«Hago nuevas todas las cosas» Carta pastoral con ocasión del plan diocesano de pastoral para el trienio 2022-2025

La presencia de Cristo Resucitado en su iglesia es la garantía de toda renovación pastoral. El Señor pastorea, santifica y sigue anunciando con palabras y obras la salvación del mundo. Con esta confianza, la iglesia puede caminar segura entre las dificultades actuales hacia la plenitud de su misión. Con el lema «hago nuevas todas las cosas» (Apc 21,5) para el plan trienal de nuestra diócesis queremos fortalecer la convicción de que el Resucitado no defrauda y renueva día tras día su fidelidad a la iglesia.

            En este plan trienal hemos querido recoger las tres claves del sínodo de obispos que tendrá lugar en octubre de 2023 y que han sido objeto de nuestra reflexión durante este curso pasado: comunión, participación y misión. Además, hemos tenido en cuenta la asamblea presbiteral de noviembre de noviembre de 2021 en la que abordamos temas referidos al ejercicio del ministerio presbiteral que afectan a la totalidad de nuestra diócesis.

            Si hay un tema dominante en el trabajo que venimos realizando es el de la evangelización. Llevar el anuncio gozoso de Cristo a nuestra sociedad es la prioridad de la iglesia y del pontificado del Papa Francisco desde su exhortación apostólica programática Evangelii gaudium hasta la constitución apostólica Praedicate evangelium sobre la reforma de la Curia al servicio de la evangelización. El propio Papa ha querido presidir el Dicasterio para la Evangelización como signo de la importancia que da a este tema, que fue también determinante para el Concilio Vaticano II. Hay que recordarlo una vez más: La Iglesia tiene como misión la evangelización de los pueblos.

            Desde esta motivación proponemos como objetivo general para el trienio: No hay evangelización sin evangelizadores, ni misión sin misioneros evangelizados. No se trata de un juego de palabras, sino de apuntar al centro del problema. Con frecuencia, desde una perspectiva de la iglesia, que el papa Francisco define como «auto-referencial», al pensar en la misión, ponemos la mirada en los «de fuera», como si los «de dentro» ya estuviéramos evangelizados. Sin embargo, en el magisterio de los últimos Papas la insistencia se ha puesto en que solo con testigos creíble, es decir, con misioneros evangelizados podemos aspirar a la fecundidad de la misión. En realidad, se trata de recuperar la experiencia primigenia de la iglesia, recogida en la escena de Emaús, cuando el Resucitado evangeliza a los suyos, parte con ellos el pan, y aviva el fuego de la misión. Dejémonos acompañar por Cristo, escuchemos su Palabra siempre nueva, celebremos su Pascua si queremos de verdad que en este mundo prenda el fuego de su Espíritu. Invito a todos los cristianos de Segovia, que deseen asumir la misión de la iglesia, a que sitúen su propia evangelización en la base de cualquier iniciativa pastoral. Se trata de convertir el dicho de Pablo, «ay de mí, si no evangelizare», en «ay de mi, si no soy evangelizado». No hay oposición entre ambas formulaciones. Una no puede realizarse sin la otra.

            A la hora de señalar los objetivos prioritarios para el trienio 2022-2025, tenemos en cuenta dos principios pastorales que rigen cualquier programación: a) continuidad, y b) viabilidad. La continuidad con los planes pastorales anteriores ayuda a fortalecer el trabajo ya iniciado y a evitar improvisaciones y giros bruscos en la pastoral. La viabilidad es una medida elemental de prudencia para evitar, como enseña Jesús, construir un edificio sin medir los recursos o emprender una batalla con un ejército débil (cf. Lc 14,28-33). Queremos, pues, profundizar en el trabajo emprendido en años anteriores, aunque marquemos acentos nuevos en una misma dirección.

            Los objetivos prioritarios para este trienio pretenden:

  • Fortalecer la iniciación cristiana, con especial atención a los cauces de participación y formación de los confirmados y adolescentes.

 

Es una preocupación constante en sacerdotes y laicos el hecho de que la iniciación cristiana no parece alcanzar la inserción en la vida de la iglesia y la conciencia de pertenecer a ella. La debilidad de la fe cristiana en el ámbito familiar y la fuerza de la cultura actual, que sofoca cualquier atisbo de trascendencia, exigen una pastoral más intensa en la formación de los catecúmenos y adultos. No se trata solo de una formación doctrinal, sino que debe integrar todos los aspectos de la vida cristiana entendida como vocación y misión. De ahí la necesidad de unir la formación con los cauces de participación en la vida de la iglesia, de manera que los niños y adolescentes descubran que la parroquia y la iglesia diocesana es el hogar donde se aprende a ser cristiano y se participa, cada uno con sus posibilidades, en la misión eclesial. Para ellos, los adultos deben ser referencia viva para las nuevas generaciones. 

  • Integrar la piedad popular, como cauce de evangelización, en la vida parroquial.

 

La piedad popular es un cauce extraordinario para la evangelización. A través de la vida de Cristo, de María y de los santos, se comunica el evangelio hecho carne. Las devociones a los patronos de las parroquias, a sus diversas advocaciones y, de modo especial, a los misterios de la vida de Cristo y de la Virgen, permiten que la vida sobrenatural entre en lo cotidiano, y, al mismo tiempo, que lo ordinario sea percibido como el lugar propio del encuentro con Dios. Para esto, es preciso purificar la piedad popular de adherencias «paganas» que ensombrecen o pervierten lo propiamente cristiano. Es preciso, por tanto, acompañar y evangelizar la piedad popular mediante una mayor integración en el contexto general de la vida de la Iglesia —liturgia, espiritualidad, formación— que tiene en la parroquia su concreción más cercana. En esta tarea tienen un papel muy importante las cofradías y hermandades, que, como asociaciones públicas de la iglesia, deben empeñarse no solo en su propio ámbito, sino en el conjunto de la vida eclesial y cumplir con las exigencias canónicas de sus estatutos aprobados por el Obispo diocesano.

  • Potenciar los ministerios laicales y los consejos pastorales para hacer más efectiva la corresponsabilidad laical en una iglesia sinodal.

 

La comunión eclesial, que tiene su más alta expresión en la eucaristía, implica tomar conciencia de que todos los bautizados, al celebrar el misterio pascual de Cristo, participan de su única misión. Solo así se comprende la constante llamada de la iglesia a vivir la corresponsabilidad laical en tareas, ministerios y servicios que hagan visible la unidad de todo el Cuerpo de Cristo. No se trata solo de vivir la unidad de la fe, expresada en el Credo y en la asamblea eucarística, sino de practicar la unidad de la misión, según la condición de cada bautizado. El esfuerzo por vivir la sinodalidad, como característica fundamental de la iglesia, se traduce en potenciar los consejos pastorales de las parroquias y ejercer el discernimiento de la llamada de Dios para asumir de modo estable los ministerios laicales al servicio de la comunidad. Es preciso reconocer que, a la demanda de que la iglesia se abra más a la participación de los laicos, no corresponde en la debida proporción a la voluntad decidida de los laicos para formarse de modo sistemático en las materias teológicas —liturgia, pastoral familiar, catequesis, etc.— que les permitan asumir responsabilidades parroquiales o diocesanas.

4. La familia, ámbito preferente de evangelización.

           

            No es preciso insistir en la importancia de este objetivo asumido ya en planes anteriores. Como célula básica de la sociedad y de la iglesia, la evangelización de la familia es prioritaria, pues en ella debe darse la iniciación a la vida cristiana en toda su riqueza. Los padres son los primeros sacerdotes de sus hijos desde el momento que les presentan a la iglesia para el bautismo, la confirmación y la eucaristía. Sin la evangelización de los matrimonios es imposible que los cónyuges realicen la primera y necesaria iniciación cristiana. Esta sigue siendo una asignatura pendiente de la comunidad cristiana. Cuanto más tardemos en prestar atención a la familia y ofrecerle los medios de evangelización —sin dejar al lado la auto-evangelización que todo matrimonio cristiano debe hacer— más avanzará la secularización de la sociedad y la pérdida de sentido de pertenencia a la iglesia de los cristianos. Urge, pues, tomar todas las medidas necesarias para abordar este problema del que depende la evangelización de otros ámbitos de la sociedad. Los dos últimos sínodos sobre la familia y el magisterio del Papa Francisco nos urgen a asumir los retos de la pastoral familiar con urgencia y responsabilidad.

            5. Redescubrir la común pertenencia al Pueblo de Dios aprovechando los espacios de comunión y trabajo en equipo y de compromiso social.

 

            La iglesia ha sido pensada por Cristo como un misterio de comunión que se hace visible en la comunidad de sus discípulos. El individualismo es contrario a la mística cristiana. Hasta las vocaciones más exigentes de soledad se entienden en el conjunto de la iglesia como comunión. A través de los siglos, la iglesia se ha enriquecido con muchos espacios, cauces, instituciones que permiten tomar conciencia de la común vocación bautismal y de la pertenencia al Cuerpo de Cristo. Por desgracia, recelos y reservas hacia lo que no es invento propio, impide que no aprovechemos la riqueza de todos los ámbitos de comunión. El mismo compromiso social adolece también de particularismos que impiden un mayor trabajo en equipo y un compromiso social más eficaz, como dice expresamente el decreto Apostolicam Actuositatem sobre los laicos del Concillio Vaticano II. Tanto a nivel diocesano como parroquial debemos hacer un esfuerzo para revitalizar —o instituir— los espacios y cauces de comunión que mejor permitan trabajar en equipo especialmente en el campo del compromiso social. Lo asociativo en la iglesia pertenece a su mismo ser —ekklesia significa asamblea—, pues la misma persona por propia naturaleza es un ser social. Hay que recordar el célebre aserto de un escritor cristiano: solus christianus, nullus christianus (un cristiano solo, ningún cristiano).

            En este objetivo hemos querido insistir de nuevo en la importancia de la pastoral vocacional, especialmente la que se orienta al ministerio sacerdotal. Como he dicho en múltiples ocasiones, el futuro de nuestra diócesis depende en gran medida de los sacerdotes que el Señor suscite en ella para el servicio de todo el Pueblo de Dios. Los bautizados necesitan pastores para vivir su plena pertenencia a la Iglesia mediante los sacramentos. La vocación bautismal y la del orden sagrado se complementan y se requieren mutuamente. El problema de la escasez de sacerdotes es un problema de toda la diócesis que debe reaccionar a esta carencia con oración, acompañamiento de las nuevas generaciones y con trabajo apostólico para descubrir los posibles candidatos al ministerio y cuidarlos con esmero. El Seminario no pertenece solo al obispo ni al clero, sino a la diócesis, que tiene en él el hogar de los futuros pastores. En sus diversas modalidades —seminario en familia, menor o mayor— debe ser objeto de afecto, atención y generosa colaboración.

            Al centrarnos en estos objetivos prioritarios no debemos olvidar la unidad del Plan pastoral que centra su atención en la persona de Cristo que hace nuevas todas las cosas. Como ya he dicho al comienzo, la renovación de la iglesia arranca de la vida que nos trae el Señor resucitado. Él es la fuente y la meta de nuestra actividad pastoral y, por tanto, es preciso vivir y permanecer en él si queremos dar fruto abundante. Un plan pastoral no sustituye ni eclipsa la relación personal y comunitaria con él a través de la oración, la escucha de la Palabra y la participación en sus sacramentos que acrecientan la gracia. Estos objetivos y las acciones que de ellos dimanen durante el trienio 2022-2025 son semillas de esperanza que ponemos en manos de Cristo para que él las haga fecundas en el campo de nuestra iglesia diocesana. Como buenos labradores, a nosotros nos toca regarlas, abonarlas con oración y celo apostólico. No sabemos si nos tocará recoger los frutos o lo harán otros, pero estamos convencidos de que el Señor no deja de recompensar a quienes trabajan en su heredad y a su servicio. Trabajar en su iglesia es ya la mejor recompensa.

            Pongamos este plan en manos de Santa María, la Virgen de la Fuencisla, y bajo la protección de San Frutos, para que ellos nos recuerden siempre a qué Señor servimos con humildad y obediencia.

            Con mi afecto y bendición

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