Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

Lucía y Ana han sido las encargadas de recoger el IV Premio San Alfonso Rodríguez concedido, a título póstumo, a su madre, Pilar Jiménez Huertas en una emotiva ceremonia de entrega. En ella, las hijas de Pili han estado acompañadas por su padre y su hermana pequeña Raquel. También han estado presentes los padres y una de las hermanas de Pilar, tíos y primos, niños y jóvenes a los que daba catequesis y numerosos amigos, conocidos y feligreses de las parroquias de Palazuelos de Eresma y Tabanera del Monte.

Un acto introducido por David San Juan, miembro de la comisión organizadora de los premios, y que ha comenzado con el recital de música y lectura, casi a modo de diálogo, a cargo de Fernando Hidalgo y José Antonio Barbudo.

Tras ellos, ha tomado la palabra Emilio Calvo párroco de Palazuelos y Tabanera- quien a comenzado leyendo unas palabras sobre Pilar «Pili ha sido parte de las manos de Dios en esta tierra, una sonrisa discreta de la que somos más conscientes ahora que nunca (…) Su testimonio queda reflejado en muchas personas con nombres y apellidos (…) Más allá de los muros de una iglesia, de un edificio que supo trascender y transmitir en su vida diaria».

Emilio ha destacado que Pilar «ha sido y es mujer de familia», como san Alfonso Rodríguez. Pero también, «buscadora de Dios», volcando su vida en un servicio dedicado al Señor y a los demás con sus catequesis, convivencias, dedicando tiempo a niños y jóvenes, y a su parroquia contestando siempre, como san Alfonso, «ya voy, Señor». Finalmente, ha resaltado su humildad, asegurando que era una mujer discreta y sencilla, que siempre estaba cuando se la necesitaba desde el anonimato. Por esto, el párroco ha mostrado su orgullo y agradecimiento por la concesión de este galardón a Pili.

Posteriormente, ha sido el Obispo de Segovia, don César Franco, quien ha tomado la palabra afirmando «me la imagino asomándose por una ventana del cielo, mirando este premio y pensando en el rastro que ha podido dejar aquí de esa belleza que ahora contempla cara a cara». Asimismo, el prelado ha asegurado que el significado del premio (una mano agarrada a un llamador) es el de Cristo, que nos llama. Pero también, es lo que nosotros haremos cuando nos llegue la hora «al término de nuestra vida, llamamos a la puerta que nos abre a la luz y a la felicidad eterna».

Ha sido don César el encargado de entregar ese llamador, recogido por Raquel y Lucía, dos de las tres hijas de Pili. Visiblemente emocionadas y, apenas sin poder articular palabra, han agradecido la concesión del premio a su madre, como una forma de reconocer su labor dentro y fuera de la Iglesia. «Mi madre está con nosotras y con todos los que la habéis querido», ha concluido su hija.

El acto ha concluido con el canto del himno a san Alfonso Rodríguez interpretado al órgano por su creador, don Alfonso María Frechel, y entonado por Fernando Hidalgo junto a todos los presentes.

Premios San Alfonso Rodríguez

El Premio San Alfonso Rodríguez fue instituido por la Diócesis en 2017, con el objetivo de reconocer la labor callada de muchísimos fieles que han dedicado su tiempo y su cariño a los pequeños servicios cotidianos, en favor de la Iglesia y la sociedad segoviana, durante gran parte de su vida.

San Alfonso Rodríguez es nuestro “santo de andar por casa”. Nacido en 1530 en el barrio de El Salvador de Segovia, fue un pequeño empresario de la entonces pujante industria pañera de la ciudad. Con casi cuarenta años, vio morir a toda su familia, mujer e hijos, y vio como la crisis económica de la época lo dejó arruinado. Dejó la ciudad, fue admitido en la Compañía de Jesús como hermano lego y se santificó trabajando otros cuarenta años como portero del colegio jesuita de Palma de Mallorca, atendiendo con prontitud y sencillez a los que llamaban a su puerta.

Uno de los dogmas que más cuesta entender a los cristianos es el del Purgatorio, como estado en que, pasado el umbral de la muerte, el alma se purifica del lastre que deja el pecado en la vida del hombre antes de gozar de la visión de Dios. Los motivos de esta incomprensión son varios: Si afirmamos que Dios perdona los pecados por medio de la confesión, ¿no es suficiente el sacramento para entrar en la gloria? Por otra parte, ¿cómo entender que, si morimos en gracia de Dios, necesitamos esperar a verlo cara a cara? Y, si después de morir, el tiempo cesa, ¿qué significa entonces ese tiempo de purificación que llamamos purgatorio? ¿Cuánto dura? ¿En qué consiste? Las imágenes del fuego purificador con que se representa el estado del purgatorio también pueden confundirnos si las interpretamos literalmente. Es evidente que se trata de una metáfora que no puede entenderse con nuestras categorías materiales que son inadecuadas para representar el más allá. También el fuego es un símbolo del amor que purifica y que incita a la caridad. Sabemos, además, que Dios puede purificar el alma en un instante y devolverle la santidad perdida.

La iglesia, en la Escritura y la Tradición, no nos ha revelado muchas cosas sobre el purgatorio. Es dogma de fe definida en los concilios de Florencia y Trento. Sin embargo, lo sustancial del dogma es muy esperanzador: los fieles que mueren en gracia de Dios están salvados, son miembros de la Iglesia y participan de la comunión de los santos. Por eso, podemos ofrecer por ellos oraciones y limosnas, pues, después de la muerte, ya no pueden merecer para sí mismos. Dado que nadie conoce el estado en que una persona muere, la Iglesia celeste y la que peregrina en el mundo interceden por los difuntos para que alcancen la perfección necesaria para ver a Dios. El pecado mortal, además de romper la amistad con Dios, produce en el alma una debilidad de la fe, esperanza y caridad, que necesita ser superada para hacer desaparecer todo afecto al pecado. Por eso, la penitencia que el sacerdote nos propone al confesarnos y la que nos imponemos libremente, ayudan a purificarnos de todo lo que puede impedir la visión directa de Dios más allá de la muerte.

El santo converso John Henry Newman escribió un poema titulado El sueño de Geroncio, de gran valor literario y teológico, que inspiró al compositor E. Elgar (1857-1934), la obra musical que lleva el mismo título. Newman escribió esta obra maestra cuando tenía 64 años como el testimonio sincero y estremecedor del hombre que, ante la muerte, vislumbra el encuentro definitivo con Dios. El poema, que —repetimos— es de una gran profundidad y belleza literaria, intenta describir el momento en que el alma realiza el tránsito de este mundo al celeste, acompañada, por una parte, de la oración de la iglesia peregrina y de la iglesia triunfante, por otra, que viene en su ayuda. Si hago mención de esta obra es porque, en su ascensión hacia Dios, el alma de Geroncio descubre que la belleza y majestad de Dios es tan infinita que se reconoce indigno de verlo cara a cara: «Yo no merezco ver de nuevo el rostro/ del día y mucho menos Su semblante/ que es el sol mismo. Durante mi vida,/ cuando imaginaba mi purgatorio,/me complacía creer que vislumbrar Su rostro/ como una intensa lumbre entre la llama oscura/me otorgaría fuerzas para el trance».

Así es. Cuando vislumbramos la belleza del rostro de Dios, comprendemos que su «intensa lumbre» nos purifica y nos prepara para el encuentro definitivo con él. Por eso, el cristiano no teme el trance de la muerte ni la purificación que viene tras ella, pues es obra del amor de Dios que perfecciona a su criatura.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

Este domingo, a las cinco de la tarde en la catedral, la diócesis de Segovia contará con un nuevo diácono después de diez años de carestía. Es una gran alegría y un motivo para dar gracias al Señor en la fiesta de san Frutos. Dios sigue llamando a quien quiere y Alvaro Marín —así se llama el nuevo diácono— ha respondido a la llamada.

La vocación es un gran misterio de elección de Dios. La persona siente que Dios pronuncia su nombre y le dice: ¡sígueme! Así fue al principio, cuando Jesús llamó a los Doce, y así es ahora y lo será siempre. Para verificar la vocación, la iglesia pide un tiempo de maduración y estudio. Jesús llamó a los Doce y vivió con ellos varios años educándolos a vivir como él. Fue una auténtica «escuela» en la que aprovechó toda ocasión para iniciarlos en el servicio que un día les confiaría. A esto ahora lo llamamos seminario, «escuela del seguimiento de Jesús». Si leemos los evangelios con atención, nos damos cuenta de que el trabajo no era fácil. Jesús tuvo que cambiar su mentalidad, pues ellos pensaban en poder temporal, en un reino con puestos importantes, y, como Pedro le dijo en una ocasión, esperaban recompensas humanas por haber dejado todo para seguirlo. Hasta en la última cena, a punto de constituirlos sacerdotes de la nueva alianza, estaban discutiendo sobre quién de ellos era el primero. Entre los Doce había de todo: uno publicano, un zelote revolucionario, un pragmático como Tomás, un despistado como Felipe, y hasta un traidor. Eso por no hablar de Pedro, que lo negó tres veces a pesar de haberle jurado fidelidad. Los apóstoles eran hombres como nosotros. De ahí que la tarea de Jesús no fuera fácil.

Durante la cena, hay un momento sobrecogedor. Cristo se levanta, se quita el manto y empieza a lavar los pies de los Doce. Realiza un oficio de esclavo. Quería dejar grabada esta imagen para que nunca olvidaran el ministerio al que los llamaba: amar como él y hacer su propio oficio, que san Hipólito llamaba «diácono del Padre». Jesús había dicho que no había venido a ser servido sino a servir y dar la vida por los suyos (cf. Mc 10,45). Eso significa el diaconado: servir al evangelio, a la Iglesia y, en especial, a los pobres. Fue instituido por los apóstoles para poder dedicarse ellos a la oración y al ministerio de la palabra. Eligieron a siete varones, llenos de espíritu y de sabiduría, que les ayudaron en la edificación de la Iglesia. Aunque sea el primer paso hacia el sacerdocio, el diaconado tiene la capacidad de revelar la esencia del ministerio como servicio incondicional. San Ignacio, obispo de Antioquía, decía que los diáconos tenían encomendado el ministerio de Jesucristo, y debían ser respetados como a Jesucristo, puesto que eran «ministros de los misterios de Cristo». Él mismo los llamaba «consiervos míos».

La Iglesia de Segovia se alegra con esta ordenación diaconal. Da gracias a Dios por el nuevo diácono, por su familia que lo educó en la fe, por la parroquia de santa Teresa donde descubrió la vocación y por el seminario donde ha madurado hasta este momento. Una vocación es un inmenso regalo. La Iglesia discierne la llamada de Dios y la confirma en la ordenación. Sólo tenemos motivos para la acción de gracias y la alabanza. Y también para seguir pidiendo al Señor que envíe operarios a su mies. Nunca debe faltar la oración por las vocaciones. Sabemos que Jesús, antes de elegir a los Doce, pasó la noche entera en oración. Quería saber que aquellos doce primeros discípulos eran los que su Padre le daba para llevar adelante su misión en el mundo. Oremos, pues, sin desfallecer para contar siempre con ministros de Cristo que nos ofrezcan la salvación.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

álvaro marín
 El joven seminarista segoviano Álvaro Marín Molinera será ordenado diácono el próximo domingo 25 de octubre. Coincidiendo con la festividad del patrón de la diócesis, san Frutos, la S.I. Catedral acogerá la celebración a partir de las cinco de la tarde, presidida por el obispo, D. César Franco.

Álvaro, de 24 años y con formación en el Teologado de Ávila y en la Universidad Pontificia de Salamanca, se convierte así en el primer ordenado en la última década. Diez años de carestía y de escasez vocacional que convierten esta ordenación en un motivo de orgullo y júbilo para la diócesis.

Familiares, amigos, sacerdotes y fieles acompañarán a Álvaro en este día tan especial en su camino hacia el ministerio sacerdotal, con el que comienza una nueva etapa al servicio de la Iglesia segoviana y su pastor, el Sr. Obispo.

Celebración en la Catedral

La Eucaristía de ordenación diaconal es una celebración en la que se suceden varios momentos de especial relevancia para el futuro diácono. Tras el Evangelio, tiene lugar el acto de reconocimiento de que Álvaro Marín es un candidato digno para ser ordenado. «Después de haber consultado al pueblo cristiano, doy testimonio de que ha sido considerado digno», son las palabras que pronunciará D. Juan Cruz Arnanz, rector del Seminario diocesano.

Posteriormente, Álvaro efectuará sus promesas, aquellas que contribuyen a la realización de sus funciones: celibato, obediencia y colaboración con el obispo, rezar la Liturgia de las Horas, atender el altar… Y tras ello, el joven seminarista segoviano protagonizará la postración, momento en el que se invocará la intercesión de los santos mediante el canto de las letanías.

A continuación, tendrá lugar el rito de ordenación diaconal con la imposición de manos y la plegaria de ordenación, tras el que Álvaro recibirá su estola al estilo diaconal y será vestido con la dalmática.

Por último, recibirá el libro de los Evangelios como símbolo de su misión de anunciar la Buena Nueva mientras D. César pronuncie estas palabras: «Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado».

El ministerio diaconal

Los diáconos se ordenan mediante la imposición de las manos heredada de los Apóstoles, para desempeñar eficazmente su ministerio por la gracia sacramental. Por eso, ya desde la primitiva época de los Apóstoles, la Iglesia Católica ha tenido en gran honor el sagrado Orden del diaconado.

Es oficio propio del diácono, administrar solemnemente el Bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al Matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el Viático a los moribundos, leer la sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y la oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y de la sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: “Compasivos, diligentes, actuando según la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos”. (Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, núm. 29)

cartel san alfonso

La Diócesis de Segovia ha concedido el IV Premio San Alfonso Rodríguez a Dña. Pilar Jiménez Huertas (Pili). Este galardón fue instituido por la diócesis en 2017 con el objetivo de reconocer la labor callada de muchísimos fieles que han dedicado su tiempo y su cariño a los pequeños servicios cotidianos, en favor de la Iglesia y la sociedad segoviana, durante gran parte de su vida.

En nuestros días, hay muchos san Alfonsos Rodríguez entregados a una multitud de labores muy necesarias que pueden pasar desapercibidas. Una de estas personas ha sido Pilar Jiménez Huertas, madre de familia y feligresa de Palazuelos de Eresma y Tabanera del Monte. Desde joven, realizó todo tipo de labores sencillas y necesarias con un espíritu humilde y colaborador: catequesis de niños y jóvenes, animación de grupos parroquiales, atención al templo, convivencias, campañas solidarias, talleres… Una persona que nos ha dejado, legando una vida de entrega al servicio discreto a los demás, como nuestro santo segoviano.

El galardón se le entregará el próximo sábado 31 de octubre, precisamente el día en que celebramos a san Alfonso, a las cinco y media de la tarde (17.30h) en la iglesia del Seminario, guardando todas las medidas de seguridad. El acto vendrá precedido por un sencillo recital de música y lectura de textos de san Alfonso, san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús, a cargo de D. Fernando Hidalgo y D. José Antonio Barbudo, y concluirá con el canto compartido del himno a San Alfonso Rodríguez.

San Alfonso Rodríguez es nuestro “santo de andar por casa”. Nacido en 1530 en el barrio de El Salvador de Segovia, fue un pequeño empresario de la entonces pujante industria pañera de la ciudad. Con casi cuarenta años, vio morir a toda su familia, mujer e hijos, y vio como la crisis económica de la época lo dejó arruinado. Dejó la ciudad, fue admitido en la Compañía de Jesús como hermano lego y se santificó trabajando otros cuarenta años como portero del colegio jesuita de Palma de Mallorca, atendiendo con prontitud y sencillez a los que llamaban a su puerta.

El delegado diocesano del Secretariado de Misiones, D. Isaac Benito Melero, ha estado acompañado esta mañana por D. José Ponce y D. Fidele Nkanza para presentar la campaña de la Jornada Mundial por la Evangelización de los Pueblos, el DOMUND, que celebramos el domingo 18 de octubre.

«Aquí estoy, envíame» es el lema de este año, unas palabras que nos recuerdan que todos tenemos una misión que cumplir. De forma especial, como ha resaltado D. Isaac, recordamos al más de centenar de misioneros que la diócesis tiene repartidos por los cinco continentes. El delegado de misiones ha querido recordar que, «la forma más importante de colaborar es con la oración, pero no la única». De esta forma, ha añadido que se puede colaborar con el DOMUND con tiempo, ejerciendo de misionero permanente o voluntario y, como siempre, con aportaciones económicas.

En este último apartado se ha detenido D. Isaac para recordar que, a causa de la pandemia y las restricciones de aforo en los templos, este año hay más posibilidades de colaborar de manera telemática. Así, se puede hacer un donativo mediante BIZUM, por transferencia bancaria en la cuenta de las Obras Misionales Pontificias (OMP), por teléfono o a través de la página web del DOMUND.

Asimismo, también ha resaltado que, como novedad, este año ha surgido una nueva forma de colaboración, una carrera virtual que se desarrollará los días 17 y 18 de octubre.

Un mexicano en Segovia

ponce Por su parte, D. José Ponce ha querido contar su historia personal. Originario de México, ha dicho que es una de esas llamadas «vocaciones tardías», puesto que ingresó en los Operarios del Reino de Cristo en 2003. Ponce ha destacado que su motivación ha sido siempre la cita bíblica «reconciliaos con Dios» (Cor2, 5-20), la cual le ha llevado siempre a actuar respondiendo a la pregunta «¿qué podemos hacer para vivir así, reconciliados con Dios?».

 Asimismo, ha subrayado que la misión no es solo ir a un país lejano a colaborar con sus gentes, sino «ayudar al de al lado, aquí y ahora». La misión de cada uno ha de ser colaborar con quien más lo necesita también en la cercanía, «y si doy para hacer más, lo haré con mucho gusto», ha concluido el mexicano.

 

Del calor del Congo al frío de la sierra


fideleDe su lado, D. Fidele Nkanza, natural de la República Democrática del Congo, ha comenzado relatando sus orígenes en una familia cristiana, puesto que su padre era animador pastoral. «Yo colaboraba como monaguillo, en el coro… sin darme cuenta de que algo estaba surgiendo ahí», ha comentado.

Nkanza ha subrayado que «aceptar la misión no es fácil», ya que supone salir del país de origen para ayudar en otro lugar, añadiendo que lo más importante es aceptar, porque con el Señor «siempre sale bien». Igualmente, ha querido incidir en que la ayuda que se envía a los países necesitados «sí que llega: yo de pequeño llevaba una camiseta que ponía Ibiza sin conocer que eso era España», ha relatado.

Agradecido de que en su país la pandemia no haya llegado ni afectado tan profundamente como aquí, ha querido recordar que nuestra misión es «ayudar al que está en la puerta de al lado», para añadir que la pandemia nos tiene que servir para darnos cuenta de que «debemos abrir nuestro corazón para ayudar a todo aquel que lo necesite, en cualquier ámbito y de cualquier forma».

Finalmente, D. Isaac (quien ejerció como misionero durante 23 años en África) se ha mostrado «agradecido y lleno de gozo» porque José Ponce y Fidele Nkanza son el ejemplo de que «la misión evangelizadora tiene sus frutos».

 

 web domund

El lema del Domund para este año tiene aire profético. Recuerda la vocación de Isaías, cuando, después de haber sido purificados sus labios con un ascua encendida, dice a Dios: «aquí estoy, mándame». La disponibilidad del profeta es total ante la llamada de Dios. Es la misma disponibilidad de los apóstoles de Jesús cuando éste los llama: dejándolo todo, lo siguieron.

Es imposible ser miembros de la Iglesia y no estar disponibles a la misión. La llamada de Dios es imperiosa, no admite demoras. No podemos reducir el Domund a una colecta extraordinaria, a unas celebraciones litúrgicas especiales, o a testimonios emotivos de misioneros que acuden a las parroquias a contarnos su vida. Todo eso está bien. La misión ad gentes es mucho más.

En primer lugar, es tomar conciencia de que «aquí estoy». Soy yo, mi persona, quien es interpelada por la llamada de Dios. Estamos en el mundo con una misión, cada persona es misión. Dios cuenta conmigo para cooperar en la obra redentora de Cristo que se extiende generación tras generación. «Aquí estoy» significa reconocer que mi existencia es un regalo de Dios al mundo. Solo quien toma conciencia de lo que significa existir como don y regalo de Dios a los hombres, puede decir con pleno sentido «aquí estoy».

En segundo lugar, la misión ad gentes implica decir «envíame». Nadie se da a sí mismo la misión ni la vocación. Ambas cosas unidas vienen de Dios. Somos llamados para ser enviados. Sólo así podemos realizar una misión que no es nuestra, ni en la que tenemos la iniciativa. Dios solo es quien envía y nos prepara para la misión con el don de la disponibilidad. Sin esta libertad, centrada en la voluntad de Dios, reduciríamos la misión a una empresa particular en la que me siento protagonista. No es así. El protagonismo en la Iglesia lo tiene el Espíritu Santo, que se sirve de los cristianos para llevar adelante la expansión del cristianismo. La disponibilidad al Espíritu Santo es, como dicen los Padres de la Iglesia, la actitud primordial del cristiano, de la que derivan las demás: fortaleza, ánimo apostólico, alegría, capacidad de entrega, fidelidad hasta el martirio.

Cuando pensamos en la misión, nos creemos importantes por lo que aportamos a países necesitados. Todo esto es verdad. Pero el primer beneficiado de la misión es el enviado por Dios. Su vida, en las manos de Dios, adquiere un sentido nuevo porque se convierte en un signo de la misión de Cristo en el mundo. Así como Cristo, en cuanto enviado, es el signo del amor del Padre, así los enviados por Cristo son signos suyos y de su salvación. Lo dice claramente Jesús en el discurso de despedida: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». Para vivir la misión en la Iglesia no podemos perder este horizonte que nos remite al Enviado por excelencia, Jesús, el Hijo de Dios. Identificarse con Cristo en su propia misión es necesario para ejercer la nuestra y olvidarnos de nosotros mismos para ser fecundos como el grano de trigo que cae en tierra. Las palabras de Jesús adquieren un sentido nuevo cuando las acogemos desde esta perspectiva. No existimos para que nos sirvan, sino para servir; no vivimos para conservar la vida, sino para perderla; no buscamos nuestra propia gloria, sino la de Dios; no somos dueños de ninguna parcela en la Iglesia, sino trabajadores de la viña del Señor; no ostentamos poderes mundanos, sino espirituales en orden a incorporar a los hombres a la Iglesia, Cuerpo de Cristo. En definitiva, somos enviados para testimoniar que Cristo ama al mundo y lo ha redimido con la entrega de sí mismo. Solo viviendo así podemos decir: «Aquí estoy, envíame».

 

+ César Franco
Obispo de Segovia.

El día 30 de septiembre el Papa Francisco publicó una carta en el XVI centenario de la muerte de san Jerónimo que ha pasado bastante desapercibida. Además de la que ha dirigido a los monjes del Parral, único monasterio de jerónimos en el mundo, ésta a la que me refiero es un elogio de la figura del traductor de la Biblia al latín, que ha pasado a la historia con el nombre de Vulgata, porque se convirtió en el alimento para el pueblo (vulgo) cristiano durante siglos. La carta lleva por título Scripturae Sacrae Affectus, pues es lo que distinguió a san Jerónimo: un afecto vivo y tierno por la Palabra de Dios, a la que consagró todas sus energías desde una experiencia de conversión en la que Cristo le echó en cara que era más ciceroniano que cristiano porque estimaba más la lengua latina que los escritos bíblicos por considerarlos demasiado toscos e imprecisos para su refinado gusto literario.

San Jerónimo estudió en Roma retórica con ilustres maestros de su tiempo y dio un giro a su vida cuando descubrió el tesoro de la Biblia y se entregó a su meditación, estudio y traducción. Primero en Roma, como colaborador del Papa español san Dámaso, después en el desierto de Calcis, estudiando griego y hebreo, luego en Egipto y, finalmente, en Belén, donde fundó junto a la gruta del nacimiento de Jesús dos monasterios «gemelos» de hombres y mujeres que atendió como maestro espiritual y a los que inició también en el estudio de la Palabra de Dios.

El trabajo de san Jerónimo fue ingente. Con los medios de entonces, sirviéndose de las Hexaplas de Orígenes, entre otros instrumentos de trabajo, entendió que la Palabra de Dios debía ser accesible al pueblo cristiano y se enfrascó en su traducción desde las lenguas originales, pensando no sólo en sus discípulos y en los estudiosos que un día se dedicaran a la Escritura sino en la gente llana. Como dice el papa Francisco, Jerónimo ofrecía su trabajo a los demás como un munus amicitiae (oficio de amistad) a través del cual edificaba la Iglesia.

La personalidad de este padre de la Iglesia latina conjugaba, según el Papa, la entrega total a Dios por amor a Cristo crucificado y el estudio constante y arduo de la Sagrada Escritura, cuya lengua, retórica y figuras distaban mucho del mundo clásico en el que se educó. La Biblia se presentaba como un «libro sellado» que necesitaba la mano del intérprete cuya clave era Cristo. San Jerónimo dio un paso de gigante en lo que llamamos inculturación puesto que su dominio de las lenguas permitió «una comprensión más universal del cristianismo y, al mismo tiempo, más acorde con sus fuentes». La traducción de la Vulgata, dice Francisco, supone un acto de hospitalidad lingüística que favorece la cultura del encuentro, puesto que abre el mundo de la lengua a nuevas comprensiones. ¡Atinado pensamiento en una época de tanta ignorancia, especialmente en materia religiosa, que impide la apertura de la inteligencia al conocimiento de las culturas que han tenido cabida en la Biblia! Por eso, el Papa lanza este desafío a los jóvenes: «Vayan en busca de su herencia. El cristianismo los convierte en herederos de un patrimonio cultural insuperable del que deben tomar posesión. Apasiónense de esta historia, que es de ustedes. Atrévanse a fijar la mirada en Jerónimo, ese joven inquieto que, como el personaje de la parábola de Jesús, vendió todo lo que tenía para comprar “la perla de gran valor”» (Mt 13,46).

Os animo, pues, a leer esta carta que presenta su figura con viva actualidad. Como escribió de él su amigo Nepociano: «Por la asidua lectura y la meditación prolongada, había hecho de su corazón una biblioteca de Cristo».

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

«Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras». Franciscus

El Papa Francisco ha presentado hoy «Fratelli tutti», la tercera encíclica de su pontificado. Francisco la define como una “encíclica social” que coge su título de las “Admoniciones” de san Francisco de Asís, quien utilizó esas palabras “para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio”. El santo “no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios”, escribe el Papa, y “fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna”. De esta forma, la Encíclica pretende promover una aspiración mundial a la fraternidad y la amistad social a partir de una pertenencia común a la familia humana, del hecho de reconocernos como hermanos porque somos hijos de un solo Creador. Abierta por una breve introducción y dividida en ocho capítulos, la Encíclica recoge muchas de las reflexiones del Papa sobre la fraternidad y la amistad social, pero colocadas “en un contexto más amplio” y complementadas por “numerosos documentos y cartas” enviados a Francisco por “tantas personas y grupos de todo el mundo”.

Amor, derechos y gobernanza mundial

La Encíclica responde con un ejemplo luminoso, un presagio de esperanza: el del Buen Samaritano. Francisco nos exhorta a “salir de nosotros mismos” para encontrar en los demás “un crecimiento de su ser”, abriéndonos al prójimo según el dinamismo de la caridad que nos hace tender a la “comunión universal”. Una sociedad fraternal será aquella que promueva la educación para el diálogo con el fin de derrotar al “virus del individualismo radical” y permitir que todos den lo mejor de sí mismos. El derecho a vivir con dignidad no puede ser negado a nadie, dice el Papa, y como los derechos no tienen fronteras, nadie puede quedar excluido, independientemente de donde haya nacido. A las migraciones está dedicada parte del segundo y todo el cuarto capítulo. Hay que evitar migraciones no necesarias, afirma el Pontífice, creando en los países de origen posibilidades concretas de vivir con dignidad. Lo que se necesita sobre todo -según recoge el documento- es una gobernanza mundial, una colaboración internacional.

La política, al servicio del bien común

“La mejor política” es una de las formas más preciosas de la caridad porque está al servicio del bien común y conoce la importancia del pueblo. La mejor ayuda para un pobre, explica el Papa, no es sólo el dinero, que es un remedio temporal, sino el hecho de permitirle vivir una vida digna a través del trabajo. También es tarea de la política encontrar una solución a todo lo que atente contra los derechos humanos fundamentales, como la exclusión social; el tráfico de órganos, tejidos, armas y drogas; la explotación sexual; el trabajo esclavo; el terrorismo y el crimen organizado. Fuerte es el llamamiento del Papa a eliminar definitivamente el tráfico, la “vergüenza para la humanidad” y el hambre, que es “criminal” porque la alimentación es “un derecho inalienable”. La política que se necesita, subraya Francisco, es la que dice no a la corrupción, a la ineficiencia, al mal uso del poder, a la falta de respeto por las leyes.

Bondad, paz y perdón

Del capítulo titulado “Diálogo y amistad social”, surge también el concepto de la vida como “el arte del encuentro” con todos, incluso con las periferias del mundo y con los pueblos originarios, porque “de todos se puede aprender algo, nadie es inservible”. El séptimo, recoge una reflexión sobre el valor de la paz. En una sociedad, todos deben sentirse “en casa” – escribe el Papa –. Por esta razón, la paz es un “oficio” que involucra y concierne a todos y en el que cada uno debe desempeñar su papel. Y ligado a la paz está el perdón: se debe amar a todos sin excepción, dice la Encíclica, “pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable”. 

La pena de muerte, inadmisible 

Francisco expresa una posición igualmente clara sobre la pena de muerte: es inadmisible y debe ser abolida en todo el mundo. “Ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal – escribe el Papa – y Dios mismo se hace su garante”. Así, hace dos llamamientos: no ver el castigo como una venganza, sino como parte de un proceso de reinserción social, y mejorar las condiciones de las prisiones, respetando la dignidad humana de los presos, pensando también que la cadena perpetua “es una pena de muerte oculta”. En el octavo y último capítulo, el Pontífice se ocupa de “Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo” y reitera que la violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas, sino en sus deformaciones. Finalmente, recordando a los líderes religiosos su papel de “mediadores” que se dedican a construir la paz, hace alusión al “Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común”, firmado por él el 4 de febrero de 2019 en Abu Dabi, junto con el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb: de este hito del diálogo interreligioso, el Pontífice recoge el llamamiento para que, en nombre de la fraternidad humana, se adopte el diálogo como camino, la colaboración común como conducta y el conocimiento mutuo como método y criterio.

Documentos que puede leer y descargar para conocer la nueva Encíclica

*Imagen de la noticia: Vatican Media

presentación infante

El trascoro de la Catedral de Segovia ha sido el lugar elegido para dar a conocer los resultados del estudio antropológico de los restos del Infante don Pedro. Los encargados de presentar cada detalle de la investigación han sido el Catedrático de Medicina Legal y Forense de la Universidad de Granada, José Antonio Lorente Acosta, y el Jefe del Servicio de Radiología del Hospital Universitario Clínico San Cecilio de Granada, José Luis Martín Rodríguez, presidiendo el acto el Deán de la Catedral de Segovia, Ángel García Rivilla. No ha podido estar presente finalmente la Catedrática de Antropología Física, Inmaculada Alemán Aguilera, encar-gada de esta primera fase de la investigación.

Tras varios meses de espera y después de que se descubriera el hallazgo de los huesos el 18 de noviembre, se anunciaban los resultados finales en torno a la edad del Infante y patologías previas. Según el informe antropológico, los tres huesos encontrados corresponderían al mismo individuo, el Infante don Pedro, y su edad en el momento de la muerte sería de entre 6 meses y 1 año y medio. Debido al mal estado de los restos óseos hallados, en esta primera fase correspondiente al estudio antropológico no se ha podido especificar el sexo.

Comparación huesos Infante

Otra de las conclusiones extraídas afirma que las alteraciones observadas sugieren que pudiera haber un proceso metabólico que altera el desarrollo y produce estas modificaciones. El Infante, antes de su muerte, podría haber padecido raquitismo. Este diagnóstico se observa en el extremo distal del fémur derecho, así como en el proximal de la tibia, que muestran un claro engrosamiento. Unido al arqueamiento de la diáfisis de la tibia y a la rotación externa de la metáfisis proximal se puede indicar que sufrió esta enfermedad. El estudio también concreta que los tres huesos encontrados se tratarían de un fragmento medial de diáfisis de un fémur izquierdo, el extremo distal de un fémur derecho que conserva la metáfisis y una tibia derecha. 

Para llegar hasta estas conclusiones que aclaran la edad de la muerte del Infante, patologías previas y huesos encontrados, se han llevado a cabo diferentes pruebas desde el área de antropología de la UGR y en el Servicio de Radiodiagnóstico del Hospital Clínico San Cecilio de Granada. En el Departamento de Medicina Legal, Toxicología y Antropología Física de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, los trabajos dirigidos por Inmaculada Alemán se han concretado en el estudio comparativo con huesos de individuos de edades similares, procedentes de la colección osteológi-ca depositada en Granada, un modelo tridimensional de los huesos mediante un escáner de superficie, entre otras pruebas.

Desde el departamento de antropología se enviaron los restos óseos para el estudio radiológico al Servicio de Radiodiagnóstico del Hospital Clínico San Cecilio, dirigido por José Luis Martín Rodríguez. En el hospital granadino se realizó una adquisición volumétrica de los huesos mediante un estudio de Tomografía Computarizada con modelo Philips Brillance 64 y una impresión 3D de los restos óseos con grosor de 0,4 mm.

Una vez sometidos los restos a las pruebas mencionadas, los huesos se trasladaron de nuevo al laboratorio de la Universidad de Granada. Para el estudio genético se seleccionó la tibia, único hueso cuya diáfisis está completa, con una longitud de 98,25 mm, debido a su mejor estado de conservación. Esta segunda fase dirigida por el Catedrático de Medicina Legal y Forense de la Universidad de Granada, José Antonio Lorente Acosta, aún está en proceso y se informará con los resultados.

Los dos fragmentos óseos restantes fueron llevados de vuelta a Segovia para su inhumación el 20 de diciembre del 2019 en el mismo sepulcro donde se hallaron, dentro del cofre rojo.

El Cabildo Catedral ha ofrecido durante este proceso de investigación y, desde la mayor transparencia posible, toda la información a través de los canales oficiales de la Catedral. Además, el Cabildo agradece a los profesionales involucrados y sus instituciones el trabajo realizado y la estrecha colaboración desde el primer momento.

Aquí puede consultar y descargar el INFORME RADIOLÓGICO y el INFORME ANTROPOLÓGICO realizado a los restos del Infante.