Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

Ante la inminencia de la Navidad, el tercer domingo de Adviento nos invita a la alegría, a la oración y a la acción de gracias. Esta es la voluntad de Dios —dice san Pablo— para nosotros. No puede ser más actual.
La alegría es la nota característica del cristiano, que se reconoce salvado en medio de sus pruebas de la vida. Es la alegría de la presencia del Salvador en la escena del mundo. No es una alegría barata, festivalera y efímera de lo que dura una noche de fiesta. Es la alegría eterna de Dios que quiere compartirla con nosotros para no dejarnos solos en el drama de vivir. Es la alegría de los hombres de buena voluntad que reconocen en el Niño de Belén al Dios escondido. Es la alegría del desierto que se convierte en un jardín. Así lo dice Isaías: «Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos» (Is 61, 10-11).

Junto a la alegría, está la oración y la acción de gracias. Son los himnos que cantamos ante los pueblos como expresión de la comunión que establece Dios entre los hombres de todas las culturas. Nos llamamos católicos porque no queremos que ningún pueblo se sienta privado de la salvación de Dios, y porque queremos compartir nuestro gozo con todos los hombres y con la creación entera que espera también la llegada del redentor para decirle: «Alabado seas, mi Señor». «El Creador —dice el Papa Francisco— no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado» (Laudato si´, 13).

Pero, ¿cómo alcanzar esta alegría? San Pablo nos ofrece el camino: «No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal» (1 Tes 5,19-22). Pocas palabras, pero un programa de vida. La vida cristiana no es auténtica si no dejamos que el Espíritu ilumine y guíe nuestros pasos. Necesitamos avivar cada día la presencia del Espíritu en nosotros que nos llena de sus dones y carismas. Decir cristiano es decir hijo de Dios y «hombre espiritual», que se deja conducir por el Espíritu que nos ha ungido y nos ha hechos semejantes a Cristo. Por eso, san Pablo añade «no despreciéis las profecías». Con esta expresión no se refiere a las palabras de los profetas ni invita a los cristianos a adivinar el futuro. Profecía es la palabra que hace presente a Dios en la sociedad, que anuncia su salvación y predispone, por tanto, a recibir el evangelio. Todos los cristianos participamos de la condición profética de Cristo, que nos permite hablar en su nombre e identificar su presenta en la historia actual. De ahí que nadie puede profetizar sin el Espíritu de Cristo, es decir, en comunión con él. El falso profeta se anuncia y se refiere a sí mismo; el verdadero, siempre remite a Cristo.

Solo en esta comunión con el Espíritu de Cristo, podemos realizar las últimas recomendaciones del apóstol: Examinar todo, quedarse con lo bueno, guardarnos de toda clase de mal. En síntesis, se nos invita al discernimiento, actitud básica del cristiano. En un mundo tan variado y complejo como el nuestro, debemos aplicar los sentidos espirituales para discernir lo bueno de lo malo, lo que humaniza y deshumaniza, lo que libera y esclaviza. Sólo así, nos quedaremos con lo bueno y, con prudencia, nos guardaremos de toda clase de mal. Esta es la actitud de quien desea permanecer «sin mancha hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo». He aquí el programa del Adviento.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia.

papa san josé

 

Un padre amado, un padre en la ternura, en la obediencia y en la acogida; un padre de valentía creativa, un trabajador, siempre en la sombra: con estas palabras el Papa Francisco describe a san José de una manera tierna y conmovedora. Lo hace en la Carta apostólica Patris corde, publicada ayer con motivo del 150 aniversario de la declaración del Esposo de María como Patrono de la Iglesia Católica. De hecho, fue el Beato Pío IX con el decreto Quemadmodum Deus, firmado el 8 de diciembre de 1870, quien quiso este título para san José. Para celebrar este aniversario, el Pontífice ha convocado, desde hoy y hasta el 8 de diciembre de 2021, un "Año" especial dedicado al padre putativo de Jesús. En el trasfondo de la Carta apostólica, está la pandemia de Covid-19 que -escribe Francisco- nos ha hecho comprender la importancia de la gente común, de aquellos que, lejos del protagonismo, ejercen la paciencia e infunden esperanza cada día, sembrando la corresponsabilidad. Como san José, "el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta". Y sin embargo, el suyo es "un protagonismo sin igual en la historia de la salvación".

Padre amado, tierno y obediente

San José, de hecho, expresó concretamente su paternidad al haber hecho de su vida una oblación de sí mismo en el amor puesto al servicio del Mesías. De ahí su papel como "la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento ", "siempre ha sido amado por el pueblo cristiano" (1). En él, "Jesús vio la ternura de Dios", la ternura que nos hace “aceptar nuestra debilidad", porque "es a través y a pesar de nuestra debilidad" que la mayoría de los designios divinos se realizan. "Sólo la ternura nos salvará de la obra" del Acusador, subraya el Pontífice, y es al encontrar la misericordia de Dios, especialmente en el Sacramento de la Reconciliación, que podemos hacer "una experiencia de verdad y de ternura", porque “Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona” (2). José es también un padre en obediencia a Dios: con su "fiat" salva a María y a Jesús y enseña a su Hijo a "hacer la voluntad del Padre". Llamado por Dios a servir a la misión de Jesús, "coopera en el gran misterio de la redención y es verdaderamente un ministro de la salvación" (3).

Padre en la acogida de la voluntad de Dios y del prójimo

Al mismo tiempo, José es "un padre en la acogida", porque "acogió a María sin poner condiciones previas", un gesto importante aún hoy -afirma Francisco- "en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente". Pero el Esposo de María es también el que, confiando en el Señor, acoge en su vida incluso los acontecimientos que no comprende, dejando de lado sus razonamientos y reconciliándose con su propia historia. La vida espiritual de José no “muestra una vía que explica, sino una vía que acoge”, lo que no significa que sea "un hombre que se resigna pasivamente". Al contrario: su protagonismo es "valiente y fuerte" porque con "la fortaleza del Espíritu Santo", aquella "llena de esperanza", sabe “hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia”. En la práctica, a través de san José, es como si Dios nos repitiera: "¡No tengas miedo!", porque "la fe da sentido a cada acontecimiento feliz o triste" y nos hace conscientes de que "Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas". Y no sólo eso: José "no buscó atajos", sino que enfrentó "‘con los ojos abiertos’ lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona". Por ello, su acogida “nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles” (4).

Padre valiente y creativo, ejemplo de amor a la Iglesia y a los pobres

Patris corde destaca "la valentía creativa" de san José, aquella que surge sobre todo en las dificultades y que da lugar a recursos inesperados en el hombre. "El carpintero de Nazaret -explica el Papa- sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia". Se enfrentaba a "los problemas concretos" de su familia, al igual que todas las demás familias del mundo, especialmente las de los migrantes. En este sentido, san José es "realmente un santo patrono especial" de aquellos que, "forzados por las adversidades y el hambre", tienen que abandonar su patria a causa de "la guerra, el odio, la persecución y la miseria". Custodio de Jesús y María, José "no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia", de su maternidad y del Cuerpo de Cristo: cada necesitado, pobre, sufriente, moribundo, extranjero, prisionero, enfermo, es "el Niño" que José guarda y de él hay que aprender a "amar a la Iglesia y a los pobres" (5).

Padre que enseña el valor, la dignidad y la alegría del trabajo

Honesto carpintero que trabajó "para asegurar el sustento de su familia", José también nos enseña "el valor, la dignidad y la alegría" de "comer el pan que es fruto del propio trabajo". Este significado del padre adoptivo de Jesús le da al Papa la oportunidad de lanzar un llamamiento a favor del trabajo, que se ha convertido en "una urgente cuestión social", incluso en países con un cierto nivel de bienestar. "Es necesario comprender", escribe Francisco, "el significado del trabajo que da dignidad", que "se convierte en participación en la obra misma de la salvación" y "ocasión de realización" para uno mismo y su familia, el "núcleo original de la sociedad". Quien trabaja, colabora con Dios porque se convierte en "un poco creador del mundo que nos rodea". De ahí la exhortación del Papa a todos a "redescubrir el valor, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva ‘normalidad’ en la que nadie quede excluido". Mirando en particular el empeoramiento del desempleo debido a la pandemia de Covid-19, el Papa llama a todos a "revisar nuestras prioridades" para comprometerse a decir: “¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!” (6).

Padre en la sombra, descentrado por amor a María y Jesús

Siguiendo el ejemplo de la obra "La sombra del Padre" del escritor polaco Jan Dobraczyński, el Pontífice describe la paternidad de José respecto de Jesús como "la sombra del Padre celestial en la tierra". "Nadie nace padre, sino que se hace", afirma Francisco, porque se hace "cargo de él”, responsabilizándose de su vida. Desgraciadamente, en la sociedad actual "los niños a menudo parecen no tener padre", padres capaces de "introducir al niño en la experiencia de la vida", sin retenerlo ni "poseerlo", pero haciéndolo "capaz de elegir, de ser libre, de salir". En este sentido, José tiene el apelativo de "castísimo", que es "lo contrario a poseer": él, de hecho, "fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre", "sabía cómo descentrarse" para poner en el centro de su vida no a sí mismo, sino a Jesús y María. Su felicidad está "en el don de sí mismo": nunca frustrado y siempre confiado, José permanece en silencio, sin quejarse, pero haciendo "gestos concretos de confianza". Su figura es, por lo tanto, ejemplar, señala el Papa, en un mundo que "necesita padres y rechaza a los amos", que refuta a aquellos que confunden "autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción". El verdadero padre es aquel que "rehúsa la tentación de vivir la vida de los hijos" y respeta su libertad, porque la paternidad vivida en plenitud hace "inútil" al propio padre, "cuando ve que el hijo ha logrado ser autónomo y camina solo por los senderos de la vida". Ser padre "nunca es un ejercicio de posesión", subraya Francisco, sino "un ‘signo’ que nos evoca una paternidad superior", al "Padre celestial" (7).

La oración diaria del Papa a san José y ese "cierto reto"

Concluida con una oración a san José, Patris corde revela también, en la nota número 10, un hábito de la vida de Francisco: cada día, de hecho, "durante más de cuarenta años", el Pontífice recita una oración al Esposo de María "tomada de un libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María". Es una oración que "expresa devoción y confianza" a san José, pero también "un cierto reto", explica el Papa, porque concluye con las palabras: “Que no se diga que te haya invocado en vano, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”.

Indulgencia plenaria para el "Año de San José"

Junto a la publicación de la Carta apostólica Patris corde, se ha publicado el Decreto de la Penitenciaría Apostólica que anuncia el "Año de San José" especial convocado por el Papa y la relativa concesión del "don de indulgencias especiales". Se dan indicaciones específicas para los días tradicionalmente dedicados a la memoria del Esposo de María, como el 19 de marzo y el 1 de mayo, y para los enfermos y ancianos "en el contexto actual de la emergencia sanitaria".

Fuente: Vatican News

Puede descargar y leer la CARTA APOSTÓLICA PATRIS CORDE aquí

Miércoles, 09 Diciembre 2020 08:29

POLÍTICA DE PRIVACIDAD WEB

Con motivo de la pandemia, la Iglesia no pudo celebrar el 19 de marzo el Día del Seminario. Se trasladó al 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Todo quedó en casa, porque del patriarca de la Iglesia universal pasó a manos de María, Madre de la Iglesia. El seminario no puede estar en mejores manos ni bajo mejores protectores. María y José dedicaron su vida a criar, educar y proteger al Hijo de Dios. Es natural que la Iglesia les confíe también la tarea de cuidar y educar a quienes un día recibirán el carisma de representar a Jesús, sacerdote eterno.

¿Es posible representar a Jesús? ¿No es una pretensión inalcanzable? Naturalmente que es posible, pero no por invento de la teología ni por decreto de la mal llamada Iglesia-institución, sino por voluntad expresa y directa de Jesucristo. Él eligió de entre todos sus discípulos a Doce, a quienes constituyó apóstoles, es decir, enviados. Los educó personalmente conviviendo con ellos estrechamente en una comunidad itinerante, donde todo lo hacían en común. Jesús, enseñaba, corregía, alentaba, enviaba a predicar; y después comentaba con ellos sus experiencias. La sobriedad de los Evangelios no impide percibir este modo de preparar a los Doce hasta el momento de recibir del mismo Cristo la autoridad para representarlo como mediadores de su salvación. La teología ha recogido esta misión con una fórmula clara que no deja ninguna duda sobre la voluntad de Cristo: los apóstoles y quienes continúan su misión como obispos y sacerdotes actúan «en la persona de Cristo Cabeza». Jesús, en la Última Cena, lo dijo de manera inconfundible: «Haced esto en mi memoria». Se trata de hacer lo que hizo Jesús, que en la última cena funda la nueva alianza en su cuerpo y en su sangre y hace posible una relación indestructible entre Dios y los hombres, en la que sus sacerdotes harán visible su persona hasta el fin de los tiempos.

El seminario es el lugar donde los que se sienten llamados por Cristo van conformando su vida con la suya. Si la Iglesia los acepta como idóneos, llegará un día en que, mediante el sacramento del orden, serán «otros cristos», enviados al mundo con la misión del Hijo de Dios: evangelizar, celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados, edificar la Iglesia, sanar, cuidar de los pobres y guiar al Pueblo de Dios. Los cristianos, y las diócesis en general, no pueden permanecer indiferentes ante el seminario, porque sería permanecer indiferentes ante Cristo. Como si no nos importara su salvación, su palabra, sus sacramentos, su presencia en medio del pueblo. Tal indiferencia indicaría que damos por vano lo que Cristo hizo al elegir y constituir a los Doce. Una diócesis viva cuida su seminario, ora por las vocaciones, trabaja para que la misión del sacerdote se presente a niños y jóvenes, cuando se plantean su vocación. A pesar de sus fragilidades, el sacerdote representa a Cristo y toda la Iglesia debe trabajar para que nunca falten los sacerdotes que necesitamos, no a cualquier precio, puesto que el hombre ha sido rescatado por la sangre de Cristo. No queremos vocaciones a cualquier precio, porque la vida de los hombres no se pone a subasta, ni es objeto de mercado. Queremos vocaciones auténticas, que se conformen al estilo de vida de Cristo, que aspiren a la santidad y que se entreguen plenamente al servicio de los hombres. Vocaciones como las de María y de José, que, sin ser sacerdotes ordenados, se conformaron a Cristo y tuvieron la dicha de educar a quien se sometió a ellos con obediencia y fue creciendo en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres. Quiera Dios que crezcan así nuestros seminaristas para el bien de la Iglesia y del mundo.

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

Viernes, 27 Noviembre 2020 12:51

Diciembre 2020

DICIEMBRE 2020

6 de diciembre. Domingo II de Adviento

En medio de los desiertos de nuestro tiempo, los aislamientos, las distancias, los vacíos de las ausencias, escuchamos una voz que grita “preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Cuando el presente se vuelva duro, acerquémonos unos a otros con el consuelo, y cuando el futuro se oscurezca, agarrémonos a la esperanza, porque sabemos que se acerca el Salvador.

8 de diciembre. Solemnidad de la Inmaculada Concepción

En el camino del Adviento aparece la figura de María como modelo de mujer que sabe acoger el plan de Dios. Ante la propuesta de ser un instrumento privilegiado de la Salvación, se suscita en ella un diálogo que nace de su humanidad. Pregunta “cómo será eso”, porque se da cuenta de su pequeñez y no conoce con seguridad lo que va a pasar. Pero el “sí” que pronuncia la convierte en modelo de nuestra fe: pone su confianza en la acción de Dios.

13 de diciembre. Domingo III de Adviento

En este domingo de “Gaudete” escuchamos la invitación “estad siempre alegres”. Si sentimos la tentación del pesimismo, del deseo de tirar la toalla o de la tristeza, busquemos en Dios una alegría que no dependa de las circunstancias. Así podremos percibir las pequeñas o grandes alegrías de cada día, valorar lo que tenemos y celebrar de nuevo el nacimiento del Salvador.

20 de diciembre. Domingo IV de Adviento

Ahora que la Navidad está muy cerca, volvemos a contemplar el anuncio del ángel a María, porque tenemos que preparar el corazón para un encuentro. Dios, rompiendo todos los límites imaginables, se hace carne en el seno de María. Y también desea venir a cada uno de nosotros. Y viene a nuestra vida para quedarse, porque es Dios-con-nosotros, es “el Dios de la cercanía”.

25 de diciembre. Natividad del Señor

Nos despertamos con la buena noticia de que nos ha nacido el Salvador. Si nos acercamos al belén, contemplaremos al Niño Jesús recién nacido acostado en un pesebre, acompañado por María, José y los pastores. En torno a este nacimiento no ha habido festejos, ni luces, ni flores, sino silencio, pobreza y contemplación. La Navidad nos indica que no existe un lugar tan sucio ni pobre en donde el Dios de la Vida se sienta indigno de nacer. Hoy abrimos nuestros corazones para que nazca en cada uno la Vida.

27 de diciembre. Sagrada Familia

Dios quiso nacer en una familia, porque es ahí el lugar donde todos crecemos en sabiduría y estatura. Una sabiduría que se cuece en las cosas cotidianas que ocurren cada día. En el amor que conlleva sus renuncias, en la preocupación por el trabajo o los estudios, en los conflictos que dejan heridas, en la ilusión y el arrojo de los que comienzan la vida... La Sagrada Familia vivió situaciones parecidas a las nuestras y por eso pedimos amor, ternura, paciencia, agradecimiento, perdón y tantas otras cosas que hoy necesitan nuestras familias.

Patricia González Fernández, OMI

Viernes, 27 Noviembre 2020 12:23

REVISTA DIOCESANA DICIEMBRE 2020

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Al comenzar un nuevo año litúrgico, la Iglesia acrecienta la esperanza. Adviento es esperanza. No es una esperanza basada en bienes temporales, ni en economías potentes ni en paraísos terrenos de ideologías materialistas para mentes ingenuas y crédulas. La esperanza del Adviento trasciende el espacio y el tiempo y nos enseña a mirar más allá de la muerte. Al decir que trasciende el espacio y el tiempo no afirmo que se olvide de estas categorías humanas que conforman la encrucijada de nuestra vida. Quiero decir que no se reduce a ellas. Vana sería entonces la esperanza si, superados los límites del espacio y del tiempo, nos halláramos en la nada. La esperanza del Adviento se realiza ya aquí, en el drama de la historia y de nuestra vida personal. Es esperanza para vivir aquí con la certeza de vivir más allá de la muerte. Porque este es el anhelo del hombre: vivir para siempre. Y Dios, creador del hombre, no defrauda.

El profeta Isaías ha expresado de manera insuperable la esperanza que anida en el corazón del hombre. Así lo proclama en este primer domingo de Adviento: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!» (Is 63,19). Rasgar los cielos y descender: esta es la acción portentosa de Dios al enviar a su Hijo en nuestra propia carne. El libro de la Sabiduría lo dice con gran dramatismo: «Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real, cual guerrero implacable, sobre una tierra condenada al exterminio» (Sab 18,14-15). Aquí está el secreto de la esperanza cristiana. Dios ha decidido vivir, trabajar, sufrir y morir con el hombre y por el hombre. Sin este dato de la revelación es imposible entender el cristianismo y la esperanza que propone. En la entraña del cosmos, de la historia humana y de cada persona habita Dios. No habita solo como habita el ser en los seres por la vía de la participación. Habita con la carne del hombre que ha asumido Dios para sí mismo en la persona de su Hijo. Dios ha querido compartir, participar de la vida del hombre tal y como es, a excepción del pecado. Así lo expresa la constitución del Concilio Vaticano que lleva por título dos palabras clave, gozo y esperanza (Gaudium et Spes): En Cristo, «la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado» (GS 22,2).

Si esto es así, como afirmamos los cristianos, la esperanza sostiene la vida del hombre en su dramaticidad insoslayable. Es duro vivir, ciertamente; la muerte es un misterio; Dios tiene caminos y planes incomprensibles. Pero con Isaías, podemos decir: «Descendiste y las montañas se estremecieron. Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él» (Is 64,2-3). La certeza de la fe revelada en Cristo no se apoya en nuestra capacidad de entender o no a Dios (¿quién es tan osado para decir que lo entiende?), sino en lo que ha hecho por quienes esperan en él: compartir nuestra existencia hasta en lo más horrible y detestable que es la muerte. Dios no es enemigo ni competidor del hombre, pues se ha puesto de su parte en el misterio de la encarnación. Es obvio que persiste el misterio, dada la trascendencia de Dios. Pero la clave para entender su trascendencia es precisamente su opción irrevocable por el hombre, que es el fundamento de nuestra esperanza.

+ César Franco
Obispo de Segovia

inmigrantes canarias

En los últimos meses están llegando miles de inmigrantes a Canarias. Muchos han muerto en su dramático viaje. Los obispos de las dos diócesis de estas islas se han dirigido a los fieles católicos y a la sociedad en general. Queremos unirnos a su reflexión y llamamiento, pues el problema no es solo canario, es de toda España, europeo y global, y quienes sufren las migraciones forzosas gozan de una dignidad inalienable y compartida con todos nosotros. Para un cristiano el migrante es hijo de Dios, un hermano con una vida marcada por el dolor y el sufrimiento que busca la esperanza de alcanzar una vida mejor. No podemos permanecer ajenos a su dolor ni indiferentes a la hora de valorar la extraordinaria aportación de los que llegan a nuestras sociedades envejecidas.

Tampoco podemos obviar la complejidad de situaciones que convergen en este drama:

La injusticia del comercio internacional, el hambre, las guerras inducidas en países con riquezas mineras, los regímenes políticos dictatoriales que expolian y reprimen a su pueblo, las persecuciones políticas y religiosas, las mafias organizadas, el uso de los flujos migratorios como forma de presión política. La necesaria regulación de las migraciones pasa por abordar sus causas para asegurar el primer derecho de un emigrante, permanecer o regresar a su casa de manera voluntaria.

Es imprescindible crear en los países de origen posibilidades concretas de vivir con dignidad y simultáneamente, en los de destino, salvar su vida y hacernos cargo de su existencia a través de un conjunto de acciones que el Papa resume en “acoger, proteger, promover e integrar”.

La Unión Europea y el Estado español han de asumir que no se pueden crear guetos insulares para evadir el problema migratorio. Como afirma el papa Francisco, en los países de destino, habrá de buscarse el equilibrio adecuado entre la protección de los derechos de los ciudadanos y la garantía de acogida y asistencia a los migrantes. Concretamente, el Papa señala algunas “respuestas indispensables” especialmente para quienes huyen de las “graves crisis humanitarias”: aumentar y simplificar la concesión de visados; abrir corredores humanitarios; garantizar la vivienda, la seguridad y los servicios esenciales; ofrecer oportunidades de trabajo y formación; fomentar la reunificación familiar; proteger a los menores; garantizar la libertad religiosa y promover la inclusión social (FT 38-40)

Las comunidades cristianas hemos de ofrecer un singular testimonio de fraternidad y ciudadanía en la acogida, cuidado y promoción de los que llegan y en la acción moral y política contra las causas de tanto sufrimiento. Como dice el papa Francisco: “No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan… Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo, con el mismo cuidado que el viajero de Samaría tuvo por cada llaga del herido”. (FT 77-78)

 

Conferencia Episcopal Española 

educación

El Congreso de los Diputados ha aprobado, en primer término, la nueva Ley de Educación que continuará su trámite parlamentario en el Senado, antes de volver definitivamente al Congreso para su aprobación definitiva.

La Educación tiene un significado singular y relevante para la vida y el futuro de niños y jóvenes, de las familias y de la sociedad entera. Es el ámbito donde se contribuye a edificar el porvenir de una nación y su salud democrática. Por la gran inquietud que ha generado la formulación y la manera de tramitarse de la nueva ley, nos parece necesario ofrecer ahora algunas reflexiones:

  1. Antes de cualquier consideración queremos mostrar nuestro reconocimiento a todos los docentes que en este tiempo de pandemia están redoblando sus esfuerzos para seguir educando y formando a las nuevas generaciones. Es un trabajo silencioso, pero nos consta que se realiza con una dedicación personal y profesional que permite mantener la tarea escolar por encima de todo.

  2. Por ello, lamentamos en particular que se haya procedido a la tramitación de esta ley a pesar de las difíciles circunstancias causadas por la pandemia y con unos ritmos extremadamente acelerados. Ello ha impedido la participación adecuada de toda la comunidad educativa y de los diferentes sujetos sociales.

Consideramos necesario insistir en que el verdadero sujeto de la educación es la sociedad, y, en primer lugar, las familias. No sería aceptable que el Estado pretendiera apropiarse de este protagonismo de la familia y de la sociedad -a cuyo servicio está llamado-, identificando el carácter público de la enseñanza con su dimensión organizativa de carácter estatal. No solo lo que es de titularidad estatal es público.

Con el papa Francisco queremos recordar la urgencia de un Pacto Educativo Global, que el Gobierno ha aplaudido de manera informal, y que significa privilegiar el camino del diálogo, de la escucha y del acuerdo, de modo que las propias posiciones ideológicas (todas ellas “confesionales”) no se conviertan en criterio de exclusión. En palabras del presidente de la CEE al inicio de esta A. Plenaria: “sería conveniente que de este pacto educativo pudiera concretarse una ley sólida que no sea objeto de debate con cada cambio de color político en el Gobierno”.

3. Tras el camino recorrido durante la tramitación de la ley, vemos necesario pedir que esta ofrezca una mayor protección del derecho a la educación y la libertad de enseñanza, tal como se explicitan en el art 27 de la Constitución y en su interpretación jurisprudencial. Nos preocupa que esta ley introduzca limitaciones a estos derechos y libertades y, en primer lugar, al ejercicio de la responsabilidad de los padres en la educación de los hijos.

Comprendemos y apoyamos los esfuerzos de las familias, plataformas y agentes sociales que en estos días se han movilizado en la defensa de estos derechos, y particularmente de los referidos a los alumnos con necesidades especiales.

4. En este mismo sentido afirmamos, de nuevo, que la ley debería recoger la “demanda social” en todas las etapas del proceso educativo: libertad de creación de centros escolares, libertad de elección de centro y propuesta educativa, trato en igualdad de condiciones a los diversos tipos de centro, para lo cual es necesaria la gratuidad de la enseñanza sin discriminaciones.

5.Lamentamos profundamente todos los obstáculos y trabas que se quieren imponer a la acción de las instituciones católicas concertadas. No es el momento de enfrentar entidades e instituciones educativas, sino de trabajar conjuntamente, en el espacio público, para ofrecer una educación adecuada a todos los niños, adolescentes y jóvenes de nuestro país.

6.En diálogo con el Ministerio, la CEE ha recordado que no puede excluirse del ámbito escolar la educación de la dimensión moral y religiosa de la persona, para que ésta pueda crecer como sujeto responsable y libre, abierto a la búsqueda de la verdad y comprometido con el bien común, recibiendo para ello una formación integral. Por eso, ha propuesto que la enseñanza religiosa escolar quede integrada en un área de conocimiento común para todos los alumnos, en un modo que no genere para nadie agravios comparativos. Y ha recordado que esta asignatura no debe ser considerada ajena al proceso educativo, sino que ha de ser comparable a otras asignaturas fundamentales.

Lamentablemente la propuesta hecha por la CEE no ha recibido respuesta por parte del Ministerio. De hecho, el texto legislativo aprobado suprime el valor académico de la evaluación de la asignatura de Religión, y deja a los alumnos que no cursen esta asignatura sin una formación con contenido escolar.

Queremos recordar que no es aceptable la descalificación de esta asignatura o del trabajo de sus profesores como adoctrinamiento. Al contrario, respeta el conjunto de exigencias propias de su presencia en el ámbito escolar, relativas a la metodología o al estatuto del profesorado. Es escogida con buenas razones por una mayoría de familias, y reconocida en su contribución a la educación integral de la persona y su compromiso en la sociedad. De hecho, está presente en la mayoría de los sistemas educativos europeos.

7. La Iglesia ha desarrollado una gran tradición educativa, que ha sido y deseamos que siga siendo una riqueza de nuestra sociedad. Más allá del debate sobre una ley, es consciente de la necesidad de seguir defendiendo la inclusión escolar y educativa de la enseñanza religiosa escolar como integrante del ámbito de una necesaria educación moral. Y, como Pueblo de Dios, en todos sus miembros, seguirá trabajando para hacer posible el crecimiento, la libertad y la pluralidad de la propuesta educativa para servir así al bien de los alumnos, las familias y toda la sociedad.

 

Conferencia Episcopal Española

El año litúrgico termina con la solemnidad de Cristo Rey. Es una forma hermosa de concluir el año contemplando a Cristo en su venida al fin de los tiempos para realizar el juicio sobre la verdad. En el Evangelio de hoy, Jesús no pregunta a las naciones si han creído en él, sino si han vivido la caridad, es decir la verdad que se hace activa. Porque la primera exigencia moral del hombre es vivir en la verdad, la que, como decía san Agustín, «habita en el hombre interior». El que vive en la verdad, sin engañarse a sí mismo, tarde o temprano encuentra a Dios, que es al mismo tiempo verdad y amor.

Cuando Poncio Pilato pregunta a Jesús si él es rey, Jesús lo confirma claramente. Pero, para evitar malentendidos, explica su realeza en estos términos: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 19,37). Jesús es rey en cuanto testigo de la verdad, que es accesible al hombre si la busca con empeño y rectitud. Al escuchar la palabra «verdad», Pilato no se detiene a dialogar con Jesús. Con indiferencia, escepticismo o desprecio, lanza una pregunta que no espera respuesta: «¿Qué es la verdad?».

También hoy mucha gente hace la misma pregunta con el mismo desinterés de Pilato. El escepticismo y el relativismo han minado los fundamentos del conocimiento humano en su ineludible vocación de buscar la verdad. La crisis de interioridad (Sciacca), el sociedad líquida (Bauman) y la estrategia de la «deconstrucción» aplicada a todos los ámbitos de la existencia humana y, en especial, del conocimiento, ha dejado al hombre al arbitrio de los poderes pragmáticos de este mundo —dinero, dominio, placer— y, en última instancia, de su propia libertad, entendida con frecuencia como autosatisfacción de sus instintos, apetencias y ambiciones. El hombre —hablo en general— ha renunciado a buscar la verdad, que es lo mismo que renunciar a la razón. Pilato es el prototipo del político pragmático que renuncia a sus convicciones —estaba convencido de la inocencia de Jesús— para claudicar ante quienes le acusan de no ser amigo del César. Con su actitud declara que no quiere conocer la verdad, de la que Jesús es testigo. Y lo condenó a muerte, cometiendo la más grave injusticia.
En el núcleo del desprecio a la verdad o, dicho de otra manera, en la instauración de la mentira anida la injusticia. Quien miente actúa con injusticia y, si es gobernante, conculca los derechos de su pueblo que sólo se sostienen sobre la verdad del hombre y de su inviolable dignidad. Cuando Jesús juzga a las naciones, como ya he dicho, no pregunta si creen o no en Dios, sino si han obrado con verdad socorriendo a sus hermanos más humildes, los pobres. Resulta llamativo que quienes lo han hecho no sabían que Jesús estaba en ellos. Tampoco sabía Pilato que en el reo que tenía delante moraba Dios, pero tenía la obligación de defender su inocencia. El juicio de Dios se fundamenta, pues, en la inapelable tarea de servir a la verdad, porque quien esto hace, aunque no lo sepa, sirve a Dios. «Yo soy el camino, la verdad y la vida», dice Jesús. En su enseñanza, Jesús no impone nada. No quiere esclavos, sino hombres libres. Su juicio será sobre el ejercicio de esa libertad cuyo término es el bien, nunca el interés propio ni la satisfacción egoísta de sus deseos.

Dice Orígenes que «Cristo no vence al que no se quiere dejar vencer, Él vence sólo por convicción. Él es la Palabra de Dios». Ocurre lo mismo con la verdad. Nunca se impone, atrae a quienes le pertenecen, convence a quienes la buscan, brilla en quienes la sirven y, el final de la historia, deja al descubierto quiénes fueron verdaderamente libres.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia