TESTIMONIO DE ALFIO AYUSO Y MONS. ÁNGEL RUBIO POR SUS BODAS DE PLATINO Y DIAMANTE SACERDOTALES

Con los primeros días del mes de mayo llega San Juan de Ávila, festividad en la que los sacerdotes de la Diócesis festejan su patrón y los años de dedicación al ministerio sacerdotal. Este año son 16 los miembros del presbiterio que celebran sus bodas sacerdotales de plata, oro, diamante, platino y titanio. Entre ellos, Alfio Ayuso, que escribe estas líneas a modo de testimonio por sus 65 años en el ministerio sacerdotal: 

 

alfio ayuso
«Miro a mi alrededor, a cuantos conmigo celebran este acontecimiento: soy uno de los mayores (sesenta y cinco años de sacerdocio), y pienso que desde lo más alto hay más, y mejores perspectivas. Y desde «ser mayor» más calma para pensar, más experiencia y hasta más razones para opinar.

Como sacerdote, mirando hacia atrás no me cabe sino «dar gracias al Señor porque es eterna su misericordia»; acción de gracias que se extiende a cuantos han compartido conmigo la fe y a cuandos ha podido llegar mi actuar sacerdotal.

La mirada desde lo alto, y desde mi experiencia, va dirigida a mi trabajo pastoral. La parroquia sigue siendo una estructura pastoral necesaria. Lugar muy apropiado para profesar y vivir la fe, para estar cerca y ayudar a los más necesitados. La labor del párroco no es dirigir una empresa, sino construir una comunidad, familia de Dios, donde surjan diversos carismas y siempre abierta a la acogida de todos.

Siempre he ejercido como párroco, en la última parroquia, 48 años. Creía ser la mejor manera de estar cerca, de ayudar, de servir. Siempre saliendo al encuentro de los que no están... Me ha ayudado, en mi vida personal, el encuentro de un pequeño grupo-comunidad donde me he sentido como uno más, he encontrado ayuda y hemos buscado juntos.

Otra mirada la dirijo a cuantos han vivido su sacerdocio conmigo y he conocido a lo largo de la vida sintiéndose, a veces, no comprendidos a pesar de sus buenos deseos y su mucho esfuerzo. Pero siempre nos hemos sentido profundamente amados por Dios, que nos llamó a esta misión por nuestro propio nombre. Cada mañana, como salidos de la mano de Dios creador, hemos ido a orar, a buscar la oveja perdida, a ser simples mediadores de su amor, puentes de la gracia. Hemos unido nuestro trabajo al de nuestros predecesores, sabiendo que nuestro deber es sembrar, que el resultado queda en el secreto de Dios.

Es de admirar cuántos sacerdotes han gastado generosamente su tiempo y sus esfuerzos, su misma vida, por los caminos de la misión a ellos encomendada. A veces con heridas y preocupaciones que cada día ponían sobre el altar, y procurando ser transparencia de la entrega total de Cristo.

Termino con una reflexión personal: Ser mayor pone a prueba la autenticidad de nuestra fe, podemos preguntarnos sobre nuestra misión en el mundo. Pueden haber parado los romanticismos y heroísmos por el Evangelio, pero perdura el mismo entusiasmo. Pasión más otoñal que primaveral, pero pasión al fin y al cabo, siendo Cristo la referencia interiorizada y la Iglesia nuestra familia, que entendemos frágil, pero en ella está Cristo.

Me quedo con la frase de Jesús: «El que permanece en mí, y yo en él, ese da fruto abundante». (Jn 14,5)».

Alfio Ayuso

 

• • • • • • • • • • 

 

Por su parte, Mons. Ángel Rubio, Obispo emérito de la Diócesis, ha escrito este decálogo a modo de felicitación que ha sido publicado en la portada de la revista diocesana «Iglesia en Segovia» del mes de mayo.

 

ángel rubio

 

1. Identificado con Cristo Buen Pastor. El sacerdote es una persona llamada por Dios para ser consagrado a Cristo y prolongar así su misión de la salvación entre los hombres, sus hermanos. Es alguien que ama a los hombres como Cristo les ama. Los hombres han de ver en él a Cristo, porque de lo contrario, no lo verán; han de pensar, sentir y vivir como Cristo.1. Identificado con Cristo Buen Pastor. El sacerdote es una persona llamada por Dios para ser consagrado a Cristo y prolongar así su misión de la salvación entre los hombres, sus hermanos. Es alguien que ama a los hombres como Cristo les ama. Los hombres han de ver en él a Cristo, porque de lo contrario, no lo verán; han de pensar, sentir y vivir como Cristo.

2. Mensajero y heraldo de la Palabra. El Sacerdote, en nombre de Cristo Pastor, hace presente en el mundo de hoy la buena noticia del Reino, y les ofrece a todos los hombres como la ansiada respuesta, a todas las preguntas y desafíos del corazón humano. Asume, vive y se compromete gozosamente con el Evangelio, y se hace capaz de leer, interpretar y discernir la realidad en la que se encuentra inmerso.

3. Ministro de los Sacramentos. El sacerdote ofrece al pueblo de Dios la gracia que santifica a los hombres. Los siete sacramentos acompañan a la vida humana desde el inicio hasta el final. En este camino, la Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana y de toda la vida de la Iglesia, por eso el sacerdote la celebra diariamente, aun cuando no hubiera participación de fieles.

4. Instrumento de reconciliación. El sacerdote se ofrece como servidor del perdón y la reconciliación. El sacramento de la Penitencia nos ofrece la alegría del encuentro con el Señor. El sacerdote tiene que estar gozosamente disponible para este misterio, no puede resignarse con ver los confesionarios vacíos. Hay que mostrar la Penitencia sacramental como una exigencia de la presencia eucarística.

5. Servidor de la “caridad y la verdad”. El sacerdote ha de actualizar en su vida la entrega de Cristo con una ejemplar disposición al sacrificio, a la entrega de su tiempo y salud, y hasta su propia vida. El buen párroco está siempre dispuesto a servir. Es un hombre “comido”. Nunca puede decir “hasta aquí hemos llegado”. El amor no tiene límites, pues su medida es la infinita entrega de Cristo a favor de todos.

6. Agente de la espiritualidad de comunión. La misión del sacerdote es buscar la unidad en la comunidad. La razón de ser del sacerdocio está en función de la comunión eclesial. El sacerdote ha de vivir en estrecha comunión con la Iglesia Universal, a través de su Iglesia particular y en íntima conexión con el presbiterio de su diócesis y el obispo que la preside. La parroquia se ofrece como lugar de encuentro y de acogida, de superación de barreras culturales o raciales y religiosas, buscando siempre la unidad.

7. Testigo del Dios vivo. El sacerdote ha de ser hombre de plegaria sincera y confiada. Que tenga experiencia de Dios, aceptándolo como el único absoluto de su vida. Antes de hablar de Dios a los hombres, ha de hablar a Dios de los hombres. Es discípulo del Señor antes que apóstol, es oveja del rebaño de Cristo antes que pastor. Testifica lo que ha visto y oído y encarna en su vida la santidad de Dios.

8. Impulsor del desarrollo humano. Todo sacerdote debe ser “experto en humanismo”, solidaridad con el hombre, que es el centro de la creación, que debe ser salvado y redimido; solidaridad que no se identifica con compartir su ideología, muchas veces desvariadas, ni sus comportamientos no evangélicos; significa buscarle a Él, a su persona. Ha de llevar el mensaje salvador al corazón de este mundo complejo en el que le toca vivir.

9. Hombre fiel a sí mismo y a los demás. Todo sacerdote debe ser un hombre verdaderamente libre, con personalidad humana, con perfecto dominio de sí mismo, con madurez afectiva, para vivir con elegancia y sencillez el compromiso de su vida celibataria. Con una competencia y buena formación cultural. Bien formado en teología. Está llamado a “discernirlo todo y quedarse con lo bueno” (1Tes 5, 21). Ha de promover el apostolado de los laicos para realizar la misión total de la Iglesia.

10. Evangelizador con nuevas expresiones y nuevos métodos. El sacerdote debe estar convencido de que muchas personas están reclamando un nuevo estilo de parroquia, mucho más misionera y dinámica. Con la colaboración de los laicos ha de salir a buscar a los que no vienen, a los que nunca han creído, o a los que fueron una vez pero se han alejado. Hay que mostrar atención especial a los jóvenes para acoger, dialogar y acompañar en su itinerario de fe.

Epílogo. En este año 2024 se cumplen 85 años de mi sacerdocio bautismal, 60 años de servicio ministerial y 20 años de ordenación episcopal. “Cantaré eternamente las misericordias del Señor” (Sal 89).