Secretariado de Medios

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miércoles ceniza

 

Iniciamos hoy el Tiempo «intenso» de Cuaresma. Un tiempo en el que estamos llamados a asumir la Palabra de Dios y hacerla nuestra para evitar que el gesto con el que la comenzamos —la imposición de la ceniza— resulte vano a los ojos de Dios.

En la homilía de la Eucaristía celebrada esta mañana en la Catedral, el Obispo de Segovia, Mons. César Franco, ha recordado los tres pilares de la Cuaresma: oración, ayuno y limosna. En este sentido, ha subrayado que el Señor nos invita a la entrar «en la cámara silenciosa de la conciencia» para convertirnos allí, en la presencia de Dios. Jesús critica las prácticas de la limosna el ayuno y la oración que se hacen con hipocresía y aspavientos, para que los demás lo vean. En este sentido, don César ha llamado a meternos «en tu templo interior, en tu pequeña iglesia del corazón, porque tu Padre que ve en lo escondido te recompensará».

«Cuaresma es un tiempo intenso de alegría, no hay mayor alegría que convertirse al Dios que nos ama». Así ha definido Mons. Franco este tiempo que comenzamos y que nos lleva a prepararnos para vivir con gozo la Pascua. Es un momento en el que el ayuno, la limosna y la oración llenan el alma de alegría. Este año, pensamos de manera particular en nuestros hermanos ucranianos, y nos unimos a esta Jornada de ayuno y oración convocada por el Papa Francisco por la paz en Ucrania. Nuestros hermanos «padecen un atropello injustificable, un crimen horrendo que clama al cielo», ha dicho don César, para agregar que «se pisotean los derechos de un pueblo que se invade por quien se cree con derecho de reclamarlo para sí mismo. Mueren niños, enfermos, familias. Un drama terrible que pensábamos que no volvería a ocurrir» y concluir que «el hombre es un lobo para el hombre, es un monstruo cuando se aparta de Dios y aplica su ley como dominador de los pueblos».

Con situaciones como esta entendemos mucho mejor las llamadas a la conversión, ha asegurado el prelado, convencido de que para que las estructuras del mundo cambien, es necesario que cada uno, «tu y yo», cambie. Sobre todo aquellos que se creen con autoridad, cuando todos, como recordamos hoy, «somos polvo». La Iglesia hace en Cuaresma oración, ayuno y limosna, lo mejor que podemos ofrecer ahora a nuestros hermanos de Ucrania: «nuestra oración intensa, nuestra limosna y la privación de nuestros caprichos en su favor». Pidiendo también al Señor que «convierta el corazón de quienes provocan estos dramas, de estos crímenes que claman al cielo». Con todo, vivamos esta Cuaresma como una «exhortación a cambiar nuestro corazón y unirnos a este pueblo que sufre en su libertad, en su vida y su destino».

cartel concurso 2022

 

Coincidiendo con la celebración de «El Tiempo de la Creación» (del 1 de septiembre al 4 de octubre) y con el VI Aniversario de la Encíclica ‘Laudato Si’, la Diócesis de Segovia convoca el II Concurso de Fotografía «Tiempo de la Creación», con el objetivo de admirar la belleza de la creación y prestarla atención, captar sus detalles y concienciar de que el cuidado de la creación es responsabilidad de todos.

El objetivo es que los participantes, a través de las fotografías que presenten, muestren la concienciación, sensibilización y actuación de la sociedad en general y de cada uno de sus componentes, con independencia de su edad o de cualquier otra característica personal o social, para que protejan su entorno (ya sea el medio natural, rural o urbano) y adopten actitudes que favorezcan un desarrollo sostenible y solidario de nuestra provincia.

De esta forma, el concurso versará sobre «El agua de la vida»: demos al agua la importancia que tiene en nuestra vida, cesemos en el consumo indiscriminado y recibámosle como un don necesario para la vida, toda vida.

Los participantes podrán acceder a una de las tres categorías propuestas: infantil (de 6 a 11 años), juvenil (de 12 a 17 años) y adulta (de 18 años en adelante) y podrán presentar un máximo de dos fotografías por persona. Así, se concederá un premio para cada categoría, consistiendo en la entrega de un ejemplar de la Encíclica ‘Laudato Si’ y la cantidad de 100 euros en categoría infantil, 200 euros en juvenil y 400 euros en la categoría adulta.

Como requisito indispensable, las obras presentadas tienen que ser originales e inéditas y habrán sido realizadas en cualquier lugar de la provincia de Segovia. Además, no se admitirán fotografías manipuladas digitalmente, ni virajes de color o montajes fotográficos.

Las fotografías podrán presentarse o enviarse, acompañadas de la documentación personal requerida, hasta el próximo 24 de mayo de 2021 en la sede del Obispado de Segovia, calle Seminario, 4, 40001 Segovia con horario de entrega, de lunes a viernes, de 10.00 a 14.00h.

Los premios se entregarán el sábado 18 de junio de 2022 (día de presentación de la encíclica ‘Laudato Si’) y, posteriormente, todas las fotografías permanecerán expuestas en el Torreón de Lozoya —en exposición conjunta junto a Juan Luis Misis— del 1 al 24 de julio.

 Las bases completas para participar en el concurso pueden consultarse en el apartado correspondiente de esta página web. 

Una actitud del hombre sabio es el discernimiento. Esta palabra viene del término latino «discernere», que significa separar, cribar.  Es la acción de quien separa la paja del trigo, lo bueno de lo malo. En el libro del Eclesiástico leemos este pasaje sapiencial de permanente vigencia: «Cuando se agita la criba, quedan los desechos; así, cuando la persona habla, se descubren sus defectos. El horno prueba las vasijas del alfarero, y la persona es probada en su conversación. El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona. No elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona» (Eclo 27,4-7). La sabiduría práctica que revela este texto apunta a la necesidad del discernimiento como tarea esencial del hombre. Por medio de la palabra la persona desvela su corazón y, con frecuencia, sus propósitos, del mismo modo que el fruto indica si el árbol es bueno o malo.

            Jesús utiliza esta imagen en el Evangelio de hoy para «discernir» la bondad o maldad del hombre: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca» (Lc 6,43-45). Es obvio que Jesús utiliza el Eclesiástico para decirnos que «la palabra revela el corazón de la persona», su bondad o malicia.

            La palabra sufre hoy una devaluación dramática, que tiene sus consecuencias en el orden del ser y, por tanto, en el del actuar, según el principio «agere sequitur esse». En el orden del ser, la palabra se utiliza con frecuencia con la pretensión de cambiar la naturaleza de las cosas en razón de la propia ideología que cercena el vínculo entre la razón y la realidad. Si la palabra, por naturaleza, define el ser de las cosas, su manipulación contradice el ser, es decir, nos sumerge en el caos de una enorme torre de Babel en la que nadie se entiende. Adán recibió la potestad de nombrar las cosas y así lo hizo; hoy el hombre se arroga el derecho de cambiar la realidad cuando expropia a la palabra de su capacidad de definir. Este caos en el orden del ser tiene nefastas consecuencias en el orden moral porque si la palabra pierde su virtualidad, ¿quién asegura entonces la verdad? La mentira es, por tanto, una prostitución de la palabra en cuanto nexo con la realidad y es la profanación más indigna de quien miente. Se miente a sí mismo y miente a los demás. ¿A quién aprovecha este comportamiento? Solo al que lo realiza: es el reino del propio interés, la disolución de toda relación humana verdadera. Se entiende que Jesús diga en el evangelio: «Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5,37), el «padre de la mentira» (Jn 8,44).

            Volvamos al discernimiento como actitud del hombre sabio. Apliquemos las palabras de Jesús para discernir la interioridad del hombre. Atendamos a lo que se habla y, sobre todo, al fruto que produce la palabra. Si de lo que rebosa el corazón habla la boca, tenemos un criterio seguro para discernir qué hay en el corazón de la persona que me habla. La repulsa que sentimos cuando alguien nos miente es la reacción propia de quien ha sido creado para la verdad. Es llamativo, sin embargo, que no sintamos la misma repulsa cuando la mentira se expande globalmente como un anestésico que nos adormece cuando no afecta de modo directo a nuestros propios intereses. ¿No será entonces que hemos perdido la capacidad de discernir? O peor aún, ¿qué solo discernimos en beneficio propio?

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Este martes 22 de febrero, coincidiendo con el aniversario de su consagración episcopal, se ha celebrado la tradicional ofrenda floral en recuerdo de don Antonio Palenzuela, quien fuera Obispo de Segovia desde 1970 hasta 1995. El acto, al que han asistido una veintena de personas en una agradable mañana de invierno, es iniciativa de la Plataforma de Amigos de don Antonio Palenzuela, que trata de mantener vivo el legado humano, doctrinal y espiritual de quien les da nombre.

La ofrenda, que consiste en la colocación de una sencilla corona de siemprevivas junto a la placa que atestigua su recuerdo en el exterior del edificio de las Hermanitas de los Pobres, estuvo animada este año por Isabel García Garcimartín, hermana jesuitina y secretaria de la Confederación de Religiosos (CONFER) de Segovia.

En su intervención, hizo memoria del carácter abierto a la escucha y dialogante de don Antonio, tan necesario en la sociedad actual y en el proceso sinodal abierto por el papa Francisco actualmente en la Iglesia. «Pongamos nuestros carismas al servicio de la Iglesia», aseguró para concluir: «busquemos la comunión con las obras y con la palabra libre y dialogante, al ejemplo de don Antonio Palenzuela».

Además de esta ofrenda floral, la figura del que fuera Obispo de la Diócesis estará muy presente en la oración que tendrá lugar el próximo domingo 27 de febrero a las 19 horas en la iglesia de las Hermanas Clarisas de Santa Isabel.

Puedes leer y descargar el texto completo de la ofrenda floral aquí 

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A comienzos de enero el Papa Francisco convocó al cuerpo diplomático ante la Santa Sede y le dirigió un discurso que figura entre los más importantes del año. Esta vez trató de la pandemia, las migraciones, los conflictos sociales en algunos países y el cuidado de la casa común. Insistió también en el diálogo y la fraternidad como medios para superar crisis actuales (Siria, Yemen, Palestina e Israel, Myanmar) y exhortó a evitar el recurso a las armas.

Recordando su mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, subrayó, además, la necesidad de fomentar una cultura del dialogo y la fraternidad por medio de la educación y el trabajo, que son derechos fundamentales de la persona y, al mismo tiempo, ámbitos que necesitan constante protección y vigilancia para que sean cauces de verdadera humanización. En este contexto, el Papa se refirió a dos problemas que le preocupan de manera especial porque afectan a una antropología digna del hombre.

Aludiendo a las diversas visiones que las organizaciones internacionales tienen sobre el hombre y sus problemas, y a las divisiones que engendran, el Papa ha insistido en lo que él llama «colonización ideológica», nacida del intento de instaurar un pensamiento único, «que no deja espacio a la libertad de expresión y que hoy asume cada vez más la forma de esa cultura de la cancelación, que invade muchos ámbitos e instituciones públicas». Sabemos bien que la libertad de expresión es un derecho de la persona para manifestar sus opiniones sobre los problemas del hombre y de la sociedad aunque discrepen de lo políticamente correcto o establecido desde los ámbito del poder o de la cultura dominante. El intento de «colonizar» el pensamiento de los pueblos es propio de regímenes totalitarios y dictatoriales que, al amparo de grupos mayoritarios o de consensos políticos, se arrogan el derecho de manipular a la sociedad. En este sentido, dice el Papa, que «se está elaborando un pensamiento único —peligroso— obligado a renegar la historia o, peor aún, a reescribirla en base a categorías contemporáneas, mientras que toda situación histórica debe interpretarse según la hermenéutica de la época, no según la hermenéutica de hoy».

En una sociedad que valora la diversidad y la diferencia, sólo un auténtico diálogo puede ayudar a encontrar soluciones comunes para el bien de todos respetando siempre la dignidad de la persona y sus derechos inalienables. Para el Papa Francisco, «el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá del consenso circunstancial». El Papa se refiere a los «valores permanentes», que, aunque no siempre es fácil reconocerlos, su aceptación «otorga solidez y estabilidad a una ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido gracias al diálogo y al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá de todo consenso. Deseo destacar especialmente el derecho a la vida, desde la concepción hasta su fin natural, y el derecho a la libertad religiosa».

En realidad, el Papa viene a recordar que en la naturaleza de la persona existe un pauta de comportamiento ético que es preciso descubrir porque ahí —y solo ahí— se halla el fundamento de los derechos. Lo que llamamos ley natural, inscrita en el hombre por el hecho serlo, es previo a todo consenso cultural y político, especialmente en aquellas cuestiones que afectan a la naturaleza misma del ser humano y a su desarrollo integral como persona. Conviene recordar, como hace el Papa, estas verdades elementales que están en el debate actual y que, con frecuencia, se olvidan por quienes quieren establecer su propia ética o forma de vivir.

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La campaña de Manos Unidas forma parte ya de nuestra conciencia social en la lucha contra el hambre en el mundo. La solidaridad entre todos los seres humanos, propia de la fe cristiana y puesta de relieve con insistencia en el magisterio del Papa Francisco, nos impide contemplar los problemas del hombre desde un punto de vista meramente individual. Todo lo que afecta al individuo es una cuestión social, que involucra a la sociedad entera y a sus instituciones. El individualismo no encaja en la naturaleza del cristianismo: ni en la oración dominical, que empieza con «Padre nuestro», ni en la cumbre de la liturgia que es la eucaristía, donde Cristo se ofrece por toda la humanidad.

            Ser indiferente a las problemas del hombre es desvincularse de la propia identidad y negarse a sí mismo en cuanto miembro de la humanidad. ¿Nos gustaría encontrarnos solos y aislados en un mundo hostil? ¿Qué sentiríamos si gritáramos nuestro dolor sin encontrar ningún eco? La indiferencia significa pérdida de sensibilidad, de empatía, de comunión con el hombre. Es una especie de escudo protector de nuestros intereses que se ven amenazados cuando quienes sufren reclaman nuestra atención y ayuda. Es mejor olvidar que hacer memoria de qué somos y cuáles son los verdaderos vínculos que nos unen a los demás.

            Uno de los signos de la decadencia de nuestra sociedad es precisamente el afán por protegernos ante los problemas de los demás. La fe cristiana es justamente lo opuesto. Jesucristo, en sus palabras y gestos, nos recuerda que solo la caridad nos salva. La venida de Cristo a nuestra carne y la plena participación en el destino del hombre hasta llegar a la cruz es el camino que nos propone si queremos que un día, en el juicio final de la historia, seamos proclamados benditos para entrar en el reino eterno. Jesús es el buen samaritano que carga con el malherido en el camino, el pastor que da la vida por los suyos, el siervo que lava los pies de los discípulos, el cordero que asume los pecados de los hombres, el compasivo que unge las heridas y sana a los enfermos, el misericordioso que atiende a los que la sociedad desprecia o margina: sordos, ciegos, lisiados, leprosos. No hay rastro de indiferencia en las palabras de Cristo ni en sus gestos. Su lema es el olvido de sí; su mandamiento: amaos unos a otros como yo os amo.

              Manos Unidas ha nacido de esta profunda convicción de fe de unas mujeres de Acción Católica que, con una primera colecta por el hambre, desafiaron a quienes piensan que la caridad es obsoleta y que lo importante es la justicia. Tal contraposición entre caridad y justicia es anticristiana. En Dios no existen contradicciones en sus infinitos atributos. Y, cuando establece la justicia en el mundo, lo hace por medio del amor, que es su esencia misma. Al asumir el Hijo nuestra condición humana en el seno de María, al hacerse carne como nosotros, el amor se hizo visible, como dice la primera carta de Juan. Se hizo palpable, audible. Fuimos rescatados del egoísmo y de la indiferencia. Cuando olvidamos este camino de Cristo en nuestra carne humana, negamos lo nuclear de nuestra fe y, al mismo tiempo, condenamos a los pobres al olvido. Porque nadie puede decir que ama a Dios si no ama a su prójimo. Más aún, quien diga y haga eso, es un mentiroso y la verdad no está en él. Dejémonos arrastrar por esta corriente del amor de Dios, que nos permite vivir la memoria de nuestra condición de hijos de Dios, hermanos de los hombres, para no condenar a los que sufren al olvido, ni condenarnos a nosotros en las tinieblas de la indiferencia.

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El pasado viernes, 28 de enero, los obispos de las provincias eclesiásticas de Valladolid, Toledo, Madrid y el arzobispo castrense de España fuimos recibidos por el Papa Francisco en la audiencia que concede al finalizar las reuniones con los organismos de la Santa Sede con ocasión de la visita ad limina. Cada cinco años, los obispos estamos obligados a informar al sucesor de Pedro y cabeza del colegio episcopal de la marcha de nuestras diócesis. Fue un encuentro cordial, fraterno, sincero y «sin censuras», como le gusta decir al Papa a propósito de la colegialidad episcopal. Cada obispo pudo presentar al Papa sus inquietudes e impresiones sobre la marcha de la Iglesia. Previamente, en las reuniones con los llamados Dicasterios o Congregaciones (que son como los ministerios del Papa), habíamos tratado los temas prioritarios de nuestra tarea episcopal: familia y vida, evangelización y trasmisión de la fe, clero y laicado, medios de comunicación, educación, liturgia y sacramentos. La visión de nuestra iglesia particular se enriquece cuando se sitúa en el marco de la iglesia universal. Junto al sucesor de Pedro la catolicidad crece aún más y nos abre horizontes que, en ocasiones, tenemos la tentación de reducir a los límites de nuestra diócesis.

            Hace tiempo, en una reunión ecuménica, los hermanos de las comunidades reformadas de Occidente y los obispos de la ortodoxia reconocían que los católicos contábamos con la «gracia» del Primado de Pedro, que nos permite ahondar en la unidad y en la comunión de todas las iglesia. Esta es la experiencia más gozosa del encuentro con el Papa. Y así se ha manifestado en esta visita ad limina. La visión global de la situación de la Iglesia y de su permanente desarrollo permite al Papa realizar lo propio de su ministerio: confirmar a sus hermanos en la fe. Ninguna de las preguntas que le hicimos quedó sin responder, aun cuando, con la humildad que le caracteriza, tampoco ofrecía soluciones improvisadas ni respuestas retóricas. Iba al núcleo del problema y sugería por dónde se puede avanzar hacia la verdad que todos buscamos. Lo hacía desde dos principios fundamentales: el respeto a la persona en su contexto vital; y el de la salvación del hombre que es el fin de la Iglesia. Por otra parte, como decía el prefecto de una Congregación, el Papa actúa con una libertad de espíritu admirable. Estudia, se aconseja, analiza las situaciones atendiendo a todos sus factores y, al final, decide lo que en conciencia considera el mejor bien para los hombres. Como buen jesuita, es maestro en el discernimiento. Los asuntos tratados con él giraron en torno a cuatro bloques temáticos: la evangelización en general, el trabajo con la juventud, el cuidado de los pobres y el peligro actual de la colonización ideológica que pretende imponer los criterios del pensamiento único. Tampoco faltaron temas más concretos, como la vida consagrada, el sentido del sacramento de la reconciliación y la ideología de género.  Y todo esto enmarcado en la preocupación de cómo ser obispos en la sociedad actual.

            Al saludarle, lo hice en nombre de la Diócesis de Segovia. Le aseguré el afecto y la oración de tantas personas que me lo pidieron, entre ellas las monjas contemplativas, y le pedí algo que, aunque lo daba por supuesto, merecía ser recordado: que rezara por esta Iglesia que, en comunión con todas las Iglesias del mundo, quiere ser fiel testigo de Cristo. Esto es lo que también hicimos los obispos cada mañana al celebrar la Eucaristía a primera hora antes de comenzar nuestros encuentros. Era la mejor forma de hacerlos fecundos y de no olvidar que, como nos dijo el Papa, nuestra primera obligación es rezar por nuestras Iglesias.

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La campaña de Manos Unidas forma parte ya de nuestra conciencia social en la lucha contra el hambre en el mundo. La solidaridad entre todos los seres humanos, propia de la fe cristiana y puesta de relieve con insistencia en el magisterio del Papa Francisco, nos impide contemplar los problemas del hombre desde un punto de vista meramente individual. Todo lo que afecta al individuo es una cuestión social, que involucra a la sociedad entera y a sus instituciones. El individualismo no encaja en la naturaleza del cristianismo: ni en la oración dominical, que empieza con «Padre nuestro», ni en la cumbre de la liturgia que es la eucaristía, donde Cristo se ofrece por toda la humanidad.

            Ser indiferente a las problemas del hombre es desvincularse de la propia identidad y negarse a sí mismo en cuanto miembro de la humanidad. ¿Nos gustaría encontrarnos solos y aislados en un mundo hostil? ¿Qué sentiríamos si gritáramos nuestro dolor sin encontrar ningún eco? La indiferencia significa pérdida de sensibilidad, de empatía, de comunión con el hombre. Es una especie de escudo protector de nuestros intereses que se ven amenazados cuando quienes sufren reclaman nuestra atención y ayuda. Es mejor olvidar que hacer memoria de qué somos y cuáles son los verdaderos vínculos que nos unen a los demás.

            Uno de los signos de la decadencia de nuestra sociedad es precisamente el afán por protegernos ante los problemas de los demás. La fe cristiana es justamente lo opuesto. Jesucristo, en sus palabras y gestos, nos recuerda que solo la caridad nos salva. La venida de Cristo a nuestra carne y la plena participación en el destino del hombre hasta llegar a la cruz es el camino que nos propone si queremos que un día, en el juicio final de la historia, seamos proclamados benditos para entrar en el reino eterno. Jesús es el buen samaritano que carga con el malherido en el camino, el pastor que da la vida por los suyos, el siervo que lava los pies de los discípulos, el cordero que asume los pecados de los hombres, el compasivo que unge las heridas y sana a los enfermos, el misericordioso que atiende a los que la sociedad desprecia o margina: sordos, ciegos, lisiados, leprosos. No hay rastro de indiferencia en las palabras de Cristo ni en sus gestos. Su lema es el olvido de sí; su mandamiento: amaos unos a otros como yo os amo.

              Manos Unidas ha nacido de esta profunda convicción de fe de unas mujeres de Acción Católica que, con una primera colecta por el hambre, desafiaron a quienes piensan que la caridad es obsoleta y que lo importante es la justicia. Tal contraposición entre caridad y justicia es anticristiana. En Dios no existen contradicciones en sus infinitos atributos. Y, cuando establece la justicia en el mundo, lo hace por medio del amor, que es su esencia misma. Al asumir el Hijo nuestra condición humana en el seno de María, al hacerse carne como nosotros, el amor se hizo visible, como dice la primera carta de Juan. Se hizo palpable, audible. Fuimos rescatados del egoísmo y de la indiferencia. Cuando, olvidamos este camino de Cristo en nuestra carne humana, negamos lo nuclear de nuestra fe y, al mismo tiempo, condenamos a los pobres al olvido. Porque nadie puede decir que ama a Dios si no ama a su prójimo. Más aún, quien diga y haga eso, es un mentiroso y la verdad no está en él. Dejémonos arrastrar por esta corriente del amor de Dios, que nos permite vivir la memoria de nuestra condición de hijos de Dios, hermanos de los hombres, para no condenar a los que sufren al olvido, ni condenarnos a nosotros en las tinieblas de la indiferencia.

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Lunes, 31 Enero 2022 10:56

REVISTA DIOCESANA FEBRERO 2022

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El Secretariado de Pastoral de Juventud de la Diócesis de Segovia lanza la iniciativa #GoToSanFrutos, basada en el emblemático Camino de San Frutos, que cruza la provincia en dirección nordeste desde la ciudad de Segovia. #GoToSanFrutos es un camino de fe, cultura y convivencia, cuya realización se llevará a cabo de manera virtual y presencial, y está abierta a todos los adolescentes y jóvenes de la provincia.

La parte virtual del camino se llevará a cabo semanalmente, a través de las redes sociales del Secretariado de Pastoral de Juventud. Cada miércoles se lanzará un cartel que nos destaque los aspectos más relevantes de un lugar de interés que podemos encontrar en esa etapa del camino, y los viernes tendrá lugar una catequesis virtual y síncrona. Los sábados se pondrán a prueba los conocimientos adquiridos a través de una prueba breve, interactiva, y en línea. Además, los domingos se invitará a los participantes a realizar un reto a través de las redes sociales.

Para mostrar que este camino lo hacemos acompañados y valorando el encuentro real, en las mañanas de los últimos sábados de cada mes se realizará la etapa del Camino de San Frutos que corresponda. Este componente presencial de la iniciativa invita a los participantes a conocerse más profundamente, y compartir juntos la experiencia de la peregrinación, que concluirá en la ermita de San Frutos.

La realización de cada etapa se llevará a cabo los siguientes días:

  • 26 de febrero: Segovia – Tizneros
  • 26 de marzo: Tizneros – Pelayos del Arroyo
  • 30 de abril: Pelayos del Arroyo – Pedraza
  • 28 de mayo: Pedraza – Consuegra de Murera
  • 25 de junio: Consuegra de Murera – Ermita de San Frutos

Esta iniciativa forma parte del itinerario de actividades marcado por el Secretariado de Pastoral de Juventud de la Diócesis de Segovia, que culminará el presente curso con la realización del Camino de Santiago y la celebración del Encuentro Europeo de Jóvenes, que se celebra del 3 al 7 de agosto de 2022 en Santiago de Compostela.

«Esta iniciativa busca ofrecer a los adolescentes y jóvenes de nuestro tiempo un itinerario a través de las redes sociales, por las que navegan y se relacionan, descubriendo que desde allí pueden encontrar un camino hacía algo más grande», afirma Alberto Janusz Kasprzykowski, integrante del Secretariado de Pastoral de Juventud de la Diócesis de Segovia. «Además, la realización de la etapa presencial manifiesta esa convocatoria eclesial de caminar juntos y manifestar el valor y el enriquecimiento de caminar al lado del otro», concluye.

 

go to san frutos