Secretariado de Medios

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Jueves, 18 Febrero 2021 09:20

«¿Tentación?» Domingo I de Cuaresma

Las tentaciones de Jesús han dado pie a mucha literatura exegética, teológica, literaria y también grotesca. Cualquiera que lea los Evangelios con un mínimo sentido común, observará que nos encontramos ante un hecho común a todo hombre: en su esencia, la tentación —toda tentación— es apartar al hombre de la adoración de Dios. El ansia de poder, de vanagloria y de bienes terrenos son forma de sustituir a Dios. Que Jesús, en cuanto Hijo de Dios, fue tentado es dicho abiertamente en el evangelio. En este domingo, el de Marcos lo dice con la mayor claridad y concisión: «El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Santanas» (Mc 1,12-13). No puede ser mas breve. Los otros evangelios sinópticos describen las tentaciones con detalles inspirados en pasajes del Antiguo Testamento para presentar a Jesús como el nuevo Israel que peregrina por el desierto sin caer en las tentaciones ante las que sucumbió el pueblo judío.

En el texto de Marcos se afirma algo que conforta a quienes somos tentados a lo largo de la vida. Dice que «el Espíritu empujó a Jesús al desierto». ¿No pedimos en el Padrenuestro que Dios no nos permita entrar en la tentación? ¿Cómo explicar entonces que sea el mismo Espíritu quien empuja a Jesús a desierto, si allí será tentado? El desierto tiene en la Biblia diversos significados: es el lugar de la prueba porque en él, según la tradición, habitaban los demonios. Pero es también lugar del encuentro con Dios. Estos dos aspectos no son contradictorios. La vida del hombre, en su complejidad espiritual, se realiza entre la tensión de la fidelidad a Dios y el apego a los ídolos. El desierto se convierte así en lugar de lucha, de entrenamiento, de fidelidad a la alianza. En sí misma la tentación no es mala: ayuda a conocernos en nuestra debilidad, a luchar por el bien y confiar en la fuerza de Dios. La carta de Santiago nos ofrece este magnífico texto: «Bienaventurado el hombre que aguanta la prueba, porque, si sale airoso, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que lo aman. Cuando alguien se vea tentado, que no diga: “Es Dios quien me tienta”; pues Dios no es tentado por el mal y él no tienta a nadie. A cada uno lo tienta su propio deseo cuando lo arrastra y lo seduce; después el deseo concibe y da a luz al pecado, y entonces el pecado, cuando madura, engendra muerte» (Sant 1,12-15).

Jesús quiso ser tentado para ofrecernos el modelo del hombre nuevo que se hace fuerte en la lucha contra el mal. Sucede que en nuestro tiempo descaradamente hedonista nos hemos auto-engañado pensando que todo lo que deseamos es bueno, y nos damos por vencidos antes de que arrecie la tentación. Incluso esta palabra resulta para muchos pasada de moda. ¿Tentación? ¡Cosa de curas o de cristianos timoratos que ven al diablo por todos los rincones! Si no nos gusta la palabra, digamos prueba, ejercicio, entrenamiento. El hombre que renuncia a la lucha en el campo espiritual, cuando es probado, renuncia a su condición espiritual y racional, pues basta la razón para saber que dentro de nosotros el bien y el mal están en duelo permanente. Leamos a los clásicos y a los modernos que han escudriñado el alma humana si queremos ver hasta qué punto el hombre necesita ser empujado por el Espíritu al desierto y aprender la lección que nos da Jesús al oponerse a todo sugerencia e incitación al mal. Sin esta página de la tentación de Jesús, su vida entre nosotros sería inexplicable. Al encarnarse, tenía que parecerse a los hombres en todo para ser misericordioso «pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados» (Heb 2,18).

+ César Franco
Obispo de Segovia

Martes, 16 Febrero 2021 12:40

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA

Papa Francisco Cuaresma

«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén…» (Mt 20,18).
Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.

 

 

«Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, les revela el sentido profundo de su misión y los exhorta a asociarse a ella para la salvación del mundo». Con estas palabras comienza el Papa Francisco su mensaje para el tiempo de Cuaresma. Un periodo de conversión en el que el pontífice nos llama a renovar nuestra fe, saciar nuestra sed con el agua viva de la esperanza, y recibir el amor de Dios con el corazón abierto.

Las condiciones a través de las que expresamos nuestra conversión son: la privación (el ayuno), los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna), y el diálogo con el Padre (la oración). Y mediante ellas podemos encaminarnos hacia «una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante».

En Cuaresma, vivir la verdad de Cristo significa, como nos recuerda Francisco, dejarse alcanzar por esa Palabra de Dios que la Iglesia nos transmite. Así, vivir el ayuno como una experiencia de privación desde lo sencillo del corazón nos lleva a descubrir de nuevo el don de Dios. Por eso, el Papa asegura que la Cuaresma es «un tiempo para creer», para recibir a Dios y permitirle que more en nuestro interior.

Dice el Santo Padre que «en el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación». No obstante, nos recuerda que la Cuaresma es un tiempo de espera para redirigir nuestra mirada a la paciencia de Dios. Es esperar la reconciliación con el Padre para recibir el perdón y ofrecerlo viviendo un diálogo atento. La oración es fundamental en este tiempo cuaresmal, ya que del recogimiento nos viene la luz interior como iluminación. Así, «vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo».

Nos encontramos finalmente ante la caridad, ese impulso del corazón que nos hace despertar y nos llama a cooperar en comunión. «Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad», nos dice Francisco. De esta forma, vivir este tiempo de caridad nos invita a cuidar a quienes sufren a causa de la pandemia, recordando que ante la incertidumbre Dios siempre está ahí.

El Papa concluye sus palabras recordándonos que cada etapa de nuestras vidas es un tiempo para creer, esperar y amar. Vivir la Cuaresma como un camino de conversión, oración y solidaridad «nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el Espíritu y el amor, cuya fuente es el corazón del Padre».

 

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La próxima semana comienza el tiempo de Cuaresma con la celebración del Miércoles de Ceniza, que nos invita a la conversión. Hay conversiones fulminantes. Son acciones gratuitas de Dios que intervienen con fuerza en la vida de los hombres. Son famosas las de san Pablo, san Agustín, el beato Carlos de Foucauld. Otras conversiones se realizan de modo progresivo y otras muy lentamente, con altos y bajos. Mientras vivimos, siempre estamos en proceso de conversión. La oración, el ayuno y las obras de caridad son medios para abandonar nuestra vida de pecado o de mediocridad y lanzarnos en la carrera de la fe para alcanzar a Cristo.

La conversión más difícil es la de los buenos. ¿A qué me refiero? Con mucha frecuencia, el cristiano se acostumbra a una vida de piedad que cumple con sus aspiraciones: evitar el pecado mortal, ser fiel a los compromisos de su estado de vida, participar en el culto cristiano, hacer apostolado. Todo esto está bien y es necesario. Pero, sin darnos cuenta, podemos acomodarnos a ese nivel determinado de vida cristiana pensando que Dios ya no nos pide más. Es un grave error. Dios no deja de llamarnos a la santidad. Y la santidad tiene como modelo a nuestro Padre del cielo. Así lo dice Jesús en el «Sermón de la Montaña». Cuando santa Teresa de Jesús experimenta su segunda conversión era ya «una buena monja». Sin embargo, experimenta que Dios la llama a algo más: a salir de sus esquemas y organización de vida. Esto es lo que san Ignacio de Loyola, otro converso, llama el «más» a que el Señor puede llamarnos. Todos podemos dar más de sí: más en la oración, más en la caridad y más en las obras de penitencia o de justicia. Estancarse en la propia vida espiritual, es siempre un retroceso o hacer paces con la amenazante tibieza y mediocridad.

Cuando el corazón se enamora de verdad, y no queda prisionero de sus propios gustos, tiende a dar hasta la propia vida. Con Dios sucede lo mismo. En el Antiguo Testamento Dios recibe el calificativo de «celoso» porque lo pide todo, no se contenta con una parte de nuestro corazón. Lo quiere entero. El hombre tiende a hacer cálculos en su entrega a Dios: ¿hasta dónde me doy? ¿qué parte me reservo? Este intento de «compromisos» nos desvía de la rectitud de corazón y de la adoración a Dios «en espíritu y verdad».

Para estimularnos a la santidad, la Cuaresma nos presenta todo lo que Dios ha hecho por el hombre, desde la creación a la redención. Nos pone el ejemplo del amor desbordante de Dios con Israel, su pueblo escogido. Y, sobre todo, pone ante nuestros ojos la figura de Cristo en la cruz, dando la vida por nosotros. Ante semejante amor, la Iglesia nos pregunta: ¿qué debes hacer tú? ¿cuál es la medida de tu entrega a Dios? Por eso, urge contemplar a Cristo en su entrega al Padre y a los hombres para acrecentar en nosotros un amor semejante, que nos arranque de la tibieza, del acomodo, de lo que entendemos por «mi plan de vida». Es muy bueno tener, sin duda, un proyecto de vida, siempre y cuando no cierre las puertas al plan y proyecto de vida que Dios tiene sobre cada uno y que, con frecuencia, apunta a metas más altas. Por eso es más difícil la conversión de los «buenos», que pueden quedarse en el nivel de los tibios, de quienes dice el libro del Apocalipsis: «Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca» (Ap. 3,15-16). ¡Qué pérdida de tiempo sería la vida si, después de haber aspirado a ser santos, solo llegáramos a ser eso que solemos llamar «personas buenas» o cristianos mediocres! Aprovechemos la Cuaresma.

+ César Franco
Obispo de Segovia

Jueves, 11 Febrero 2021 11:32

Febrero 2021

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2 de febrero. Solemnidad de la Presentación del Señor

La Iglesia celebra hoy el día de la Presentación del Señor y la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Los padres de Jesús llevan al Niño al templo y a la entrada se encuentran a Simeón y Ana. Estos dos ancianos son modelos de fe y esperanza. Pidamos la gracia de concluir cada día reconociendo la obra de Dios y alabándolo, «porque mis ojos han visto a tu Salvador».

7 de febrero. V Domingo del Tiempo Ordinario

Jesús entra en la casa de Pedro, donde su suegra estaba postrada por la fiebre. Acercándose, la toma de la mano para curarla. Él desea acercarse a nuestra casa, a nuestra intimidad y cotidianidad, para curar y levantarnos de nuestras enfermedades físicas, espirituales y sociales. Está a la puerta y nos llama al corazón en el silencio de la oración, en la lectura de la Palabra y en los Sacramentos. Acerquémonos hoy a ser curados y levantados.

14 de febrero. VI Domingo del Tiempo Ordinario

Si pensamos en quiénes eran las personas que, en tiempo de Jesús, estaban en los márgenes de la sociedad, los leprosos estarían en el primer puesto. Excluidos de la familia, de la sociedad, del templo. Hoy escuchamos que un leproso se acerca a Jesús, suplicándole «si quieres, puedes limpiarme». Y Jesús, compadeciéndose dice: «Quiero, queda limpio». El Evangelio nos cuestiona por las barreras que levantamos frente a otros, por los límites que marcamos, por nuestra calidez en la acogida, por nuestra capacidad de integrar al que percibimos diferente. Quizás seamos nosotros los que, ante nuestro corazón endurecido, tengamos que arrodillarnos ante Jesús y decir: «Si quieres...»

21 de febrero. I Domingo de Cuaresma

El Evangelio nos presenta a Jesús en casa, predicando sin aforos ni distancias de seguridad, ya que la casa estaba llena a rebosar. Entonces descuelgan a un paralítico por el tejado para acercarlo a Jesús. Él, conocedor de lo que guarda el corazón, le dice: «Hijo, tus pecados quedan perdonados». Junto con las enfermedades del cuerpo, hay parálisis que encadenan el corazón. Pongámonos delante de Jesús para ser levantados de nuestras camillas, de las heridas del pasado, de los miedos ante las debilidades. Tomemos nuestras vidas y echemos a andar.

28 de febrero. II Domingo de Cuaresma

Jesús utiliza una imagen propia de la tradición judía y se presenta como el Esposo, el único que es capaz de llenar el corazón de cualquier persona. Pero para que esto sea posible, necesitamos cultivar espacio en el corazón, liberándonos de lo accesorio que nos pueda distraer. Frente a la tentación del consumismo y del narcisismo, que supone el mirarse a uno mismo, surge la invitación a hacer silencio y desierto. Solo cuando en nuestro corazón haya un vacío, podrá ser conquistado y ocupado por el amor del Esposo.


Patricia González Fernández, OMI

 

 

La Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra el 11 de febrero, memoria de la Virgen de Lourdes, tiene este año el siguiente lema: «la relación de confianza, fundamento del cuidado del enfermo». Todos sabemos lo importante que es confiar en quien nos cuida para saber que estamos en buenas manos y abrir el corazón para compartir nuestras dudas, temores, inseguridades y turbaciones. Las lecturas de este domingo iluminan la «noche del dolor» por la que pasa todo hombre cuando siente que «los días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza», como dice Job. La enfermedad nos sitúa ante los límites de nuestra existencia. El Papa Francisco describe muy bien estos límites: «La experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro. Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios. Efectivamente, cuando estamos enfermos, la incertidumbre, el temor y a veces la consternación, se apoderan de la mente y del corazón; nos encontramos en una situación de impotencia, porque nuestra salud no depende de nuestras capacidades o de que nos “angustiemos”».

En la enfermedad sentimos que dejamos de ser autónomos, que no valen solo nuestras fuerzas, pues nos hacemos dependientes de otros, necesitados de los demás. Al perder incluso nuestra libertad de movimientos, comprendemos que no somos tan «libres» como pensábamos y que nuestro futuro —siempre incierto— depende en gran medida de lo que otros hagan por mi. ¡Cuánto se agradece entonces la mano compasiva, la compañía de un familiar o de un amigo! ¡Con cuánta gratitud respondemos al personal sanitario que nos cuida y que gana nuestra confianza en la medida en que se nos muestra «hermano, prójimo y buen samaritano»! Experimentamos de alguna manera que Dios está cerca y que, como dice el salmo, «sana los corazones destrozados y venda sus heridas».

En el Evangelio de este domingo Jesús, después de predicar en la sinagoga, acude a la casa de Simón Pedro y Andrés y le comunican que la suegra de Pedro está enferma con fiebre y Jesús, tomándola de la mano, la curó. A la caída del sol, le llevaron enfermos de diversos males que también fueron sanados por él. ¿De dónde procedía esta confianza que las gentes depositaban en Jesús? La única explicación que ofrecen los Evangelios es la cercanía que ofrecía Jesús especialmente a los que estaban aquejados por algún mal espiritual o corporal. Los santos, a semejanza de Jesús, han despertado esa misma confianza en quienes sufren: san Juan de Dios, san Camilo de Lelis, san Vicente de Paúl, santa Teresa de Calcuta, se han acercado sin miedo ni prejuicios a los enfermos despertando una especial confianza que ha sido el fundamento del cuidado que les han ofrecido. A esto llamamos compasión: padecer con otro y junto al otro compartiendo su propia situación.

En su mensaje para esta Jornada Mundial, el Papa Francisco dice que «la cercanía, de hecho, es un bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la enfermedad. Como cristianos, vivimos la projimidad como expresión del amor de Jesucristo, el buen Samaritano, que con compasión se ha hecho cercano a todo ser humano, herido por el pecado. Unidos a Él por la acción del Espíritu Santo, estamos llamados a ser misericordiosos como el Padre y a amar, en particular, a los hermanos enfermos, débiles y que sufren». Y nos invita a vivir esta cercanía de forma personal y comunitaria generando así una comunidad capaz de sanar, sin abandonar a nadie y acogiendo a los más frágiles. Solo así seremos la Iglesia de Cristo.

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

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SAN JUAN DE ÁVILA

 

La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha aprobado hoy la inscripción de la celebración de San Juan de Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia en el calendario romano general.

La santidad se vincula con el conocimiento, que es experiencia del misterio de Jesucristo, indisolublemente unido al misterio de la Iglesia. Este vínculo entre santidad e inteligencia de las cosas divinas y también humanas, brilla de modo particular en aquellos que han sido adornados con el título de “doctor de la Iglesia”. De hecho, la sabiduría que caracteriza a estos varones y mujeres no les concierne solo a ellos, ya que, al convertirse en discípulos de la Sabiduría divina, se han convertido a su vez en maestros de sabiduría para toda la comunidad eclesial. Por este motivo, los santos y las santas “doctores” son inscritos en el Calendario Romano General.

Por ello, teniendo en cuenta que recientemente han sido reconocidos con del título de doctor de la Iglesia grandes santos de Occidente y Oriente, el Sumo Pontífice Francisco ha decretado inscribir en el Calendario Romano General con el grado de memoria ad libitum:

-San Gregorio de Narek, abad y doctor de la Iglesia, el día 27 de febrero,
–San Juan De Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia, el día 10 de mayo,
-Santa Hildegarda de Bingen, virgen y doctora de la Iglesia, el día 17 de septiembre.

Estas nuevas memorias deben ser inscritas en todos los Calendarios y Libros litúrgicos para la celebración de la Misa y la Liturgia de las Horas; los textos litúrgicos que han de ser adoptados, adjuntos al presente decreto, deben ser traducidos, aprobados y, tras su confirmación por parte de este Dicasterio, publicados por las Conferencias Episcopales.
Sin que obste nada en contrario.

En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 25 de enero de 2021, fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol.

Robert Card. Sarah
Prefecto

Arthur Roche
Arzobispo Secretario

manos unidas

 

La campaña anual de Manos Unidas, que tiene lugar en el mes de febrero, lleva este año un título que nos recuerda por un lado el contagio que tanto tememos y, por otro, la tragedia del hambre. Todos tenemos miedo a contagiarnos de algo que resulta difícil vencer, pues se escapa de nuestras manos: la COVID19. Ponemos todos los medios para evitar el contagio. El hambre no es una enfermedad ni una pandemia. Es una tragedia que se prolonga con sus muertes diarias, desnutriciones y terribles consecuencias para la salud y el bienestar de los más pobres. Paradójicamente, la humanidad sí puede vencer esta «pandemia» utilizando los recursos que posee a favor de la gente que padece hambre.

Esta dramática contradicción —lamentar lo que no podemos vencer por el momento y no luchar contra lo que podemos evitar— pone en evidencia la falta de compromiso moral ante problemas cuyas soluciones están en nuestras manos y el escándalo farisaico de rasgarnos las vestiduras ante el mal ajeno cuando no colaboramos eficazmente en su solución.

El lema de la campaña nos invita, en primer lugar, a contagiar solidaridad. No solo se contagia lo malo, también lo bueno. El ejemplo cunde porque el bien se difunde por sí mismo. Cuando vivimos junto a personas generosas nos sentimos estimulados a la imitación. Y la bondad tiene un especial atractivo que invita a la emulación. Jesús, en «El Sermón de la Montaña», invita a sus discípulos a que hagan buenas obras y sean vistas por la gente para que, al verlas, alaben al Padre que está en los cielos. Con esta invitación, Jesús subraya la importancia de que el bien sea visto de modo que pueda contagiar a otros a practicarlo, y así Dios será reconocido y alabado en las obras de sus hijos. Para ello debemos quitar barreras y obstáculos al bien de modo que pueda expandirse en la sociedad. Lamentarse ante el mal es ineficaz. Luchar contra él es obligación moral. Hacer el bien es propio de quienes se compadecen ante las necesidades ajenas y renuncian a sí mismos para que los demás sean felices y vivan con la dignidad de hijos de Dios. También la carta a los Hebreos insiste en la importancia del ejemplo que damos a los demás, cuando dice: «Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras» (Heb 10,24). Con frecuencia nos fijamos más en los defectos ajenos que en las virtudes. Si reconociéramos el bien que otros hacen, nos contagiaremos de su virtud y disculparemos con magnanimidad sus errores.

Además de invitarnos a hacer el bien, Jesús nos advierte de la seriedad con que seremos juzgados cuando damos la espalda a las necesidades de los hombres. El juicio de Cristo sobre nuestros pecados de acción y omisión en el ejercicio de la caridad no tiene atenuantes. Lo que hacemos o dejamos de hacer con hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, encarcelados, lo hacemos o dejamos de hacer a él mismo, que ha querido identificarse con los pobres y marginados de este mundo. Acabar con el hambre en el mundo es tarea de todos, empezando por quienes gobiernan los pueblos. Todos podemos contribuir de diversas maneras para que nadie muera por hambre, ni por sed, ni por una vida infrahumana. Es cuestión de dejarnos contagiar por el amor de Dios, nuestro Padre, que, a la hora de hacer el bien no distingue entre justos y pecadores, santos e impíos. Por eso, decir que amamos a Dios y no practicar la caridad con el prójimo es mentir, y la mentira es abominable a los ojos de Dios. Se trata, por tanto, de conocer el amor de Dios y ponerlo en práctica. Así dice 1 Jn 3,16-18: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras».

Contagiémonos unos a otros del amor que procede de Dios y que tiene su término también en Dios, pues hacia él caminamos. Pero no olvidemos que Dios ha querido revelarse en su Hijo Jesucristo, quien ha escogido hacerse uno con nosotros para que aprendamos a amar a Dios y a los hombres como lo hizo él.

+ César Franco
Obispo de Segovia.

Lunes, 01 Febrero 2021 11:56

REVISTA DIOCESANA FEBRERO 2021

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Es un dato constatado en los Evangelios que la enseñanza de Jesús revelaba una autoridad hasta entonces desconocida. En el Evangelio de este domingo, los asistentes a la sinagoga afirman que Jesús «les enseñaba con autoridad y no como los escribas». La diferencia entre Jesús y los escribas radica en que Jesús no repetía sin más lo que decía la ley y los profetas, sino que daba un paso adelante: añadía su propia interpretación, que, en muchas ocasiones, suponía una superación de la ley mosaica. Es decir, se situaba en el mismo nivel de Moisés, lo cual provocó naturalmente escándalo, dado que Moisés era el portavoz del mismo Dios para el pueblo escogido. En el «Sermón de la Montaña», que leemos en Mateo, esta autoridad de Jesús, situándose por encima de Moisés al interpretar los preceptos de la ley, queda perfectamente plasmada en la contraposición utilizada por Jesús: «Habéis oído que se os dijo […] pero yo os digo». Tal modo de enseñar revela que Jesús se sentía investido de una autoridad que superaba la de Moisés. Así lo reconoce J. Neusner en su libro Un rabino habla con Jesús. Resumiendo cuál es la clave de la enseñanza de Jesús, J. Ratzinger dice: «La centralidad del Yo de Jesús en su mensaje, que da a todo una nueva orientación» (Jesús de Nazaret, primera parte, p.135).

La autoridad de Jesús, en realidad, radica en su propia persona, en su conciencia de ser Hijo de Dios y su enviado, que enseña no solo con palabra, sino con obras. Así, en el Evangelio de hoy, Jesús realiza la curación de un poseso que gritaba contra Jesús porque había venido a destruir el poder del mal. Después de curarlo, los testigos del milagro afirman: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen» (Mc 1,27). Es claro, en este comentario de la gente, que la enseñanza de Jesús es nueva, no solo por sus contenidos, sino por la autoridad que la respalda con su poder milagroso. Como sucede con la curación del paralítico curado en Cafarnaún, el milagro de Jesús refrenda su capacidad para perdonar los pecados, que es propia y exclusiva de Dios.

Estas consideraciones sobre la «novedad» que aporta Cristo en su enseñanza y en su modo de actuar explican el impacto que produjo su persona entre sus contemporáneos y sus propios discípulos que se preguntaban: ¿Quién es este? Esta cuestión se halla en el centro de los tratados cristológicos. Sin decirlo expresamente, Jesús ha respondido a esta pregunta mediante circunloquios que le sitúan en el ámbito de Dios, en la unidad con aquel a quien llama Padre. Esta conciencia de ser Hijo de Dios explica la novedad en todo lo que hace: puede hablar en su nombre, interpretar la ley, hacer milagros y, sobre todo, entregar su vida a favor de los hombres en su muerte y resurrección. El modo de hablar de Jesús sobre sí mismo revela su identidad y nos abre las puertas de su propia conciencia. Sus obras, por otra parte, dan testimonio de que su enseñanza es verdadera porque hace lo que dice con plena autoridad. La curación del poseso muestra sobre todo que su poder está por encima del mal, al que ha venido a vencer. Por eso, el espíritu inmundo, al ver a Jesús, reconoce su poder y su identidad: «¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios» (Mc 1,24).

La novedad de Jesús es, en realidad, él mismo. Su persona encarna el reino que trae y la salvación que ofrece a los hombres. No es un profeta más, ni siquiera el que esperaba Israel, según la promesa de Moisés. Jesús supera las profecías y trasciende los esquemas del Antiguo Testamento. En su persona ha comenzado el tiempo definitivo porque solo él puede decir: «Mira, hago nuevas todas las cosas» (Ap. 21,5).

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

 

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«Ven y lo verás» (Jn 1,46). Comunicar encontrando a las personas donde están y como son

 

24 de enero de 2021, san Francisco de Sales. En este día en el que celebramos la memoria del patrón de los comunicadores, desgranamos el Mensaje del Papa Francisco para la LV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que se celebrará el próximo 16 de mayo, solemnidad de la Ascensión.

El Mensaje titula con la invitación de Felipe a Natanael, "Ven y verás", que no consiste en ofrecer un razonamiento, más bien un conocimiento directo. En este sentido, el Papa asegura que «desde hace más de dos mil años es una cadena de encuentros que comunican la fascinación de la aventura cristiana". De otra parte, «en la comunicación, nada puede sustituir completamente a la visión en persona». Para cada forma de expresión que busque ser honesta, el Papa sugiere la invitación a "venir a ver" la galaxia comunicativa actual, desde los periódicos a la web, pero también la «predicación ordinaria de la Iglesia» y la comunicación política o social.

En el texto tiene una gran importancia la dinámica de ponerse en marcha con pasión y curiosidad, lo que viene a ser salir «de la cómoda presunción de lo ya conocido». En referencia a la actualidad, el pontífice avisa a trabajadores de la comunicación y público del grave riesgo de verse aplastado por «periódicos fotocopiados o por telediarios y páginas web sustancialmente iguales», en los que las investigaciones pierden espacio en beneficio de la «información preempaquetada y de palacio». Esta información, recuerda, «es cada vez menos capaz de interceptar la verdad de las cosas y la vida concreta de las personas, y ya no es capaz de captar ni los fenómenos sociales más graves ni las energías positivas que se liberan desde la base de la sociedad». «La crisis de la industria editorial corre el riesgo de llevar a la información a construirse en las redacciones, frente al ordenador sin 'gastar las suelas de los zapatos'», lamenta el Papa.

Digitalización y pandemia

La web con los medios sociales puede incrementar exponencialmente la difusión de las noticias y ser «una herramienta formidable». «Todo el mundo puede convertirse en testigo de acontecimientos que de otro modo serían pasados por alto por los medios de comunicación tradicionales y hacer que surjan más historias, incluso positivas», dice el Papa. Por otro lado, existe el riesgo de una comunicación social sin verificar, por lo que no debemos demonizar la herramienta, sino tener más capacidad de discernir asumiendo la responsabilidad para difundir contenidos.

En un contexto marcado por la pandemia que afecta a todo el mundo desde principios de 2020, el mensaje del Papa también hace alusión a esta situación. Y nos advierte de que se corremos el riesgo de contarla, como otras crisis, «solo con los ojos del mundo más rico». La reflexión del pontífice se dirige a las vacunas y la atención médica, al riesgo de exclusión de las poblaciones más pobres. «¿Quién nos hablará sobre la espera de la curación en los pueblos más pobres de Asia, América Latina y África?», se cuestiona. Asimismo, nos recuerda que se trata de un peligro que también afecta a los afortunados, donde «el drama social de las familias que han caído rápidamente en la pobreza permanece en gran medida oculto». De esta firna, las diferencias económicas corren el riesgo de marcar el orden de distribución de la vacuna contra la Covid, con los pobres siempre en último lugar.

Finalmente, el Papa lanza un sentido mensaje de agradecimiento al valor de los trabajadores de la comunicación. De ellos dice que gracias a periodistas, camarógrafos o editores que arriesgan en su labor «hoy conocemos la difícil condición de las minorías perseguidas en diversas partes del mundo; se han denunciado muchos abusos e injusticias contra los pobres y contra la creación o se han denunciado muchas guerras olvidadas». Por eso, señala que sería un empobrecimiento perder todas esas voces.

 

 

Puedes leer y descargar el MENSAJE COMPLETO del Papa Francisco aquí 

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