Secretariado de Medios

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La resurrección de Cristo es el acontecimiento trascendental de la historia y el que hace de ella historia de salvación. Que sea un misterio de fe no significa que pertenezca al mundo de las ideas abstractas. El Evangelio de este domingo de Pascua no narra el hecho de la Resurrección. Los Evangelios no dicen cómo sucedió, sencillamente porque trasciende la historia y pertenece al ámbito de Dios. Pero los discípulos vieron al Resucitado, comieron con él, según dice Lucas, y pudieron tocarlo y abrazarlo como las piadosas mujeres. Cuando Pedro y Juan van al sepulcro porque la Magdalena comunica que estaba vacío, corren y ven la piedra desplazada, la sábana mortuoria y el sudario doblado en el lugar donde reposó la cabeza de Jesús. Son las consecuencias de la resurrección, no el hecho mismo. Junto al sepulcro vacío, las apariciones completan lo que podríamos llamar huellas del misterio. El misterio en sí permanece en el ámbito de Dios que ha actuado, según las Escrituras, sacando a su Hijo de la muerte.

            La fe pascual no se edifica sobre un relato, sino sobre el testimonio fidedigno de quienes comieron con Jesús después de resucitar. «Hemos visto al Señor», dicen los primeros testigos. Que esta afirmación resulta creíble se debe a varias razones: Los apóstoles se negaron a dar crédito a las mujeres que decían haberlo visto, como dicen los discípulos de Emaús. Las mujeres, por otra parte, en tiempo de Jesús, no podían testificar en un juicio, por lo que resulta insólito que, de haber sido un embuste la resurrección, se otorgara a las mujeres el papel de testigos. Saulo de Tarso no solo no creía en Jesús, sino que perseguía con saña a sus seguidores para darles muerte. Su conversión resulta inexplicable sin la aparición del resucitado, como testimonia en sus escritos. El nacimiento de la Iglesia en los pocos días que van desde la resurrección a su presencia pública en Pentecostés sería un milagro aún más sorprendente si se niega el hecho de la resurrección. Basta revisar las interpretaciones racionalistas sobre estos datos para reconocer que se necesita más fe para no aceptar la resurrección que para «creer» en las construcciones ideológicas de quienes argumentan desde la llamada «crítica histórica».

            Reducir el cristianismo, como hacía Bultmann y sus seguidores —que, todo hay que decirlo, pronto lo dejaron solo— a una experiencia subjetiva de tipo existencial es suponer que un mito se puede crear en el espacio de un brevísimo tiempo cuando aún viven los testigos —amigos y enemigos— de los acontecimientos. La cristología tiene uno de sus mejores soportes, como señala M. Hengel, en la cronología del Nuevo Testamento. No hubo tiempo para crear el mito, que exige Bultmann en su teoría de la desmitificación. No hubo tiempo para crear un pensamiento tan desarrollado como el elaborado en el llamado tiempo pre-paulino —desde la muerte de Jesús hasta la conversión de Pablo—, que contiene ya los elementos esenciales de la fe cristiana. La aparición del domingo —dominica, dies Domini— es inexplicable sin el acontecimiento de la resurrección, del mismo modo que el monoteísmo resulta inexplicable sin la llamada de Dios a Abrahán, padre de los creyentes. Un Dios que no tuviese capacidad de intervenir en la historia, no sería Dios. Y un Dios que, al asumir nuestra carne, no tuviera el poder de vencer la muerte y salir victorioso del sepulcro, sería un dios inaceptable para la razón, por mucho que a esta le cueste entender el misterio. Pero la fe es, en muchas ocasiones, más razonable que el pensamiento de los hombres. Cuando la Iglesia confiesa la resurrección no se evade de la historia, la hace más comprensible.

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En esta mañana de Lunes Santo, la S.I. Catedral ha vuelto a acoger al presbiterio de la Diócesis de Segovia en la celebración de la Misa Crismal. Una Eucaristía presidida por el obispo D. César Franco, que ha contado con la presencia del Obispo Emérito, D. Ángel Rubio. La presencia de ambos prelados ha dotado de simbolismo a esta celebración, ya especial de pro sí, en la que se ha bendecido el Santo Crisma y los sagrados óleos de catecúmenos y enfermos. Asimismo, y como es habitual, los sacerdotes de la Diócesis han renovado las promesas que realizaron al comenzar su ministerio sacerdotal, y que tienen origen en esa llamada personal que Cristo les hizo y a la que respondieron con un «sí».

            En su homilía, Mons. César Franco ha señalado que esta celebración, la Misa Crismal, es «un anticipo gozoso de la Pascua» con un horizonte de salvación del cuerpo y alma que solo podemos esperar de Dios, el único que puede salvarnos del pecado y la muerte.

          crismal 2 Durante su intervención, era inevitable mencionar la guerra de Ucrania, lugar donde encontramos hoy muerte, desolación y crímenes fratricidas. «Es imposible quedar impasibles ante el horror que el odio y la muerte siembran entre los hombres que somos hermanos», ha señalado el obispo. Cabe recordar que el óbolo entregado generosamente por los sacerdotes de la Diócesis con motivo de esta celebración irá destinado —junto con los donativos del Domingo de Ramos— a colaborar con la emergencia humanitaria de Ucrania.

            Haciendo alusión a los óleos, don César ha recordado que Dios, como Padre, se conmueve ante el sufrimiento de los pueblos y es por eso por lo que envía a su Hijo para que, «con criaturas tan sencillas como el agua, el pan, el vino y el aceite renueve y perfeccione lo que el pecado intenta destruir». Así, ha remarcado que todo aquello que el pecado destruye puede ser restaurado gracias a ese fruto del olivo, «que nos unge como cristianos, nos consagra como ministros, nos fortalece en nuestra fragilidad».

    Antes de renovar los compromisos sagrados asumidos en la ordenación sacerdotal, el obispo ha recordado a la comunidad presbiteral que el Señor actúa por medio de ellos para realizar la salvación en la historia. Asimismo, ha subrayado que «el ministerio sacerdotal no es una estructura inventada por los hombres para organizar la iglesia según los parámetros y pretensiones de cada época», sino que se fundamenta en la figura del Mesías. En esta línea, don César ha señalado que las contradicciones que conlleva el ministerio son las mismas que sufrió Jesús para asegurar que «nuestro ministerio no puede ser entendido desde concepciones de liderazgo que busca, de manera más o menos encubierta, el dominio de los demás (...) Nuestro ministerio se realiza en el (...) Espíritu de Cristo, el mismo que en la acción litúrgica convierte el óleo en crisma de salvación».

            Finalmente, el Obispo de Segovia ha llamado a confiar en que la unción de Cristo es signo de la presencia salvadora de Dios «que ofrece esperanza y alegría a la humanidad, amenazada por todo tipo de esclavitudes».

 

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A continuación reproducimos al completo la homilía pronunciada por Monseñor César Franco Martínez en la Misa Crismal que puede descargar pinchando aquí

 

«He ungido a mi siervo con óleo sagrado»

Homilía para la misa crismal

Segovia, 11 de abril de 2022

 

La Misa Crismal es un anticipo gozoso de la Pascua. La Iglesia, antes de celebrar el triduo sacro, nos ofrece una visión unitaria del misterio de Cristo, al que contempla en esta celebración como primogénito de entre los muertos, el que es, el que era y el que vendrá, el Alfa y la Omega de la historia, el Señor todopoderoso. Confiesa, además, que él nos ha redimido por su sangre y nos ha constituido en «reino y sacerdotes para Dios su Padre» (Ap 1,6). Todos nosotros, por el bautismo y el orden sacerdotal, somos «la estirpe que bendijo el Señor», «sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios» (Is 61,8).

En esta liturgia la Palabra de Dios nos revela el plan del Dios Creador y Renovador del universo que fija su mirada en la humanidad doliente, en los corazones heridos, en los cautivos, en los tristes y los que hacen duelo. Dios viene a consolar, a sanar, a vestirnos de fiesta y ungirnos con el óleo de la alegría. Las vasijas del óleo y del crisma que traeremos en solemne procesión simbolizan los dones de la creación, y en especial el aceite sanador, que recupera su belleza perdida por el pecado, y se nos regala como medicina, santificación y liberación de todas las opresiones que tienen su origen en el pecado. ¡Cuánto necesitamos celebrar hoy esta Eucaristía! Si miramos el mundo con los ojos Dios encontramos muerte, desolación, luto, crímenes fratricidas y sacrílegos, como ha llamado el Papa Francisco a la guerra en Ucrania. Es imposible quedar impasibles ante el horror que el odio y la muerte siembran entre los hombres que somos hermanos. La celebración de hoy tiene como horizonte la salvación integral del hombre — cuerpo y alma — que Dios realiza como Señor del mundo, el único que puede salvarnos del pecado y de la muerte.

El hecho de que una criatura como el aceite se convierta en instrumento de sanación y santificación quiere decir que Dios tiene poder para renovar su creación, y al hombre entero, con el poder de su gracia. Las entrañas de Dios se conmueven ante el sufrimiento de los pueblos y envía a su Hijo para que, con criaturas tan sencillas como el agua, el pan, el vino y el aceite, renueve y perfeccione lo que el pecado intenta destruir. En esta acción litúrgica la creación se renueva y recupera la alabanza primigenia que Dios mismo entonó cuando dijo «que todo era bueno». El poder destructor del pecado no es absoluto. Tiene remedio. El hombre puede ser sanado, restaurado y devuelto a la creación como quien la custodia y perfecciona. La acción de Dios se hace patente en el fruto del olivo, que nos unge como cristianos, nos consagra como ministros, nos fortalece en nuestra fragilidad y nos perfuma con la alegría del evangelio. El duelo, la ceniza y el luto dan paso al consuelo, a las galas de fiesta y a la alegría. Así obra el Dios misericordioso. La creación se ve libre de la esclavitud del pecado, como enseña el Papa Francisco, cuando el hombre reconoce el señorío de Dios en ella y alaba a Dios uniéndose a la alabanza que brota de su misma naturaleza. Y el hombre, unido a todos sus hermanos, alcanza su dignidad plena cuando se mira en el Creador y reconoce que está hecho a su imagen y semejanza.

Para que el plan de Dios se realice en todas sus dimensiones, Dios no se ha contentado con enviar a su Hijo, sino que se ha escogido un pueblo sacerdotal para realizar la liturgia de la creación renovada. El hombre restaurado en Cristo es sacerdote que dirige la creación hacia su término mediante la liturgia del trabajo, del amor conyugal, de la constitución de familias que, como iglesias domésticas, celebran cada día la vida nueva del Resucitado. Queridos cristianos de Segovia, Dios ha puesto en vuestras manos la gozosa responsabilidad de ofrecer vuestras vidas a Dios en el culto de la verdad, la rectitud, la justicia social, la caridad con los más desfavorecidos. Ungidos por el bautismo sois Cristo para la sociedad, el Cristo que hoy nos recuerda que ha venido a ungirnos con su misión de Mesías para que nos convirtamos todos en un pueblo, escogido de entre los pueblos de la tierra, que tiene como título la estirpe del Señor, su descendencia. Ningún cristiano puede renunciar a la misión de Cristo. Se convertiría en sarmiento estéril de la vid, en sal insípida. Renunciaría a la paternidad de Dios que hace de cada uno de nosotros hijos muy amados. Lo que se ha llamado en estos tiempos últimos la «apostasía silenciosa» de los cristianos es una de las causas por las que este mundo va hacia la deriva y se convierte en un desierto donde la acedia engendra, como enseñan los Padres, todo tipo de pasiones, de desolación y de muerte. Dios no expulsó del paraíso a nuestros primeros padres para condenarlos a la infelicidad, sino para que la memoria de su dignidad perdida los llevara a convertir este mundo en una réplica del que disfrutaron en los orígenes de la historia. Para esto vino Jesucristo en la realidad de nuestra carne y actúa ahora en esta liturgia de la misa crismal.

Su acción se hace patente gracias al ministerio que nos concedió a los ministros ordenados. A través de los signos litúrgicos que nos introducen en el misterio inaprensible a los sentidos, Cristo actúa, por medio del obispo y de su presbiterio, para realizar la salvación en la historia. Dios es autor de la liturgia, no el hombre, porque solo Dios puede intervenir en la historia de manera definitiva y eficaz para liberar al hombre y a la creación entera de la esclavitud del pecado.

El ministerio sacerdotal no es una estructura inventada por los hombres para organizar la iglesia según los parámetros y pretensiones de cada época. El ministerio sacerdotal tiene sus raíces y fundamento en la persona misma del Mesías, el Ungido de Dios que ha querido hacernos partícipes de su propia unción y compartir con los elegidos su misión salvadora. Por eso, nuestro ministerio, ahora y siempre, estará marcado por el signo de contradicción que configuró a la persona misma de Cristo. Cualquier intento que lleve al sacerdote a desmarcarse de la contradicción que conlleva el ministerio lo convertirá en un ser aislado, estéril, mundanizado, aceptado quizás por la sociedad del momento, pero extraño para sí mismo y para la Iglesia a la que ha sido destinado. Jesús sufrió en sus propias carnes, como vamos a celebrar en estos días, la contradicción de venir a salvar y ser rechazado; de querer dar la vida y ser condenado a muerte; de revelar los misterios de Dios y ser llamado blasfemo y endemoniado. Nunca pretendió el éxito mundano, ni siquiera ser aceptado con el aplauso de las multitudes. Huyó del intento de nombrarlo rey, guardó silencio ante quienes le juzgaban y se burlaban de él, y, en el colmo del amor, se ofreció en la cruz al Padre desoyendo a quienes le reclamaban que fuera eficaz, que bajara de la cruz y diluyera su identidad agradando a sus contemporáneos.  

¿Quién puede creer, si no es con la gracia de Cristo, que un poco de aceite santifica al hombre? ¿Quién acepta, sin ayuda del misterio, que unas breves palabras pueden absolver al penitente de sus pecados? ¿Quién, en el lecho de muerte, puede reconocer en el óleo de los enfermos que se le promete la inmortalidad si no reconoce en el Crucificado al que resucitará de entre los muertos? Nuestra sociedad, queridos hermanos cristianos y sacerdotes, ha dado la espalda al misterio. Como a Jesús, nos reclaman signos milagrosos, eficaces, como si el poder espiritual que ostentamos pudiera equipararse al poder temporal que tanto daño ha hecho en ocasiones a la Iglesia. Nuestra poder o autoridad está en el Siervo de Dios, muerto y resucitado. Nuestra misión vive de la contradicción del Mesías Jesús, como repetidamente enseña san Pablo. Nuestro ministerio no puede ser entendido desde concepciones de liderazgo que busca, de manera más o menos encubierta, el dominio de los demás, con clericalismos de izquierdas o derechas, si se nos permite hablar así. Nuestro ministerio se realiza en el Espíritu, no en la carne; y no es un espíritu cualquiera —sincretista, ideológico, o meramente humano—, sino que se trata del Espíritu de Cristo, el mismo que en la acción litúrgica convierte el óleo en crisma de salvación, y el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¿Pensamos que nosotros, con nuestras capacidades, podemos realizar semejante intercambio? ¿Pensamos que podemos ofrecer al mundo una salvación que nos trasciende y supera al tener su origen en Dios? ¿No es esto motivo suficiente para agradecer a Dios que un día nos eligiera, por medio de su Hijo, para configurarnos con él y participar del ministerio encarnado en su persona?

Cuando dentro de unos momentos renovemos nuestros compromisos sacerdotales que han hecho de nosotros un pueblo sacerdotal y un presbiterio unido por la acción del Espíritu, se nos invita a alegrarnos con toda la creación y alabar a Dios porque ha hecho con nosotros obras grandes. Así hemos proclamado en el salmo responsorial que recoge los contenidos teológicos y espirituales de esta liturgia de alabanza: «Cantaré eternamente tus misericordias, Señor». La razón de este cántico la comunica Dios en persona: «He ungido a mi siervo con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre crecerá su poder». A pesar de nuestra pequeñez y pobreza, Dios nos ha ungido y su presencia —simbolizada en la mano y el brazo del Señor— nos hace valerosos. Gracias a su nombre, crecerá nuestro poder. En el mundo somos, ciertamente, un signo de contradicción, como lo fue Cristo, pero la fuerza y el poder del Espíritu —superiores a cualquier dominio temporal— nos acompañarán siempre. Nuestra pobre vida insignificante a los ojos de este mundo se convierte, por la unción de Cristo, en el signo de la presencia salvadora de Dios que ofrece esperanza y alegría a la humanidad, amenazada por todo tipo de esclavitudes. Dios se abaja hasta nosotros; lo hizo en la encarnación, en su pasión y su muerte. Lo hace ahora en el humilde aceite de la alegría, que anticipa ciertamente la unción de su muerte, pero, sobre todo, la gloria que resplandecerá en la solemne vigilia pascual. Cantemos, por tanto, su misericordia, y renovemos nuestra fidelidad que nos permite vivir y actuar como ministros de la salvación. Amén.

 

 

Jueves, 07 Abril 2022 08:33

«Triduo Pascual» Domingo de Ramos

El Triduo Pascual —jueves, viernes y sábado santo— nos permite vivir los acontecimientos de la muerte y resurrección de Cristo como una secuencia histórica que ha sido sacralizada por medio de la acción litúrgica. Dicho de otra manera: el fundamento del Triduo Pascual es la historia misma de los acontecimientos últimos de la vida de Jesús, que, en sí mismos, son la liturgia que él mismo ofrece al Padre. Su vida es el definitivo culto que sustituye el culto de Israel y el de los diversos sistemas religiosos surgidos a través de las edades del mundo. Cristo realiza y da plenitud, en su persona y en su acción, al sacerdocio como mediación entre Dios y los hombres y al sacrificio como ofrenda que reconcilia al mundo con Dios.

            La liturgia cristiana es la acción del mismo Cristo que sucede en nuestro tiempo, para participar de la redención que tuvo lugar en los tres días últimos de su vida. El Triduo Pascual actualiza la gracia infinita que se hizo patente a los ojos de los hombres durante el jueves, el viernes y el sábado que concluyeron la vida de Jesús. Gracias a la liturgia, el tiempo se hace permeable a los misterios de Cristo y, en cierto sentido, nos hacemos contemporáneos de los primeros testigos de su muerte y resurrección. No celebramos algo que se han inventado los hombres, sino la historia salvífica del primer triduo pascual sucedido en la historia.

            El jueves santo celebramos su última cena, en la que nos da su Cuerpo y Sangre por nuestra salvación. Nos hacemos comensales de aquel banquete donde Jesús nos entrega el Sacramento del amor, el Sacerdocio y el mandamiento nuevo. Aquel hecho constituyente de la nueva alianza se realiza aquí y ahora por nosotros y para nosotros hasta el fin de la historia.

            Desde el Cenáculo, salimos acompañando a Jesús hasta el Huerto de los Olivos y desde allí hasta el Calvario, donde el viernes, sobre las tres de la tarde, participamos de su muerte —cruenta entonces, incruenta ahora— que culmina el amor por los hombres. Asumiendo sobre sí mismo el dolor de toda la humanidad, Jesús se ofrece a su Padre, implorando el perdón y abandonando su espíritu en las mismas manos que creó al hombre del polvo de la tierra. La lectura solemne de la pasión del viernes santo dramatiza y actualiza la pasión y muerte de Jesús. Y el silencio que, tras la muerte de Jesús, invade a toda la tierra nos ayuda a entender que no hay palabras para describir la muerte del Hijo de Dios en la tierra de los hombres.

            Desde el Calvario, acompañamos al humilde cortejo que traslada el cuerpo de Jesús hasta el sepulcro, donde reposará mientras su alma desciende al lugar de los justos del Antiguo Testamento, para anunciarles la salvación que alcanza al tiempo que se inicia en la creación del mundo. Con María, aguardamos el momento de la noche santa y gloriosa que celebra la vigilia pascual como acontecimiento central de la salvación, donde la muerte es vencida por la resurrección del Dios inmortal, fuerte y santo, que es Jesucristo. No hay gozo mayor que el de esa noche en que renovamos nuestro bautismo porque, unidos a Cristo, podemos decir que hemos resucitado con él y con él hemos ascendido hasta la gloria del Padre. Es la noche del fuego santificador, del agua vivificadora, de la luz sin ocaso, de la alegría incontenible. Es la nueva creación que, superando la primera, la contiene y la salva de modo admirable, sin que nada de lo creado se pierda, sino que alcance su plenitud en quien es la causa y el fin de toda criatura: Jesucristo. Es la Pascua del Resucitado, la acción definitiva de Dios en la historia, que sumerge a la muerte en el abismo y nos arranca del corazón el triple y solemne Aleluya.

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Viernes, 01 Abril 2022 08:07

REVISTA DIOCESANA ABRIL 2022

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Cercana ya la Pascua, este domingo último de Cuaresma nos dispone para vivir la absoluta novedad que trae la muerte y resurrección de Jesús, que termina con todo lo antiguo para establecer lo definitivo. Dice Isaías: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43,18). Eso de antaño son las grandes hazañas que Dios hizo con su pueblo. Sorprende esta afirmación porque las obras de Dios deben recordarse siempre. El profeta, sin embargo, lanza su mirada al futuro y ve cosas mayores, inauditas, sorprendentes. Dios actuará con un poder admirable, que dejará pequeñas las obras realizadas hasta el presente.

La escena de la adúltera perdonada por Jesús es un ejemplo de esas obras mayores y una advertencia para no mirar al pasado, en este caso, la ley de Moisés. Los fariseos tienden una trampa a Jesús para que confirme la lapidación exigida por la ley. Jesús calla, escribe algo en el suelo, y finalmente dice su sentencia: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» (Jn 8,7). Después, volviéndose a la mujer, le dice que ninguno la ha condenado y tampoco él la condena, pero que, en adelante, no peque más. Sin abolir la ley, Jesús la deja sin eficacia, porque establece un principio nuevo de moralidad: Solo Dios, el único santo, es el que puede juzgar y condenar. Todos los demás tenemos pecado y no podemos condenar a nadie. En esta escena brilla la novedad de Jesús que perdona a la mujer y la exhorta a no pecar más.

En la segunda lectura de este domingo, tomada de la carta de Pablo a los filipenses, encontramos otro ejemplo de la novedad absoluta de Cristo. Pablo, en este relato autobiográfico (Flp 3,8-14), mira también su pasado para renunciar a él, pues se tenía por justo, irreprochable, cumplidor de la ley como el que más. Por eso, perseguía a los cristianos con furia para acabar con la obra de Jesús a quien tenía por blasfemo. Esa imagen de sí mismo se vino abajo cuando se encontró con Jesús en el camino de Damasco y comprendió que el único Justo era él. Comenzó entonces un camino de conversión que le llevó a decir: «Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús». He aquí la novedad: La persona de Cristo y su acción salvadora con los hombres. Por alcanzar esta salvación, Pablo mira su vida pasada como basura comparada con el conocimiento sublime de Cristo Jesús. Y confiesa con humildad: «Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe» (Flp 3,8-9). 

Todos nosotros estamos llamados a descubrir la fascinante novedad de Cristo que año tras año celebramos en la Semana Santa. Como la adúltera y Pablo de Tarso también nosotros hemos encontrado en Cristo la redención que todo hombre anhela: ser liberado del pecado y de la muerte. Mirar hacia atrás en nuestra vida (a no ser para agradecer lo bueno) puede impedirnos aferrarnos a lo que está por venir, a la salvación futura. Tanto a la adúltera como a Pablo, el encuentro con Cristo les abrió una perspectiva nueva, que les libró de conceptos caducos, basados en la ley mosaica. El fariseo Pablo también habría pedido la lapidación de la adúltera, como pidió la del diácono Esteban. Se situaba en la perspectiva antigua hasta que descubrió la ley de Cristo cuya absoluta novedad nos obliga a mirar a Dios como el único santo que ha enviado a su Hijo al mundo, no para condenarlo, sino para que salve por Él.

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Con el inicio el mes de abril comienza la campaña para la declaración del Impuesto sobre la Renta, junto a la que la se retoma la que informa a los contribuyentes sobre el hecho de marcar la ‘equis’ en la casilla que permite destinar el 0,7% de su tributación a la Iglesia católica, o bien destinarlo a fines sociales o decantarse por repartir esta asignación entre las dos opciones.

            En 2021, 7 337 724 de personas en España marcaron la ‘X’ a favor de la Iglesia Católica en su declaración, lo que supone, contando las conjuntas, que 8,5 millones de contribuyentes confían en la labor de la institución. Esto supone un 31,57% de las declaraciones, gracias a las que la Iglesia recibe 295,5 millones de euros. A pesar de que en términos interanuales el número de declaraciones con asignación a la Iglesia Católica ha aumentado en 40 000, el porcentaje y la asignación económica han sufrido un leve descenso.

            En Segovia, la tónica fue muy similar a la nacional, donde encontramos una ligera merma en el número de declaraciones con asignación a favor de la Iglesia Católica, lo que se traduce en una mínima caída en el porcentaje de declaraciones con asignación y el importe asignado en euros.

tabla asignación fiscal           

Este descenso refleja el deterioro económico ocasionado por la pandemia que, además del altísimo coste en vidas humanas, implicó un descenso significativo de la actividad económica. Asimismo, tiene relación con el aumento del número de cotizantes ocasionado por los ERTES, que recibieron sus borradores sin ninguna de las casillas marcadas. Por todo ello, el ecónomo diocesano, Rafael de Arcos Extremera, hace una lectura optimista de los datos: «que en más del 40% de las declaraciones se marque la ‘X’ a favor de la Iglesia en una provincia como la nuestra nos empuja a seguir trabajando y nos hace estar un poco satisfechos, porque la variación ha sido ínfima».

Compromiso

La Diócesis de Segovia agradece el compromiso de todos aquellos que sostienen su actividad con su oración, la entrega de su tiempo y su aportación económica, que se hace patente de manera especial en la casilla de la declaración de la Renta.

Marcar la ‘X’ en la declaración de la Renta a favor de la Iglesia Católica y otros fines de interés social es una decisión libre y voluntaria, un gesto por el que no se paga más, ni te devuelven menos. Esta asignación supone el 21% de los ingresos de la Iglesia en España, lo que la convierte en una importante fuente de financiación, aunque la mayor parte de los recursos provienen de otras vías. Así, para que todos los ciudadanos puedan conocer la actividad pastoral y social, y donde se destinan los recursos económicos, la Iglesia española elabora la «Memoria de actividades» y tiene a disposición el portal de transparencia, el de Xtantos y la web iglesiasolidaria.es

Campaña 2022

rosa y maría
Detrás de cada ‘X’ hay una historia que demuestra que «la Iglesia siempre tiene la mano tendida para ayudar a las personas cuando sus vidas están rotas o están a punto de estallar», como ha recalcado José María Albalad, director del Secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia, en la rueda de prensa de presentación del plan de medios para esta campaña.

Así, este año se han elegido seis testimonios reales, casos particulares que a su vez son universales y que permiten poner rostro concreto y humanizar las cifras haciendo visible el servicio de la Iglesia a la sociedad. Las segovianas Rosa Díez y María García —participantes en el Programa de Mayores de Cáritas Diocesana de Segovia— han querido mostrar cómo la Iglesia les ha ayudado en su vida, formando así parte de la campaña «multisoporte y omnicanal» que comenzará oficialmente el próximo lunes 4 de abril.

convenio web interior

 

Una vez firmado el convenio entre el Seminario Diocesano de Segovia y la UTE Teatro Cervantes ponemos en su conocimiento el contenido de este, en aras de promover la transparencia. En virtud de este acuerdo, el Seminario autoriza la ocupación de una parte de la llamada Huerta del Seminario con el fin de que se puedan llevar a cabo las obras de rehabilitación del teatro.

            En el convenio se contempla la delimitación del espacio a ocupar por parte de la empresa ejecutora de la obra, y se describen los trabajos necesarios para poder acceder de manera independiente a la zona de trabajo, que limita con la parcela que ocupa el teatro. Labores que conllevan desmontar la ornamentación del jardín, mover tierras y demoler parte de un muro. Así, para facilitar el acceso a la Huerta desde el Seminario está contemplada la ejecución de una pasarela de acceso peatonal.

            En el aspecto técnico, el convenio describe el acceso al espacio ocupado hasta que se materialice la entrada independiente a través de la calle Obispo Gandásegui, acceso que se retomará al final de la obra tras la reconstrucción del muro que servirá de acceso provisional. Además, está contemplado el proyecto para los trabajos arqueológicos que se deben llevar a cabo y los posibles contratiempos que pudieran surgir en caso de producirse hallazgos relevantes.

            Atendiendo a los posibles perjuicios que cause la ejecución de la obra, el convenio contempla un aval de 90.000 euros como garantía de reposición, es decir, como garantía de que una vez finalizadas las obras el espacio ocupado volverá a las mismas condiciones previas a los trabajos.

            Asimismo, el convenio recoge la compensación económica que el Seminario recibirá como contraprestación al uso del terreno, acuerdo económico que se ha establecido de forma progresiva: el primer año de obra se compensará con 3.000€/mes; el segundo año de obra con 2.500€/mes, el tercer año con 1.500€/mes y los meses sucesivos hasta la recepción de la obra con 1.000€/mes. Teniendo en cuenta que el proyecto establece en 42 meses el plazo de ejecución, toda vez que fueran superados, se retornaría al canon de compensación inicial. Cabe recordar que tanto el Seminario como su zona adyacente está declarado como Bien de Interés Cultural, por lo que se trata de un patrimonio susceptible de protección para el bien común.

            La firma de este convenio, que ya estaba perfilado en octubre del pasado año, ha sufrido un ligero retraso por la necesidad de que el Ministerio concediera el visto bueno a la modificación del proyecto, en virtud de la cual se planteaba la entrada independiente al terreno ocupado del Seminario que, además, supone también un acceso más directo al espacio del teatro.

            El rector del Seminario, D. Juan Cruz Arnanz, se muestra satisfecho por el acuerdo alcanzado, reiterando su disposición y colaboración con empresas e instituciones para el buen desarrollo de los trabajos.

*NOTA: El convenio al completo puede descargarse en la sección de transparencia de esta misma página web.

La parábola del hijo pródigo, que se proclama en este domingo de Cuaresma, termina con unas palabras del padre al hijo mayor que describen lo que ha sucedido a su hermano pequeño cuando retorna a casa después de malgastar su herencia de forma disoluta. «Hijo —dice el padre— era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado» (Lc 15,31-32). El paralelismo literario que concluye el relato da la clave de la enseñanza de Jesús: el alejamiento de la casa del padre es muerte y pérdida; el retorno es revivir y ser hallado de nuevo para el padre.

            No se puede decir mejor ni más sintéticamente el significado de la conversión cuaresmal cuando uno retorna al hogar paterno. Sucede hoy que la nula conciencia del pecado impide al hombre en general, y muchas veces al cristiano, entender que el pecado sea muerte y pérdida de la condición de hijo; y, por consecuencia, que la gracia del retorno nos hace revivir y aceptar que nos habíamos perdido. Vivimos en la cultura del «buenismo» que ha desalojado cualquier atisbo de que el hombre, en su condición natural, puede pecar, es decir, oponerse a Dios y hacer el mal. Siempre hay excusa para todo con tal de no culpar al hombre de pecado. El concepto de pecado ha desaparecido del lenguaje cotidiano. Se habla de fallos, errores, comportamientos inadecuados, etc. Pensar además que el pecado acarrea la muerte, como dice san Pablo, es algo obsoleto. En realidad, hoy se respira una concepción semejante a la que defendía Rousseau, para quien el hombre nace bueno y la sociedad le corrompe, como si el hombre naciera sin pautas innatas del comportamiento moral. Difícilmente podrá convertirse quien excluya a priori la posibilidad de pecar. Justificará su comportamiento sin apelar a la conciencia moral, que, por sí misma, nos remite a Dios. Como mucho, el hombre acepta que puede hacer mal a sus semejantes, si es que tiene un grado de empatía para conectar con ellos. Vemos, sin embargo, casos —sin tener que recurrir al ámbito de las patologías— en que cuesta reconocer la culpa y, por tanto, la necesidad de expiarla.

            Si nos adentramos en el ámbito de Dios, como hace Jesús en su parábola, todavía es más difícil reconocer que el pecado es ofensa contra Dios. De hecho, nos hemos acostumbrado a pensar en un Dios tan alejado de la vida de los hombres que hagan lo que hagan estos, sus acciones no afectan para nada a Dios. No es así, sin embargo, la imagen de Dios que nos trasmite Jesús. El padre de la parábola no es indiferente al comportamiento de su hijo. El relato de san Lucas nos permite imaginar que cada día el padre otea el horizonte con la esperanza de ver retornar a su hijo. Sentado a la puerta de casa, con sus ojos cansados por la vejez y la luz del día, el padre espera sin desmayo, confía en la conciencia de su hijo, sabe que en su corazón hay brasas del hogar paterno. Y cuando lo atisba desde lejos, «su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos» (Lc 15,20), sin darle tiempo a que hiciera la confesión de su culpa. Este padre es el Dios revelado por Jesús. Y el hijo pródigo es el pecador que retorna a la vida y salvado de su perdición. Previamente ha recapacitado, ha considerado su estado de esclavitud al pecado —con la imagen de cuidar cerdos— y ha recuperado su condición de hijo, aunque no se considera digno de que le traten como tal. Pero prefiere estar en casa como siervo a vivir sin hogar como esclavo. No es tan malo entonces confesarse pecador si el gozo supera el engaño y la muerte que proporciona el pecado.

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Viernes, 18 Marzo 2022 12:20

PEREGRINACIÓN EUROPEA DE JÓVENES 2022

cartel pej segovia

«Joven levántate y sé testigo. El Apóstol Santiago te espera»

 

El Secretariado de Pastoral Juvenil de la Diócesis de Segovia os invita a participar este verano en el Camino de Santiago y la Peregrinación Europea de Jóvenes, en Santiago de Compostela. Si queréis vivir unos días especiales junto a un montón de jóvenes cristianos de vuestra edad, no podéis perder esta oportunidad… ¡Santiago nos espera!

¿Qué es la PEJ?

La celebración de la Peregrinación Europea de Jóvenes (PEJ 2022) es una de las citas fuertes del Año Santo Compostelano 2022. Catequesis, talleres, conciertos y propuestas de ocio y tiempo libre, disfruta de una experiencia única junto a más de 15000 jóvenes llegados de toda Europa.

Descubre toda la información de este encuentro en: http://pej22.descubre.es

¿Cuándo se celebra la PEJ 2022?

La PEJ 2022 tendrá lugar durante los días 3 al 7 de Agosto de 2022. No obstante los jóvenes estamos llamados a recorrer durante las jornadas previas el Camino de Santiago desde el 27 de julio. Una experiencia inolvidable en la que podremos conocer a multitud de personas al tiempo que profundizamos en nuestra fe.

¿Cómo participar en la PEJ´22 con nuestra Diócesis?

Rellenando este formulario, donde tienes todos los detalles:

https://docs.google.com/forms/d/1mKGRPQ9AcWZI9xSZDmWAEh6Q0T4Os6ywEAC9BhRWphc/viewform?edit_requested=true

En el precio está incluido el alojamiento y las comidas de todos los días.

¡LAS PLAZAS SON LIMITADAS! Los peregrinos que quieran participar, deberán tener entre 16 años (o nacidos en 2006) y 35 años (o nacidos en 1987). Los responsables, monitores y acompañantes de grupo sí podrán tener más de 35 años.

 

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