En el evangelio de hoy Jesús es acogido por Marta y María, hermanas de Lázaro, que vivían en Betania, cerca de Jerusalén. Mientras Marta se desvivía por servir a Jesús, María, sentada a sus pies, le escuchaba. Para Lucas, que narra la escena, es la imagen de la perfecta discípula que acoge a su Maestro. Marta se queja a Jesús de que su hermana la haya dejado sola en el servicio, queja comprensible si tenemos en cuenta que en oriente la hospitalidad tiene muchas exigencias. Jesús, en lugar de dar la razón a Marta, le dirige estas palabras que suenan a reproche o advertencia: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sola una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no le será quitada». Esta escena ha sido interpretada por algunos exegetas como una defensa de la vida contemplativa, representada en María, frente a la activa, cuyo icono sería Marta. En tiempo de Jesús no existía tal debate, por lo que la intención del evangelista parece ir por otro camino. Jesús habla de dos cosas que dan la clave de la escena: «lo único necesario» y «la mejor parte». Parece que con estas expresiones pretende dirigir la mirada de Marta hacia un horizonte más amplio que el de servir al huésped. Naturalmente, una comida requiere el servicio de atender la mesa, pero el hombre no se alimenta sólo de manjares selectos. Jesús, en su encuentro con la samaritana, pasa el tiempo hablando con ella y dejó pasar la hora de comer. Cuando los discípulos le recuerdan que no ha comido, Jesús les dice: «Yo tengo otro alimento que vosotros no conocéis», y añade: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió». Jesús, pues, parece decir a Marta que, mientras prepara un banquete material, se está perdiendo lo único necesario: el alimento de la palabra de Jesús. No es un desprecio al servicio de Marta, sino una advertencia de que lo material debe supeditarse a lo espiritual, sobre todo si se trata de la enseñanza de Cristo. Se comprende que, al elogiar a María, diga que ha escogido la mejor parte. Escoger la mejor parte es propio del hombre sabio, del discípulo atento a la verdad. Jesús es, para todo discípulo, la mejor parte. Él mismo es el don, el legado del Padre, la herencia prometida. Como diría un salmo: Cristo es el lote de mi heredad y mi copa. Es decir, lo reúne todo: es el banquete ante el cual cesa cualquier otro preparativo de lo que el hombre puede darse a sí mismo con sus medios humanos. En su persona, Jesús lo resume todo y acogerlo en casa significa que todo lo trae él. María dio a Cristo la preeminencia frente a todo. Comprendió que la mejor parte era estar a sus pies —actitud propia del discípulo— y alimentarse de sus palabras. Muchas veces, la relación que el cristiano mantiene con Cristo se reduce a hacer cosas por él. No está mal, si pensamos que el mundo necesita apóstoles. Pero antes que hacer cosas, el Señor nos llama a ser discípulos. Discípulos que sean misioneros, como dice el Papa Francisco. Es posible que nos lancemos demasiado aprisa a la misión, sin haber escuchado al Maestro, sin pasar tiempo a sus pies escuchando su verdad. Quizás por eso, nuestras acciones sean tan poco fecundas. En el debate sobre la preeminencia entre la vida contemplativa y la activa, santo Tomás de Aquino terció con una fórmula en la que resolvía la cuestión diciendo que la vida perfecta es la de Cristo. No se fue por las ramas, sino que dirigió su mirada al núcleo de la cuestión: contemplata allis tradere, dijo, definiendo así la vida de Cristo. Entregar a otros lo contemplado. Seguro que María hizo esto bien: entregó a otros lo que había recibido como discípula a los pies de Cristo. + César Franco Martínez Obispo de Segovia.