La Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra el 11 de febrero, memoria de la Virgen de Lourdes, tiene este año el siguiente lema: «la relación de confianza, fundamento del cuidado del enfermo». Todos sabemos lo importante que es confiar en quien nos cuida para saber que estamos en buenas manos y abrir el corazón para compartir nuestras dudas, temores, inseguridades y turbaciones. Las lecturas de este domingo iluminan la «noche del dolor» por la que pasa todo hombre cuando siente que «los días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza», como dice Job. La enfermedad nos sitúa ante los límites de nuestra existencia. El Papa Francisco describe muy bien estos límites: «La experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro. Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios. Efectivamente, cuando estamos enfermos, la incertidumbre, el temor y a veces la consternación, se apoderan de la mente y del corazón; nos encontramos en una situación de impotencia, porque nuestra salud no depende de nuestras capacidades o de que nos “angustiemos”». En la enfermedad sentimos que dejamos de ser autónomos, que no valen solo nuestras fuerzas, pues nos hacemos dependientes de otros, necesitados de los demás. Al perder incluso nuestra libertad de movimientos, comprendemos que no somos tan «libres» como pensábamos y que nuestro futuro —siempre incierto— depende en gran medida de lo que otros hagan por mi. ¡Cuánto se agradece entonces la mano compasiva, la compañía de un familiar o de un amigo! ¡Con cuánta gratitud respondemos al personal sanitario que nos cuida y que gana nuestra confianza en la medida en que se nos muestra «hermano, prójimo y buen samaritano»! Experimentamos de alguna manera que Dios está cerca y que, como dice el salmo, «sana los corazones destrozados y venda sus heridas». En el Evangelio de este domingo Jesús, después de predicar en la sinagoga, acude a la casa de Simón Pedro y Andrés y le comunican que la suegra de Pedro está enferma con fiebre y Jesús, tomándola de la mano, la curó. A la caída del sol, le llevaron enfermos de diversos males que también fueron sanados por él. ¿De dónde procedía esta confianza que las gentes depositaban en Jesús? La única explicación que ofrecen los Evangelios es la cercanía que ofrecía Jesús especialmente a los que estaban aquejados por algún mal espiritual o corporal. Los santos, a semejanza de Jesús, han despertado esa misma confianza en quienes sufren: san Juan de Dios, san Camilo de Lelis, san Vicente de Paúl, santa Teresa de Calcuta, se han acercado sin miedo ni prejuicios a los enfermos despertando una especial confianza que ha sido el fundamento del cuidado que les han ofrecido. A esto llamamos compasión: padecer con otro y junto al otro compartiendo su propia situación. En su mensaje para esta Jornada Mundial, el Papa Francisco dice que «la cercanía, de hecho, es un bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la enfermedad. Como cristianos, vivimos la projimidad como expresión del amor de Jesucristo, el buen Samaritano, que con compasión se ha hecho cercano a todo ser humano, herido por el pecado. Unidos a Él por la acción del Espíritu Santo, estamos llamados a ser misericordiosos como el Padre y a amar, en particular, a los hermanos enfermos, débiles y que sufren». Y nos invita a vivir esta cercanía de forma personal y comunitaria generando así una comunidad capaz de sanar, sin abandonar a nadie y acogiendo a los más frágiles. Solo así seremos la Iglesia de Cristo. + César FrancoObispo de Segovia