carta a los Hebreos en relación con los sacrificios del templo de Jerusalén que eran incapaces de perdonar los pecados del pueblo. Solo la entrega de Jesús por amor a Dios y a los hombres puede reconciliarnos con Dios de modo perfecto y reparar el pecado del mundo, que alcanza a todos los hombres. Por eso, Juan Bautista no dice que Jesús quita «los pecados del mundo», sino «el pecado del mundo».

Cuando Jesús celebró la cena pascual con sus discípulos, según el rito establecido, comió con ellos el cordero pascual, sacrificado la víspera de la fiesta y recordaría la historia de la liberación de Egipto. Según los estudiosos, además de esto, utilizaría el símbolo del cordero para hablar de sí mismo y de su entrega en la cruz, que, como es evidente, no era un rito litúrgico. Pero esta interpretación de Jesús, como la que hizo del pan y del vino de pascua, quedó grabada en la memoria de los apóstoles como algo esencial a la eucaristía instituida por él. Y, después de la resurrección, comprendieron todo el simbolismo que comportaba la imagen del cordero aplicada a Jesús. De ahí que san Pablo, escribiendo a los Corintios, les recuerda la fiesta de pascua que habían celebrado recientemente y dice: «ha sido inmolado nuestro cordero pascual, Cristo» (1 Cor 5,7). Es evidente que los primeros cristianos confesaban con este título el gran misterio del que quita el pecado del mundo.

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Una de las descripciones más primitivas de la misión de Jesús es la conservada en el Libro de los Hechos, concretamente en el discurso de Pedro en casa del centurión Cornelio, un pagano temeroso de Dios. Al proclamar el Evangelio a Cornelio y su familia, Pedro lo resume así: «Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,37-38). En este pasaje, se habla de la unción de Jesús, después del bautismo que predicó Juan. ¿A qué unción se refiere? Sin duda, se trata de la unción de su bautismo en el Jordán, cuando el Espíritu descendió sobre Jesús y se oyó la voz del Padre declarando que era su Hijo muy amado. Jesús fue «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo». Su bautismo, que sin duda fue un gesto de humildad al unirse a la fila de los pecadores que querían hacer penitencia, manifestó su identidad de Hijo de Dios. Se entiende así, que la fiesta del Bautismo de Jesús sea como un colofón de las fiestas navideñas. Muchas cosas se han dicho de Jesús en estos días: ángeles y pastores, Simeón y Ana, los magos de Oriente han confesado quién es el niño nacido en Belén. Faltaba, sin embargo, la voz más autorizada, la del Padre, que se reserva hablar hasta el momento en que Jesús realiza su presencia en los pecadores, solidarizado con ellos en orden a la salvación. Y lo hace con estas palabras: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». San Mateo comenta: «Se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba con él» (Mt 3,16). El cuarto Evangelio no narra directamente el bautismo de Jesús, pero el Bautista dice lo que ocurrió: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permaneció sobre él» (Jn 1,32).

            Quizás el lector se pregunte sobre la razón de esta unción: ¿Acaso como Hijo de Dios necesitaba ser ungido? ¿No era suficiente su unión con el Padre y el Espíritu para que realizara su misión de modo perfecto? Ciertamente Jesús, en cuanto Hijo de Dios encarnado, es santo como el Padre y el Hijo. No hay que olvidar, sin embargo, que al asumir nuestra naturaleza humana, es también hombre que recibe la misión descrita en el texto citado de los Hechos: «Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él». Podemos decir que la unción del bautismo es una especie de investidura pública en la que se despeja cualquier duda sobre la identidad del profeta de Nazaret. Por otra parte, en cuanto partícipe de la naturaleza humana, es ungido con el poder del Espíritu para que su carne sea canal de la gracia y de la misericordia en su relación con los que somos carne y sangre, es decir, mortales. Esta solidaridad con los que venía a salvar de su pecado y mortalidad se hace patente en la unción del Espíritu que le capacita, en cuanto hombre, para luchar contra el diablo y arrancarle el poder de la muerte que ostentaba desde la caída de nuestros primeros padres. En cuanto nuevo Adán y hombre nuevo perfecto, Jesús es ungido y consagrado para la misión descrita ya en su nombre de Jesús: salvar al hombre del pecado, recrearlo y restaurar su santidad original. En la iconografía oriental, la representación de este misterio se hace como si Jesús estuviera colocado en el sepulcro simbolizado por las aguas oscuras del Jordán, que simbolizan la muerte. Su bautismo prefigura su muerte, porque a través de ella, nos redime de la nuestra. Con su naturaleza humana ha ocupado nuestro lugar para que nosotros tomemos posesión de su reino.

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Nos reunimos en torno al altar de Jesucristo para celebrar la eucaristía, el misterio pascual de Cristo, en sufragio por el alma del papa emérito Benedicto XVI que ha sido llamado por Dios a su presencia. Su fe y su vida santa nos permiten pensar que, no solo se ha encontrado con el juez definitivo de su vida, sino con el amigo y hermano que le ha ayudado a atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte. Sus últimas palabras —«Jesús, te amo»— constituyen una hermosa profesión de fe e íntima declaración de un amor trasparente y absoluto a la persona de Cristo que ha sostenido su vida entera y su ministerio. ¿Cómo no recordar las palabras de Pedro en su triple confesión de amor: «Tú sabes que te amo»? La iglesia, todos nosotros, tenemos la certeza de que Benedicto XVI ha amado a Jesús con la generosidad y alegría de los santos. Hoy damos gracias a Dios por su vida y, confiados en la divina misericordia, rogamos por él para que contemple al Dios cara a cara, cuya inmensidad y belleza siempre le sobrecogieron, interpelaron e inspiraron páginas antológicas.

            Al ser elegido para la sede de Pedro, se definió a sí mismo como «un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor». Desde su ordenación sacerdotal hasta su muerte ha dado ejemplo de trabajador incansable al servicio de la iglesia. En las diversas tareas que ha realizado, como teólogo y profesor, perito del Concilio, escritor prolífico, arzobispo de Múnich y Frisingia, prefecto del Dicasterio de la fe y Vicario de Cristo, Benedicto XVI ha convertido su trabajo en una elocuente liturgia de alabanza a Dios. Educado en una familia del sólido catolicismo de su querida Baviera, seducido por la belleza de la casa de Dios, y en especial por la liturgia, se consagró desde su juventud al estudio de la Escritura, que ha sido para él —como ha dicho en repetidas ocasiones— la fuente inagotable e inspiradora de su investigación en los diversos campos de la teología. Su última y querida obra sobre Jesús de Nazaret muestra hasta qué punto su pasión por Cristo corría parejo con el atractivo que la Palabra de Dios ejercía sobre él. En cierto sentido, esta obra revela dónde tenía su corazón el Papa Ratzinger: en la persona de Cristo que colmaba todos sus anhelos y cuyo señorío, como Hijo de Dios y personaje histórico, defendió con vigor y claridad en la decisiva instrucción Dominus Iesus.

            La elección a la sede de Pedro, como sucesor de san Juan Pablo II, con quien compartió estrechamente el gobierno de la Iglesia, culminaba, no una carrera eclesiástica al estilo mundano, sino la carrera de la fe por la que luchó denodadamente con su investigación científica y desde su magisterio episcopal y papal. La fe era su obsesión de pastor, título éste que reivindicaba para sí mismo cuando se le preguntaba cómo se veía: «Yo diría —dice en sus últimas conversaciones— que he intentado ser ante todo un pastor. A ello le es inherente, por supuesto, el apasionado trato con la palabra de Dios, o sea, con lo que un profesor de teología debe hacer. Y a eso se añade el dar testimonio de la fe, el confesar la fe, el ser —en este sentido— un “confesor”. Los términos professor y confessor son filológicamente casi sinónimos, aunque la tarea va más en la línea de la confesión» (Últimas conversaciones, 285-286).

            Benedicto XVI ha confesado la fe, la ha defendido con valentía, la ha proclamado con autoridad y competencia, la ha vivido en primera persona como vocación en su búsqueda de la verdad con mayúscula que ilumina todos los aspectos de la vida ordinaria. El binomio fe y verdad, como el de fe y razón, o simplificando más, el de Dios y hombre, le ha conducido, guiado por la providencia divina, a lanzar el reto intelectual más urgente de nuestro tiempo: mostrar que la razón no se basta a sí misma si prescinde de la «purificación» que es tarea propia de la fe y de la misión de la Iglesia. «La Iglesia tiene el deber de ofrecer, mediante la purificación de la razón y la formación ética, su contribución específica, para que las exigencias de la justicia sean comprensibles y políticamente realizables» (cf. Deus charitas est 28).

           El esfuerzo intelectual y pastoral realizado por Benedicto XVI en este tiempo de la postmodernidad ha sido gigantesco. Su interés, como pastor de la iglesia universal, nacía del amor al hombre creado a imagen y semejanza de Dios (como enseña en su primera encíclica Deus charitas est) y de su profunda convicción de que la fe y la razón se hermanan siempre que el hombre se pregunta por la verdad de sí mismo y del cosmos, que culminan, en último término, en la pregunta sobre Dios. En estrecha colaboración con san Juan Pablo II ha planteado, con la competencia del teólogo y la convicción del creyente, que quien busca con sinceridad la verdad, busca a Dios y lo encuentra. Se explica, por tanto, que desde el inicio de su pontificado, Dios y la verdad ocuparan el centro de su magisterio. Las encíclicas sobre las virtudes cardinales son el signo más elocuente de que situar a Dios en el centro del debate intelectual es el mejor servicio que puede hacerse al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, y llamado, por tanto, a reflejar en sí mismo su condición divina. Y, siendo un servicio al hombre, es también servicio a la sociedad.

            De diferentes maneras y en diversos ámbitos —eclesiales, políticos, universitarios y sociales—, Benedicto XVI, en cuanto cooperador de la Verdad y Vicario de Cristo, no ha cesado en su vocación de sentirse portador de la verdad que salva. Una verdad que ha sabido proponer sin imposiciones, en la apertura al debate intelectual, en el respeto a posiciones distintas a la de la fe católica, y en la humildad que define a quien se siente portador, y no dueño, de la verdad que le precede y le sustenta. Esto sólo puede hacerse desde la humildad propia del profeta y con la sabiduría del «maestro» que, en la línea de los Santos Padres y doctores de la iglesia, se sabe sometido, en la fe y en la adoración, a quien ha sido enviado para trasmitir el logos de Dios que nos conduce a él. ¡Qué bien podemos aplicar al Papa Benedicto las palabras del profeta Daniel!: «Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad» (Dn 12,3).

            Como todos los papas, también Benedicto ha gustado el cáliz de Cristo. El ministerio de Pedro no le ha ahorrado al papa Benedicto lo que es inherente a él: Ser testigo de la pasión de Cristo y convertirse en modelo del rebaño por las virtudes propias del Hijo de Dios, que hemos visto reflejadas en su persona. Su abandono a la Providencia, su convicción de que Dios guía a la iglesia, las decisiones tomadas para purificar a la iglesia en sus ministros y en sus miembros, y su renuncia a la sede de Pedro al reconocerse incapaz para el gobierno, solo se explican desde su convicción de que la Iglesia solo tiene un Señor, a quien todos los demás, también el Papa, servimos. El rebaño, dice la primera carta de Pedro, es de Dios que lo pone a nuestro cargo. Pero la primacía de Dios es absoluta, y solo quien lo entiende puede gobernar como siervo y no como déspota. Aquí estriba el fundamento de la santidad y heroicidad de las virtudes que, sin prejuzgar el juicio de la iglesia, podemos decir que hemos visto en Benedicto XVI. Así lo ha reconocido públicamente el papa Francisco.

            En su testamento espiritual nos ha dejado un mensaje sencillo y claro que proviene de las cartas apostólicas y del mismo Señor Jesús: «Lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio. ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! […] Jesucristo es verdaderamente el Camino, la Verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo». Jesús encomendó a Pedro confirmar a sus hermanos en la fe. Esto es lo propio del sucesor de Pedro, lo carismático de su servicio a Cristo como Vicario suyo. Es un carisma que solo puede entenderse, como el resto de los carismas, desde la caridad, el amor a Dios y a los hombres. Cuando Jesús resucitado, junto al mar de Galilea, pregunta por tres veces sucesivas a Pedro si le ama, lo hace para que entienda que su oficio de gobernar la iglesia, de confirmar a sus hermanos en la verdadera fe, sólo podrá realizarlo desde el amor a su persona, ese amor que el Papa Benedicto profesó en su «Jesús, te quiero» antes de morir. Ahora, pedimos a Dios que quien fue elegido para ser testigo de la pasión de Cristo participe de la gloria que se le habrá revelado, cruzado el umbral de la muerte, y reciba la corona inmarcesible que Dios reserva a los santos pastores.

           Amado papa Benedicto. Del mismo modo que tú has dado gracias a cuantos te han ayudado a peregrinar hacia Dios, nosotros le damos gracias por ti, porque a través de la belleza y esplendor de la verdad has iluminado a la iglesia y nos has guiado siempre hacia Cristo, el Buen Pastor. A este Cristo, a quien tú llamas hermano y amigo, te confiamos como un fruto de la viña del Señor en la que has trabajado humildemente, con la gozosa certeza de que, como el grano de trigo que se sepulta en la tierra, dará abundante cosecha de vida eterna. Que la Virgen María, Reina de todos los santos, a quien amaste con ternura desde niño, te acoja en la gloria y te presente limpio de toda mancha a quien vive para siempre, Jesucristo, el Señor.  Amén.

Segovia, 4 de enero de 2023