Los Arzobispos y Obispos de las once Diócesis de Castilla y León ante las medidas publicadas en el BOCYL del 16 de enero de 2021 quieren expresar a los miembros de sus respectivas comunidades diocesanas y a la sociedad castellanoleonesa lo siguiente:
1º.- Somos conscientes del grave momento sanitario que vive nuestra Comunidad autónoma a causa de la pandemia COVID-19. La situación nos exige a todos una gran responsabilidad y cuidar las medidas preventivas e higiénicas que impidan la expansión de la enfermedad.
2º.- En todos estos meses de pandemia las once diócesis, en sus miles de parroquias y comunidades, hemos aplicado las indicaciones sanitarias y aceptado la limitación de aforos y actividades. El trabajo realizado por las diversas comunidades de nuestras respectivas diócesis ha sido grande, como también enorme el esfuerzo de Cáritas y otras organizaciones eclesiales para prestar ayuda en estos meses tan difíciles.
3º.- Aceptamos que en la actual situación haya que hacer un esfuerzo mayor para evitar los contagios y evitar el colapso de nuestro sistema sanitario.
4º.- No nos parece razonado ni aceptable que el criterio de ese mayor esfuerzo sea una limitación de aforo expresada en términos absolutos –máximo de 25 personas por templo– cuando la superficie y volumen de los miles de templos, ermitas y capillas que hay en Castilla y León es muy diversa. Creemos que el criterio proporcional que se ha seguido en toda España durante las diversas fases de la pandemia puede considerarse más ecuánime.
5º.- El criterio del numerus clausus es además injusto por desproporcionado, ya que impide el ejercicio del derecho fundamental de la libertad de culto (art. 16, 1º de nuestra Constitución) a personas que podrían ejercerlo en tantos de nuestros templos que, aun con estricta limitación proporcional de aforo, podrían acoger a más de 25 participantes sin poner en riesgo la salud propia y ajena.
6º.- Hemos hecho llegar a los responsables políticos nuestra firme oposición al criterio de numerus clausus, en la esperanza de que nuestras razones fueran escuchadas a ejemplo de lo ocurrido en otras Comunidades autónomas que, habiendo establecido numerus clausus, rectificaron y volvieron al criterio proporcional aplicado de manera general en los diversos aforos.
7º.- Pedimos al Gobierno de CyL que suprima el numerus clausus de 25 personas y permanezca la limitación proporcional y razonada de aforos en templos, como en el resto de CC.AA. Al mismo tiempo, manifestamos nuestro compromiso de seguir instando al pueblo cristiano a poner en práctica las medidas acordadas por las autoridades para prevenir los contagios.
8º.- Si reivindicamos el derecho del pueblo cristiano a participar en la Eucaristía es porque estamos convencidos de que la celebración de la Pascua dominical es fuente del amor y de la esperanza que nuestra sociedad necesita especialmente en esta hora.
16 de enero de 2021
+ Ricardo Blázquez, Cardenal Arzobispo de Valladolid
+ Mario Iceta, Arzobispo de Burgos
+ Carlos López, Obispo de Salamanca
+ César Franco, Obispo de Segovia
+ José Mª Gil, Obispo de Ávila
+ Jesús G. Burillo, Administrador apostólico de Ciudad Rodrigo
+ Fernando Valera, Obispo de Zamora
+ Manuel Herrero, Obispo de Palencia
+ Abilio Martínez, Obispo de Osma-Soria
+ Jesús Fernández, Obispo de Astorga
+ Luis Ángel de las Heras, Obispo de León
+ Luis J. Argüello, Obispo auxiliar de Valladolid
La vocación de los primeros discípulos de Jesús en el Evangelio de Juan, que leemos este domingo, ha sido comparada con el fuego del anuncio que prende rápidamente, con el alud de nieve que arrastra más nieve y con el corredor que pasa el testigo al siguiente. Da la impresión de estar ante un movimiento que no cesa. Todo empieza con una indicación del Bautista, que, viendo a Jesús pasar, lo señala y dice: «He ahí el cordero de Dios». Inmediatamente, Andrés y Juan comienzan a seguir a Jesús quien les invita a ver donde vive. Andrés se lo comunica a Simón y lo conduce a Jesús. Después, Jesús llama a Felipe y éste se lo dice a su amigo Natanael, de modo que en breve tiempo se ha formado el primer grupo de los Doce. La Iglesia ha comenzado a existir convocada por Jesús, que parece tener prisa en constituirla. Para ello, viaja desde Judea a Galilea, tierra de Andrés y Pedro, donde conoce a Felipe y Natanael. Todo produce la impresión de que se trata de un plan previsto. Y así fue. A Simón le cambia el nombre y a Natanael le revela que le conoce de tiempo atrás, cuando estaba debajo de la higuera.
Este movimiento hacia Cristo no ha cesado desde entonces. La fe se transmite de persona a persona, como dice el Papa Francisco. Basta que uno se atreva a señalar a Cristo para que provoque en alguien el deseo de conocerlo, como ocurrió con los dos primeros discípulos, que le preguntaron: «Maestro, ¿dónde vives?». Para que esto suceda, es preciso que, como en el caso del Bautista, sepa bien quién es Jesús. Dice J. Pieper que para que haya alguien que crea tiene que haber alguien que sepa. ¿Tenemos hoy esta clase de testigos? ¿Sabemos realmente quién es Jesús para poder encaminar hacia él a otras personas? El conocimiento de Cristo viene, como es obvio, de la experiencia del trato con él. El Papa Francisco ha insistido mucho en el acompañamiento de quienes son evangelizados. Para ello se requiere experiencia de Cristo y de la salvación que ofrece. Exige también formación en la fe para poder dar razón de lo que se cree. Es preciso reconocer que andamos muy escasos de cristianos capaces de realizar esta misión. ¿Cómo voy a entender si nadie me guía?, replica el ministro de la reina de Etiopía a Felipe cuando éste le pregunta si entiende la Escritura santa que iba leyendo. Fue necesario que Felipe se detuviera a explicárselo.
La evangelización tiene una dinámica muy simple: señalar a Jesús, decir quién es y acompañar a los que se adhieren a él o buscan conocerlo. Es el fuego del anuncio que prende en el corazón del hombre y necesita que alguien avive la llama. Jesús mismo utilizó esta imagen cuando presentó su misión: «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!» (Lc 12,49). Desde Pentecostés, el fuego del Espíritu no cesa de expandirse por su propio dinamismo. Pero es preciso que alguien porte la llama y comunique a otros su propia experiencia de creyente. Aunque Dios puede obrar directamente en el corazón de los hombres el milagro de la fe, el camino ordinario es la evangelización directa y personal. Cuando Pedro y Juan son llevados al tribunal del Sanedrín y reciben la prohibición de anunciar el nombre de Jesús, responden: «Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20). Ser testigos de lo acontecido es la base de la evangelización y la clave de la expansión del cristianismo en los primeros momentos de su historia. Hoy, en el tercer milenio de la Iglesia, no hallaremos mejor síntesis de la misión de los cristianos que estas palabras de dos testigos cualificados: contar lo que hemos visto y oído con la convicción de ser testigos de la verdad.
+ César Franco
Obispo de Segovia
El tiempo de Navidad se cierra con la fiesta del Bautismo del Señor. Hay que advertir, sin embargo, que desde la Navidad hasta el bautismo han pasado al menos treinta años. Estamos, pues, muy alegados en el espacio y en el tiempo de los misterios de Navidad y puede extrañar que el bautismo de Jesús sea celebrado como colofón de sus misterios. La liturgia tiene, sin embargo, una lógica perfecta. Navidad, Epifanía y el Bautismo componen un conjunto que podría agruparse bajo el concepto de manifestación de Dios. Dios ha roto su silencio —aunque desde la creación nunca ha dejado de hablar— para revelarse de modo definitivo en su Hijo: primero naciendo en nuestra carne, después revelándose a los pueblos paganos en la persona de los magos y, finalmente, hablando él mismo desde el Cielo para decir quién es ese Jesús que acaba de ser bautizado: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco». En el bautismo de Jesús, por consiguiente, no queda ninguna duda de quién es el nacido en Belén.
Ahora bien, ¿qué significa este bautismo de Jesús? A pesar de su sobriedad, el evangelista Marcos es un insigne teólogo. Distingue muy bien la diferencia entre el bautismo del Bautista y lo que en su día hará Jesús al instituir su bautismo: «Yo —dice Juan Bautista— os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo» (Mc 1,8). Juan predicaba la conversión de los pecados y realizaba en el Jordán un bautismo que simbolizaba el lavatorio de los pecados, pero naturalmente era un mero símbolo que no perdonaba los pecados; tan solo mostraba el arrepentimiento y el deseo de ser purificado. El bautismo de Jesús, por el contrario, se realiza con el poder del Espíritu capaz de recrear al hombre haciendo de él una nueva criatura. Jesús viene a bautizar al hombre mediante una renovación total de su ser, cuya agente es el Espíritu, simbolizado también en el fuego. Por eso, cuando se despide de sus discípulos antes de su Ascensión, les dice: «Juan os bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días» (Hch 1,5). Se refería a la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, cuando la comunidad apostólica recibió bajo la forma de lenguas de fuego la fuerza del Espíritu Santo.
Podemos preguntarnos, además, por qué Jesús quiso ser bautizado en el Jordán si él no necesitaba convertirse puesto que era el Hijo de Dios. Hay dos aspectos importantes en su bautismo además de lo ya dicho. En primer lugar, Jesús quiso hacerse solidario con los pecadores y mostrarse como si fuera uno de ellos pues asumió nuestra pobre naturaleza, aunque en él exenta de pecado. Esta solidaridad explica que en su ministerio busque a los pecadores, coma con ellos y los reconcilie. En segundo lugar, en cuanto hombre, Jesús necesitaba también recibir la unción del Espíritu que le capacitara para su misión. Por eso, dice el Evangelio que «apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma» (Mc 1,10). Los cielos ya se habían rasgado, como pedían los profetas, cuando Jesús nació en Belén. Pero ahora, él mismo ve que se rasgan para dar paso al Espíritu que permanecerá con él toda su vida como ungido de Dios para poder realizar la misión encomendada. Lo dice muy bien Pedro cuando predica sobre estos acontecimientos: «Me refiero —dice— a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10, 38).
Esto es lo que hemos celebrado en la Navidad. El Bautismo de Jesús es la palabra definitiva de Dios sobre su Hijo, investido solemnemente con la unción del Espíritu para realizar su misión.
+ César Franco
Obispo de Segovia
1 de enero. Solemnidad de María Madre de Dios
Estrenamos el año contemplando a María como Madre de Dios. En el belén descubrimos su ternura y amor hacia su Hijo recién nacido. Y también su actitud ante las contrariedades e incertidumbres que la vida le fue presentando: un pobre pesebre, pastores y sabios, la envidia de Herodes, profecías que anunciaban contradicciones y el alma traspasada… Y “María custodiaba todas estas cosas, meditándolas en el corazón”.
3 de enero. II Domingo después de Navidad
El niño Jesús que hemos colocado en nuestro belén representa la Palabra de Dios. ¿Sabemos nosotros escuchar a Dios? Este niño nos habla de fragilidad, cercanía, a veces dificultades, huidas, silencios… “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”. Y así pasó a ser uno como nosotros para concedernos el regalo de convertirnos en hijos de Dios y enseñarnos a vivir.
6 de enero. Solemnidad de la Epifanía del Señor
Una estrella en el cielo y un niño acostado en un pesebre. Hoy al portal se acercan unos sabios. Supieron ver las señales y reconocer en la pequeñez de unos signos, la presencia de Dios. En sus personas, la sabiduría y el poder se arrodillan ante la fragilidad, la pobreza y el desvalimiento. Pidamos al Niño el regalo de tener una mirada que pueda ir más allá de lo que vemos.
10 de enero. Bautismo del Señor
Con el Bautismo del Señor concluimos el tiempo de Navidad. Jesús, que se pone a la fila de los pecadores y se deja bautizar por Juan, nos vuelve a recordar el deseo de Dios de hacerse uno de nosotros para que nosotros podamos ser de Él. “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.
17 de enero. II Domingo del Tiempo Ordinario
Retomamos el tiempo ordinario en el que deseamos vivir las cosas más cotidianas de la vida con Jesús. ¿Cómo encontrarle en nuestras rutinas? Preguntándole “¿dónde vives?”. Y Él nos invitará personalmente a acompañarle para conocerle y abrirnos su intimidad. “Venid y lo veréis” y nosotros iremos para quedarnos junto a Él.
24 de enero. III Domingo del Tiempo Ordinario
Jesús comienza su ministerio público anunciando la cercanía del Reino de Dios y la necesidad de conversión. Este cambio fue real para Simón, Andrés, Santiago y Juan, cuando Jesús los vio trabajando junto al lago. Los vio significa que los miró por dentro. Y los amó llamándoles a estar con Él y a ser pescadores de hombres. Nosotros, ¿dejamos espacio para que el Señor nos llame y nos invite a participar de su misión?
31 de enero, IV Domingo del Tiempo Ordinario
El Evangelio nos presenta a Jesús enseñando “no como los escribas, sino con autoridad”. El estilo de Jesús no fue mandar ni ejercer la fuerza, ni utilizar su autoridad para imponerse. Jesús muestra su autoridad con hechos y palabras, sanando a personas, no dando por perdido a nadie, viviendo con coherencia el anuncio del Reino de Dios. ¿Somos nosotros personas auténticas?
Patricia González Fernández, OMI
Al comenzar un nuevo año todos nos felicitamos avivando la esperanza ante el tiempo que se nos ofrece como posibilidad de ser felices o, al menos, más felices de lo que fuimos en el año que expira. Este deseo de plenitud que el hombre abriga en su corazón solo es posible si acepta como condición que el tiempo no le pertenece. El hombre es un «ser en el tiempo», mas no es «señor del tiempo». El tiempo es siempre una incógnita que se desvela mientras suceden las estaciones, los años, los meses y los días. Si acaso, como dice el Papa Francisco, somos dueños del momento presente, porque determinamos lo que queremos hacer y programamos nuestra agenda, aunque también sabemos la facilidad con que, inevitablemente, se desprograma. Cuentan las circunstancias.
El hombre tiene, además, experiencia de que el tiempo le devora. Sin apenas advertirlo, nos hacemos viejos, y contamos el tiempo no como posibilidad de vivir sino como disminución ante la muerte que se intuye próxima. No comulgo con la definición de que «el hombre es un ser para la muerte», pero ahí está la muerte, en cada encrucijada, y el tiempo la avecina inevitablemente.
En la revelación judeo-cristiana, Dios es el Señor del tiempo y de la historia. Suyo es el tiempo y la eternidad y rige la historia hacia la plenitud, aunque en ocasiones parezca que el tiempo y la historia se le ha ido de las manos porque no entendemos la lógica de cuanto sucede. La historia de Israel provocó en el pueblo elegido profundas crisis de fe en el Dios revelado a Abrahán, que parecía olvidar sus promesas de paz, prosperidad y justicia. El tiempo parecía ir en contra de la providencia divina, que se ocultaba en lo que Israel consideraba infortunio, fracaso, ruina y desolación. También la Iglesia pasó por esa misma prueba, como atestigua la segunda carta de Pedro: «para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión» (3,8-9). El secreto es la paciencia: el tiempo se dilata para hacer posible la conversión de los hombres.
Con el nacimiento de Cristo en nuestra carne, el tiempo empieza a ser, además, una dimensión de Dios. Un prefacio de Navidad dice expresamente de Cristo: «engendrado antes de todo tiempo, comenzó a existir en el tiempo para devolver su perfección a la creación entera». Se explica que san Pablo afirme que «cuando legó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo» (Gál 4,4). El tiempo llega a su plenitud con la entrada de Dios en la historia de los hombres. Dios se limita a sí mismo asumiendo el devenir de las horas, los días, meses y años. Se limita, sobre todo, en la muerte que, como hombre, debía padecer para hacerse semejante a los hijos de Adán. Pero, al hacerlo, el límite se hace trascendente y ofrece explicación al sentido último de la historia, que no va a la deriva, sino hacia la plena consumación. De ahí que Cristo ha sido llamado el «éschaton» de Dios, lo último, lo definitivo, lo que da sentido a cada momento del vivir humano. Como dice Gaudium et Spes, «el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre [...], semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado» (GS 22). Aquí está la clave para entender el misterio del tiempo: si el Hijo de Dios se ha hecho «contemporáneo» de cada hombre, quiere decir que vive con nosotros el tiempo de nuestra vida y podemos desearnos la felicidad en cada año que comienza.
+ César Franco
Obispo de Segovia
El Santo Padre convoca el Año especial dedicado a la familia, que se inaugurará el 19 de marzo de 2021, quinto aniversario de la publicación de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. Precisamente a partir de la celebración de este aniversario, el Santo Padre ofrecerá a la Iglesia la oportunidad de reflexionar y profundizar en el riquísimo contenido de la Exhortación Apostólica, fruto de un intenso camino sinodal, que aún continúa a nivel pastoral.
El año de la “Familia Amoris Laetitia” es una iniciativa del Papa Francisco que se propone llegar a todas las familias del mundo a través de propuestas espirituales, pastorales y culturales que se podrán llevar a cabo en las parroquias, diócesis, universidades, movimientos eclesiales y asociaciones familiares. El objetivo es ofrecer a la Iglesia oportunidades de reflexión y profundización para vivir concretamente la riqueza de la exhortación apostólica Amoris Laetitia.
La experiencia de la pandemia ha puesto de relieve el papel central de la familia como Iglesia doméstica y la importancia de los lazos comunitarios entre las familias, que hacen de la Iglesia una “familia de familias” (AL 87).
Esta merece un año de celebraciones para que sea puesta en el centro del compromiso y del cuidado de cada realidad pastoral y eclesial.
Aquí se describen algunas de las iniciativas. La invitación, dirigida a todas las comunidades, es a participar, y a convertirse en protagonistas con otras propuestas a implementar en la propia Iglesia local (diócesis, parroquias, comunidades eclesiales).
12 Itinerarios con las familias para poner en práctica Amoris Laetitia.
Fuente: Conferencia Episcopal Española
La fiesta de la Sagrada Familia nos introduce en el portal de Belén para adorar el misterio del Dios encarnado en el seno de una familia. Esta familia es sin duda misteriosa por varios motivos: Dios toma carne en el seno de una virgen que permanecerá por siempre en la integridad virginal; José es llamado por Dios para cuidar de la familia e introducir a Jesús en la casas de David de donde nacerá el Mesías; por último, el niño recién nacido es el Hijo eterno de Dios, que, sin perder su condición divina, asume plenamente la condición humana menos en el pecado. Es una familia pobre, humilde, obediente a Dios y, sobre todo, sagrada. Sufrirá persecución, emigración y destierro, y, a la vuelta de Egipto, volverá al pueblecito de María, Nazaret, donde Jesús será conocido como el profeta Nazareno.
Toda familia es sagrada, pues tiene su origen en Dios, autor y señor de la vida. Desde el inicio mismo de la creación, Dios llamó al hombre y a la mujer —en su alteridad y complementariedad insustituibles— a ser una sola carne y a cooperar con él en la procreación. El hombre y la mujer, unidos en alianza de amor, son, por tanto, cooperadores necesarios de Dios en la transmisión de la vida, que es el fruto de su propia entrega de amor. El ámbito del amor y de la entrega mutua es tan sagrado como la vida que en él se produce. Nada ni nadie puede interferir esa acción que tiene por protagonistas a Dios y a los cónyuges. Se explica así que las lecturas de este domingo de la Sagrada Familia ensalcen el plan de Dios sobre el padre, la madre y los hijos, que constituyen una comunidad de amor y de vida en la que todo está orientado al bien común de cada miembro.
Cuidar la familia es, por tanto, la tarea primordial de la sociedad y del Estado que deben poner todos los recursos al servicio de esta institución divina y humana. La familia requiere estabilidad, seguridad jurídica, hogar adecuado, trabajo justo y humanizado, beneficios sanitarios, protección y salvaguarda de los derechos de los padres y de los hijos, educación en todos los niveles. Una sociedad justa debe situar a la familia, como comunidad de personas con sus derechos y obligaciones, en el lugar prioritario de sus políticas.
El libro del Eclesiástico recoge las obligaciones que los hijos tienen para con sus padres, incluso en los momentos difíciles de la vejez con la amenaza de perder las facultades mentales. Lo dice claramente: «Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros […] Hijo mío, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza; aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aún estando tú en pleno vigor» (Eclo 3,3.12-13).
También san Pablo ofrece una tabla de virtudes domésticas orientadas a vivir en familia con misericordia entrañable, bondad y comprensión. Exhorta al sobrellevarse mutuamente y al perdón. En la familia todos se enseñan y corrigen mutuamente mediante el amor y en el ámbito de la acción de gracias al Señor Jesús en cuyo nombre la familia ha sido constituida (Col 3,12-21). Así fue la familia de Nazaret en todos los avatares por los que pasó. En ella, la voluntad de Dios siempre tuvo acogida; y brilló la verdadera humanidad que ha traído Jesucristo en la Encarnación. Se explica, por tanto, que al final del evangelio de hoy se diga de Jesús que «el niño iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él» (Lc 2,40). Es difícil imaginar cómo Dios puede crecer. Pero así es. Todo es más comprensible si pensamos que nuestro Dios es también hombre, miembro de la familia humana. Y eso sólo es posible si cada familia concreta se convierte en escuela de humanidad.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
El Obispo de Segovia, don César Franco Martínez, ha hecho esta mañana un balance del año que está a punto de terminar. En su tradicional encuentro con motivo de las fechas navideñas con los medios de comunicación que trabajan en la Diócesis, ha aprovechado también para avanzar algunos eventos que se producirán a lo largo del próximo 2021.
Así, ha querido comenzar asegurando que, aunque la actividad diocesana se ha visto condicionada por la pandemia, no se han dejado de llevar a cabo las actividades más fundamentales. Fue en marzo cuando llegó el confinamiento, prácticamente nada más terminar el encuentro de obispos y vicarios de la región en Villagarcía de Campos.
Desde entonces, la mayoría de los eventos quedaron supeditados al avance de la Covid-19 y las restricciones sanitarias. De esta forma, festividades como la Semana Santa, el Corpus Christi o la Misa Crismal se vieron alteradas, celebrándose de una manera más íntima y sencilla que nunca. Emotivo fue el funeral diocesano con el que, en palabras del prelado, «se quiso dar una despedida digna a las víctimas de la Covid» .
Las órdenes religiosas de la Diócesis también han sido noticia. Por una lado, los Padres Carmelitas salieron del Santuario del Henar de Cuéllar después de décadas de labor allí. Y al santuario acudieron las Carmelitas Samaritanas del Sagrado Corazón, junto a D. Carlos García Nieto, sacerdote cuellarano cedido por la Diócesis de Toledo. Como ha recordado don César, la alegría también llegó de la mano de las Misioneras Oblatas de María Inmaculada, agradeciendo que una nueva comunidad se instale en nuestra Diócesis. Y de los monjes jerónimos, que recibieron agradecidos una carta personal del Papa Francisco por la efeméride de san Jerónimo.
Cuéllar y su comarca también tienen algo importante que celebrar, este año hemos conocido que el Papa ha concedido un Año Jubilar Henarense con motivo del IV centenario de la fiesta de la Virgen del Henar.
Uno de los «acontecimientos más gozosos», como ha destacado Monseñor Franco, fue la ordenación diaconal de Álvaro Marín, el primer ordenado en más de una década en la Diócesis. Y, aunque invadido por la tristeza, el homenaje a Pilar Jiménez Huertas con la concesión del Premio San Alfonso Rodríguez a título póstumo sirvió para recordar a una mujer «servicial donde las hubiera, en todo sentido».
Este repaso ha concluido con otra buena noticia, ya que don César ha revelado que por el belén instalado en el claustro del Seminario ya han pasado más de 3.000 personas.
En definitiva, el Obispo de Segovia ha remarcado que durante todo este año la Iglesia diocesana ha realizado un «importante y muy valorado» servicio de acompañamiento en los hospitales, ha alentado en la esperanza a las familias que despedían a sus seres queridos en los cementerios, y ha asistido de una u otra forma a quienes lo han requerido hasta el punto de que «Cáritas se ha visto casi desbordada».
Junto a esto, un «ejército de solidaridad» que, en los momentos más difíciles, fabricó pantallas, mascarillas y demás material de protección para entregar a quienes luchaban contra el virus en primera línea.
De cara al futuro, don César espera poder ordenar pronto como presbítero a Álvaro Marín y retomar su visita pastoral a los arciprestazgos. Asimismo, ha avanzado la próxima celebración de una Asamblea Presbiteral en la que reflexionar sobre el futuro de las vocaciones y la organización diocesana. Destacando que 2021 será Año Jubilar de San José y que la familia será fundamento de la reflexión pastoral en el V aniversario de la encíclica papal Amoris laetitia.
Finalmente, el obispo ha felicitado la Navidad asegurando que «estas fiestas no nos las puede arrebatar nadie» porque el mensaje más gozoso que podemos recibir es que no estamos solos, porque «llevamos a nuestro lado a Dios en la persona de Jesús».