El evangelio de este domingo recoge parte del discurso de Jesús cuando envía a los discípulos a su primera misión evangelizadora. Los consejos que reciben sirven para entender la transcendencia del envío y, en gran medida, la naturaleza del Reino de Dios que anuncian. Los discípulos son como la avanzadilla que precede a Jesús y le preparan el camino, pues, como dice el evangelio, los envía a los lugares donde pensaba ir él. Los discípulos nunca sustituyen al Señor, son servidores, colaboradores. Sólo Jesús es el Maestro y el Señor.Lo primero que les pide Jesús es que oren al dueño de la mies para que envíe operarios a su mies. La oración es presupuesto de la misión, condición indispensable de su éxito. Dios dirige la historia con Providencia. Por eso, hay que suplicar, llamar a la puerta y pedir como pobres. Las vocaciones no son conquistas del hombre, son dones de Dios que deben pedirse. El Reino de Dios es obra suya. Por eso, es necesario dar primacía a la oración.Siendo obra de Dios, no debe sorprender que Jesús les envíe en pobreza de medios indicando que el Reino tiene la fuerza en sí mismo para implantarse. Los discípulos están investidos con la autoridad de Cristo y no necesitan más. Importa sobre todo que no pierdan el tiempo deteniéndose a saludar por los caminos y pongan su interés en la misión.Deben saber, además, que el enemigo acecha y los lobos buscan presas. Por eso son enviados como corderos en medio de lobos. También Jesús es llamado cordero y conoce las embestidas del lobo. Por eso les advierte del peligro. El tesoro del Reino de Dios no puede quedar expuesto a la voracidad de los lobos ni a la astucia de los ladrones.El mensaje que deben anunciar es la paz. Jesús asegura a los suyos que siempre encontrarán gente que acojan la paz, aunque otros le cierren la puerta. No deben preocuparse por cambiar de casas y ciudades. La paz arraiga allí donde es acogida y produce frutos. Por eso, ordena a sus discípulos que permanezcan allí donde les acojan y sacudan hasta el polvo de las sandalias del lugar que les rechace, en testimonio contra ellos.Como signo de que el Reino de Dios está cerca, Jesús da potestad a sus discípulos para sanar a los enfermos, como él mismo hace cuando quiere mostrar el poder de la fe suplicante y de la acción del Dios Salvador. El Reino de Dios es señorío de Dios y vida. Por eso, entrar en el Reino es acoger la salvación que Dios ofrece y participar de su vida.Una vez dados los consejos, los discípulos son enviados, y a la vuelta de su misión comparten con Cristo su alegría. Interesa notar que la clave de esta alegría es, como dicen los discípulos, que hasta los demonios se les someten en el nombre de Jesús. Jesús confirma este hecho con unas palabras que revelan la naturaleza del Reino que ha venido a instaurar: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno». Pocas palabras pueden consolar tanto a los evangelizadores que estas asegurando la certeza del triunfo. El Reino de Dios ha venido a terminar con el poder del mal. Entonces y ahora, quienes somos enviados por Cristo, sabemos que, aunque las apariencias nos induzcan a pensar lo contrario, el mal ha sido vencido, porque Satanás, su padre, ha caído del cielo como un rayo. Esta expresiva imagen de Jesús indica que el príncipe del mal ha perdido todo su poder ante la venida de Cristo y el Reino de Dios, presente en Jesús, se ha abierto paso en la historia de los hombres. Así se explica la alegría de los discípulos cuando retornan de su misión. Esta alegría, la del evangelio proclamado, debería ser la marca distintiva de todos los que nos dedicamos al anuncio misionero. El premio de este trabajo es, por supuesto, el de haber luchado contra el mal, pero Jesús termina su discurso con otro motivo para la alegría: el de saber que nuestros nombres están escritos en el cielo. +César FrancoObispo de Segovia.