Secretariado de Medios

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UCRANIA PAZ

El pasado mes de febrero el presidente ruso, Vladimir Putin, iniciaba una operación militar contra Ucrania. Desde entonces, cerca de dos millones de personas se han visto obligadas a abandonar su país, lo que se traduce en el mayor éxodo de refugiados en Europa desde la II Guerra Mundial. Además, los ciudadanos ucranianos que continúan en su país necesitan ayuda humanitaria de forma urgente.

            Por este motivo, el Obispo de Segovia, Monseñor César A. Franco Martínez, propone una colecta extraordinaria para «paliar la situación dramática que atraviesa nuestro país hermano de Ucrania». Un donativo extensible a todas las parroquias de la Diócesis y que tendrá lugar el próximo 10 de abril, Domingo de Ramos. La cantidad que los fieles tengan a bien aportar se sumará a la colecta que los sacerdotes realicen con motivo de la Misa Crismal, y todo ello irá destinado a sufragar las necesidades del pueblo ucraniano.

            Asimismo, don César ofrece, a través de Cáritas Diocesana de Segovia, el uso de casas parroquiales habilitadas para la acogida de refugiados, así como algunas plazas de residencia en la actual sede de la organización, antiguo convento de las Juaninas.

            Estas acciones se suman a la celebración de la Eucaristía por la paz en Ucrania que presidió Mons. Franco el pasado domingo día 13 en la Catedral, cuya colecta también fue destinada a Cáritas Ucrania a través de Cáritas Diocesana de Segovia.

 

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La Iglesia comenzó a formarse caminando con Jesús. La llamada de los primeros discípulos formó una comunidad en camino que invitaba a la gente a entrar en lo que más tarde se llamaría «Iglesia». Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de caminar, hasta el punto de que el cristianismo fue llamado ya en Jerusalén «el camino». Esta expresión designaba la enseñanza moral del cristianismo, pero recogía la espiritualidad judía del caminar juntos en la dirección marcada por la ley de Dios.  Lo «sinodal» no es un invento actual; es consubstancial a la Iglesia. Después de Pentecostés, los apóstoles y sus colaboradores se dirigieron a todos los pueblos para que Cristo fuera reconocido como Salvador del hombre. Que la Iglesia formara comunidades estables, presididas por los apóstoles y sus sucesores, los obispos, no quiere decir que haya dejado de caminar por el mundo como hizo al inicio de su existencia.

            Al servicio de esta Iglesia en camino están los sacerdotes, necesarios colaboradores de los obispos, que participan con ellos de la autoridad de Cristo y de la preocupación por todas las Iglesias. El Día del Seminario es una ocasión propicia para rogar al dueño de la mies que mande operarios a su mies. El sacerdote es pastor del pueblo de Dios que le acompaña, como dice el Papa Francisco, yendo a la cabeza, en el medio y también a la cola alentando a los que se retrasan en la peregrinación. Es un hombre, con todas las características buenas y malas de los hombres, llamado a ejercer la misión de Cristo Pastor en su pueblo. Dicho así, surge la pregunta inevitable: ¿Se puede representar a Cristo? ¿Se puede salvar la distancia entre la santidad de Cristo y la pobreza radical del hombre llamado a representarlo? Se puede, sí. De otra manera, Jesús no hubiera llamado a Pedro y al resto de los apóstoles que, como sabemos, eran hombres débiles. Tampoco habría llamado a pecadores públicos como, por ejemplo, san Mateo, san Pablo, san Agustín y santo Tomás Becket para ostentar su autoridad. Jesús elige a quien quiere y en la condición concreta de su vida, y la historia muestra que Dios puede transformar a un pecador en santo.

            La libertad con que Cristo llama es propia de un amor que no discrimina en razón de las virtudes que tenga o no la persona concreta. Es obvio que, al acoger la llamada, la persona recibe la gracia de poder cumplir con el encargo que recibirá en su día; de lo contrario, Dios pondría al hombre en condiciones imposibles de responder al llamamiento. Para cualquier vocación, Dios da la gracia.

            La misión sacerdotal se realiza de muy diferentes maneras, porque Dios, al llamar, no anula las habilidades y capacidades de cada uno. Hay sacerdotes dedicados al estudio y a la enseñanza, a las misiones, a la pastoral sanitaria y penitenciaria. Los hay que son capellanes de instituciones religiosas. Si variado es el pueblo de Dios en sus formas de vida, variada es la misión sacerdotal que debe atender a los fieles en el lugar donde se desenvuelve su existencia. Una cosa unifica a todos: son ministros de Cristo y de la Iglesia, servidores del Pueblo de Dios. Esto quiere decir que sin una radical comunión con Cristo y con la Iglesia, el sacerdote no podrá cumplir su ministerio. Sin oración, sin cuidado de la vida espiritual, sin verdadera amistad sacerdotal, sin formación permanente, el sacerdote estará expuesto a muchas dificultades para ser fiel a la misión de Cristo. También para él vale lo que Jesús dijo para todos: sin mí no podéis hacer nada. Dicho con palabras de san Pablo, la gracia de Dios y su fuerza se manifiesta en nuestra debilidad.

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Después de haber subido el domingo pasado al monte de las tentaciones para ser testigos del enfrentamiento entre Jesús y el diablo, la Iglesia nos invita a contemplar el misterio de la Transfiguración en el monte Tabor. Pasamos del desierto de la prueba al monte de la luz y de la gloria. Esta pedagogía de la Iglesia en la Cuaresma pretende iluminar el misterio de la persona de Jesús en su doble dimensión: humana y divina. En cuanto hombre, Jesús es tentado como otro cualquiera y experimenta la necesidad de Dios en su prueba. En cuanto Hijo de Dios, revela su gloria mientras ora al Padre.

            El relato de Lucas, proclamado este domingo, a pesar de su brevedad, dice muchas más cosas de las que aparenta. Afirma que la transfiguración sucede «mientras oraba» Jesús. El salmo 34, 2 invita a la oración de esta manera: «Contempladlo y quedaréis radiantes». Esto sucede en Cristo: mientras ora, «lo penetra la gloria de Dios y transfigura luminosamente su rostro y vestidos (Sal 104,2). Como si la materia se convirtiese en energía luminosa» (Alonso Schökel). Los apóstoles duermen indicándose así que eran incapaces de contemplar tal misterio, preludio de la resurrección. La nube que los envuelve simboliza la presencia velada de Dios, y la voz del Padre evoca la revelación definitiva acerca de Jesús. Las chozas —o tiendas— de las que habla Pedro son una alusión a la fiesta de los tabernáculos, evocación del tiempo pasado en el desierto cuando los israelitas vivían en chozas. Y recuerda también la tienda del encuentro en la que Dios habitaba y donde dialogaba con Moisés.

            Como vemos, todo el relato apunta a Cristo como el lugar santo por excelencia donde se manifiesta la gloria de Dios. Este Jesús es el mismo de las tentaciones en el desierto. Por un momento se transfigura cuando ora y prepara a los discípulos a superar el escándalo de la cruz, cuando de nuevo lo vean como un hombre traspasado de dolor (no de gloria) en la ciudad santa de Jerusalén hacia la cual camina con sus discípulos para consumar su éxodo hacia el Padre, es decir, su muerte y resurrección.

            En el camino hacia la muerte, el milagro de la Transfiguración tiene un doble sentido pedagógico: por una parte, nos aclara que muerte y gloria son inseparables. La cruz no es el final de la vida de Cristo. Es camino para la gloria. La fe cristiana tiene su fundamento último en la resurrección sin la cual la muerte sería un fracaso total. Por otra parte, aclara también que el cristiano está llamado a transfigurarse en el sentido del salmo 34: «contempladlo y quedaréis radiantes». En la medida en que el cristiano ora a Cristo glorioso, va caminando hacia la gloria definitiva y su rostro —es decir, su persona— se inunda de gloria. Es lo que vemos en los santos que, gracias a su unión con Dios, nos revelan la gloria de su rostro. Cuando Moisés hablaba con Dios, según la Biblia, su rostro se iluminaba cada vez más y tenía que cubrirse el rostro con un velo para no deslumbrar a quienes le miraban. Es una forma simbólica de hablarnos de la transfiguración del hombre cuando se encuentra con Dios: su ser cambia, se hace nuevo, deslumbra por la verdad, bondad y belleza de su vida. En nuestro caminar hacia la Pascua, la Cuaresma es la posibilidad de trasfigurar nuestras vidas según el modelo de Cristo. Como decía san Pablo, «todos nosotros, con la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor» (2 Cor 3,18). De esta manera, los cristianos podemos ser en el mundo un signo luminoso de la presencia de Dios. ¿No se nos propone una aventura apasionante? ¿No estamos llamados a ser luz de este mundo?

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El desierto ocupa en la Biblia un lugar predominante. La experiencia de Israel al salir de Egipto y vivir cuarenta años por el desierto del Sinaí marcó para siempre su vida y espiritualidad. Una vez asentado en la tierra prometida, la memoria de Israel retornaría, como vemos en la Biblia, al tiempo del desierto que se convirtió en símbolo de la prueba, de la fidelidad de Dios y de la alianza de amor. Los milagros de Dios en el desierto —la nube de fuego, el agua de la roca, el maná del cielo— se convertirían en símbolos de la constante presencia de Dios a pesar de la incredulidad de su pueblo. Aunque parezca extraño, las tentaciones que padeció Israel durante su peregrinación en el desierto eran un preludio de la gran alianza de amor que Dios se disponía a establecer con Israel. Se comprende que el desierto sea al mismo tiempo lugar de tentación y lugar de desposorios. «La llevaré al desierto y hablaré a su corazón», dice Oseas 2,16, presentando a Dios como el esposo de Israel, su esposa.

            Al inicio de su ministerio público, Jesús se dirige al desierto de Judá, se adentra en su soledad y espesura espiritual, para reinterpretar la experiencia de Israel durante sus cuarenta años. Los cuarenta días y noches de Jesús, en ayuno y oración, evocan la búsqueda de Dios, el anhelo de la alianza y la tentación que superará alimentado por la palabra de Dios y la seguridad de su presencia. Jesús va al desierto impulsado por el Espíritu, atraído por Dios que le llama a confirmar su fidelidad. En el desierto se encontrará con el Adversario del hombre, Satanás, que pretenderá seducir a Jesús y desviarlo del camino de Dios. Jesús, sin embargo, se manifiesta como el fuerte que vence la tentación, en oposición a Israel, que cayó tantas veces en la infidelidad y sucumbió en la idolatría. Al final de los cuarenta días y cuarenta noches —imagen de la estancia de Israel en el desierto— Jesús aceptó ser tentado por el diablo para mostrar el camino de la victoria. La Palabra de Dios, el alejamiento del mesianismo triunfalista y el rechazo de la idolatría fueron las armas para vencer al enemigo. Las tentaciones de Jesús se convierten así en el camino para llegar a la alianza de amor con Dios. Jesús sale del desierto como el nuevo Israel victorioso.

            Al comenzar la Cuaresma, la Iglesia nos invita a entrar en el desierto espiritual de nuestro interior, donde el hombre experimenta su vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la presencia del Dios escondido. Las tentaciones son las mismas para el antiguo Israel, para Jesús y para los cristianos de hoy, que somos un pueblo peregrino. También nosotros somos tentados por el hambre de bienes temporales, por un mesianismo de poder temporal y por la adoración de los ídolos que nos ofrecen o que nosotros mismos fabricamos. Hace tiempo que los cristianos hemos abandonado la oración y la palabra de Dios como el pan de cada día; hemos perdido el sentido del poder del Espíritu; y hemos reducido la adoración de Dios al templo y la liturgia olvidando la más arriesgada, que tiene lugar en la vida ordinaria. Nos ha invadido lo que ha dado en llamarse «apostasía silenciosa». Del amor hemos pasado al desamor.

            La Cuaresma es tiempo oportuno para renovar la alianza de amor. Los prácticas cuaresmales no nos separan de la vida cotidiana; nos introducen en ella como el lugar idóneo para vivir en la tensión del desierto: tiempo de prueba y tiempo de triunfo. Cuaresma es camino hacia la Pascua donde Dios renueva fielmente su alianza con su pueblo y este se consolida en la fidelidad. Debemos entrar animosos en el desierto porque solo así saldremos de él con el gozo de la fidelidad. Dios nos espera para hablarnos al corazón.

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Miércoles, 02 Marzo 2022 12:20

REVISTA DIOCESANA MARZO 2022

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miércoles ceniza

 

Iniciamos hoy el Tiempo «intenso» de Cuaresma. Un tiempo en el que estamos llamados a asumir la Palabra de Dios y hacerla nuestra para evitar que el gesto con el que la comenzamos —la imposición de la ceniza— resulte vano a los ojos de Dios.

En la homilía de la Eucaristía celebrada esta mañana en la Catedral, el Obispo de Segovia, Mons. César Franco, ha recordado los tres pilares de la Cuaresma: oración, ayuno y limosna. En este sentido, ha subrayado que el Señor nos invita a la entrar «en la cámara silenciosa de la conciencia» para convertirnos allí, en la presencia de Dios. Jesús critica las prácticas de la limosna el ayuno y la oración que se hacen con hipocresía y aspavientos, para que los demás lo vean. En este sentido, don César ha llamado a meternos «en tu templo interior, en tu pequeña iglesia del corazón, porque tu Padre que ve en lo escondido te recompensará».

«Cuaresma es un tiempo intenso de alegría, no hay mayor alegría que convertirse al Dios que nos ama». Así ha definido Mons. Franco este tiempo que comenzamos y que nos lleva a prepararnos para vivir con gozo la Pascua. Es un momento en el que el ayuno, la limosna y la oración llenan el alma de alegría. Este año, pensamos de manera particular en nuestros hermanos ucranianos, y nos unimos a esta Jornada de ayuno y oración convocada por el Papa Francisco por la paz en Ucrania. Nuestros hermanos «padecen un atropello injustificable, un crimen horrendo que clama al cielo», ha dicho don César, para agregar que «se pisotean los derechos de un pueblo que se invade por quien se cree con derecho de reclamarlo para sí mismo. Mueren niños, enfermos, familias. Un drama terrible que pensábamos que no volvería a ocurrir» y concluir que «el hombre es un lobo para el hombre, es un monstruo cuando se aparta de Dios y aplica su ley como dominador de los pueblos».

Con situaciones como esta entendemos mucho mejor las llamadas a la conversión, ha asegurado el prelado, convencido de que para que las estructuras del mundo cambien, es necesario que cada uno, «tu y yo», cambie. Sobre todo aquellos que se creen con autoridad, cuando todos, como recordamos hoy, «somos polvo». La Iglesia hace en Cuaresma oración, ayuno y limosna, lo mejor que podemos ofrecer ahora a nuestros hermanos de Ucrania: «nuestra oración intensa, nuestra limosna y la privación de nuestros caprichos en su favor». Pidiendo también al Señor que «convierta el corazón de quienes provocan estos dramas, de estos crímenes que claman al cielo». Con todo, vivamos esta Cuaresma como una «exhortación a cambiar nuestro corazón y unirnos a este pueblo que sufre en su libertad, en su vida y su destino».

cartel concurso 2022

 

Coincidiendo con la celebración de «El Tiempo de la Creación» (del 1 de septiembre al 4 de octubre) y con el VI Aniversario de la Encíclica ‘Laudato Si’, la Diócesis de Segovia convoca el II Concurso de Fotografía «Tiempo de la Creación», con el objetivo de admirar la belleza de la creación y prestarla atención, captar sus detalles y concienciar de que el cuidado de la creación es responsabilidad de todos.

El objetivo es que los participantes, a través de las fotografías que presenten, muestren la concienciación, sensibilización y actuación de la sociedad en general y de cada uno de sus componentes, con independencia de su edad o de cualquier otra característica personal o social, para que protejan su entorno (ya sea el medio natural, rural o urbano) y adopten actitudes que favorezcan un desarrollo sostenible y solidario de nuestra provincia.

De esta forma, el concurso versará sobre «El agua de la vida»: demos al agua la importancia que tiene en nuestra vida, cesemos en el consumo indiscriminado y recibámosle como un don necesario para la vida, toda vida.

Los participantes podrán acceder a una de las tres categorías propuestas: infantil (de 6 a 11 años), juvenil (de 12 a 17 años) y adulta (de 18 años en adelante) y podrán presentar un máximo de dos fotografías por persona. Así, se concederá un premio para cada categoría, consistiendo en la entrega de un ejemplar de la Encíclica ‘Laudato Si’ y la cantidad de 100 euros en categoría infantil, 200 euros en juvenil y 400 euros en la categoría adulta.

Como requisito indispensable, las obras presentadas tienen que ser originales e inéditas y habrán sido realizadas en cualquier lugar de la provincia de Segovia. Además, no se admitirán fotografías manipuladas digitalmente, ni virajes de color o montajes fotográficos.

Las fotografías podrán presentarse o enviarse, acompañadas de la documentación personal requerida, hasta el próximo 24 de mayo de 2021 en la sede del Obispado de Segovia, calle Seminario, 4, 40001 Segovia con horario de entrega, de lunes a viernes, de 10.00 a 14.00h.

Los premios se entregarán el sábado 18 de junio de 2022 (día de presentación de la encíclica ‘Laudato Si’) y, posteriormente, todas las fotografías permanecerán expuestas en el Torreón de Lozoya —en exposición conjunta junto a Juan Luis Misis— del 1 al 24 de julio.

 Las bases completas para participar en el concurso pueden consultarse en el apartado correspondiente de esta página web. 

Una actitud del hombre sabio es el discernimiento. Esta palabra viene del término latino «discernere», que significa separar, cribar.  Es la acción de quien separa la paja del trigo, lo bueno de lo malo. En el libro del Eclesiástico leemos este pasaje sapiencial de permanente vigencia: «Cuando se agita la criba, quedan los desechos; así, cuando la persona habla, se descubren sus defectos. El horno prueba las vasijas del alfarero, y la persona es probada en su conversación. El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona. No elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona» (Eclo 27,4-7). La sabiduría práctica que revela este texto apunta a la necesidad del discernimiento como tarea esencial del hombre. Por medio de la palabra la persona desvela su corazón y, con frecuencia, sus propósitos, del mismo modo que el fruto indica si el árbol es bueno o malo.

            Jesús utiliza esta imagen en el Evangelio de hoy para «discernir» la bondad o maldad del hombre: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca» (Lc 6,43-45). Es obvio que Jesús utiliza el Eclesiástico para decirnos que «la palabra revela el corazón de la persona», su bondad o malicia.

            La palabra sufre hoy una devaluación dramática, que tiene sus consecuencias en el orden del ser y, por tanto, en el del actuar, según el principio «agere sequitur esse». En el orden del ser, la palabra se utiliza con frecuencia con la pretensión de cambiar la naturaleza de las cosas en razón de la propia ideología que cercena el vínculo entre la razón y la realidad. Si la palabra, por naturaleza, define el ser de las cosas, su manipulación contradice el ser, es decir, nos sumerge en el caos de una enorme torre de Babel en la que nadie se entiende. Adán recibió la potestad de nombrar las cosas y así lo hizo; hoy el hombre se arroga el derecho de cambiar la realidad cuando expropia a la palabra de su capacidad de definir. Este caos en el orden del ser tiene nefastas consecuencias en el orden moral porque si la palabra pierde su virtualidad, ¿quién asegura entonces la verdad? La mentira es, por tanto, una prostitución de la palabra en cuanto nexo con la realidad y es la profanación más indigna de quien miente. Se miente a sí mismo y miente a los demás. ¿A quién aprovecha este comportamiento? Solo al que lo realiza: es el reino del propio interés, la disolución de toda relación humana verdadera. Se entiende que Jesús diga en el evangelio: «Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5,37), el «padre de la mentira» (Jn 8,44).

            Volvamos al discernimiento como actitud del hombre sabio. Apliquemos las palabras de Jesús para discernir la interioridad del hombre. Atendamos a lo que se habla y, sobre todo, al fruto que produce la palabra. Si de lo que rebosa el corazón habla la boca, tenemos un criterio seguro para discernir qué hay en el corazón de la persona que me habla. La repulsa que sentimos cuando alguien nos miente es la reacción propia de quien ha sido creado para la verdad. Es llamativo, sin embargo, que no sintamos la misma repulsa cuando la mentira se expande globalmente como un anestésico que nos adormece cuando no afecta de modo directo a nuestros propios intereses. ¿No será entonces que hemos perdido la capacidad de discernir? O peor aún, ¿qué solo discernimos en beneficio propio?

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Este martes 22 de febrero, coincidiendo con el aniversario de su consagración episcopal, se ha celebrado la tradicional ofrenda floral en recuerdo de don Antonio Palenzuela, quien fuera Obispo de Segovia desde 1970 hasta 1995. El acto, al que han asistido una veintena de personas en una agradable mañana de invierno, es iniciativa de la Plataforma de Amigos de don Antonio Palenzuela, que trata de mantener vivo el legado humano, doctrinal y espiritual de quien les da nombre.

La ofrenda, que consiste en la colocación de una sencilla corona de siemprevivas junto a la placa que atestigua su recuerdo en el exterior del edificio de las Hermanitas de los Pobres, estuvo animada este año por Isabel García Garcimartín, hermana jesuitina y secretaria de la Confederación de Religiosos (CONFER) de Segovia.

En su intervención, hizo memoria del carácter abierto a la escucha y dialogante de don Antonio, tan necesario en la sociedad actual y en el proceso sinodal abierto por el papa Francisco actualmente en la Iglesia. «Pongamos nuestros carismas al servicio de la Iglesia», aseguró para concluir: «busquemos la comunión con las obras y con la palabra libre y dialogante, al ejemplo de don Antonio Palenzuela».

Además de esta ofrenda floral, la figura del que fuera Obispo de la Diócesis estará muy presente en la oración que tendrá lugar el próximo domingo 27 de febrero a las 19 horas en la iglesia de las Hermanas Clarisas de Santa Isabel.

Puedes leer y descargar el texto completo de la ofrenda floral aquí 

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A comienzos de enero el Papa Francisco convocó al cuerpo diplomático ante la Santa Sede y le dirigió un discurso que figura entre los más importantes del año. Esta vez trató de la pandemia, las migraciones, los conflictos sociales en algunos países y el cuidado de la casa común. Insistió también en el diálogo y la fraternidad como medios para superar crisis actuales (Siria, Yemen, Palestina e Israel, Myanmar) y exhortó a evitar el recurso a las armas.

Recordando su mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, subrayó, además, la necesidad de fomentar una cultura del dialogo y la fraternidad por medio de la educación y el trabajo, que son derechos fundamentales de la persona y, al mismo tiempo, ámbitos que necesitan constante protección y vigilancia para que sean cauces de verdadera humanización. En este contexto, el Papa se refirió a dos problemas que le preocupan de manera especial porque afectan a una antropología digna del hombre.

Aludiendo a las diversas visiones que las organizaciones internacionales tienen sobre el hombre y sus problemas, y a las divisiones que engendran, el Papa ha insistido en lo que él llama «colonización ideológica», nacida del intento de instaurar un pensamiento único, «que no deja espacio a la libertad de expresión y que hoy asume cada vez más la forma de esa cultura de la cancelación, que invade muchos ámbitos e instituciones públicas». Sabemos bien que la libertad de expresión es un derecho de la persona para manifestar sus opiniones sobre los problemas del hombre y de la sociedad aunque discrepen de lo políticamente correcto o establecido desde los ámbito del poder o de la cultura dominante. El intento de «colonizar» el pensamiento de los pueblos es propio de regímenes totalitarios y dictatoriales que, al amparo de grupos mayoritarios o de consensos políticos, se arrogan el derecho de manipular a la sociedad. En este sentido, dice el Papa, que «se está elaborando un pensamiento único —peligroso— obligado a renegar la historia o, peor aún, a reescribirla en base a categorías contemporáneas, mientras que toda situación histórica debe interpretarse según la hermenéutica de la época, no según la hermenéutica de hoy».

En una sociedad que valora la diversidad y la diferencia, sólo un auténtico diálogo puede ayudar a encontrar soluciones comunes para el bien de todos respetando siempre la dignidad de la persona y sus derechos inalienables. Para el Papa Francisco, «el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá del consenso circunstancial». El Papa se refiere a los «valores permanentes», que, aunque no siempre es fácil reconocerlos, su aceptación «otorga solidez y estabilidad a una ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido gracias al diálogo y al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá de todo consenso. Deseo destacar especialmente el derecho a la vida, desde la concepción hasta su fin natural, y el derecho a la libertad religiosa».

En realidad, el Papa viene a recordar que en la naturaleza de la persona existe un pauta de comportamiento ético que es preciso descubrir porque ahí —y solo ahí— se halla el fundamento de los derechos. Lo que llamamos ley natural, inscrita en el hombre por el hecho serlo, es previo a todo consenso cultural y político, especialmente en aquellas cuestiones que afectan a la naturaleza misma del ser humano y a su desarrollo integral como persona. Conviene recordar, como hace el Papa, estas verdades elementales que están en el debate actual y que, con frecuencia, se olvidan por quienes quieren establecer su propia ética o forma de vivir.

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