Secretariado de Medios

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La lógica de la fe cristiana es apabullante. Todo cuadra en la relación de unos dogmas con otros. Nada queda descolgado en la urdimbre de la fe. No hay hilos sueltos. La razón de esta lógica reside en la verdad de Dios. Dios no puede mentir ni negarse a sí mismo. Cuando el prólogo de san Juan afirma que «el Verbo se hizo carne», dice de modo indirecto que la carne del hombre es capaz de Dios. De hecho, Dios había dispuesto desde toda la eternidad que su Hijo se encarnara y revelara la verdad sobre Dios, sobre el cosmos y sobre el hombre con su sola presencia en este mundo.

«Caro cardo salutis», decía Tertuliano. La carne se ha convertido en el quicio de la salvación. Por eso su Palabra, como indica el mismo término hebreo dabar que puede traducirse por palabra y por acción, es al mismo tiempo algo que acontece.

            En el Evangelio de este domingo se narra un diálogo de Jesús con los saduceos, grupo religioso que negaba la resurrección de la carne. Plantean a Jesús un caso rebuscado de una mujer que se queda viuda sin descendencia. Conforme a la ley del levirato, la viuda debía casarse con el hermano de su difunto esposo, que tenía seis hermanos.  Uno tras otro muere sin dar descendencia a la mujer. Como los siete habían estado casados con ella, preguntan a Jesús a quién de ellos pertenecerá la mujer cuando llegue la resurrección de los muertos. También hoy hay muchos cristianos que tienen una idea de la resurrección poco acorde con la fe cristiana: desde quienes la niegan directamente con el argumento de que ya en la muerte resucitamos, hasta quienes consideran la vida eterna como una prolongación de esta, aunque sin fin (¿con sus excesos y deficiencias?).

            Según el Evangelio de hoy, Jesús aprovechó la ocasión para hacer una catequesis sobre el significado de la resurrección y sobre la vida más allá de la muerte, que no puede entenderse desde categorías meramente terrenas. Afirma, sobre todo, que los muertos resucitarán porque Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, como lo indica el calificativo que los judíos daban a Dios: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Al mencionar a los patriarcas, que, para la fe judía, ya vivían en Dios, Jesús concluye que Dios no es un dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos.

            Cuando algunos cristianos de Corinto negaron la resurrección de los muertos, san Pablo argumentó de una manera muy sencilla: si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó, y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Ahora bien, si Cristo ha resucitado al tercer día de su muerte, es obvio que, por resurrección, solo puede entenderse la de su carne, la que asumió en la encarnación. La resurrección supone la encarnación. El modelo de nuestra resurrección solo puede ser la suya. En otra ocasión san Pablo dice que hemos resucitado con Cristo en el bautismo. Lo que de forma sacramental comenzó en el bautismo llegará a su plenitud al fin de la historia cuando resucitemos. Entonces, nuestra carne será trasformada según el modelo de la carne gloriosa de Cristo. Esta es la lógica coherente de la fe. La carne, como decía Tertuliano, se ha convertido en el quicio de la salvación.

En cuanto a cómo será la vida de los resucitados, debemos dominar la fantasía para evitar las trampas absurdas de los saduceos. Una cosa es segura: será vivir en la plenitud de lo humano conforme al plan de Dios trazado para su Hijo. Si Dios nos ha creado para la felicidad eterna, y ha querido que su Hijo compartiera nuestra carne, es lógico deducir que lo previsto para nosotros supera lo que la imaginación pueda barruntar. Nada de lo humano se perderá, sino que alcanzará la plenitud de lo divino.

 

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Jueves, 03 Noviembre 2022 09:03

REVISTA DIOCESANA NOVIEMBRE 2022

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La entrega de «el llamador» se traslada hasta Montejo de la Vega de la Serrezuela • Con este galardón la Diócesis de Segovia reconoce el valor del servicio discreto en favor de la Iglesia y la sociedad

 

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La Diócesis de Segovia ha concedido el VI Premio San Alfonso Rodríguez a D. José Antonio García Baciero. Desde 2017, la Diócesis entrega este premio a finales del mes de octubre, con el que reconoce la labor callada de todos aquellos fieles que dedican su tiempo a los pequeños servicios cotidianos en favor de la Iglesia y la sociedad. Con cariño, con generosidad, pasando desapercibidos, pero realizando una tarea eficaz y necesaria en el día a día de nuestras parroquias.

            En la actualidad, en Segovia siguen existiendo muchos «san Alfonsos Rodríguez» que nunca salen en las noticias. Fieles de a pie, gente sencilla como Toño —o Toñín, como se le conoce en el pueblo—, de 76 años, vecino de Montejo de la Vega de la Serrezuela. Un hombre soltero, que fue obrero en una fábrica de Aranda de Duero y agricultor pero, ante todo, el sacristán del pueblo. Desde que se edificara la iglesia parroquial de San Andrés Apóstol hace 34 años, (ya lo hacía anteriormente), cuida con esmero todos los detalles relacionados con el culto y el mantenimiento del templo. Como a san Alfonso, todos lo buscan y a todos a tiende desde esa tarea que un día se le encomendó y continúa cumpliendo con la mayor naturalidad y discreción.

           
La entrega de «el llamador», como se denomina al galardón, tendrá lugar el próximo domingo 30 de octubre a las 17 horas. Será en su pueblo, en Montejo de la Vega de la Serrezuela, tras una Eucaristía presidida por el Obispo de Segovia, Mons. César Franco, que estará animada por la coral La Espadaña de Ayllón. El acto, muy sencillo al estilo del santo, pretende mostrar la realidad de una Iglesia acogedora y abierta a todos, que se nutre de la labor discreta y perseverante de personas como Toño que, en nuestros pueblos y barrios, salen diariamente al encuentro de los demás con la mayor entrega y total gratuidad.

San Alfonso Rodríguez

San Alfonso Rodríguez es conocido por ser el santo de lo cotidiano, alguien que podríamos denominar como nuestro «santo de la puerta de al lado».

Nacido en el barrio de El Salvador de Segovia, pasó la segunda parte de su vida, desde los 40 años hasta más allá de los 80, sirviendo como portero del colegio jesuita de Monte Sión, en Palma de Mallorca. Dicen que cuando oía la campana de la puerta, acudía a ella diciendo «Ya voy, Señor», franqueando el paso a todos. Allí se santificó en los pequeños servicios, escuchando a todos, procurando que todo estuviera bien.

NOMBRAMIENTO VG

 El vicario general de la Diócesis, D. Ángel Galindo García, ha sido nombrado capellán de Su Santidad, título honorífico que se confiere por una especial concesión de la Santa Sede a los presbíteros. Reconocimiento que se concede a petición del Obispo de la Diócesis para sacerdotes considerados dignos, y es el único honorífico que sigue vigente tras la abolición de este tipo de reconocimientos por el Papa Francisco en 2014.

            En virtud de este nombramiento, don Ángel Galindo ostenta el título de Reverendo Monseñor, y podrá ser distinguido de otros sacerdotes por sus vestiduras. Así, el vicario general tendrá como vestimenta coral y como traje de diario la sotana negra con ojales, botones, bordes y forro de color morado, y banda de seda morada.

            Cabe destacar que este rango no expira, aunque requiere renovación tras la muerte del Papa que otorgó el título.

Hay milagros de Jesús que dicen mucho más de lo que sugiere una primera lectura. Hoy leemos el Evangelio de san Lucas sobre la curación de los diez leprosos. Yendo de camino entre Samaría y Galilea, antes de entrar en una aldea, diez leprosos, guardando la distancia exigida por la ley, suplican con gritos a Jesús para que los cure. Jesús no se acerca a ellos, como en otra ocasión, sino que les ordena que vayan a los sacerdotes, que tenían la autoridad para confirmar la curación. Ellos obedecen y, cuando iban de camino, sucedió el milagro: estaban limpios. Al darse cuenta, uno de ellos se vuelve hacia Jesús alabando a Dios, se postra a sus pies rostro en tierra y le da gracias. san Lucas añade: «este era un samaritano».

            Este pequeño añadido sobre la condición samaritana del leproso curado tiene una clara intención. Sugiere claramente que los otros eran judíos y ninguno de ellos volvió a dar gracias. San Lucas es el evangelista del universalismo de la salvación, como lo muestra la segunda parte de su obra que es el libro de los Hechos de los Apóstoles. Si se sigue el hilo del relato, la salvación que acontece en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo, se extiende, mediante los viajes de Pablo por la cuenca del Mediterráneo hasta llegar a Roma, centro del imperio. Que el leproso, que retorna sobre sus pasos y se postra ante Jesús, le agradezca el milagro, subraya que también los paganos —Samaría era ciudad de paganos— acogen y agradecen la compasión de Jesús. Como en la parábola del buen samaritano, este leproso adora a Jesús, como indica el verbo griego utilizado por san Lucas.

            Pero hay algo más que hace de este samaritano un modelo de creyente. Cuando Jesús lo alaba por haberse postrado para dar gracias, dice estas palabras: «¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero? Y le dijo: levántate, vete; tu fe te ha salvado» (Lc 17,18-19). Lucas distingue entre curación y salvación. Jesús cura a los diez, pero solo del samaritano dice que se ha salvado por la fe. Le extraña que, habiendo sido curados todos, solo uno —extranjero y samaritano— alabe a Dios y retorne a Jesús para darle gracias. Sin decirlo explícitamente, está describiendo el proceso de la fe, que se ha realizado en el samaritano. En él, el milagro ha sido eficaz, no solo porque se ha curado, sino porque ha reconocido en Jesús a quien le ha dado tal gracia. Al alabar a un extranjero samaritano, está censurando la actitud de los judíos que, teniendo fe en el verdadero Dios, no le agradecen sus dones. Muchos vieron los milagros de Jesús y fueron beneficiados por él, pero no todos creyeron en él, porque no se abrieron a la gratitud que provoca la acogida del milagro. El samaritano, que no creía en Jesús antes de ser curado, se salva por la fe que provoca en él la curación y entiende que tal gesto sólo puede venir del Salvador del hombre.

            Durante su ministerio, Jesús advierte en muchas ocasiones a los judíos que vendrán los paganos y se sentarán en la mesa del Reino de los cielos, mientras que ellos pueden perderlo. Leyendo este Evangelio desde la perspectiva actual, es una advertencia para los que, habiendo sido sanados por Cristo del pecado —que es más que la enfermedad de la lepra— no agradecemos el don que nos ha hecho, lo cual indica la debilidad o carencia de nuestra fe. Nos hemos acostumbrado tanto a la salvación recibida de modo tan gratuito, que nos parece que vale poco; quizás por eso, nuestra gratitud es tan raquítica. ¿No bastaría solo este dato —¡Cristo me ha redimido! —para vivir en una constante y gozosa acción de gracias? ¿No nos sorprendemos cuando un recién convertido a la fe nos da lecciones de entrega a Dios, de alabanza y de gratitud?

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Martes, 04 Octubre 2022 10:04

REVISTA DIOCESANA OCTUBRE 2022

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Siempre me han sorprendido las palabras de Jesús sobre la fe que leemos en el Evangelio de este domingo. Cuando sus discípulos le piden que les aumente la fe, Jesús dice: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería» (Lc 17,6). Un grano de mostaza es una pizca en la palma de la mano. Apenas se ve. ¿Tan poca fe tenían los discípulos —me pregunto— que no alcanzaban lo que pedían? La hipérbole es legítima, desde luego, pero ¿hasta este extremo? ¿No tenían la fe de un grano de mostaza?

            Quizás la clave de este dilema esté en lo que entendemos por fe. Quienes recitamos el Credo en la misa o en la oración personal tenemos fe, y fe verdadera. Quienes recibimos los sacramentos de la Iglesia, lo hacemos con fe. Sin embargo, la fe no es solo el contenido de los dogmas ni la convicción de que en los sacramentos recibimos la gracia de Dios. La fe es también la actitud del corazón que se fía plenamente de Dios y se adhiere a su voluntad con la certeza de que Dios no defrauda nunca. Es la total confianza en su poder y magnanimidad.

En el Evangelio hay ejemplos de fe tan luminosos que hasta sorprenden a Jesús. La mujer hemorroísa que se abre paso entre la gente para tocar tan solo el manto de Jesús y, al hacerlo, quedó curada. El centurión que pide la curación de su criado y, cuando Jesús se dispone a acompañarlo hasta su casa, aquel le dice que no es necesario, pues una sola palabra de Jesús basta para sanarlo. O la mujer fenicia de Siria, que acepta imperturbable las palabras de Jesús, de apariencia despectiva, cuando le dice que el pan de los hijos no se puede echar a los perrillos, para responderle con serena firmeza que también los perrillos se comen las migajas que caen de la mesa de los hijos. «Mujer, qué grande es tu fe —afirma Jesús—, que se cumpla lo que deseas» (Mt 15,28).

            Quizás este último ejemplo nos ayuda a entender la razón por la que nuestra fe no llega al tamaño de un grano de mostaza. Esta mujer estaba convencida de que su plegaria tenía que ser escuchada. Estaba segura del poder de Cristo, aun siendo una pagana, para darle lo que solicitaba. Y aceptó con sencillez la humillación que suponían las palabras de Jesús al distinguir entre los hijos y los perrillos, es decir, entre los hijos de Israel y los paganos, que recibían tal calificativo. No se rindió ni se echó atrás en su demanda. Más aún, con cierta osadía —la fe, cuando es verdadera, es osada— pide con insistencia. Y, como dice Jesús, la fe se hace eficaz en la realización del milagro: que se cumpla lo que deseas.

            El hecho de que esta mujer sea pagana, como pagano era el centurión que pide la curación de su criado, también es significativo para entender que la fe, además de su aspecto cognoscitivo, tiene otro que podemos llamar cordial, porque tiene su sede en los afectos del corazón. Ni el centurión ni la mujer fenicia compartían la fe de Israel. Sin embargo, como afirma Jesús del centurión, ni en Israel había encontrado tanta fe. Es posible que los cristianos nos hemos acostumbrado a pensar que, por el hecho de serlo, merecemos que Dios nos atienda y nos conceda sin más lo que pedimos. Pero nuestra fe no tiene el tamaño de un grano de mostaza cuando nos falta perseverancia, insistencia, osadía en la petición. Creemos, sí, en las verdades de la fe, pero estas no llegan a echar raíces en el corazón y moverlo con la certeza de que el Señor puede realmente darnos lo que pedimos. Es entonces cuando debemos recordar que «el justo vive de la fe», una fe viva, confiada, segura del poder de Cristo. Es esta fe arraigada en el corazón la que debemos pedir como los discípulos: «Auméntanos la fe».

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El joven seminarista Alberto Janusz Kasprzykowski Esteban será instituido Acólito y Lector el próximo domingo 2 de octubre. La iglesia de San Juan Bautista de Carbonero el Mayor —donde Alberto Janusz colabora— acogerá la celebración a las 12.30 horas, presidida por el Obispo de Segovia, Mons. César Franco.

            Durante el ritual de institución, el seminarista recibirá de manos de don César el libro de la Sagrada Escritura y la patena con el pan (o bien el cáliz con el vino) como símbolos de los Ministerios que va a recibir. Alberto, que afronta el quinto y último curso de su formación en el Teologado de Ávila, en la Universidad Pontificia de Salamanca, continúa de esta manera su camino hacia la Ordenación Sacerdotal después de que el pasado mes de noviembre fuera admitido a las Sagradas Órdenes.

El sacerdote segoviano Ángel García Rivilla ha sido distinguido con el galardón Alter Christus en la categoría de «Atención al Clero y a la Vida Consagrada». Un reconocimiento a más de dos décadas dedicado a trabajar codo a codo con los sacerdotes que han ido desarrollando su labor pastoral en la Diócesis. También al final de su etapa laboral, puesto que como director de la Casa Sacerdotal, los acompaña una vez llegado el momento de la jubilación.

            García Rivilla es licenciado en Teología por la Universidad Gregoriana, y licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Desde que recibiera la Ordenación Sacerdotal en 1970, ha desarrollado una extensa labor pastoral en la Diócesis de Segovia: desde el desempeño de labores de párroco, hasta las de profesor en la Escuela de Magisterio de la Universidad de Valladolid o las de rector del Seminario diocesano. Asimismo, durante su larga trayectoria sacerdotal ha sido el encargado de preparar y acompañar las peregrinaciones a Tierra Santa.

Actualmente compagina el servicio como Vicario para el Clero con su papel como director de la Casa Sacerdotal y Deán de la S.I. Catedral.

La entrega de estos premios, que celebran su IX edición, tendrá lugar el próximo lunes 17 de octubre a las 19 horas en la Universidad Francisco de Vitoria. Podrá seguirse en directo a través del canal de YouTube de RC España y en redes sociales con el hashtag #GalardonesAlterChristus.

Madre y Señora Nuestra de la Fuencisla:

¡Qué cortos se nos han hecho estos días de tu novena en la Catedral! Cortos, pero muy intensos. Los segovianos, presididos por tu venerada imagen, te han mostrado su fe y devoción después de estos años de pandemia.
Has acrecentado nuestra alegría y nuestra esperanza. Al bajar a tu santuario, sabemos que te llevas nuestras plegarias y peticiones, sufrimientos, gozos y proyectos. Sabemos que no nos dejas solos, pues tu maternidad es universal y alcanza a cada rincón de nuestra ciudad y tierra. Tu conoces nuestras necesidades.

Preséntalas ante tu hijo y danos el remedio necesario. Remedio para las familias en esta situación económica tan crítica. Alivia, señora, el peso de tantos hogares pobres y con escasos recursos. Que cese la violencia y la guerra en Ucrania y en tantos países donde reina el poder de las armas. Que se convierta el corazón de quienes siembran la destrucción y la muerte. Haz, señora, que cesen todo tipo de ideologías y de sistemas políticos que atentan contra la condición humana, los derechos de las personas, especialmente de las mujeres y de los niños que sufren maltrato y explotación de diversas índoles. Que la justicia y la paz que ha traído tu hijo sea como el agua que mana de tu fuente sagrada, como la miel de tus panales, que rezuma ternura, compasión, misericordia y afecto de madre.

En tus manos, Madre, ponemos la vida de aquellos que pueden perderla por la injusticia de los hombres. La vida al comienzo y al final de la existencia, la vida de los que pasan hambre y de los que padecen la violencia de los totalitarismos, la vida de los perseguidos por la fe y por la justicia, la vida de los amenazados por defender la libertad de conciencia y de expresión. En esta Jornada mundial de los migrantes y refugiados, te pedimos, Señora, como desea el Papa que sepamos construir el futuro con ellos y crezcamos en humanidad y en compromiso espiritual. Que los países se abran a la solidaridad universal que nos hace hermanos unos de otros solo por el hecho del acto creador de Dios. Que nadie muera por tener que dejar su país; que nadie levante la mano contra un semejante que reclama sus derechos. Que sepamos luchar contra cualquier tipo de sectarismo religioso, social y político, que pone en peligro la paz y la concordia entre los pueblos. Tú, Señora, que huiste a Egipto por salvar a tu Hijo de la muerte, no permitas el sufrimiento de tantas madres, padres, familias que ven peligrar la vida de sus hijos. Defiéndelos y frena con tu intercesión el odio de los que buscan la muerte. 

Aquí, estamos, Señora, los que te veneramos por patrona. Mira a nuestra ciudad y tierra, mira a los hijos de la Iglesia, que ponen en ti sus anhelos y esperanzas. Mira a los mayores y a los jóvenes. Bendice a las familias, a los sacerdotes, a los monasterios y comunidades de vida consagrada. Ilumina a nuestros gobernantes, dales sabiduría y espíritu de concordia para superar peligrosos antagonismos y trabajen todos en la búsqueda del bien común, del auténtico progreso de este pueblo. Gracias por tu presencia materna y pacificadora. Te decimos hasta luego, hasta mañana, porque la cercanía de tu casa nos invita a visitarte, a dejarnos mirar por esos ojos que nos abren el horizonte de Dios, el azul eterno de la vida sin fin, donde tú vives gloriosa con Tu Hijo.

Virgen de la Fuencisla, patrona venerada, bendice a tu pueblo. Protégenos.

Palabras de Monseñor César Franco, +Obispo de Segovia, en la despedida oficial a Nuestra Señora de la Fuencisla tras el novenario en su honor en la S.I. Catedral.