Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

casa

 

El Obispado de Segovia ha firmado un convenio de colaboracíon con Cáritas Diocesana en virtud del cual se cederán a la organización las casas parroquiales rehabilitadas de varios pueblos de la provincia que, en la actualidad, se encuentran vacías. De esta forma, las viviendas podrán ser alquiladas, mediante el pago de un alquiler social, por familias que estén incluidas en alguno de los programas de Cáritas y que se encuentren en situación de vulnerabilidad socioeconómica. Este convenio se desarrolla en aplicación del convenio que el Obispado de Segovia firmó hace varios años con la Junta de Castilla y León con la misma finalidad.

Actualmente, el proyecto ya cuenta con una familia beneficiaria, que ya reside en la casa parroquial de un pequeño pueblo de la provincia. Ellos son los dueños de su economía y su hogar y, con el respaldo de Cáritas, están emprendiendo un nuevo camino que les permitirá construir su proyecto de vida familiar de forma más desahogada. Gracias la firma de este convenio colaborativo, el Obispado y Cáritas Diocesana también aportan su grano de arena para reactivar la vida de todos esos pueblos de la provincia que, poco a poco, van perdiendo a sus habitantes, viendo cómo jóvenes y niños ya no pasean por sus calles y lamentando el cierre de muchos servicios básicos.

En definitiva, mediante esta colaboración se dota de vida a esa 'España vaciada' a la vez que, como objetivo principal y más importante, se trata de aminorar la problemática de muchas familias segovianas para acceder a una vivienda a causa de los precios excesivos, las exigencias de las condiciones económicas y laborales, y las consecuencias socioeconómicas que está dejando también la pandemia de la Covid-19.

Miércoles, 31 Marzo 2021 19:02

REVISTA DIOCESANA ABRIL 2021

Loading...

D Cesar Misa Crismal2

 

Después de someterse a la prueba pertinente y obtener un resultado negativo en el test por Covid-19, y tras unos días presentando décimas de fiebre, el médico de nuestro obispo Monseñor César Franco -tras valorar la escasa respuesta a los antibióticos orales-, ha considerado conveniente proceder a su ingreso en el mismo hospital de Madrid donde fue tratado durante su convalecencia por intoxicación.

La finalidad de este ingreso es proceder a su tratamiento mediante la aplicación de antibióticos por vía intravenosa, así como hacer un seguimiento constante y cercano de la evolución de la fiebre.

Don César quiere transmitir a sus diocesanos un mensaje de tranquilidad, pues se encuentra bien, y lamenta que este contratiempo tenga lugar, precisamente, en estos días de Semana Santa que hubiese deseado celebrar con sus fieles en la Catedral. Asimismo, muestra su ánimo y esperanza para poder reincorporarse lo antes posible a sus tareas pastorales. Como siempre, tendrá muy presentes a todos los fieles en sus oraciones, y nos pide que nos acordemos de él en las nuestras.

Agradecemos que respeten la intimidad y el descanso de nuestro obispo durante los próximos días. Informaremos de la evolución de su salud cuando sea oportuno.

La importancia de los dogmas se valora, entre otros argumentos, por los ataques que reciben. Desde el inicio del cristianismo, verdades como la encarnación del Hijo de Dios y la resurrección se atacaron fuera y dentro de la Iglesia. La razón era la misma: desprecio por la carne, que se consideraba indigna de Dios e incompatible con la vida del más allá. Ya en escritos del Nuevo Testamento se defiende con firmeza que Dios y la carne del hombre no son incompatibles. San Pablo tuvo que salir en defensa de la resurrección de Cristo, sin la cual el cristianismo sería una pura ficción.

Cuando, a partir del siglo XVIII, comienza la crítica racionalista de los evangelios, el punto de mira es la resurrección de Cristo, que queda diluida en una experiencia íntima de los apóstoles, los cuales no se resignaban al fracaso de Jesús. Cuando se vuelve la mirada a los datos utilizados para convertir la resurrección en un producto de la subjetividad de los apóstoles, muchos críticos —de entonces y de ahora— han reconocido la debilidad de los argumentos al servicio de la sospecha que los racionalistas dejaron caer sobre la credibilidad de los testigos oculares de los acontecimientos. Se necesita más fe para aceptar sus argumentos que para creer sencilla y llanamente en los escritos del Nuevo Testamento.

Esta sospecha, sin embargo, ha calado en muchos católicos que consideran la resurrección de Cristo como mera retórica para afirmar que Jesús sigue vivo en la memoria de la Iglesia. Lo de menos es si su cuerpo ha resucitado o no. Lo que importa es la fe en que sigue vivo. Es obvio que esto no es la fe cristiana, sino un vago sentimiento con que se consuela quien ha dejado de creer como creyeron los apóstoles y como ha creído la iglesia desde siempre. Hay católicos que dan más credibilidad a lo que dice un teólogo de fama que al conjunto de la iglesia cuando confiesa la fe o a los sucesores de los apóstoles, cuya misión es transmitir la verdad revelada.

La resurrección de Cristo es un hecho sucedido en la historia y atestiguado por las apariciones del Resucitado que explican el hallazgo del sepulcro vacío. En tiempos de Jesús era imposible hablar de resurrección sin que implicara el cuerpo que había sido enterrado. Por otra parte, la resurrección no es una mera resucitación, o retorno a la vida física, como fue el caso de Lázaro. Resucitar significa que el cuerpo humano es transformado en cuerpo «espiritual», «celeste», gracias a la acción directa de Dios. Por eso, la resurrección de Cristo es considerada como la entrada con su cuerpo glorioso en el ámbito propio de Dios.

Esto aparece muy claro en los relatos de las apariciones de Jesús, que subrayan algunos aspectos para mostrar que nos hallamos ante una experiencia sobrenatural y no ante ingenuas narraciones para hacer creer lo que, según los críticos, en realidad no sucedió. En las apariciones, Jesús siempre lleva la iniciativa. Solo le reconocen cuando él quiere y se les muestra en su nueva condición. En todas las apariciones, los destinatarios reconocen que Jesús se les ha mostrado, no lo han descubierto ellos, deseosos de que su causa perviviera. En realidad, los apóstoles no creían en la resurrección. De ahí que no den fe a lo que cuentan las mujeres, las primeras a las que Jesús se mostró vivo. Más inexplicable es la conversión de san Pablo. No solo no creía en Jesús, sino que perseguía a los cristianos. Las variopintas interpretaciones que se han dado para explicar su conversión en el camino de Damasco, solo producen risa. En realidad, pretender que el cristianismo se sostiene en una sarta de mentiras es más increíble que reconocer que Dios ha actuado con poder resucitando a su Hijo.

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

crismal4

 

En la mañana de este Lunes Santo, la Catedral ha acogido a la comunidad presbiteral de la Diócesis de Segovia para celebrar la misa crismal. Este año, las condiciones sanitarias a causa de la pandemia sí han permitido que la Eucaristía haya tenido lugar en su día habitual, respetando las medidas pertinentes de aforo e higiene para evitar la propagación de la Covid-19. Además, la presencia del Obispo Emérito, D. Ángel Rubio Castro, ha sumado simbolismo a esta celebración ya de por sí tan especial en la que se ha bendecido el Crisma y los sagrados óleos. Como es habitual, los sacerdotes de la Diócesis han renovado las promesas de su ministerio sacerdotal, con origen en la llamcrismal1ada personal que Cristo les hizo para enviarles a predicar. 

En su homilía, el Obispo de Segovia, Mons. César Franco, ha señalado la misa crismal como «la celebración litúrgica más significativa de la comunión existente entre el obispo y su presbiterio, y entre el presbiterio y el pueblo de Dios». Sabedores de que la Iglesia ha de ser para el mundo, y viceversa, el prelado ha recordado que no deben existir dudas sobre la misión de Jesús, tampoco sobre la nuestra. 


Haciendo alusión a la pandemia en la que, más de un año después, seguimos inmersos, don César ha querido subrayar que, tanto cuando el mal nos aflige como cuando el bien nos inunda, «entre los hombres existe una conexión innegable». Así, ha manifestado que el mayor bien que la Iglesia puede transmitir es el de la unción, a través de la cual puede sanar, liberar, restcatar al hombre y liberarlo del pecado. 

Monseñor Franco ha resaltado que «el pecado más grave de los cristianos, pues supone la pérdida de su identidad» es apagar el Espíritu o despreciar las profecías puestcrismal2o que esto supone renunciar a ser «luz del mundo y sal de la tierra». Así, en este mundo en el que hemos dejado de creer, los cristianos y los sacerdotes, por medio de la unción, tenemos la capacidad de juzgar, «no de condenar» y poner de manifiesto que por medio del carisma, «iluminamos las situaciones de este mundo desde una perspectiva inusitada, la profética».

Antes de renovar los compromisos sagrados asumidos en la ordenación sacerdotal, don César ha recordado a la comunidad presbiteral que el Señor ha confiado en ellos para guiar al pueblo en un «oficio de amor», recordando que los óleos de catecúmenos y enfermos y el santo crisma son la respuesta de Dios para pasar «de la ceguera a la luz».

Finalmente, el Obispo de Segovia ha llamado a la esperanza y a proclamar que a pesar de pandemias y sufrimientos, el hombre tiene en Cristo la respuesta a sus deseos de felicidad y salvación.

A continuación reproducimos al completo la homilía pronunciada por Monseñor César Franco Martínez en la misa crismal. 

  

******

crismal3

 

MISA CRISMAL DE LUNES SANTO, MONS. CÉSAR FRANCO MARTÍNEZ

(Puedes descargar el texto completo pinchando aquí)

 

La misa crismal es la celebración litúrgica más significativa de la comunión existente entre el obispo y su presbiterio, y entre el presbiterio y el pueblo de Dios. En el centro está Cristo, «que nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre» (Apc 1,5-6). Cuantos estamos aquí somos su pueblo, su reino y sacerdotes, en razón de nuestro bautismo. Para el servicio de este pueblo de Dios, hemos sido ungidos ministros del Señor quienes recibimos la capacidad de ungir a otros y mantener viva la alianza entre Dios y su pueblo. El obispo y los presbíteros somos miembros del pueblo santo y servidores de su identidad y santidad. Por eso, hoy, recordando nuestra unción ministerial, renovaremos a favor de nuestros hermanos las promesas sacerdotales, que tienen su origen en la llamada personal de Cristo que nos eligió para que estuviéramos con él, a su servicio, y para enviarnos a predicar y sanar a los hombres. Esta eucaristía —insisto— expresa la relación entre el Ungido del Señor —Jesús es el Cristo—, el Crisma, que lo representa, y los ungidos por los diversos sacramentos. La Iglesia aparece en su dinamismo misionero con la tarea de atraer a los hombres hacia Cristo, fuente y guía de la salvación.

La Iglesia no es para sí misma, sino para el mundo. Y el mundo —como decían los Padres— es para la Iglesia. En el horizonte de las promesas de Isaías, cumplidas en Cristo, aparecen los destinatarios de la misión: los pobres, los corazones desgarrados, los cautivos y afligidos, los ciegos y cuantos viven en las tinieblas del pecado. Jesús se define a sí mismo como el que viene a cumplir esta Escritura profética, entonces y ahora. No hay duda sobre su misión ni puede haberla sobre la nuestra. La pandemia que estamos viviendo nos permite reconocer que entre los hombres existe una conexión innegable cuando el mal nos cerca y aflige. Nadie puede sentirse e indiferente ante el mal de los otros. Sería una grave irresponsabilidad, un fratricidio. Pero del mismo modo que el mal —tanto físico como moral— nos estrecha en una solidaridad inevitable, el bien también lo hace.
Hay un bien, sin embargo, que solo puede trasmitir la Iglesia en cuanto Cuerpo y sacramento de Cristo: es el bien gratuito que nos viene del misterio pascual, el bien que trasciende las posibilidades humanas, el bien que llamamos «unción». Gracias a esta unción, la Iglesia puede sanar, liberar, rescatar al hombre de sus esclavitudes más hondas y redimirlo del dinamismo del pecado que conduce a la muerte. La «unción» es el don del Espíritu que, introducido en la entraña de este mundo, lo conduce hacia la verdadera libertad de los hijos de Dios. La «unción» es la capacidad de perdonar los pecados, regenerar al hombre caído, y renovar la creación entera que gime con dolores de parto aspirando a su plenitud. Nada de esto sería posible sin el Ungido de Dios, Jesús a quien llamamos Cristo.

Se comprende, pues, que la liturgia de este día nos remita a la identidad de nuestra condición de «ungidos». Reavivemos el carisma bautismal, reavivemos el carisma de la imposición de manos en el sacramento del orden. Reavivemos nuestra pertenencia al Cuerpo de Cristo. No valen las excusas que, con frecuencia, ralentizan nuestra acción o disminuyen la convicción sobre el realismo del don recibido: la secularización de nuestra sociedad, la indiferencia religiosa, el ateísmo práctico que pretende silenciar el ansia de trascendencia propia del hombre, nunca serán excusas para el declive o el deterioro de la misión evangelizadora ¿Imaginamos a Cristo en la sinagoga de Nazaret renunciando a su misión por las dificultades que encontraría, incluso en aquellos que lo proclamaban el profeta esperado? ¿Entenderíamos que Pablo, a la vista del afán de novedades que bullía en Atenas se hubiera refugiado en lamentos y escepticismos? ¿No nos ha presentado con valentía y claridad el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium las tentaciones que pueden acechar a los evangelizadores de hoy? Sabemos, ciertamente, que la misión es difícil y arriesgada. Pero, sabemos también que la gracia es poderosa y eficaz, capaz de convertir los corazones obstinados y endurecidos.

Hemos olvidado, quizás, que la unción de Cristo brota de su misterio pascual. Dicho de otra manera: para salvar al hombre, Cristo ha entregado su vida. El Padre no se reservó a su Hijo; el Hijo no se buscó a sí mismo ni vino a ser servido; y el Espíritu, que tiene la misión de hacer eficaz la unción de Cristo, encuentra resistencias en el corazón de quienes debíamos seguir sus impulsos e inspiraciones. «No apaguéis el Espíritu, no despreciéis las profecías», dice san Pablo (1 Tes 5,19). ¿A qué se refiere con estas expresiones que parecen sinónimas? Apagar el Espíritu es poner obstáculos a su acción, es ofrecer resistencia a su dinamismo en los creyentes. Al hacer esto se desprecia las «profecías» que aquí vienen a ser los «carismas» y dones del Espíritu a través de los cuales lleva adelante su acción, en especial, el carisma profético que impulsa a anunciar el Evangelio de Cristo y a exhortar con el poder de la palabra de Dios.

Es un anti-testimonio que los «ungidos» por Dios apaguemos el Espíritu o despreciemos las profecías. Diría que es el pecado más grave de los cristianos pues supone la pérdida o negación de su identidad. En realidad, es renunciar a ser luz del mundo y sal de la tierra. Una vez que se pone la mano en el arado no se mira hacia atrás: supone desconfianza, presunción, descreimiento. Precisamente en un mundo como el nuestro en que se ha dejado de creer en todo —lo que se dice creer— mediante la negación de una verdad objetiva y universal que afecta a toda la humanidad, el cristiano y el sacerdote, gracias a la «unción» tiene la capacidad profética de juzgar este mundo con la Palabra de Cristo y con la fuerza del Espíritu. Hablo de juzgar, no de condenar, para poner en evidencia que, por medio del carisma recibido, iluminamos las situaciones de este mundo desde una perspectiva inusitada, la profética, que se vuelve contra nosotros mismos en la medida en que desconfiamos de ella y debilitamos su poder.

Cuando esto sucede, nos convertimos en mundo, nos mundanizamos. El Papa Francisco ha advertido del peligro que supone para la Iglesia la «mundanidad espiritual» (EG 93-97) «¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!» (EG 97). No es ninguna novedad en el Magisterio de la Iglesia. Sobre este peligro, ya nos prevenía el Señor: «Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero no sois del mundo» (Jn 15,19).

Dentro de unos momentos los sacerdotes renovaremos nuestros compromisos sagrados asumidos en la ordenación. El Señor confía en nosotros y nos pide, como a Pedro, la confesión del amor para poder guiar a su pueblo. Nuestro ministerio es un «oficio de amor». Sin el amor no somos nada. Después, mediante la acción potente del Espíritu, los diferentes aceites que ofrecemos a Dios como fruto de la tierra recibirán la capacidad de fortalecer, sanar y consagrar a los miembros del pueblo de Dos. El Señor nos envía al mundo desprovistos de todo lo superfluo y enriquecidos con la gracia eficaz de los sacramentos. No vamos desprovistos de lo que el hombre necesita para ser salvado. Todo lo contrario, el Evangelio y los sacramentos nos permiten actuar en el mundo con el poder santificador de Cristo. Por eso, no están bajo nuestro dominio ni podemos manipularlos a nuestro antojo. Son dones de Dios, que no podemos menospreciar considerando que el hombre puede vivir sin ellos. Sin la gracia de Dios, el hombre seguirá formando parte de esos destinatarios a los que se refiere el profeta Isaías y Jesús en su predicación en Nazaret: los pobres, los corazones desgarrados, los cautivos y afligidos, los ciegos y cuantos viven en las tinieblas del pecado. No interpretemos estas designaciones desde una perspectiva meramente material, pues caeremos en un grave error. La mirada del profeta y de Jesús se dirige al corazón del hombre, habitáculo de las más trágicas pobrezas y esclavitudes. El óleo de los catecúmenos, el óleo de los enfermos y el santo crisma es la respuesta que Dios ofrece a los hombres de todos los tiempos para pasar de la esclavitud a la libertad, de la ceguera a la luz, de la muerte a la vida.

Confiados en lo que Dios nos da gratuitamente, ofrezcamos a nuestros hermanos la alegría de la salvación que desborda esta liturgia. Vayamos al mundo con esperanza y proclamemos que, aunque el hombre viva asediado por pandemias, desolación, guerras y sufrimientos, en Cristo tiene la respuesta a sus deseos de felicidad y salvación, en la medida en que lo acoge como aquel que ha venido a proclamar y hacer presente «el año de gracia del Señor». Amén.

IMG 20210306 WA0000

Año nuevo, vida nueva. Uno empieza el año tratando de hacer propósitos. Con los años uno prefiere no hacerlos porque no se cumplen o aprende a hacer solamente uno. Mi propósito en este nuevo año era evitar todo aquello que me quitara la paz por mis pensamientos.

El día uno de enero me levanté con esto en mente, pero resulta que ese día no amanecí muy bien. Me dolía la cabeza y sentía algo de mareo. Lo primero que pensé que era debido a que me trasnoché viendo televisión y mandando mensajes, ya que como era “Año Nuevo”…, no quería acostarme tan temprano como otros días….

Llamé al Dr. Carlos para decirle cómo me sentía. Entonces ante la posibilidad que fuera Covid me indicó un tratamiento para sobrellevarlo, ya que no tenía ningún síntoma fuerte. Vitaminas, paracetamol, ibuprofeno, revisar la temperatura. Al día siguiente decidí volver a repetirme la prueba del Covid que me había hecho cinco días antes y di positivo. Ya era claro lo que tenía y había que tratarlo. El domingo 3 fui a hacerme una hematología y una tomografía de los pulmones para ver cómo estaba afectando el virus en mis pulmones. El resultado no presentaba nada mayor, aunque sí había evidencia de alguna lesión. De momento permanecería en casa porque los síntomas no eran fuertes y se podían controlar.

Así estuve en casa desde el día uno hasta el seis. A todo esto, estaba en comunicación con los doctores Óscar Mora y Carlos Villamizar, quienes atendieron al P. Edixsandro y en la última semana estaban cuidando en la Policlínica del Táchira al P. Antonio. Además de preguntar por el estado del P. Antonio, yo les comentaba cómo me iba sintiendo y ciertas dificultades que iban apareciendo. El martes 5, el padre Antonio regresó a casa con el alta médica y acompañándole Ricardo Chang, para cuidarle como enfermero. Ricardo subió a mi habitación y se dio cuenta de cómo me encontraba, con fiebre y de que necesitaba algo más en mi tratamiento. Ël comentó con el Dr. Villamizar de mi situación.

El día seis, día de la Epifanía del Señor, tenía que hacerme una hematología que el Dr. Mora me había pedido el día anterior para ver cómo seguía. Sin embargo, ese día amanecí con una gran debilidad para salir de la habitación e ir a la clínica. Empecé a solicitar el favor de que alguien me pudiera hacer la extracción de sangre en la habitación y llevarla al laboratorio. Llamé a la Dra. Ana Navas y ella me puso en comunicación con Monseñor Mario Moronta, quien movió sus contactos. En este tiempo, de llamadas y consultas, el Dr. Villamizar me llamó y me dijo que me fuera de una vez a la clínica. La debilidad era grande y no se debería correr ningún riesgo, ya que estábamos en el día sexto y hasta entonces no había tomado ningún antibiótico y la fiebre era alta. Y esa fue la decisión de ir a la Policlínica del Táchira para que allí me pudieran aplicar el tratamiento que necesitaba y hacerme el seguimiento para que la cosa no fuera a mayores.

Me buscó una ambulancia de Protección Civil, porque no sentía fuerzas para bajar desde mi habitación a la calle e ir en el carro. Gracias a Dios, el desayuno hizo su efecto y recobré energía y pude bajar por mi mismo y subir a la ambulancia para el traslado.
Pag.4 Imgen Ecos de la misión
Llegué a la policlínica resonando en mi interior la experiencia vivida con el P. Edixsandro. El día anterior el P. Antonio había vuelto a la casa recuperado y con mucho ánimo. Ahora era yo el que se iba…

Desde mi llegada a la Clínica el trato fue muy bueno. Los doctores ya habían dispuesto mi ingreso sin demoras de la zona de Triaje, ni papeleos. El P. José Gregorio Goyo se encargó de hacer todo lo demás. El personal sanitario se volcó y empezaron a aplicarme el tratamiento. Me sentí tranquilo, porque allí iba a estar bien cuidado, algo que en la casa no se podía por las circunstancias especiales de un enfermo con Covid. No se puede entrar en la habitación del enfermo, hay que evitar todo lo que a las otras personas pueda ponerles en riesgo de contagio…. Y así también empezaría el tratamiento de hidratación, antibióticos, vitaminas, esteroides y… todo lo que se necesitara.

A partir de ese momento fue dejarme llevar por el tratamiento, los cuidados de doctores y enfermeras. No pensé en absoluto de cómo podía ser, sólo dejarme tratar. No me preocupaba de cuánto me llevaría estar allí.

He de confesar que me molestaban los mensajes del celular. Hubo dos cosas que desde el principio empecé a reaccionar negativamente. Por un lado, contra los consejos, “remedios” caseros que me trataban de indicar. Las preguntas impertinentes que si me estaban aplicando esto o lo otro. ¡Porque ahora todo el mundo entiende de medicina y más de Covid! A mí me interesaba que me dejaran en paz y me ponía en manos de los doctores y enfermeras y ellos sabían qué tratamiento necesitaba. «Que si el té de la hoja de guayaba, que la cúrcuma, que el limoncillo eran muy buenos…» Todos esos comentarios me molestaban. Así como preguntarme por el tratamiento… «¿No te dan esto o lo otro?», «a mí me vino muy bien, me lo recomendó el médico»... Yo sólo quería escuchar o seguir a los médicos y enfermeras que me estaban cuidando. A ellos me confiaba, no quería escuchar otras voces.

Otro inconveniente al principio era cómo manejar el tema de mi familia, estando lejos. Mi madre nerviosa. Y en algún momento me culpabilizaba de mi contagio. Que porqué no había tenido cuidado. Que siempre me lo estaba diciendo que es un virus muy contagioso. Algo que también que tuve que pedirle, a pesar de se mi madre, que no me repitiera tal cosa.

Antes del contagio, he de confesar que me sentía muy seguro de que estaba haciendo todo en regla para que no pudiera pasar. La cuarentena estricta sin salir de casa, medidas de limpieza, uso de mascarillas, (FPP-N95), uso del alcohol. No creí que siendo tan disciplinado me pudiera llegar a contagiar. Claro nunca perdí de vista que había que seguir siendo humano, y que si tenía a un hermano en la comunidad contagiado, no lo dejaría de atender a él como tampoco lo hice con Edixsandro. Siempre era un riesgo, pero la caridad nos lleva a ser prudentes corriendo los riesgos. Muchas veces en este tiempo he pensado en las otras épocas de la historia donde también hubo epidemias. Muchas personas, corrieron el riesgo de la caridad.

A pesar de mi seguridad, de cumplir con las normas de bioseguridad, Dios tenía un plan muy distinto al que yo pensaba. El “bicho” se coló. ¿Cómo? No lo sé. Cierto es que entró en mi cuerpo para cumplir una misión.

La experiencia la considero una gracia de Dios. El Covid ha sido una visita de Dios y de María a mi vida.

Continuando con lo vivido, uno de los aspectos más duros de estos días ha sido el batallar con el aspecto emocional, psicológico y espiritual. Estaba aislado de toda la gente que quiero y que no podía sentir su cercanía física. La lejanía física no fue lo más fuerte, pues no me sentí abandonado, ni sólo. Lo que más me costaba era enfrentar el miedo o la depresión. Se agolpaban por momentos las imágenes de la experiencia vivida con la enfermedad de fray Edixsandro. Recordaba tantos momentos en los que le acompañé en su enfermedad… El ver cómo fue su deterioro. Cuando me subían el nivel de oxígeno, ya me veía que iba en el mismo camino que él. Luego recordaba las crisis que sufrió, las informaciones de los doctores. Pensaba que donde yo había ido a la clínica a llevarle lo necesario como medicinas, ropa, ahora estaba yo enfermo. Me venían los recuerdos de la noticia de su fallecimiento, de cómo tuve que decirlo a los otros padres… Acompañar sus restos al crematorio, recoger sus cenizas. Sentía miedo… Yo le decía a Dios: «yo creo que eres bueno, que no quieres nada malo para mí, confío en ti que nada malo me puede pasar… pero siento miedo, siento que no confío en ti como debiera». Seguía creyendo que «nada nos separará del Amor de Dios». Ahora parecía teoría, porque sentía miedo y no sabía cómo encajarlo eso en mí, en mi confianza en Dios. Y oraba a Jesús y a María pidiendo que me abrazaran, me arroparan para sentir su consuelo. Sentía vergüenza, de cómo a pesar de todo lo bueno que es Dios, y lo mucho que me ama, ahora sentía miedo que me pudiera morir… me sentía que fallaba a esa confianza, a lo que creo y predico… Y lloré porque me sentí así.

La enfermedad del Covid afecta el aspecto emocional. No sólo es lo pulmonar, la respiración, los ahogos, sino que afecta a los nervios a las emociones. Por momentos me sentía bajo de ánimo, aunque no creo haberme sentido en ningún momento deprimido.

IMG 20210306 WA0001Y por otro lado pensé, y si me muero, tanta gente rezando por mi salud… ¿Cuál es el testimonio del poder de la oración para sanar? A lo cual Dios me habló diciendo, tranquilo, que el testimonio del poder de la oración lo doy yo, no tú. Y me tranquilizó, saber que no tenía que preocuparme de nada. Todo estaba en las manos de Dios.

Así fueron pasando los días. Sólo tenía que estar, dejarme cumplir el tratamiento, dejar que todo hiciera su efecto. Nada fue forzado. Todo fue gratuito.

La experiencia de la gratuidad es una de las experiencias más fuertes que he podido experimentar en estos días. Dejarme hacer, total disponibilidad para que la vida fluyera y recobrara la salud. Yo no exigía nada y sin embargo todo se me estaba dando. Dios lo había dispuesto todo, para que en la clínica todo fuera funcionando, no me faltaran las medicinas necesarias, ni los cuidados. Los médicos estaban cumpliendo su misión, las enfermeras, los terapeutas de la respiración, el personal de limpieza, de cocina... Tantas cosas y todas eran un regalo de Dios, para que yo me pudiera recuperar. Y, por otro lado, mis hermanos de comunidad, los cercanos como los que están lejos físicamente, tenía en ellos la plena confianza que estaban haciendo lo posible para que todo fuera en orden. ¡ Muchísimas gracias a todos!

Han sido doce días hospitalizado. Una experiencia que, a pesar de la enfermedad, ha sido una gracia de Dios. Es una experiencia que Dios me ha dado a mí, que no la hubiera buscado de ninguna manera si no es por esta enfermedad. El Covid ha sido una visita de Dios a mi vida. A pesar de los múltiples cuidados que había tenido para evitar el contagio… Dios hizo que el “bicho” se colara en mi vida. Me sentía seguro de creer que cumplía con todas las normas de bioseguriad, uso de mascarillas, lavado de manos, distanciamiento…. Y, sin embargo, el virus me alcanzó. No sé cómo fue, pero lo cierto que ha dado una nueva luz a mi vida.

Sigo orando para que esta pandemia acabe. Oro por todos los que trabajan por aliviar el sufrimiento de la enfermedad, pero sobre todo agradezco a Dios porque a pesar de todo me ha hecho experimentar su amor gratuito, a través de tanta gente buena, que desinteresadamente, sin conocerme me han cuidado, han orado y han hecho posible que me pueda sentir recuperado.

Fr. Jesús María Hernández, OP

El Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa. Su liturgia aúna los dos aspectos del Triduo Pascual: la gloria y la cruz. La procesión de Ramos es preludio del triunfo pascual. Según el Evangelio de Marcos, proclamado al bendecir los ramos, Jesús planifica su entrada en Jerusalén inspirado en la profecía de Zacarías, que presenta al Mesías como rey humilde y pacífico montado en una borriquilla. Merece destacarse algunos detalles del relato, en el que Jesús se llama a sí mismo «Señor», título que corresponde al Resucitado.

Llama la atención que Jesús haya previsto lo que va a suceder: «Id a la aldea de enfrente y, en cuanto entréis, encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto» (Mc 11,2-3). Todo sucedió así, según la visión profética de Jesús. Se dice además, del pollino, que nadie lo ha montado, subrayando de este modo la primicia y el estreno solemne de su cabalgadura. Esta novedad recuerda otras tradiciones judías: la de las piedras para un altar, que debían ser sin tallar, para no profanarlas; o las cosechas de los árboles frutales, que no podían comerse hasta la quinta cosecha. El Mesías trae la novedad. De ahí que el sepulcro para depositar el cuerpo de Jesús, será también nuevo, donde nadie había sido sepultado.

Jesús prepara, por tanto, una entrada solemne, aclamado con versos litúrgicos que se cantaban en la Fiesta de las Tiendas y en otras ocasiones. Se le identifica con el Mesías que viene en el nombre del Señor y con el rey que desciende de David, al que se le da el nombre de «padre» como si fuera un patriarca. No cabe duda de que la comunidad cristiana expresa así su fe en la persona de Cristo que trae la paz a través de los acontecimientos de su pasión, muerte y resurrección.

Esta escena de triunfo y exaltación da paso, ya en la liturgia de la Eucaristía, a la lectura de la pasión que prepara a la comunidad cristiana para el Triduo Pascual. Dos veces se lee completo el Evangelio de la pasión: el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. La pasión y muerte de Jesús se sitúan en el centro de atención del pueblo cristiano. Hay que recordar que los evangelios nacieron como relatos de la pasión. Eso explica la precisión con la que describen los acontecimientos de esos días, que nosotros recorremos como si fuéramos contemporáneos de lo que sucedió. Hasta se puede seguir cronológicamente el desarrollo de la historia de la pasión, lo cual subraya su importancia.

Las otras lecturas de este domingo presentan a Jesús como el Justo perseguido, el varón de dolores, que Isaías presenta proféticamente como si estuviera contemplando la pasión. Y san Pablo, en su célebre himno de Filipenses, que recibió posiblemente de una tradición anterior a él, profundiza en el significado del anonadamiento de Cristo, rebajándose hasta una muerte infame, en el suplicio de la cruz, con plena obediencia a la voluntad de su Padre. Naturalmente, el himno termina con la exaltación de Cristo sobre el cosmos, recibiendo un nombre-sobre-todo-nombre, que es el de Señor.

El Domingo de Ramos es un díptico de gloria y de cruz. Cristo es aclamado como Príncipe de la paz y Señor que planifica con soberana libertad su propia entrega; y, al mismo tiempo, es presentado como el Siervo humillado que se despojó de su rango para mostrarnos el amor de Dios hacia la humanidad. Un hermoso pórtico para entrar en la Semana Santa con gratitud, profunda devoción y recogimiento. Solo así podremos entender que «por nosotros y por nuestra salvación» Cristo se entregó a sí mismo.

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

COMPASIÓN

 

Orgulloso estoy no solo de ser persona, imagen y semejanza de Dios. Sino también de ser seguidor de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, más allá de mis limitaciones humanas.

No cabe duda alguna que el misterio de la encarnación de Cristo da pie al reconocimiento y defensa de la dignidad ontológica de la persona. En otros términos, más que predicar sobre la práctica de los derechos de la persona, toca materializarlo en el día a día de la vida familiar, laboral y profesional.

Estos campos constituyen los focos que apelan a la responsabilidad de ser persona es decir poner de manifiesto el deber de la compasión para con los que lo están pasando mal. Se trata de los que sufren la soledad impuesta por una civilización de la indiferencia según el Papa Francisco, los enfermos en estado crítico e irreversible a quienes se quiere otorgar de modo eufemista el antídoto de la medicina que se llama eutanasia bajo sus múltiples matices.

Estos fenómenos de nuestra sociedad que se va secularizando cada día apelan a poner en marcha el testimonio de vida cristiana que acompaña, cuida y deja en manos de Dios a los enfermos sin aislarlos o hacerles sentir que son una carga para la familia y la sociedad.

Por lo tanto, educar en la compasión es despertar el sentido de la trascendencia o de Dios compasivo con su pueblo, y articular el bien y lo bueno que coinciden con la verdad de la defensa de la persona y toda persona, principio y fin del proyecto de un mundo más justo y más solidario.

Henri Tshipamba Mukala
Capellán del Hospital General de Segovia

El Día del Seminario tiene este año el siguiente lema: «Padre y hermano, como san José». En el año dedicado a san José, se quiere resaltar la condición del sacerdote como hermano y padre de los hombres. El sacerdote es tomado de entre los hombres, sus hermanos, para ser constituido padre por el sacramento del orden. Se trata de la paternidad nacida de la predicación de la Palabra de Dios y de los sacramentos. Como dice san Pablo, «por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús» (1Cor 4,15).

Son muchas las virtudes de san José que el Papa Francisco resalta en su carta apostólica Patris corde («con corazón de padre») para este año jubilar: ternura, obediencia, acogida, valentía creativa, laboriosidad. Lo presenta finalmente como si fuera para Jesús «la sombra del Padre celestial en la tierra». En cada una de estas virtudes el sacerdote puede encontrar el estilo para ejercer el ministerio con la fortaleza y discreción típicas de san José. Todas son necesarias para engendrar a Cristo en cada bautizado y conducirlo a la plena madurez cristiana.

En estos tiempos difíciles para el ejercicio del ministerio sacerdotal, la figura del padre legal de Jesús en la tierra (no olvidemos que se le conocía como «hijo de José») nos muestra el plan de Dios a través de un hombre aparentemente sin relieve social. «De una lectura superficial de estos relatos—escribe el papa Francisco a propósito de los evangelios— se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret».

En el Evangelio de san Mateo se utiliza cuatro veces la expresión «tomar al niño y a su madre» para referirse a la misión que Dios encomienda a san José, quien la cumplió con total fidelidad. El tesoro que Dios puso en manos del carpintero no fueron las herramientas de su trabajo, que dignificó con su honestidad y constancia, sino el Hijo de Dios y su madre. El secreto de su vida y vocación está en la acogida, custodia y entrega total al «niño y a su madre». Este es también el secreto de la fecundidad del sacerdote: acoger a Cristo y a su madre para formar la familia de los hijos de Dios. El sacerdote, con la gracia del sacramento del orden, está llamado a «conformar» al cristiano con Cristo, tarea que sólo pude realizar en la medida en que él mismo se identifica con él, dejándole vivir en su propia existencia cotidiana. Para ello, debe también acoger a su madre, como hijo Juan al pie de la cruz, para aprender de ella, y de su maternidad, las actitudes de Cristo, que fue educado por María y José en el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios. Sin duda alguna, José tuvo en María una maestra inigualable para descubrir su oficio de padre y custodio de Jesús. Y ambos encontraron en Jesús, no solo al que debían educar, sino al Maestro por excelencia, cuya vida diaria era una permanente lección de las cosas divinas y humanas.

El seminario es una escuela del seguimiento de Cristo bajo la tutela de José y de María, como un pequeño Nazaret donde los que son llamados a identificarse con Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, aprenden de tan únicos maestros a parecerse a él con la clara conciencia de que esta tarea ocupa toda la vida.

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

 

GLORIOSA PASIÓN 1

Las condiciones sanitarias permiten retomar una iniciativa que el año pasado tuvo que suspenderse a causa del confinamiento por la Covid-19

 

 

Desde el viernes 19 de marzo, solemnidad de San José, el claustro del Seminario de Segovia vuelve a abrir sus puertas para dar a conocer una muestra inédita hasta el momento: «Gloriosa Pasión», la I Exposición de Sargas y Dioramas. Una muestra con la que, desde la Diócesis, se busca seguir ahondando en el misterio de nuestra fe y la vocación a la que todos estamos llamados.GLORIOSA PASIÓN 3

Bajo el título «Gloriosa Pasión» contemplamos el misterio de Cristo en este tiempo de Cuaresma, con el que nos preparamos para vivir los intensos días de la Semana Santa y el gozo de la Resurrección. Con esta muestra se quiere significar la vida entregada de todos aquellos presbíteros, religiosos y laicos que entienden y ofrecen su vida, ahora más que nunca, como una gloriosa pasión.

Todo aquel que quiera visitar esta cuidada exposición podrá acercarse hasta el claustro del Seminario desde el día 19 de marzo hasta el 12 de abril en horario de 17.30 a 20.30 horas de la tarde. Además, los domingos y festivos también estará abierta de 12 a 14 horas de la mañana.

PIEZAS ARTÍSTICAS

Más de una veintena de piezas se recogen en esta muestra con un marcado carácter catequético. De una parte, son siete las sargas en exhibición, pinturas sobre tela decoradas con motivos de la Pasión.GLORIOSA PASIÓN 4 Unas piezas que solían usarse para cubrir, en señal de duelo, los retablos e imágenes de los templos, moviendo a los feligreses a la meditación de sus misterios.

Por otro lado, la Asociación Complutense de Belenistas de Alcalá de Henares ha colaborado con la aportación de trece dioramas. Unas creaciones con las que se representan escenas en miniatura que muestran momentos de la pasión, muerte, y resurrección del Señor. En definitiva, la Sagrada Escritura trasladada al arte y puesta al servicio de la evangelización.

Completan la exposición otras piezas de arte y litúrgicas que introducen al visitante en el ambiente reflexivo en un espacio que, gracias a iniciativas como esta y el Belén Monumental, se ha creado un hueco en la oferta cultural de la ciudad.