«Contagia solidaridad para acabar con el hambre» Carta pastoral por la campaña contra el hambre de Manos Unidas

manos unidas

 

La campaña anual de Manos Unidas, que tiene lugar en el mes de febrero, lleva este año un título que nos recuerda por un lado el contagio que tanto tememos y, por otro, la tragedia del hambre. Todos tenemos miedo a contagiarnos de algo que resulta difícil vencer, pues se escapa de nuestras manos: la COVID19. Ponemos todos los medios para evitar el contagio. El hambre no es una enfermedad ni una pandemia. Es una tragedia que se prolonga con sus muertes diarias, desnutriciones y terribles consecuencias para la salud y el bienestar de los más pobres. Paradójicamente, la humanidad sí puede vencer esta «pandemia» utilizando los recursos que posee a favor de la gente que padece hambre.

Esta dramática contradicción —lamentar lo que no podemos vencer por el momento y no luchar contra lo que podemos evitar— pone en evidencia la falta de compromiso moral ante problemas cuyas soluciones están en nuestras manos y el escándalo farisaico de rasgarnos las vestiduras ante el mal ajeno cuando no colaboramos eficazmente en su solución.

El lema de la campaña nos invita, en primer lugar, a contagiar solidaridad. No solo se contagia lo malo, también lo bueno. El ejemplo cunde porque el bien se difunde por sí mismo. Cuando vivimos junto a personas generosas nos sentimos estimulados a la imitación. Y la bondad tiene un especial atractivo que invita a la emulación. Jesús, en «El Sermón de la Montaña», invita a sus discípulos a que hagan buenas obras y sean vistas por la gente para que, al verlas, alaben al Padre que está en los cielos. Con esta invitación, Jesús subraya la importancia de que el bien sea visto de modo que pueda contagiar a otros a practicarlo, y así Dios será reconocido y alabado en las obras de sus hijos. Para ello debemos quitar barreras y obstáculos al bien de modo que pueda expandirse en la sociedad. Lamentarse ante el mal es ineficaz. Luchar contra él es obligación moral. Hacer el bien es propio de quienes se compadecen ante las necesidades ajenas y renuncian a sí mismos para que los demás sean felices y vivan con la dignidad de hijos de Dios. También la carta a los Hebreos insiste en la importancia del ejemplo que damos a los demás, cuando dice: «Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras» (Heb 10,24). Con frecuencia nos fijamos más en los defectos ajenos que en las virtudes. Si reconociéramos el bien que otros hacen, nos contagiaremos de su virtud y disculparemos con magnanimidad sus errores.

Además de invitarnos a hacer el bien, Jesús nos advierte de la seriedad con que seremos juzgados cuando damos la espalda a las necesidades de los hombres. El juicio de Cristo sobre nuestros pecados de acción y omisión en el ejercicio de la caridad no tiene atenuantes. Lo que hacemos o dejamos de hacer con hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, encarcelados, lo hacemos o dejamos de hacer a él mismo, que ha querido identificarse con los pobres y marginados de este mundo. Acabar con el hambre en el mundo es tarea de todos, empezando por quienes gobiernan los pueblos. Todos podemos contribuir de diversas maneras para que nadie muera por hambre, ni por sed, ni por una vida infrahumana. Es cuestión de dejarnos contagiar por el amor de Dios, nuestro Padre, que, a la hora de hacer el bien no distingue entre justos y pecadores, santos e impíos. Por eso, decir que amamos a Dios y no practicar la caridad con el prójimo es mentir, y la mentira es abominable a los ojos de Dios. Se trata, por tanto, de conocer el amor de Dios y ponerlo en práctica. Así dice 1 Jn 3,16-18: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras».

Contagiémonos unos a otros del amor que procede de Dios y que tiene su término también en Dios, pues hacia él caminamos. Pero no olvidemos que Dios ha querido revelarse en su Hijo Jesucristo, quien ha escogido hacerse uno con nosotros para que aprendamos a amar a Dios y a los hombres como lo hizo él.

+ César Franco
Obispo de Segovia.