UN HOMENAJE A LA FIDELIDAD PARA FESTEJAR SAN JUAN DE ÁVILA

MISA

 

BODAS DE PLATA. 25 años

Germán Eugenio Huayaney
Henri Thipamba

BODAS DE ORO. 50 AÑOS

Ángel Miguel Alonso
Ángel Galindo
José Antonio Velasco

BODAS DE DIAMANTE. 60 AÑOS

Ildefonso Asenjo

BODAS DE PLATINO. 65 AÑOS

Jesús Sanz
Rafael San Cristóbal
Esteban Tejedor
Lorenzo Gómez

 

Con la solemnidad que merece y las ganas de reunirse y celebrar tras dos años de pandemia que tanto han limitado. Así han celebrado hoy los sacerdotes de la Diócesis a su patrón, san Juan de Ávila. La iglesia del Seminario ha sido el escenario en el que, bajo la mirada de la imagen del santo —y sus reliquias—, se ha celebrado la Eucaristía con la que se ha rendido homenaje a quienes hoy celebran sus bodas sacerdotales, pero también a todo el presbiterio de la Diócesis.

     Arropados por sacerdotes, familiares, amigos y feligreses, los ocho presbíteros homenajeados han concelebrado la Eucaristía, presidida por Mons. César Franco. Una celebración que también ha contado con la presencia de D. Ángel Rubio, obispo emérito.

MISA2

     En su homilía, don César ha querido destacar que los sacerdotes son «luz, sal y ciudad edificada en un lugar visible» y debemos dar gracias por ellos, porque, aunque algunos de ellos incluso han superado los años de jubilación «aquí están, fieles, prestando sus servicios a pesar de las dificultades». El Obispo ha hecho referencia a un encuentro previo a la misa, en el que los homenajeados han recordado anécdotas de todos estos años de servicio, no sin alguna laguna ocasionada por la edad y la acumulación de vivencias.

     En este punto, ha querido resaltar que, a pesar de todo ello, hay algo común en sus testimonios y todos recuerdan: «el amor de Dios, la llamada, el origen de su vocación en familia cristiana, su tiempo de Seminario, la vida y la compañía de los hermanos sacerdotes». Y es que, como ha apuntado don César, las experiencias de Dios permanecen para siempre, pues se guardan en la memoria del alma, más firme que la del cerebro. Como muestra, el Obispo ha recordado que, ya en su vejez, su madre no recordaba quién era, pero en cuanto iniciaba un «Dios te salve…» ella continuaba rezando el Ave María completo. Precisamente, lo que hoy celebramos, «la memoria de la fe».

     Aludiendo a la figura de san Juan de Ávila, Mons. Franco ha querido resaltar que fue un «ejemplo para los sacerdotes y para el pueblo», un gran reformador que entendió que la Iglesia no podría cambiarse si no lo hacían sus ministros. El «apóstol de Andalucía» propuso la renovación del clero, entendiendo que de ahí vendría la reforma de la Iglesia, predicando a los fieles para que fueran santos, puesto que así surgirían las vocaciones al ministerio. Don César ha hecho referencia al epitafio que aparece en la tumba de san Juan de Ávila: «fue sembrador», para subrayar que la predicación de la Palabra es el instrumento que «se nos ha dado para ser pastores del Pueblo de Dios».

     San Juan de Ávila, ha rememorado, «se dejó la vida en la dirección de espíritus», en el acompañamiento espiritual ya que entendía que una forma de ser pastor, «la única forma», es siendo padre. Una hermosa lección la de este santo para el pueblo y los sacerdotes porque, «¿quién no quiere que la Iglesia sea mejor, más limpia, más santa, más justa y más fraterna?». Ahí, ha aseverado don César, está el papel del sacerdote, quien, con su predicación verdadera, su enseñanza continua y su tarea de paternidad hace que los hijos crezcan. «Solo con los instrumentos de san Juan de Ávila seriamos maestros ejemplares para el pueblo. Ese pueblo santo, justo, caritativo que queremos tener, crecería porque Dios es fiel a sí mismo», ha afirmado el Obispo, agregando que, igual que ha traído a los sacerdotes hasta este día «nos acompañará siempre en esta tarea tan bella que ha puesto en nuestras manos y que, en palabras del propio santo, no se puede comparar con el ministerio de los ángeles».

     Finalmente, ha pedido a sus hermanos homenajeados que el Señor les de consuelo y alegría, «porque Él os ha llamado para ser lo que sois», pidiendo también al Padre que premie sus fatigas. Para los más mayores, ha pedido que aleje de ellos toda duda, toda sombra de escepticismo y de pensamiento que les haga creer que la vida puede con nosotros. «Alegraos profundamente en el Señor, que os ha llamado para ser sus ministros, que la Virgen os acompañe en vuestra vida y no olvidéis que ella, siempre es Madre», ha concluido don César.

Agradecimientos

Ángel Miguel Alonso, rector del Santuario de la Fuencisla y canónigo de la S.I. Catedral, ha sido el encargado de hablar en nombre de los homenajeados. «Hay veces que los labios deben callar para que el corazón hable». Con estas palabras ha comenzado una intervención en la que ha recordado ha sus hermanos sacerdotes que el Señor «cuenta con nosotros, quiere que le acompañemos ¡qué bien que siempre nos digan ‘sois del grupo de Jesús’!», para agregar que en la tarea que se les ha encomendado, a veces difícil, tienen garantizada su compañía.

    ANGEL MIGUEL Alonso ha destacado que los presbíteros no son alumnos, sino «discípulos conectados a Cristo para que pase la corriente de Dios a nosotros». Palabras de agradecimiento para don César, «por su cercanía y preocupación por los sacerdotes», y para don Ángel, por querer participar de esta fiesta. Pero también agradecimiento a los profesores y educadores que les ayudaron en su camino al sacerdocio con sus enseñanzas. Y, en especial, a sus padres y familias, que «respetaron la libertad de poder elegir esta maravillosa vocación». Con los hermanos ancianos y enfermos presentes en sus oraciones, ha querido agradecer a las religiosas, familiares y amigos por la colaboración en las respectivas parroquias.

     Finalmente, ha parafraseado al Papa emérito, Benedicto XVI, para decir que san Juan de Ávila es el mejor compañero y terminar con un «¡Viva san Juan de Ávila!» que ha sido replicado con un clamoroso «¡viva!» de sacerdotes y congregados en la iglesia del Seminario.

Experiencia de gracia compartida 

Antes de la Eucaristía, los sacerdotes homenajeados han querido compartir con sus hermanos las anécdotas que recuerdan con más cariño de todos estos años de ministerio. El más joven de todos, German Huayaney, nació en Lima, donde, procedente de una familia cristiana, pronto decidió que quería ingresar al Seminario. Recuerda que, de todos los que postularon y después ingresaron, pocos fueron los que finalmente alcanzaron la meta de recibir la Ordenación Sacerdotal.

WhatsApp Image 2022 05 10 at 12.23.55 PM

     Algunos recuerdan, como Ángel Miguel Alonso, cómo en su pueblo natal —Fuente el Olmo de Íscar—, vieron ordenarse a varios sacerdotes (incluido su hermano Julio) en poco tiempo, todo un logro teniendo en cuenta la escasez de habitantes de la localidad. Otros, como Rafael San Cristóbal, rememoran que no sabían como decir a sus padres que querían ir al Seminario, aunque el decir a su madre «han venido en el coche de línea los seminaristas», le sirvió para que ella le contestara con un «¿y tú quieres ir?» que le pondría en bandeja el ‘sí’. También Ildefonso Asenjo recuerda el miedo que tenía para decirles a sus padres que quería ir al Seminario, con una silla vacía a la hora de la comida en una mesa que compartían ocho hermanos y los padres, se dieron cuenta de que algo le pasaba a ‘Fonsito’ quien, cuando contó lo que quería, no tuvo problema para recibir la aceptación de su familia «siempre que vaya tu hermano (gemelo)». «Fonsito que haga lo que quiera, pero yo no voy a ir», asegura que dijo su gemelo entonces.

     Vivencias compartidas las del Seminario, que aquí en Segovia y en Vitoria enseñaron a Ángel Galindo y a José Antonio Velasco a valorar la importancia de la vida en comunidad, a tener muy presentes a los compañeros y a recordar las enseñanzas de quienes les instruían, algunas de ellas atesoradas con gran valor en la memoria y el corazón. Como las que guarda Jesús Sanz de toda una vida, 65 años, dedicado al servicio a la Iglesia, o las de Lorenzo Gómez, quien, en sus tiempos como capellán de Policía y Guardia Civil, vivió los años más duros del terrorismo de ETA, recibiendo incluso una lección de una madre que enterraba a su hijo quien, al oírle decir que estaban enterrando con pena a uno más ella contestó: «uno más no, es mi hijo».

Toda una vida de esfuerzo y dedicación por la que todo el Pueblo de Dios damos gracias, pidiendo al Padre que siga enviando obreros a su mies.