Secretariado de Medios

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ENTREGA PREMIOS

En la víspera de la fiesta del Corpus, el pasado sábado 18 de junio se celebró el acto de entrega de premios del segundo concurso de fotografía organizado por la Diócesis de Segovia, con motivo de la celebración del «Tiempo de la Creación» en honor de la aparición de la encíclica «Laudato Si». Junto a ello, el equipo de seguimiento de este concurso ha celebrado durante los primeros martes de mes de todo el curso un acto de contemplación de la creación desde la oración, en la iglesia de la Adoración de Segovia.

El Obispo de Segovia, Excmo. D. César Franco, fue el encargado de hacer entrega de los reconocimientos a los ganadores, un acto que tuvo lugar en el recinto del Obispado, frente a la bella estampa de la huerta del Seminario. Los premios han recaído en:

 

Categoría infantil: Gema Chinea por «Ondas en la charca con mi prima»

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Categoría juvenil: Esteban Calvo por «Del suelo al cielo»

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Categoría adulta: Juan Misis por «Nubes y ondas»

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Las fotografías premiadas, junto con las demás presentadas a concurso, formarán parte de una exposición que se inaugurará en la Sala de las Caballerizas del Torreón de Lozoya el día 1 de julio, y que se podrá visitar hasta el día 31 del mismo mes.

La contemplación de las fotografías presentadas y premiadas nos recuerda, juntamente con «Laudato Si», que la Creación está por encima de la evolución: ondas, charca, prima, suelo, cielo, agua y nubes nos hablan de la naturaleza y de la humanidad creada. Personas, seres vivientes y seres inertes, forman un conjunto interrelacionado que nos habla del Dios de la Vida y de la sabiduría creativa del hombre. Esta belleza es digna de contemplación.

La exposición de las obras del concurso nos enseña a ver detrás de las imágenes la grandeza del agua y del cielo, el ingenio del ser humano, la belleza del entramado de colores. Especialmente, aprenderemos a respetar todo lo creado.

 

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El domingo 19 de junio Segovia recuperará la celebración de la Solemnidad del Corpus Christi. Una fiesta que, tras dos años de pandemia, recobrará todo su esplendor, como así lo han corroborado don Ángel García Rivilla, deán de la Catedral, y David Santamera, miembro de la comisión organizadora de la celebración de esta solemnidad.

            En primer lugar, el deán de la Catedral ha subrayado el anhelo de poder celebrar este acontecimiento religioso de singular relieve. Una solemnidad que se celebra en una Iglesia pequeña y modesta, con una Eucaristía que se prepara con mucho detalle y en la que se da un especial protagonismo a los niños de Comunión; presidida por el Obispo, «padre y pastor de la Diócesis en la iglesia madre, que es la Catedral».

            A renglón seguido, don Ángel ha detallado que la carroza se reformó hace dos años, precisamente el año de la pandemia, cuando tocaba que saliera en procesión pero, al final, no pudo ser. Una carroza que tiene dos partes, el propio carro en madera que data de 1740 y el ostensorio, de 1540, que entonces salía en andas.

             Finalmente, García Rivilla ha querido resumir esta solemnidad en tres palabras: adorar, alabar y agradecer. «Un día para adorar a Jesús, presente en la Eucaristía; alabar con nuestros cantos; y dar gracias a Dios por tantas cosas que tenemos a nuestro alrededor», ha concluido.

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Procesión

 Por su parte, David Santamera ha iniciado su intervención agradeciendo a don César su intención desde 2018 de impulsar esta festividad y que el Corpus en Segovia vuelva a ser lo que fue en su momento. Este año el recorrido volverá a ser el mismo que se hiciera en 2019, con la intención de dar un mayor sentido religioso a la procesión y que los lugares por los que se transite tengan una importancia.

            Así, se han establecido cuatro altares en San Miguel, la iglesia del Seminario diocesano —donde los niños de Comunión de las Madres Concepcionistas harán una interpretación musical—, la iglesia de San Martín y el convento del Corpus Christi —con protagonismo musical de las hermanas Clarisas—. Una tradición esta de los altares que viene del siglo XVII de influencia alemana, basada en los puntos cardinales.

            Santamera ha querido resaltar que la procesión dará comienzo con la carroza saliendo de la catedral, acompañada de los niños de Comunión, sus padres y catequistas, para dar mayor solemnidad. Un cortejo que comenzará con la presencia del grupo a caballo, las cruces y banderas de la Catedral la banda de Santa Eulalia. En esta procesión estarán también presentes las cofradías penitenciales y eucarísticas.

            Desde 2019 se incluyó también la presencia de Cáritas Diocesana, con un papel importante ya que el día del Corpus se celebra el Día de la Caridad. De hecho, como ha recordado David, son ellos los que cortan y esparcen por las calles el cantueso tan típico de esta festividad. Con presencia también de las Órdenes de caballeros y damas que fomentan la caridad, así como de los alumnos de la Academia de Artillería, que escoltarán la custodia del Santísimo.

            Finalmente, David ha invitado a los residentes de las zonas por las que pase la procesión a engalanar los balcones, así como a las mujeres que quieran participar de la procesión con mantilla española a que así lo hagan. Para concluir recordando a los participantes que lo hagan con la mayor dignidad y decoro, pues esta es la más importante de todas las procesiones ya que al que acompañamos pro las calles es al Santísimo sacramentado.

 

Consulta y descarga el tríptico informativo con los horarios y el recorrido de la procesión del Corpus Christi

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La solemnidad del Corpus Christi centra la atención en el Sacramento de la Eucaristía, que es fuente y culmen de toda la vida cristiana. La Eucaristía es el mismo Cristo anonadado bajo las especies sacramentales del pan y del vino. El Hijo de Dios no solo quiso participar de nuestra carne y sangre (cf. Heb 2,14), sino que ha querido hacerse alimento de vida eterna para los hombres. La Eucaristía es comida y bebida de inmortalidad.

El pueblo de Israel esperaba, en tiempo de Jesús, la llegada de un mesías y sacerdote que fuese el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. Leví era la tribu sacerdotal de la que, según la ley de Moisés, salían los ministros del templo. En la liturgia de hoy se habla de otro sacerdocio, distinto del levítico, personificado en la figura de Melquisedec, que ha pasado a la historia como tipo de Cristo porque, según el libro del Génesis, ofreció pan y vino como sacerdote del Dios Altísimo (cf. Gn 14,18). Se explica, pues, que en la carta a los Hebreos, su autor presente a Jesús, no como sacerdote de la tribu de Leví, a la que no pertenecía, sino según el orden de Melquisedec.

En la Última Cena con sus apóstoles Jesús ofrece su Cuerpo y Sangre en el pan y el vino que consagra de modo definitivo para la Iglesia a través del ministerio de sus ministros a quienes dice con toda claridad: «Haced esto en conmemoración mía». El primer documento que recoge esta tradición es la primera carta de san Pablo a los Corintios, escrita a mediados de los años cincuenta d.C. Hoy leemos su relato de la institución de la Eucaristía, cuya tradición, según el apóstol, se remonta al Señor. No hay duda de que la fe de la Iglesia en la Eucaristía está expresada en este magnífico texto que resume los contenidos fundamentales de la fe en la presencia eucarística de Cristo en el pan y el vino consagrados.

En la Eucaristía, Cristo permanece con nosotros para siempre. En ella tenemos la certeza de que nos acompaña en esta vida de peregrinos como alimento sustancial que, después de la muerte, nos introducirá en la vida eterna. No cabe mayor tesoro ni consuelo para los mortales. Se explica, por tanto, que la Iglesia desde sus orígenes preservara a la Eucaristía de toda profanación, como muestra el texto citado de san Pablo a los Corintios, a quienes acusa de celebrar indignamente la Eucaristía haciéndose reos del Cuerpo y la Sangre del Señor. En su exhortación, el apóstol hace referencia a algunos comportamientos que humillaban a los pobres en el ágape que precedía o seguía a la liturgia eucarística. Posiblemente se trataba de ostentación por parte de quienes poseían más comida frente a quienes apenas tenían lo necesario. La postura de san Pablo es clara: «Si uno tiene hambre que coma en casa, a fin de que no os reunáis para condena» (1 Cor 11,34). La Eucaristía no podía convertirse en ocasión para la división y el desprecio de los pobres.

Esta relación entre Eucaristía y caridad, que es distintiva de la Iglesia desde sus orígenes, tiene una profunda razón teológica y litúrgica: el Hijo de Dios se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza. Comulgar en la cena del Señor es incompatible con actitudes de olvido, desprecio y humillación de los pobres. El amor a la Eucaristía se hace patente en la caridad con los más necesitados. De otra forma, la Eucaristía se convertiría, como dice el apóstol, en motivo de condena para quien no la honra con los deberes de la caridad. Hoy es el día de Cáritas que bebe de la fuente de la Eucaristía. Adorar a Cristo en la eucaristía nos debe conducir a venerar a Cristo en los pobres compartiendo con ellos vida y bienes.

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Cartel Semana de la Caridad

 

Con motivo de la celebración de la Semana del Corpus y el Día de la Caridad bajo el lema «Somos lo que damos. Somos amor», Cáritas Diocesana de Segovia ha presentado las propuestas para conmemorar esta fiesta junto con la Memoria de Actividades de la entidad durante 2021. caritas jesús

            El consiliario de Cáritas Diocesana, Jesús Riaza, ha querido destacar que la caridad es una forma de vida y de entender la relación con los demás, «no es una moda, como pudiera parecer, forma parte del alma de la Iglesia», ha subrayado. Asimismo, recordando que celebramos el 75 aniversario de Cáritas, ha querido remarcar que la caridad ha sido un pilar fundamental del cristianismo desde el su comienzo. Por eso, «en estos tiempos en los que vemos tantas desigualdades, apostamos por la caridad, la solidaridad, la igualdad y la justicia» actuando con cinco actitudes: mirar con ternura, escuchar con paciencia, cuidar la fragilidad, compartir con generosidad y denunciar la incoherencia que genera injusticia. «No debemos olvidar que estamos compartimos un destino común en el que la relación de fraternidad, justicia e igualdad sustenta los pilares de nuestra sociedad», ha concluido. 

Memoria de Actividades 2021

Por su parte, Belén Palomar, técnico de Cáritas Diocesana de Segovia, ha detallado la Memoria de Actividades de 2021 en la que «se refleja la esencia de Cáritas: el amor a los más débiles y la construcción de una sociedad más humana y justa». Una acción que surge como respuesta a la necesidad de cambiar la injusta situación que afecta a los más vulnerables.caritas belén

            En 2021 se desarrollaron muchos procesos de acompañamiento «a través de todas las estrategias posibles que nos hacen llegar a poder atender mejor a las personas», ha dicho Belén, para añadir que el objetivo es ajustar la acción a las personas y sus contextos. Así, en este año 2021 los pilares fundamentales de la acción de Cáritas Diocesana fueron el derecho a la alimentación y al vestido con la iniciativa de las tarjetas monedero; y la prevención y el acompañamiento a la soledad no deseada a través del Programa de Mayores con el proyecto «Una tablet contra la soledad».

No obstante, la línea de trabajo con personas en situación administrativa irregular ha continuado, puesto que «la sociedad lo invisibiliza, pero hay muchas personas en esta situación».

Igualmente, el Programa de Formación y Empleo ha sido otra gran apuesta puesto que la inestabilidad laboral sigue siendo una lacra, intensificando asimismo los esfuerzos en la atención a personas sin hogar.

En cifras

A lo largo de 2021, más de 2.400 personas acudieron a Cáritas en busca de asistencia, llegando a superar los 2.800 beneficiaros en los que ha repercutido la ayuda solicitada por el participante. Cifras que se traducen en casi 19.000 respuestas que han alcanzado a 2.147 hogares gracias al trabajo de los 263 voluntarios de la entidad, que trabajan codo a codo con los empleados.

            Con respecto al año anterior, apenas hay variación en cuanto al número de personas atendidas, siendo más intenso el trabajo en el área de Acogida y Atención Primaria, así como en el Programa de Empleo puesto que la situación de crisis, y su impacto en las familias, se ha mantenido.

            Familias monoparentales, jóvenes que acceden tarde al trabajo y cuando lo hacen es en situación precaria y personas en situación administrativa irregular son los que más solicitan la asistencia de Cáritas Diocesana de Segovia.

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Semana del Corpus

Finalmente, el director de Cáritas Diocesana de Segovia, Ángel Anaya, ha detallado las actividades previstas para la Semana del Corpus, que culminará con la Solemnidad del 19 de junio.

Las actividades comenzarán con el concierto de la coral polifónica «Amadeus», en Navas de San Antonio, este sábado a las 18 horas a beneficio de las familias desplazadas por la crisis humanitaria en Ucrania.

            Una semana en la que la iglesia de San Clemente acogerá la exposición «Un mundo en movimiento» sobre las realidades migratorias. Por otra parte, el martes 14 de junio la Casa de Espiritualidad acogerá la proyección y el posterior coloquio del documental «En otra casa», que aborda el cuidado familiar y la supervivencia. Ya el miércoles 15 tendrá lugar el concierto de «Arezzo» a las ocho de la tarde a beneficio de Cáritas Ucrania.

            El jueves 16, día del Corpus Christi, la iglesia de San Clemente acogerá la Eucaristía para festejar esta solemnidad, a las once de la mañana presidida por don César. Finalmente, la Semana del Corpus culminará el domingo 19 con la solemne Eucaristía en la Catedral, y la posterior procesión con la custodia en la que participará activamente Cáritas Diocesana de Segovia, puesto que es el Día de la Caridad.

El misterio de la Santísima Trinidad que celebramos este domingo es para muchos cristianos una cuestión de debate teológico sin conexión con la vida diaria. Jesús, sin embargo, le dio gran importancia al hablar del Padre, de sí mismo como Hijo, y del Espíritu Santo. El judaísmo y el islam consideran que los cristianos somos politeístas porque, aunque afirmamos la existencia de un solo Dios, confesamos la Trinidad como si fueran tres dioses. Si Dios es, en sí mismo, un profundo misterio, la fe en la Trinidad hace más compleja aún la reflexión teológica.

            No es así, sin embargo, en la evolución que la fe en un solo Dios ha experimentado en el Antiguo Testamento y, sobre todo, en la enseñanza de Cristo. Con toda naturalidad, Jesús ha hablado de su Padre y del Espíritu, con quienes mantiene una relación personal, única y eterna. El hecho de que Jesús se considere uno con el Padre indica que ambos gozan de la misma naturaleza divina, que comparten con el Espíritu que los une de modo indivisible. Lo más significativo de la enseñanza de Jesús es que tanto el Padre como el Espíritu están presentes en todo lo que hace, de forma que su vida entera está inundada de su presencia. No son una idea o abstracción. Son personas. Esta presencia no se da solo en la vida de Jesús, sino en la vida de los hombres. Solo es preciso descubrirla. Esto es precisamente lo que enseña Jesucristo.

            Jesús afirma que ha venido a revelar al Padre, cuya misericordia es infinita. Las comparaciones que utiliza están tomadas de los detalles más cotidianos de la vida humana, en la que el padre juega un papel importante. Baste recordar, como paradigma, la parábola del hijo pródigo. También Jesús habla del Espíritu como aquel que viene a ocupar su lugar, una vez terminada su misión en el mundo. Es el Espíritu de la verdad y de la vida que viene a desentrañar toda la riqueza de Cristo y conducirnos a la plenitud de la revelación. Los nombres que recibe —consolador, defensor, abogado, vivificador— indican una estrecha relación con los hombres en su vida diaria, como estrecha fue la relación con Jesús.

            La Trinidad, por tanto, no es un dogma extraño a la vida de los hombres. Conceptos como familia, comunidad, comunión, Iglesia, tienen su último fundamento en el Dios revelado por Cristo, el que, a lo largo del Antiguo Testamento, se va auto-manifestando como uno y único en la trinidad de las personas. De hecho, como señalan los exegetas, lo que son atributos de Dios —el logos, palabra o sabiduría, y el espíritu— van adquiriendo vida propia, consistencia individual, hasta convertirse en la enseñanza de Cristo en «personas» que conforman, en la unidad de la divinidad, el único Dios verdadero, el que ya en la creación del hombre hablaba en plural —«hagamos al hombre»—, y se manifestó a Abrahán en figura de tres ángeles que el magnífico pintor oriental Rublev pintó en su famoso icono con el mismo rostro y con los atributos propios de cada una de las personas. Los pintó sentados en torno a la mesa que evoca la Eucaristía para que, al pensar en la Trinidad, no tuviéramos que elevarnos a las alturas celestes, sino que descubriéramos que Dios ha querido compartir con los hombres la vida en torno a una mesa donde la familia humana crece y se constituye como tal a imagen de esa familia primigenia, la celeste, en la que Dios no vive absorto en una soledad trascendente sino que dialoga en la comunión de las tres personas y mira el mundo como el lugar donde ha querido manifestarse a los hombres y compartir su vida. No se trata de un politeísmo cristiano, sino la explicación de por qué el hombre está llamado a ser comunión con sus semejantes a imagen de Dios.

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El pasado 15 de mayo clausuramos la etapa diocesana del Sínodo de Obispos convocado por el Papa para el año 2023 sobre el tema «Por una iglesia sinodal: comunión, participación y misión». El resumen de las diversas aportaciones es muy ilustrativo del interés que ha suscitado esta convocatoria en la que han podido participar quienes han querido. Como en todo lo que sucede en la Iglesia, hay luces y sombras.

            En el informe se ha insistido mucho en que todos formamos la Iglesia de Cristo y en ella todos tenemos nuestra voz y nuestro compromiso personal. La consulta realizada ha servido para sentirnos libres a la hora de expresar cómo es nuestra adhesión a la iglesia y cuál es nuestra participación real en ella. Los laicos piden mayor participación en las decisiones de la Iglesia. No sólo ser escuchados, sino atendidos en aquello que legítimamente piden. De los sacerdotes, piden cercanía, acompañamiento, tiempo de escucha. Hay una estima por el culto, especialmente, la Eucaristía, aunque echan de menos mayor preparación de las homilías, más adaptadas a la situación actual de la sociedad. Desean que las celebraciones sean más vivas, exentas de rutina y pasividad. Reconocen también los laicos que necesitan más espiritualidad y formación para poder asumir tareas en la Iglesia. No se trata de «clericalizar» a los lacios, sino de ayudarles a vivir su vocación laical en una sociedad muy secularizada, que necesita el testimonio vivo de los creyentes. Para ello, reconocen que la formación es imprescindible.

            Muchas de las propuestas son ya una realidad en la Diócesis de Segovia, aunque no en todos los ámbitos y parroquias: consejos pastorales y económicos, participación en decisiones diocesanas (como el Plan Diocesano de Pastoral), vitalización de los arciprestazgos, escuela de teología para laicos y un largo etcétera que no todos conocen. Otras propuestas son perfectamente asumibles, en la medida en que todos vivamos la sinodalidad.

            También hay sombras en las aportaciones. Bien por el silencio de temas fundamentales como el de la vida moral de los cristianos, que implica la conversión personal y comunitaria y, por consecuencia, la práctica del Sacramento de la Reconciliación; bien por una comprensión errónea de la llamada adaptación de la Iglesia a la sociedad, que parte del supuesto de que los criterios socializados como válidos deben ser asumidos por la iglesia: ideología de género, abolición del celibato, sacerdocio femenino, concepto de familia, matrimonio entre personas del mismo sexo, aborto, etc. Es obvio que la Iglesia debe adaptarse a los tiempos modernos, pero ¿de qué adaptación se trata? ¿qué se entiende por modernidad? ¿Acaso el modo de vivir la sociedad actual es criterio de discernimiento para la adaptación que la Iglesia necesita? Esto significaría la renuncia al Evangelio, único criterio válido para cualquier reforma en la Iglesia. Pentecostés supuso la irrupción del Espíritu que cambió los esquemas de la cultura grecorromana y judía. El Sínodo, como dice el Papa Francisco, conlleva la apertura al Espíritu de Pentecostés que se actualiza en cada momento de la historia para conducir a la humanidad hacia su plenitud. Hay que escuchar a la sociedad, ciertamente, pero no para seguir gregariamente sus criterios ni sus postulados, sino para descubrir en ella la llamada que el Espíritu nos hace para inculturar el Evangelio, sin perder su perenne novedad como han hecho los grandes santos reformadores de la Iglesia. Solo así el sínodo podrá ser una poderosa luz que nos guíe en el camino de la evangelización que necesita nuestra sociedad tan carente de referencias trascendentes, espirituales y morales.

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Martes, 31 Mayo 2022 10:54

REVISTA DIOCESANA JUNIO 2022

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La vida de Jesús ha sido comparada con un viaje. Un viaje desde el Padre a los hombres, de la eternidad al tiempo. Esto es lo que sucedió en la Encarnación, cuando el Hijo de Dios acampó entre nosotros. Y un viaje de retorno, una vez resucitado, que Jesús describe como «me voy al Padre». Se cierra así su ciclo en la historia de la humanidad. A este retorno se le llama «Ascensión». El evangelista historiador, llamado Lucas, dice al comienzo de su segunda obra, Los Hechos de los Apóstoles, que Jesús se presentó a sus apóstoles «después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios» (Hch 1,3). Este tiempo de apariciones se clausura con la Ascensión, que describe de esta manera sobria: «A la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nueve se lo quitó de la vista» (Hch 1,9). En su Evangelio, lo narra de manera parecida. Después de haber comido con ellos, Jesús «los sacó cerca de Betania y, levantado sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría» (Lc 24,50-52).

            El retorno de Jesús al Padre es descrito de una manera simbólica como ascensión a los cielos. Esta fórmula, sin embargo, no significa que Jesús asciende al cielo que vemos. En la mentalidad judía la morada de Dios es presentada por «los cielos», que representa adecuadamente el mundo que está más allá de lo que vemos y trasciende, como es obvio, el límite de los creado. Jesús retorna al Padre, que es su morada definitiva. Vuelve al origen del que vino, al seno del Padre. Como hemos dicho, Jesús cierra así su ciclo iniciado en la encarnación.

            Esta vuelta de Jesús a su Padre tiene una trascendencia que pasa a menudo desapercibida. El que ahora asciende a los cielos es el Hijo de Dios encarnado, crucificado y resucitado. Dicho de otra manera: asciende con la realidad de su carne, que es la nuestra. El Hijo de Dios, que durante toda la eternidad hasta la encarnación no poseía carne humana, asciende ahora con su propio cuerpo. Ante el asombro de los ángeles, como dice la Escritura, asciende hecho hombre con una carne glorificada en la que pueden contemplarse las huellas de su pasión. En el seno de la Trinidad ha sucedido un cambio trascendente en Dios y en los hombres. En Dios, porque el Hijo tiene la forma del hombre que asumió en la encarnación, mostrándose así como uno de nosotros, aunque glorificado. En nosotros, porque, al asumir nuestra carne, podemos decir con san Pablo que, en cierto sentido, nuestra carne ha ascendido con él y estamos unidos a él en la gloria eterna. Así lo han descrito admirables pintores y escultores, cuando, al representar la Trinidad, muestran a Cristo en su realidad carnal, con las llagas visibles en sus manos, pies y costado, e incluso abrazado a la cruz como signo de su pasión. Al contemplar al Verbo en la gloria del Padre, con un cuerpo semejante al nuestro, entendemos más fácilmente que ese es nuestro destino: ascender, subir, elevarnos —primero solo en alma y, al final, con el cuerpo— hasta el seno del Padre para alojarnos en la morada que nos ha preparado junto al que nos ha redimido, no de cualquier manera, sino asumiendo nuestra naturaleza mortal, que ha sido trasformada mediante la resurrección de la carne. Al contemplar a Cristo ya en su gloria, podemos decir con el poeta Daniel Cotta: «Y ya nos parecemos más a Dios, /luego el día se acerca, /el día que esperamos y que asusta, /el día en que podamos salir de la materia/y veamos la luz/ y respiremos fuera/como estrenando cuerpo/ y Dios nos tenga en brazos y nos meza/».

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La Diócesis de Segovia y la Asociación de Caridad de San Vicente de Paúl han firmado un convenio en virtud del que la asociación dispondrá de la capilla de La Paz —anexa a la iglesia de San Esteban— como sede para su actividad. Un acuerdo que establece la cesión temporal de este emplazamiento por un periodo de diez años, prorrogables a su vencimiento. 

            Este convenio firmado por la presidenta de la asociación, María Isabel Escorial, y el vicario general de la Diócesis, Ángel Galindo, permite un aprovechamiento óptimo de los recursos así como una cooperación activa en el desarrollo de temas sociales de interés común. Asimismo, esta rúbrica supone un espaldarazo a la labor de la asociación, que ya había mostrado su interés por disponer de una sede donde centralizar su atención y ofrecer un servicio de calidad a quienes llaman a su puerta.

            De esta manera, la Diócesis continúa dando muestra de su afán por potenciar el servicio social y la atención a los más necesitados, colaborando con instituciones como la Asociación de San Vicente de Paúl de igual forma que lo hace con otras como Cáritas o Manos Unidas. Cumple así la Iglesia de Segovia con una de sus finalidades, la de la caridad, en comunión con la potenciación de la vida sacramental y la formación y educación cristianas.

La Pascua del Enfermo, celebrada en este domingo, nos exhorta a «acompañar en el sufrimiento» a quienes sufren la enfermedad. La condición humana comporta la debilidad de nuestra naturaleza, la enfermedad y la muerte. Por mucho que luchemos contra lo que provoca las enfermedades, sabemos bien que podemos aminorar el dolor, vencer algunas enfermedades, sobreponernos a la fragilidad, pero nunca venceremos la muerte de la que la enfermedad o la edad es antesala inevitable. Quien larga vida desea, dice san Agustín, larga enfermedad desea. Se explica, pues, que una de las actitudes de Jesús fuese el acercamiento a los enfermos, los sanara en algún caso, y nos exhortara a visitarlos. Estuve enfermo y me visitasteis, dice en el juicio último a la humanidad.

Es propio de Cristo asumir el dolor del hombre. Según Isaías, esa fue su intención al encarnarse. Asumió nuestros dolores y enfermedades y con sus heridas curó las nuestras. La parábola del «Buen Samaritano» es, más allá de una enseñanza moral, el retrato más expresivo de Cristo, que desciende de su cabalgadura para curar al herido, cargar con él y llevarlo a la posada, que es lugar de misericordia. Esta parábola ha calificado a la Iglesia como samaritana, que, al ejemplo de Cristo, se para junto al hombre que sufre y le unge con el óleo del amor, compadeciendo con él para hacer más llevadero la prueba del sufrimiento.

Junto al dolor físico, el enfermo puede padecer también una crisis espiritual, que le lleva a preguntarse sobre Dios, su misericordia y providencia. La experiencia del dolor nos sitúa en la frontera de nuestra fragilidad y, en ocasiones, en la frontera de la duda de fe. Los cristianos debemos estar atentos a este riesgo. El enfermo no sólo necesita medicinas para el cuerpo, sino aliento para su espíritu, seguridad de que el sufrimiento puede ser —de hecho, lo es— lugar de crecimiento espiritual. No olvidemos lo que dice la carta a los Hebreos sobre Cristo: «fue perfeccionado por los sufrimientos». El debate teológico suscitado por este texto es inagotable y no conviene dulcificarlo con explicaciones que pierdan de vista la condición humana del Hijo de Dios que quiso pasar por la experiencia del padecimiento. Muchos enfermos son «sanados» cuando descubren que la aceptación de su condición es un paso adelante en el crecimiento integral de su persona. De ahí viene la necesidad de «acompañar» al enfermo. Junto a la ciencia médica, que progresa en el alivio del dolor, se necesita la ciencia del espíritu que ofrece, como dice V. Frankl en su espléndida monografía sobre el hombre doliente, la «terapia» de la palabra que hace del médico o sanitario, o del familiar y amigo, un acompañante con capacidad de sanar las heridas del alma acechada por la desesperanza, el sinsentido o la renuncia a asumir la propia enfermedad. ¿Qué otra cosa intentó Jesús con el sacramento de la unción de los enfermos? La oración por el enfermo, junto a la unción con el óleo santo, es la acción de Cristo que viene a identificarse con quien sufre para alentar su esperanza, no solo en la curación, sino en la seguridad de que no está solo en su padecimiento, sino acompañado por la iglesia que lo sostiene en la fe, y, sobre todo, en las manos del Buen Samaritano que no es indiferente ante el dolor ajeno, ya que él mismo participó de nuestra condición humana.

La Pascua del enfermo es el paso de Cristo por la vida del enfermo. El Resucitado se hace presente para iluminar el camino hacia la sanación integral del hombre que se revelará un día en la resurrección de la carne, esa que nos parece tan frágil como la caña cascada o el pábilo vacilante (cf. Mt 12,20).

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