EL PAN DE LAS CANDELAS: UNA TRADICIÓN MUY VIVA EN LA PARROQUIA DE EL SALVADOR DE SEGOVIA

Existe una costumbre en la ciudad de Segovia que pasa desapercibida para la mayoría de la población, pero que los vecinos de El Salvador conocen muy bien: el reparto del Pan de las Candelas el día 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor. Todos los feligreses saben que su origen es muy antiguo y que hasta hace sólo unas décadas, de lo que se trataba era de repartir pan a los pobres en este día. Algunos de los parroquianos con más años felizmente cumplidos (como la señora Martina, informante entusiasta) aún lo recuerdan: en la posguerra, las familias más necesitadas del barrio acudían a la iglesia y, al menos ese día, podían comer con una sonrisa sabiéndose valoradas aunque no fuera más que por el cumplimiento de una tradición.

                Efectivamente, ésta proviene de antiguo, del año 1539 (dentro de muy poco se cumplirá el V centenario, por cierto: estemos atentos a ello). En aquel entonces, una pía señora del barrio, doña María Álvarez Temporal, devota de la fiesta de la «Purificación de la Virgen María», que así se denominaba entonces la fiesta del 2 de febrero, estableció en su testamento, entre otros, dos puntos muy concretos: por un lado, «que se haga y funde una capellania en la dicha yglesia de señor sant salvador… con quince mill maravedis de censo o rrenta segura y treinta fanegas de pan mitad trigo y cebada…» y, por otro, que es el que más nos concierne, «que el dicho dia de la purificacion de nuestra señora… se den de limosna quince fanegas de trigo a pobres necesitados e parientes mios o del dicho mi marido si los obiere desta Ciudad…».

 

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La obligación de la capellanía sufrió distintos avatares con el tiempo, las fanegas físicas entregadas a la parroquia se trocaron en dinero en efectivo en un momento dado, pero jamás dejó de repartirse pan a los pobres en El Salvador. Todo un logro, todo un gesto, todo un orgullo para la parroquia.

                Hasta que a mediados del pasado siglo XX, esta edificante historia pudo tener un abrupto final. Gracias a Dios, no fue así. El 15 de junio de 1953, a petición de don José Luis de Porras e Isla Fernández, Marqués del Arco, el Obispo de Segovia, don Daniel Llorente, redime a los herederos y descendientes de aquella María Álvarez Temporal «de la carga de la Fundación denominada EL PAN DE LAS CANDELAS, instituida a favor de los pobres de la parroquia de El Salvador… para lo cual ha ingresado en las Arcas Diocesanas, dicho Sr. Marqués, la cantidad de VEINTICINCO MIL PESETAS NOMINALES…». Fin de la benemérita y caritativa fundación ¿Qué ocurriría a partir de entonces? Pues otro logro, otro gesto de la parroquia: sin necesidad de obligación alguna ni forzados por el cumplimiento de antiguas cargas, la parroquia siguió repartiendo pan entre los vecinos. Y lo que fue un acto de caridad para cubrir una necesidad de los llamados antiguamente «pobres vergonzantes», se trocó en un reparto para todos, en una celebración festiva cargada de simbolismo.

 

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                En esta segunda parte de la historia, hay que destacar un nombre y un hombre que los vecinos recuerdan muy bien: el de don Desiderio Arranz Santos, párroco de El Salvador entre 1989 y 2006 que, en su labor pastoral cargada de cariño, revitalizó esta y otras costumbres dando vida al barrio. El pan era encargado y repartido a todo el que ese día traspasaba las puertas del templo, vecino o no, para participar de la costumbre. Y fuera de éstas también, que luego se encargaba él de llevar pan de las Candelas a las Hermanitas de los Pobres, las Agustinas de Santa Rita y a los Bomberos de Segovia que ese día se hallaban de guardia, vecinos todos ilustres del que fuera ilustrísimo e industrioso barrio de la ciudad.

                Esta pequeña historia del pan compartido en mitad del invierno tiene varias lecturas, todas llenas de valor. Y de emoción. En primer lugar, el valor propio de ser una manifestación histórica, tradicional y específica de la ciudad de Segovia. Es posible que exista o haya existido una costumbre similar en esta fecha concreta de la Candelaria en otros lugares de la diócesis. Lo desconocemos, al igual que las diversas fuentes consultadas. En el resto de España, tampoco parece existir nada muy concreto y evidente. En internet aparece inmediatamente una referencia homónima, el Pan de las Candelas de Cacabelos, en León, pero el concepto es muy distinto: los vecinos acuden con panes propios para que sean bendecidos en una ermita dedicada a la Virgen de las Angustias. Nada que ver, por tanto, en cuanto a origen y significación.

 

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Así que, salvo mejor opinión —estos párrafos ni son ni quieren ser un estudio completo sobre historia ni etnografía— parece que estamos ante otro de esos casos que nos son tan queridos en esta tierra de una especificidad muy, muy particular en lo tocante a tradiciones religiosas de la ciudad de Segovia. Recordamos otras, ¿verdad? Efectivamente: la Catorcena de Segovia y la «misa de privilegio», esa misa y ese nombre que nadie entiende fuera de los límites de la ciudad. Bueno, pues ahora, casi sin temor a equivocarnos, podemos añadir, y muy orgullosos, por cierto, una tercera: el Pan de las Candelas de El Salvador.

Pero es que además, esta fiesta —así podríamos llamarla— tiene un valor pastoral y simbólico que merece la pena considerar. Aunque ahora ya no hay pobres como antiguamente a los que socorrer de aquellas maneras (hay otras necesidades que se atienden por otros cauces), el gesto que hoy encabeza José Antonio Serrano como párroco de El Salvador expresa la necesidad y la obligación de compartir que tiene la Iglesia y la sociedad: compartamos lo que tenemos, demos lo que recibimos. Y celebrémoslo juntos. Todos estamos necesitados de pan; todos, en el fondo, somos unos menesterosos de alimento físico, emocional y espiritual. Y todos formamos una comunidad: una comunidad vecinal, social y, el que así lo desea, una comunidad creyente en torno al Señor y su misterio eucarístico (otro Pan compartido). Una comunidad que se necesita para alimentarse mutuamente y seguir creciendo, a pesar de las fuerzas polarizadoras e individualizadoras del mundo actual.

El pan, por último, como alimento básico, nos habla de sencillez y de igualdad: el pan nos hace iguales, porque como iguales andamos necesitados de las mismas cosas. Por eso el gesto de compartir un modesto bollo de pan una mañana de invierno nos hace ser conscientes de nuestra modestia, de nuestra pequeñez. Compartirlo nos hace más humanos, nos hace hermanos... Quizá el celebrar todo esto el día de la Presentación del Señor, el día de la Candelaria, donde la luz es protagonista, no sea casual: la Providencia tiene estas cosas… Esa luz de las candelas bien puede ser un reflejo de la Luz que hace poco más de un mes adorábamos en un pesebre. Esa Luz que sólo vieron los pastores y que los movió a presentar y a compartir su pan con Aquél que quiso hacerse uno como ellos, alguien humilde, conocedor y necesitado de todo lo que es humano. Quizá, ojalá sea así, este Pan de las Candelas nos haga comprender que, en esta vida, todos somos pastores y no reyes.

David San Juan