Secretariado de Medios

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Jesús posee dos títulos que revelan su identidad: Hijo de Dios e Hijo de David. Hijo de Dios se remonta a la eternidad. El Hijo existe desde siempre. Hijo de David se refiere a la dinastía de la que, según los profetas, nacería el Mesías, que reinaría para siempre como pastor de su pueblo. Las dos perspectivas, la eterna y la histórica, se cruzan en la persona de Jesús, tal como el ángel dice a María en el Evangelio que se proclama en este último domingo de Adviento. Por una parte, le comunica que «el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios»; y, por otra, le habla de su dignidad regia: «El Señor le dará el trono de David, su padre […] y su reino no tendrá fin». Estas últimas expresiones pueden confundir al lector porque Jesús no se ha sentado en el trono de David. El hecho de que al rey David se le prometiera un descendiente que reinaría para siempre suscitó la expectativa de que el Mesías fuera un nuevo David. Así se explica que José, padre adoptivo de Jesús, pertenezca a la casa de David y reciba la misión de introducir a Jesús en la descendencia del rey Mesías, quien, como sabemos, era pastor de ovejas. Por eso, en el relato del nacimiento de Jesús, dice Lucas que «José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Galilea, llamada Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén» (Lc 2,4).

Cuando Jesús es proclamado Hijo de David se confiesa, por tanto, su condición de Mesías que viene a cuidar de su pueblo. En la entrada triunfante en Jerusalén, sus habitantes lo reciben aclamándolo: «Hosanna, al Hijo de David» (Mt 21,9). Con esta alabanza, confesaban la condición de Jesús como Mesías.

Los dos títulos de Jesús —Hijo de Dios e Hijo de David— expresan magistralmente el misterio de su persona: su condición divina y su participación en la historia de los hombres mediante la encarnación. María, al recibir el anuncio del ángel, consiente en ser madre del Hijo del Altísimo e Hijo de David. De ahí que, al final del Adviento, se proclame este gozoso anuncio que se cumplirá en la Nochebuena. El niño que nace en Belén es el Mesías anunciado por los profetas que viene a ejercer su realeza pastoreando a su pueblo. No en vano los primeros que reciben la noticia de su nacimiento son pastores del mismo pueblo donde David cuidaba también del rebaño de su padre. Este hecho no es un dato bucólico que el evangelista utiliza para dar al relato un aire idílico. Los pastores eran considerados por la espiritualidad farisea un gremio al margen de la ley porque con frecuencia metían sus rebaños en pastos que no eran suyos. Eran, por tanto, considerados «pecadores» públicos que no tendrían acceso al reino de Dios. El anuncio a los pastores y el gozo con que acuden a adorar al Mesías recién nacido, al Salvador, tiene un especial interés teológico: revela desde el inicio de la vida de Jesús que no ha venido a buscar a los justos sino a los pecadores; y expresa que son ellos los primeros en recibir la buena noticia del nacimiento de Hijo de Dios e Hijo de David. Lucas, llamado el evangelista de la misericordia, sitúa, por tanto, a los pecadores en el primer plano del portal de Belén para decirnos que ha llegado el reino de la misericordia y que hasta los excluidos, según los clichés farisaicos de quienes se creen justos, son los primeros en adorar a Dios y llevarle sus pobres ofrendas, que en realidad son el símbolo de los pecados. Esto es, en definitiva, lo que ha buscado el Hijo de Dios al encarnarse entre nosotros: tener compasión de los hombres y ofrecerles el regalo de su misericordia. Por eso, los enfermos le suplicaban gritando: «Hijo de David, ten compasión de mí».

 

+ César Franco
Obispo de Segovia.

 

 


 cáritas web

La organización caritativa presenta la campaña institucional para esta Navidad y hace balance de la atención prestada en un año complicado para todos

 

La Navidad es una época de alegría, aunque este año la pandemia empañe un periodo que se va a ver marcado por la ausencia de muchas personas, aquellas que han fallecido y aquellas que no van a poder reunirse a causa de las limitaciones impuestas. Pero también habrá quien no pueda brindar con champán ni comer turrón porque no tenga medios suficientes. «Cáritas está con todas esas personas», ha recordado el director de Cáritas Segovia, Mariano Illana, en la presentación de la campaña institucional de la organización para esta Navidad. 

El consiliario de Cáritas dioceseana, don Jesús Riaza, ha querido aprovechar para recordar las recientes palabras del Papa Francisco, quien aseguró que esta Navidad no va a ser sino una oportunidad para recuperar su esencia y el sentido más profundo para vivirlas de una forma diferente. En definitiva, aquella primera Navidad fue también una historia de migrantes que tras deambular por muchos lugares y serles negado el asilo, tuvieron que dar a luz en un lugar tan insospechado como un pesebre. Una historia que nos recuerda, como ha recordado Riaza, a todos esos migrantes que llegan a nuestras costas en patera viviendo algo parecido.

«Esta Navidad, más cerca que nunca»

La campaña insitucional de Cáritas para esta época lleva el lema «Esta Navidad, más cerca que nunca». Como ha asegurado el consiliario, esta época nos provoca una «conmoción interior» que nos invita a entender, más aún en este tiempo de pandemia, que una vida más austera, es posible, «que otro mundo es posible». Por esto, según ha subrayado, Cáritas da un paso adelante para aceptar y asumir la realidad. Un paso adelante con la luz para iluminar a las personas, para ser solidarios, capaces de hacer un consumo razonable y compartir con aquellos que están solos, «también en los barrios de Segovia».

Esa soledad, ha destacado Jesús Riaza, afecta a los mayores principalmente, pero también a los jóvenes. Por eso, nos ha invitado a «salir de la rutina, sacudirnos nuestros hábitos de vida para comprender el dolor y tratar de ayudar y ser solidarios».

«Gracias a ti, pueden elegir»

Ayudar a las personas es lo más imgracias a tiporante en Cáritas, como ha querido destacar el gerente de la organización, Samuel Hernández. En esa línea, ha subrayado que la intención de Cáritas es siempre dignificar la atención poniendo a la persona en el centro. Por este motivo, se ha desarrollado un nuevo programa, que lleva en marcha desde el mes de julio, bajo el lema «Gracias a ti, pueden elegir». La finalidad no es otra que «empoderar a las personas para que sean independientes, dotándolas de las herramientas y recursos necesarios para ello», en palabras del gerente. 

De esta forma, el proyecto consiste en dejar de entregar alimentos físicos y facilitar a cada persona la elección en función de sus creencias, cultura o necesidades físicas y médicas. Algo que se hace proporcionando a las personas una tarjeta prepago (servicio que permite un total anonimato al usuario) con la que poder adquirir los productos necesarios. Unas tarjetas que, en palabras de Mariano Illana, se cargan mensualmente en función del número de integrantes y características de cada familia con un seguimiento y fiscalización de los gastos por parte de los trabajadores sociales. Desde su puesta en marcha, han sido alrededor de 25 las tarjetas activadas para prestar atención alimentaria.

Asimismo, entre otras acciones, Samuel Hernández ha querido destacar una en redes sociales mediante la que los usuarios pueden colar una foto con una estrella de Belén y el mensaje: «esta Navidad quiero estar más cerca que nunca #CadaGestoCuenta». Además, ponen a la venta unas bolsas de tela con la colaboración de la ilustradora Misspink por el precio de 14 euros para colaborar con la organización, merchandising que puede adquirirse por el momento en la sede de Cáritas y en otros establecimientos como la lilbrería Cervantes o EntreLibros.

Balance de atenciones 

En este año tan difícil y duro para todos, las respuestas de Cáritas diocesana de Segovia a personas demandantes de asistencia han supuesto hasta el mes de noviembre un 30.9% más que en todo el año pasado, hasta las 19.870. Un número que ha sido especialmente significativo en el segundo y cuarto trimestre del año, coincidiendo precisamente con los momentos de mayor incidencia del coronavirus. 

En cuanto a las residencias de mayores, la pandemia ha ocasionado un rechazo o miedo a los ingresos, como ha subrayado Mariano Illana quien ha asegurado que las gestionadas por Cáritas cuentan con algo más de un tercio de plazas libres, algo que en años anteriores era impensable puesto que contaban con listas de espera de acceso que podían superar el año. No obstante, también ha querido remarcar que en los centros residenciales de la organización diocesana no se contabiliza ningún contagio desde hace meses.

En el caso de la de Sepúlveda, las obras ya han terminado, aunque todavía se está a la espera de completar los permisos de la Gerencia de Servicios Sociales para poder proceder a su reapertura. Tanto la caída de la demanda como la espera para reabrir este centro suponen un golpe económico para Cáritas, como han señalado tanto su gerente como el director, quien ha reconocido que la situación es similar a la de la crisis de 2008, cuando muchas familias sacaron a los mayores de los centros residenciales por el desempleo y ser las pensiones el único ingreso de las familias.

Viernes, 11 Diciembre 2020 13:53

LA VIDA ES UN DON, LA EUTANASIA UN FRACASO

 

Nota de la Conferencia Episcopal Española ante la aprobación en el Congreso de los Diputados de la ley de la eutanasia

 

 

1.- El Congreso de los Diputados está a punto de culminar la aprobación de la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia. La tramitación se ha realizado de manera sospechosamente acelerada, en tiempo de pandemia y estado de alarma, sin escucha ni diálogo público. El hecho es especialmente grave, pues instaura una ruptura moral; un cambio en los fines del Estado: de defender la vida a ser responsable de la muerte infringida; y también de la profesión médica, «llamada en lo posible a curar o al menos a aliviar, en cualquier caso a consolar, y nunca a provocar intencionadamente la muerte». Es una propuesta que hace juego con la visión antropológica y cultural de los sistemas de poder dominantes en el mundo.

2.- La Congregación para la Doctrina de la Fe, con la aprobación expresa del papa Francisco publicó la Carta Samaritanus bonus sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida. Este texto ilumina la reflexión y el juicio moral sobre este tipo de legislaciones. También la Conferencia Episcopal Española, con el documento Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida, ofrece unas pautas clarificadoras sobre la cuestión.

3.- Urgimos a la promoción de los cuidados paliativos, que ayudan a vivir la enfermedad grave sin dolor y al acompañamiento integral, por tanto también espiritual, a los enfermos y a sus familias. Este cuidado integral alivia el dolor, consuela y ofrece la esperanza que surge de la fe y da sentido a toda la vida humana, incluso en el sufrimiento y la vulnerabilidad.

4.- La pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad de la vida y ha suscitado solicitud por los cuidados, al mismo tiempo que indignación por el descarte en la atención a personas mayores. Ha crecido la conciencia de que acabar con la vida no puede ser la solución para abordar un problema humano. Hemos agradecido el trabajo de los sanitarios y el valor de nuestra sanidad pública, reclamando incluso su mejora y mayor atención presupuestaria. La muerte provocada no puede ser un atajo que nos permita ahorrar recursos humanos y económicos en los cuidados paliativos y el acompañamiento integral. Por el contrario, frente a la muerte como solución, es preciso invertir en los cuidados y cercanía que todos necesitamos en la etapa final de esta vida. Esta es la verdadera compasión.

5.- La experiencia de los pocos países donde se ha legalizado nos dice que la eutanasia incita a la muerte a los más débiles. Al otorgar este supuesto derecho, la persona, que se experimenta como una carga para la familia y un peso social, se siente condicionada a pedir la muerte cuando una ley la presiona en esa dirección. La falta de cuidados paliativos es también una expresión de desigualdad social. Muchas personas mueren sin poder recibir estos cuidados y sólo cuentan con ellos quienes pueden pagarlos.

6.- Con el Papa decimos: «La eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta a la que estamos llamados es no abandonar nunca a los que sufren, no rendirse nunca, sino cuidar y amar para dar esperanza». Invitamos a responder a esta llamada con la oración, el cuidado y el testimonio público que favorezcan un compromiso personal e institucional a favor de la vida, los cuidados y una genuina buena muerte en compañía y esperanza.

7.- Pedimos a cuantos tienen responsabilidad en la toma de estas graves decisiones que actúen en conciencia, según verdad y justicia.

8.- Por ello, convocamos a los católicos españoles a una Jornada de ayuno y oración el próximo miércoles 16 de diciembre, para pedir al Señor que inspire leyes que respeten y promuevan el cuidado de la vida humana. Invitamos a cuantas personas e instituciones quieran unirse a esta iniciativa.

Nos acogemos a Santa María, Madre de la Vida y Salud de los enfermos y a la intercesión de San José, patrono de la buena muerte, en su año jubilar.

Ante la inminencia de la Navidad, el tercer domingo de Adviento nos invita a la alegría, a la oración y a la acción de gracias. Esta es la voluntad de Dios —dice san Pablo— para nosotros. No puede ser más actual.
La alegría es la nota característica del cristiano, que se reconoce salvado en medio de sus pruebas de la vida. Es la alegría de la presencia del Salvador en la escena del mundo. No es una alegría barata, festivalera y efímera de lo que dura una noche de fiesta. Es la alegría eterna de Dios que quiere compartirla con nosotros para no dejarnos solos en el drama de vivir. Es la alegría de los hombres de buena voluntad que reconocen en el Niño de Belén al Dios escondido. Es la alegría del desierto que se convierte en un jardín. Así lo dice Isaías: «Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos» (Is 61, 10-11).

Junto a la alegría, está la oración y la acción de gracias. Son los himnos que cantamos ante los pueblos como expresión de la comunión que establece Dios entre los hombres de todas las culturas. Nos llamamos católicos porque no queremos que ningún pueblo se sienta privado de la salvación de Dios, y porque queremos compartir nuestro gozo con todos los hombres y con la creación entera que espera también la llegada del redentor para decirle: «Alabado seas, mi Señor». «El Creador —dice el Papa Francisco— no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado» (Laudato si´, 13).

Pero, ¿cómo alcanzar esta alegría? San Pablo nos ofrece el camino: «No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal» (1 Tes 5,19-22). Pocas palabras, pero un programa de vida. La vida cristiana no es auténtica si no dejamos que el Espíritu ilumine y guíe nuestros pasos. Necesitamos avivar cada día la presencia del Espíritu en nosotros que nos llena de sus dones y carismas. Decir cristiano es decir hijo de Dios y «hombre espiritual», que se deja conducir por el Espíritu que nos ha ungido y nos ha hechos semejantes a Cristo. Por eso, san Pablo añade «no despreciéis las profecías». Con esta expresión no se refiere a las palabras de los profetas ni invita a los cristianos a adivinar el futuro. Profecía es la palabra que hace presente a Dios en la sociedad, que anuncia su salvación y predispone, por tanto, a recibir el evangelio. Todos los cristianos participamos de la condición profética de Cristo, que nos permite hablar en su nombre e identificar su presenta en la historia actual. De ahí que nadie puede profetizar sin el Espíritu de Cristo, es decir, en comunión con él. El falso profeta se anuncia y se refiere a sí mismo; el verdadero, siempre remite a Cristo.

Solo en esta comunión con el Espíritu de Cristo, podemos realizar las últimas recomendaciones del apóstol: Examinar todo, quedarse con lo bueno, guardarnos de toda clase de mal. En síntesis, se nos invita al discernimiento, actitud básica del cristiano. En un mundo tan variado y complejo como el nuestro, debemos aplicar los sentidos espirituales para discernir lo bueno de lo malo, lo que humaniza y deshumaniza, lo que libera y esclaviza. Sólo así, nos quedaremos con lo bueno y, con prudencia, nos guardaremos de toda clase de mal. Esta es la actitud de quien desea permanecer «sin mancha hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo». He aquí el programa del Adviento.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia.

papa san josé

 

Un padre amado, un padre en la ternura, en la obediencia y en la acogida; un padre de valentía creativa, un trabajador, siempre en la sombra: con estas palabras el Papa Francisco describe a san José de una manera tierna y conmovedora. Lo hace en la Carta apostólica Patris corde, publicada ayer con motivo del 150 aniversario de la declaración del Esposo de María como Patrono de la Iglesia Católica. De hecho, fue el Beato Pío IX con el decreto Quemadmodum Deus, firmado el 8 de diciembre de 1870, quien quiso este título para san José. Para celebrar este aniversario, el Pontífice ha convocado, desde hoy y hasta el 8 de diciembre de 2021, un "Año" especial dedicado al padre putativo de Jesús. En el trasfondo de la Carta apostólica, está la pandemia de Covid-19 que -escribe Francisco- nos ha hecho comprender la importancia de la gente común, de aquellos que, lejos del protagonismo, ejercen la paciencia e infunden esperanza cada día, sembrando la corresponsabilidad. Como san José, "el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta". Y sin embargo, el suyo es "un protagonismo sin igual en la historia de la salvación".

Padre amado, tierno y obediente

San José, de hecho, expresó concretamente su paternidad al haber hecho de su vida una oblación de sí mismo en el amor puesto al servicio del Mesías. De ahí su papel como "la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento ", "siempre ha sido amado por el pueblo cristiano" (1). En él, "Jesús vio la ternura de Dios", la ternura que nos hace “aceptar nuestra debilidad", porque "es a través y a pesar de nuestra debilidad" que la mayoría de los designios divinos se realizan. "Sólo la ternura nos salvará de la obra" del Acusador, subraya el Pontífice, y es al encontrar la misericordia de Dios, especialmente en el Sacramento de la Reconciliación, que podemos hacer "una experiencia de verdad y de ternura", porque “Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona” (2). José es también un padre en obediencia a Dios: con su "fiat" salva a María y a Jesús y enseña a su Hijo a "hacer la voluntad del Padre". Llamado por Dios a servir a la misión de Jesús, "coopera en el gran misterio de la redención y es verdaderamente un ministro de la salvación" (3).

Padre en la acogida de la voluntad de Dios y del prójimo

Al mismo tiempo, José es "un padre en la acogida", porque "acogió a María sin poner condiciones previas", un gesto importante aún hoy -afirma Francisco- "en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente". Pero el Esposo de María es también el que, confiando en el Señor, acoge en su vida incluso los acontecimientos que no comprende, dejando de lado sus razonamientos y reconciliándose con su propia historia. La vida espiritual de José no “muestra una vía que explica, sino una vía que acoge”, lo que no significa que sea "un hombre que se resigna pasivamente". Al contrario: su protagonismo es "valiente y fuerte" porque con "la fortaleza del Espíritu Santo", aquella "llena de esperanza", sabe “hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia”. En la práctica, a través de san José, es como si Dios nos repitiera: "¡No tengas miedo!", porque "la fe da sentido a cada acontecimiento feliz o triste" y nos hace conscientes de que "Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas". Y no sólo eso: José "no buscó atajos", sino que enfrentó "‘con los ojos abiertos’ lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona". Por ello, su acogida “nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles” (4).

Padre valiente y creativo, ejemplo de amor a la Iglesia y a los pobres

Patris corde destaca "la valentía creativa" de san José, aquella que surge sobre todo en las dificultades y que da lugar a recursos inesperados en el hombre. "El carpintero de Nazaret -explica el Papa- sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia". Se enfrentaba a "los problemas concretos" de su familia, al igual que todas las demás familias del mundo, especialmente las de los migrantes. En este sentido, san José es "realmente un santo patrono especial" de aquellos que, "forzados por las adversidades y el hambre", tienen que abandonar su patria a causa de "la guerra, el odio, la persecución y la miseria". Custodio de Jesús y María, José "no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia", de su maternidad y del Cuerpo de Cristo: cada necesitado, pobre, sufriente, moribundo, extranjero, prisionero, enfermo, es "el Niño" que José guarda y de él hay que aprender a "amar a la Iglesia y a los pobres" (5).

Padre que enseña el valor, la dignidad y la alegría del trabajo

Honesto carpintero que trabajó "para asegurar el sustento de su familia", José también nos enseña "el valor, la dignidad y la alegría" de "comer el pan que es fruto del propio trabajo". Este significado del padre adoptivo de Jesús le da al Papa la oportunidad de lanzar un llamamiento a favor del trabajo, que se ha convertido en "una urgente cuestión social", incluso en países con un cierto nivel de bienestar. "Es necesario comprender", escribe Francisco, "el significado del trabajo que da dignidad", que "se convierte en participación en la obra misma de la salvación" y "ocasión de realización" para uno mismo y su familia, el "núcleo original de la sociedad". Quien trabaja, colabora con Dios porque se convierte en "un poco creador del mundo que nos rodea". De ahí la exhortación del Papa a todos a "redescubrir el valor, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva ‘normalidad’ en la que nadie quede excluido". Mirando en particular el empeoramiento del desempleo debido a la pandemia de Covid-19, el Papa llama a todos a "revisar nuestras prioridades" para comprometerse a decir: “¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!” (6).

Padre en la sombra, descentrado por amor a María y Jesús

Siguiendo el ejemplo de la obra "La sombra del Padre" del escritor polaco Jan Dobraczyński, el Pontífice describe la paternidad de José respecto de Jesús como "la sombra del Padre celestial en la tierra". "Nadie nace padre, sino que se hace", afirma Francisco, porque se hace "cargo de él”, responsabilizándose de su vida. Desgraciadamente, en la sociedad actual "los niños a menudo parecen no tener padre", padres capaces de "introducir al niño en la experiencia de la vida", sin retenerlo ni "poseerlo", pero haciéndolo "capaz de elegir, de ser libre, de salir". En este sentido, José tiene el apelativo de "castísimo", que es "lo contrario a poseer": él, de hecho, "fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre", "sabía cómo descentrarse" para poner en el centro de su vida no a sí mismo, sino a Jesús y María. Su felicidad está "en el don de sí mismo": nunca frustrado y siempre confiado, José permanece en silencio, sin quejarse, pero haciendo "gestos concretos de confianza". Su figura es, por lo tanto, ejemplar, señala el Papa, en un mundo que "necesita padres y rechaza a los amos", que refuta a aquellos que confunden "autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción". El verdadero padre es aquel que "rehúsa la tentación de vivir la vida de los hijos" y respeta su libertad, porque la paternidad vivida en plenitud hace "inútil" al propio padre, "cuando ve que el hijo ha logrado ser autónomo y camina solo por los senderos de la vida". Ser padre "nunca es un ejercicio de posesión", subraya Francisco, sino "un ‘signo’ que nos evoca una paternidad superior", al "Padre celestial" (7).

La oración diaria del Papa a san José y ese "cierto reto"

Concluida con una oración a san José, Patris corde revela también, en la nota número 10, un hábito de la vida de Francisco: cada día, de hecho, "durante más de cuarenta años", el Pontífice recita una oración al Esposo de María "tomada de un libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María". Es una oración que "expresa devoción y confianza" a san José, pero también "un cierto reto", explica el Papa, porque concluye con las palabras: “Que no se diga que te haya invocado en vano, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”.

Indulgencia plenaria para el "Año de San José"

Junto a la publicación de la Carta apostólica Patris corde, se ha publicado el Decreto de la Penitenciaría Apostólica que anuncia el "Año de San José" especial convocado por el Papa y la relativa concesión del "don de indulgencias especiales". Se dan indicaciones específicas para los días tradicionalmente dedicados a la memoria del Esposo de María, como el 19 de marzo y el 1 de mayo, y para los enfermos y ancianos "en el contexto actual de la emergencia sanitaria".

Fuente: Vatican News

Puede descargar y leer la CARTA APOSTÓLICA PATRIS CORDE aquí

Miércoles, 09 Diciembre 2020 08:29

POLÍTICA DE PRIVACIDAD WEB

Con motivo de la pandemia, la Iglesia no pudo celebrar el 19 de marzo el Día del Seminario. Se trasladó al 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Todo quedó en casa, porque del patriarca de la Iglesia universal pasó a manos de María, Madre de la Iglesia. El seminario no puede estar en mejores manos ni bajo mejores protectores. María y José dedicaron su vida a criar, educar y proteger al Hijo de Dios. Es natural que la Iglesia les confíe también la tarea de cuidar y educar a quienes un día recibirán el carisma de representar a Jesús, sacerdote eterno.

¿Es posible representar a Jesús? ¿No es una pretensión inalcanzable? Naturalmente que es posible, pero no por invento de la teología ni por decreto de la mal llamada Iglesia-institución, sino por voluntad expresa y directa de Jesucristo. Él eligió de entre todos sus discípulos a Doce, a quienes constituyó apóstoles, es decir, enviados. Los educó personalmente conviviendo con ellos estrechamente en una comunidad itinerante, donde todo lo hacían en común. Jesús, enseñaba, corregía, alentaba, enviaba a predicar; y después comentaba con ellos sus experiencias. La sobriedad de los Evangelios no impide percibir este modo de preparar a los Doce hasta el momento de recibir del mismo Cristo la autoridad para representarlo como mediadores de su salvación. La teología ha recogido esta misión con una fórmula clara que no deja ninguna duda sobre la voluntad de Cristo: los apóstoles y quienes continúan su misión como obispos y sacerdotes actúan «en la persona de Cristo Cabeza». Jesús, en la Última Cena, lo dijo de manera inconfundible: «Haced esto en mi memoria». Se trata de hacer lo que hizo Jesús, que en la última cena funda la nueva alianza en su cuerpo y en su sangre y hace posible una relación indestructible entre Dios y los hombres, en la que sus sacerdotes harán visible su persona hasta el fin de los tiempos.

El seminario es el lugar donde los que se sienten llamados por Cristo van conformando su vida con la suya. Si la Iglesia los acepta como idóneos, llegará un día en que, mediante el sacramento del orden, serán «otros cristos», enviados al mundo con la misión del Hijo de Dios: evangelizar, celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados, edificar la Iglesia, sanar, cuidar de los pobres y guiar al Pueblo de Dios. Los cristianos, y las diócesis en general, no pueden permanecer indiferentes ante el seminario, porque sería permanecer indiferentes ante Cristo. Como si no nos importara su salvación, su palabra, sus sacramentos, su presencia en medio del pueblo. Tal indiferencia indicaría que damos por vano lo que Cristo hizo al elegir y constituir a los Doce. Una diócesis viva cuida su seminario, ora por las vocaciones, trabaja para que la misión del sacerdote se presente a niños y jóvenes, cuando se plantean su vocación. A pesar de sus fragilidades, el sacerdote representa a Cristo y toda la Iglesia debe trabajar para que nunca falten los sacerdotes que necesitamos, no a cualquier precio, puesto que el hombre ha sido rescatado por la sangre de Cristo. No queremos vocaciones a cualquier precio, porque la vida de los hombres no se pone a subasta, ni es objeto de mercado. Queremos vocaciones auténticas, que se conformen al estilo de vida de Cristo, que aspiren a la santidad y que se entreguen plenamente al servicio de los hombres. Vocaciones como las de María y de José, que, sin ser sacerdotes ordenados, se conformaron a Cristo y tuvieron la dicha de educar a quien se sometió a ellos con obediencia y fue creciendo en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres. Quiera Dios que crezcan así nuestros seminaristas para el bien de la Iglesia y del mundo.

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

Viernes, 27 Noviembre 2020 12:51

Diciembre 2020

DICIEMBRE 2020

6 de diciembre. Domingo II de Adviento

En medio de los desiertos de nuestro tiempo, los aislamientos, las distancias, los vacíos de las ausencias, escuchamos una voz que grita “preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Cuando el presente se vuelva duro, acerquémonos unos a otros con el consuelo, y cuando el futuro se oscurezca, agarrémonos a la esperanza, porque sabemos que se acerca el Salvador.

8 de diciembre. Solemnidad de la Inmaculada Concepción

En el camino del Adviento aparece la figura de María como modelo de mujer que sabe acoger el plan de Dios. Ante la propuesta de ser un instrumento privilegiado de la Salvación, se suscita en ella un diálogo que nace de su humanidad. Pregunta “cómo será eso”, porque se da cuenta de su pequeñez y no conoce con seguridad lo que va a pasar. Pero el “sí” que pronuncia la convierte en modelo de nuestra fe: pone su confianza en la acción de Dios.

13 de diciembre. Domingo III de Adviento

En este domingo de “Gaudete” escuchamos la invitación “estad siempre alegres”. Si sentimos la tentación del pesimismo, del deseo de tirar la toalla o de la tristeza, busquemos en Dios una alegría que no dependa de las circunstancias. Así podremos percibir las pequeñas o grandes alegrías de cada día, valorar lo que tenemos y celebrar de nuevo el nacimiento del Salvador.

20 de diciembre. Domingo IV de Adviento

Ahora que la Navidad está muy cerca, volvemos a contemplar el anuncio del ángel a María, porque tenemos que preparar el corazón para un encuentro. Dios, rompiendo todos los límites imaginables, se hace carne en el seno de María. Y también desea venir a cada uno de nosotros. Y viene a nuestra vida para quedarse, porque es Dios-con-nosotros, es “el Dios de la cercanía”.

25 de diciembre. Natividad del Señor

Nos despertamos con la buena noticia de que nos ha nacido el Salvador. Si nos acercamos al belén, contemplaremos al Niño Jesús recién nacido acostado en un pesebre, acompañado por María, José y los pastores. En torno a este nacimiento no ha habido festejos, ni luces, ni flores, sino silencio, pobreza y contemplación. La Navidad nos indica que no existe un lugar tan sucio ni pobre en donde el Dios de la Vida se sienta indigno de nacer. Hoy abrimos nuestros corazones para que nazca en cada uno la Vida.

27 de diciembre. Sagrada Familia

Dios quiso nacer en una familia, porque es ahí el lugar donde todos crecemos en sabiduría y estatura. Una sabiduría que se cuece en las cosas cotidianas que ocurren cada día. En el amor que conlleva sus renuncias, en la preocupación por el trabajo o los estudios, en los conflictos que dejan heridas, en la ilusión y el arrojo de los que comienzan la vida... La Sagrada Familia vivió situaciones parecidas a las nuestras y por eso pedimos amor, ternura, paciencia, agradecimiento, perdón y tantas otras cosas que hoy necesitan nuestras familias.

Patricia González Fernández, OMI

Viernes, 27 Noviembre 2020 12:23

REVISTA DIOCESANA DICIEMBRE 2020

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Al comenzar un nuevo año litúrgico, la Iglesia acrecienta la esperanza. Adviento es esperanza. No es una esperanza basada en bienes temporales, ni en economías potentes ni en paraísos terrenos de ideologías materialistas para mentes ingenuas y crédulas. La esperanza del Adviento trasciende el espacio y el tiempo y nos enseña a mirar más allá de la muerte. Al decir que trasciende el espacio y el tiempo no afirmo que se olvide de estas categorías humanas que conforman la encrucijada de nuestra vida. Quiero decir que no se reduce a ellas. Vana sería entonces la esperanza si, superados los límites del espacio y del tiempo, nos halláramos en la nada. La esperanza del Adviento se realiza ya aquí, en el drama de la historia y de nuestra vida personal. Es esperanza para vivir aquí con la certeza de vivir más allá de la muerte. Porque este es el anhelo del hombre: vivir para siempre. Y Dios, creador del hombre, no defrauda.

El profeta Isaías ha expresado de manera insuperable la esperanza que anida en el corazón del hombre. Así lo proclama en este primer domingo de Adviento: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!» (Is 63,19). Rasgar los cielos y descender: esta es la acción portentosa de Dios al enviar a su Hijo en nuestra propia carne. El libro de la Sabiduría lo dice con gran dramatismo: «Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real, cual guerrero implacable, sobre una tierra condenada al exterminio» (Sab 18,14-15). Aquí está el secreto de la esperanza cristiana. Dios ha decidido vivir, trabajar, sufrir y morir con el hombre y por el hombre. Sin este dato de la revelación es imposible entender el cristianismo y la esperanza que propone. En la entraña del cosmos, de la historia humana y de cada persona habita Dios. No habita solo como habita el ser en los seres por la vía de la participación. Habita con la carne del hombre que ha asumido Dios para sí mismo en la persona de su Hijo. Dios ha querido compartir, participar de la vida del hombre tal y como es, a excepción del pecado. Así lo expresa la constitución del Concilio Vaticano que lleva por título dos palabras clave, gozo y esperanza (Gaudium et Spes): En Cristo, «la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado» (GS 22,2).

Si esto es así, como afirmamos los cristianos, la esperanza sostiene la vida del hombre en su dramaticidad insoslayable. Es duro vivir, ciertamente; la muerte es un misterio; Dios tiene caminos y planes incomprensibles. Pero con Isaías, podemos decir: «Descendiste y las montañas se estremecieron. Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él» (Is 64,2-3). La certeza de la fe revelada en Cristo no se apoya en nuestra capacidad de entender o no a Dios (¿quién es tan osado para decir que lo entiende?), sino en lo que ha hecho por quienes esperan en él: compartir nuestra existencia hasta en lo más horrible y detestable que es la muerte. Dios no es enemigo ni competidor del hombre, pues se ha puesto de su parte en el misterio de la encarnación. Es obvio que persiste el misterio, dada la trascendencia de Dios. Pero la clave para entender su trascendencia es precisamente su opción irrevocable por el hombre, que es el fundamento de nuestra esperanza.

+ César Franco
Obispo de Segovia