Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

Martes, 13 Abril 2021 10:58

NOMBRAMIENTOS EN LA DIÓCESIS

nombramientos

 

Monseñor Cesar A. Franco Martínez, Obispo de Segovia, ha realizado en los últimos días una serie de nombramientos en la organización diocesana que ponemos en su conocimiento y son los siguientes:

 

CAPELLANÍAS 

• Rvdo. D. Edmond Ngwe, nuevo capellán del Hospital de la Misericordia-Recoletas y de las Misioneras Concepcionistas de la Enseñanza.
• Rvdo. D. Juan Antonio Muñoz Bullón, capellán adjunto de las Hermanitas de los Pobres.

 

ARCIPRESTAZGO COCA-SANTA MARÍA

• Rvdo. D. Slawomir Harasimowicz, nuevo arcipreste de Coca-Santamaría. Nuevo párroco de la UPA de Santa María la Real de Nieva, que incluye las localidades de Santa María la Real de Nieva, Tabladillo, Pascuales, Ortigosa del Pestaño, Pinilla Ambroz, Villoslada, Balisa, Ochando y Nieva. Nuevo párroco de Bernardos, Migueláñez, Miguel Ibáñez, Domingo García y Armuña. 

    *Rvdo. D. Jean Damascene Ndayisisenga, continúa siendo vicario parroquial de la Unidad Parroquial de Santa María la Real de Nieva (Santa María la Real de Nieva, Nieva, Ochando, Tabladillo, Pascuales, Ortigosa del Pestaño, Pinilla Ambroz, Villoslada y Balisa).

    *Rvdo. D. Deogratias Rulindamanywa, continúa siendo vicario parroquial de Bernardos, Migueláñez, Miguel Ibañez, Domingo Garcia Bernardos, Migueláñez, Miguel Ibañez, Domingo Garcia y Armuña.

 

carcel segovia

 

Con la finalidad de promover y facilitar las labores de ámbito social y cultural, el vicario general de la Diócesis de Segovia, D. Ángel Galindo, ha rubricado un convenio con el secretario general de Instituciones Penitenciarias del Ministerio del Interior, D. Ángel Luis Ortiz. En virtud de este, ambas instituciones se comprometen a colaborar en el cumplimiento de penas de trabajos en beneficio de la comunidad impuestas en la provincia de Segovia.

Comenzado su periodo de vigencia tras la publicación en el Boletín Oficial del Estado (BOE) con fecha 7 de abril, el Obispado se compromete a habilitar un número determinado de puestos laborales, y a impartir los conocimientos necesarios para cumplir con la actividad a desempeñar por los penados, así como a facilitar el material necesario para realizar la tarea encomendada.

El desempeño de estos trabajos no supondrá el recibo de remuneración alguna, ni tendrán impacto negativo en los puestos existentes y futuros del Obispado de Segovia, desde donde se realizará el seguimiento de los trabajos y se dará debida cuenta a Instituciones Penitenciarias.

Don Jesús Cano, capellán del Centro Penitenciario de Segovia, será el encargado de gestionar este proyecto por parte del Obispado, un plan abierto a toda la Diócesis. Por el momento, ya se han puesto al servicio del programa la biblioteca del Obispado y la Catedral, y se ha dado cuenta a los nueve arciprestazgos para que puedan establecer otras ofertas de espacios donde los penados puedan cumplir con los trabajos comunitarios.

Con este convenio la Diócesis de Segovia da muestra de su interés por la integración de las personas y pone de relieve su faceta más social dentro de su misión evangelizadora.

 

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D Cesar Fuencisla

 

Tras permanecer poco más de una semana ingresado, y superar el proceso febril por el que se requirió su hospitalización, Monseñor César Franco ha recibido el alta y ya se encuentra en Segovia.

El Obispo de la Diócesis retomará su agenda y su labor pastoral en los próximos días, agradeciendo a representantes institucionales, medios de comunicación, sacerdotes y feligreses la preocupación por su estado de salud y las oraciones por su recuperación.

Jueves, 08 Abril 2021 10:04

«La fe de Tomás» Domingo II de Pascua

El mismo día de la resurrección, al anochecer, Jesús se apareció a los apóstoles cuando estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Dice el Evangelio que Jesús se puso en medio de ellos, les saludó con la paz, les mostró las manos y el costado y, soplando sobre ellos, les concedió el Espíritu Santo con la potestad de perdonar los pecados. Los apóstoles —dice el evangelista— se llenaron de alegría al ver al Señor. Con estas breves indicaciones, se nos hace un perfecto resumen del significado de la resurrección. Jesús resucitado vuelve con los suyos —se pone en el centro—; se identifica como el Crucificado mostrando sus llagas; les otorga la paz, que no es un simple saludo, sino la plenitud de los bienes mesiánicos; sopla sobre ellos, como sopló Dios sobre el barro de Adán insuflando vida, para concederles la capacidad de perdonar pecados. La alegría es el signo de la salvación acontecida. Dios ha recreado el mundo. La resurrección es el gran acontecimiento de la salvación.

Ese día no estaba Tomás. Al contarle lo sucedido, Tomás se niega a creer. Exige verlo, meter el dedo en sus llagas y la mano en su costado. Jesús condesciende y, a los ocho días, se aparece de nuevo a los apóstoles, esta vez estando Tomás con ellos. Jesús se dirige a él con estas palabras: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto». Por una parte, Jesús permite a Tomás cumplir sus deseos (aunque el Evangelio no dice que lo hiciera); pero por otra, le dice las palabras más importantes de todo el pasaje: deja de ser incrédulo, empieza a creer. La fe de Tomás no es solo la consecuencia de la visión, sino de las palabras de Cristo que le saca de la incredulidad en que permanecía de modo obstinado. Por eso, a Tomás no le llama bienaventurado, sino que este calificativo lo reserva a quienes, sin necesidad de ver y tocar, crean por el testimonio de quienes le han visto y oído. De hecho, el Evangelio es una recopilación de aquellos hechos y dichos de Jesús, gracias a los cuales, los hombres de todas las generaciones pueden confesar la verdadera fe en Jesús con la certeza de quienes fueron testigos. Así se entienden las palabras finales del Evangelio que leemos hoy: «Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn 20, 30-31)

La escena de Tomás contiene la confesión más completa de fe, dicha por un discípulo de Jesús: ¡Señor mío y Dios mío! Tomás se rinde ante la evidencia del Resucitado con unas palabras en las que, no solo se llama «Señor» a Jesús, como en otros lugares de los Evangelios, sino que se le llama incluso «Dios», como en el prólogo del Evangelio. No sabemos, insisto, si tocó realmente las llagas de Cristo ni si introdujo su mano en el costado, como lo pinta Caravaggio, en un cuadro de extraordinario realismo. Una cosa es cierta: ante la visión del cuerpo resucitado de Cristo, se desvanecieron sus dudas y confesó que aquellas llagas de las manos, de los pies y del costado eran tan reales que podían ser vistas y tocadas, de modo que el Jesús que había conocido en su vida terrena seguía entre ellos, siendo el mismo que ahora confesada como «Dios» y «Señor» de su propia vida, como indica el adjetivo posesivo «mío». Se comprende, pues, que estas palabras de Tomás se hayan convertido en la más bella confesión de fe que un cristiano puede pronunciar con sus labios.

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

casa

 

El Obispado de Segovia ha firmado un convenio de colaboracíon con Cáritas Diocesana en virtud del cual se cederán a la organización las casas parroquiales rehabilitadas de varios pueblos de la provincia que, en la actualidad, se encuentran vacías. De esta forma, las viviendas podrán ser alquiladas, mediante el pago de un alquiler social, por familias que estén incluidas en alguno de los programas de Cáritas y que se encuentren en situación de vulnerabilidad socioeconómica. Este convenio se desarrolla en aplicación del convenio que el Obispado de Segovia firmó hace varios años con la Junta de Castilla y León con la misma finalidad.

Actualmente, el proyecto ya cuenta con una familia beneficiaria, que ya reside en la casa parroquial de un pequeño pueblo de la provincia. Ellos son los dueños de su economía y su hogar y, con el respaldo de Cáritas, están emprendiendo un nuevo camino que les permitirá construir su proyecto de vida familiar de forma más desahogada. Gracias la firma de este convenio colaborativo, el Obispado y Cáritas Diocesana también aportan su grano de arena para reactivar la vida de todos esos pueblos de la provincia que, poco a poco, van perdiendo a sus habitantes, viendo cómo jóvenes y niños ya no pasean por sus calles y lamentando el cierre de muchos servicios básicos.

En definitiva, mediante esta colaboración se dota de vida a esa 'España vaciada' a la vez que, como objetivo principal y más importante, se trata de aminorar la problemática de muchas familias segovianas para acceder a una vivienda a causa de los precios excesivos, las exigencias de las condiciones económicas y laborales, y las consecuencias socioeconómicas que está dejando también la pandemia de la Covid-19.

Miércoles, 31 Marzo 2021 19:02

REVISTA DIOCESANA ABRIL 2021

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D Cesar Misa Crismal2

 

Después de someterse a la prueba pertinente y obtener un resultado negativo en el test por Covid-19, y tras unos días presentando décimas de fiebre, el médico de nuestro obispo Monseñor César Franco -tras valorar la escasa respuesta a los antibióticos orales-, ha considerado conveniente proceder a su ingreso en el mismo hospital de Madrid donde fue tratado durante su convalecencia por intoxicación.

La finalidad de este ingreso es proceder a su tratamiento mediante la aplicación de antibióticos por vía intravenosa, así como hacer un seguimiento constante y cercano de la evolución de la fiebre.

Don César quiere transmitir a sus diocesanos un mensaje de tranquilidad, pues se encuentra bien, y lamenta que este contratiempo tenga lugar, precisamente, en estos días de Semana Santa que hubiese deseado celebrar con sus fieles en la Catedral. Asimismo, muestra su ánimo y esperanza para poder reincorporarse lo antes posible a sus tareas pastorales. Como siempre, tendrá muy presentes a todos los fieles en sus oraciones, y nos pide que nos acordemos de él en las nuestras.

Agradecemos que respeten la intimidad y el descanso de nuestro obispo durante los próximos días. Informaremos de la evolución de su salud cuando sea oportuno.

La importancia de los dogmas se valora, entre otros argumentos, por los ataques que reciben. Desde el inicio del cristianismo, verdades como la encarnación del Hijo de Dios y la resurrección se atacaron fuera y dentro de la Iglesia. La razón era la misma: desprecio por la carne, que se consideraba indigna de Dios e incompatible con la vida del más allá. Ya en escritos del Nuevo Testamento se defiende con firmeza que Dios y la carne del hombre no son incompatibles. San Pablo tuvo que salir en defensa de la resurrección de Cristo, sin la cual el cristianismo sería una pura ficción.

Cuando, a partir del siglo XVIII, comienza la crítica racionalista de los evangelios, el punto de mira es la resurrección de Cristo, que queda diluida en una experiencia íntima de los apóstoles, los cuales no se resignaban al fracaso de Jesús. Cuando se vuelve la mirada a los datos utilizados para convertir la resurrección en un producto de la subjetividad de los apóstoles, muchos críticos —de entonces y de ahora— han reconocido la debilidad de los argumentos al servicio de la sospecha que los racionalistas dejaron caer sobre la credibilidad de los testigos oculares de los acontecimientos. Se necesita más fe para aceptar sus argumentos que para creer sencilla y llanamente en los escritos del Nuevo Testamento.

Esta sospecha, sin embargo, ha calado en muchos católicos que consideran la resurrección de Cristo como mera retórica para afirmar que Jesús sigue vivo en la memoria de la Iglesia. Lo de menos es si su cuerpo ha resucitado o no. Lo que importa es la fe en que sigue vivo. Es obvio que esto no es la fe cristiana, sino un vago sentimiento con que se consuela quien ha dejado de creer como creyeron los apóstoles y como ha creído la iglesia desde siempre. Hay católicos que dan más credibilidad a lo que dice un teólogo de fama que al conjunto de la iglesia cuando confiesa la fe o a los sucesores de los apóstoles, cuya misión es transmitir la verdad revelada.

La resurrección de Cristo es un hecho sucedido en la historia y atestiguado por las apariciones del Resucitado que explican el hallazgo del sepulcro vacío. En tiempos de Jesús era imposible hablar de resurrección sin que implicara el cuerpo que había sido enterrado. Por otra parte, la resurrección no es una mera resucitación, o retorno a la vida física, como fue el caso de Lázaro. Resucitar significa que el cuerpo humano es transformado en cuerpo «espiritual», «celeste», gracias a la acción directa de Dios. Por eso, la resurrección de Cristo es considerada como la entrada con su cuerpo glorioso en el ámbito propio de Dios.

Esto aparece muy claro en los relatos de las apariciones de Jesús, que subrayan algunos aspectos para mostrar que nos hallamos ante una experiencia sobrenatural y no ante ingenuas narraciones para hacer creer lo que, según los críticos, en realidad no sucedió. En las apariciones, Jesús siempre lleva la iniciativa. Solo le reconocen cuando él quiere y se les muestra en su nueva condición. En todas las apariciones, los destinatarios reconocen que Jesús se les ha mostrado, no lo han descubierto ellos, deseosos de que su causa perviviera. En realidad, los apóstoles no creían en la resurrección. De ahí que no den fe a lo que cuentan las mujeres, las primeras a las que Jesús se mostró vivo. Más inexplicable es la conversión de san Pablo. No solo no creía en Jesús, sino que perseguía a los cristianos. Las variopintas interpretaciones que se han dado para explicar su conversión en el camino de Damasco, solo producen risa. En realidad, pretender que el cristianismo se sostiene en una sarta de mentiras es más increíble que reconocer que Dios ha actuado con poder resucitando a su Hijo.

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

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En la mañana de este Lunes Santo, la Catedral ha acogido a la comunidad presbiteral de la Diócesis de Segovia para celebrar la misa crismal. Este año, las condiciones sanitarias a causa de la pandemia sí han permitido que la Eucaristía haya tenido lugar en su día habitual, respetando las medidas pertinentes de aforo e higiene para evitar la propagación de la Covid-19. Además, la presencia del Obispo Emérito, D. Ángel Rubio Castro, ha sumado simbolismo a esta celebración ya de por sí tan especial en la que se ha bendecido el Crisma y los sagrados óleos. Como es habitual, los sacerdotes de la Diócesis han renovado las promesas de su ministerio sacerdotal, con origen en la llamcrismal1ada personal que Cristo les hizo para enviarles a predicar. 

En su homilía, el Obispo de Segovia, Mons. César Franco, ha señalado la misa crismal como «la celebración litúrgica más significativa de la comunión existente entre el obispo y su presbiterio, y entre el presbiterio y el pueblo de Dios». Sabedores de que la Iglesia ha de ser para el mundo, y viceversa, el prelado ha recordado que no deben existir dudas sobre la misión de Jesús, tampoco sobre la nuestra. 


Haciendo alusión a la pandemia en la que, más de un año después, seguimos inmersos, don César ha querido subrayar que, tanto cuando el mal nos aflige como cuando el bien nos inunda, «entre los hombres existe una conexión innegable». Así, ha manifestado que el mayor bien que la Iglesia puede transmitir es el de la unción, a través de la cual puede sanar, liberar, restcatar al hombre y liberarlo del pecado. 

Monseñor Franco ha resaltado que «el pecado más grave de los cristianos, pues supone la pérdida de su identidad» es apagar el Espíritu o despreciar las profecías puestcrismal2o que esto supone renunciar a ser «luz del mundo y sal de la tierra». Así, en este mundo en el que hemos dejado de creer, los cristianos y los sacerdotes, por medio de la unción, tenemos la capacidad de juzgar, «no de condenar» y poner de manifiesto que por medio del carisma, «iluminamos las situaciones de este mundo desde una perspectiva inusitada, la profética».

Antes de renovar los compromisos sagrados asumidos en la ordenación sacerdotal, don César ha recordado a la comunidad presbiteral que el Señor ha confiado en ellos para guiar al pueblo en un «oficio de amor», recordando que los óleos de catecúmenos y enfermos y el santo crisma son la respuesta de Dios para pasar «de la ceguera a la luz».

Finalmente, el Obispo de Segovia ha llamado a la esperanza y a proclamar que a pesar de pandemias y sufrimientos, el hombre tiene en Cristo la respuesta a sus deseos de felicidad y salvación.

A continuación reproducimos al completo la homilía pronunciada por Monseñor César Franco Martínez en la misa crismal. 

  

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MISA CRISMAL DE LUNES SANTO, MONS. CÉSAR FRANCO MARTÍNEZ

(Puedes descargar el texto completo pinchando aquí)

 

La misa crismal es la celebración litúrgica más significativa de la comunión existente entre el obispo y su presbiterio, y entre el presbiterio y el pueblo de Dios. En el centro está Cristo, «que nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre» (Apc 1,5-6). Cuantos estamos aquí somos su pueblo, su reino y sacerdotes, en razón de nuestro bautismo. Para el servicio de este pueblo de Dios, hemos sido ungidos ministros del Señor quienes recibimos la capacidad de ungir a otros y mantener viva la alianza entre Dios y su pueblo. El obispo y los presbíteros somos miembros del pueblo santo y servidores de su identidad y santidad. Por eso, hoy, recordando nuestra unción ministerial, renovaremos a favor de nuestros hermanos las promesas sacerdotales, que tienen su origen en la llamada personal de Cristo que nos eligió para que estuviéramos con él, a su servicio, y para enviarnos a predicar y sanar a los hombres. Esta eucaristía —insisto— expresa la relación entre el Ungido del Señor —Jesús es el Cristo—, el Crisma, que lo representa, y los ungidos por los diversos sacramentos. La Iglesia aparece en su dinamismo misionero con la tarea de atraer a los hombres hacia Cristo, fuente y guía de la salvación.

La Iglesia no es para sí misma, sino para el mundo. Y el mundo —como decían los Padres— es para la Iglesia. En el horizonte de las promesas de Isaías, cumplidas en Cristo, aparecen los destinatarios de la misión: los pobres, los corazones desgarrados, los cautivos y afligidos, los ciegos y cuantos viven en las tinieblas del pecado. Jesús se define a sí mismo como el que viene a cumplir esta Escritura profética, entonces y ahora. No hay duda sobre su misión ni puede haberla sobre la nuestra. La pandemia que estamos viviendo nos permite reconocer que entre los hombres existe una conexión innegable cuando el mal nos cerca y aflige. Nadie puede sentirse e indiferente ante el mal de los otros. Sería una grave irresponsabilidad, un fratricidio. Pero del mismo modo que el mal —tanto físico como moral— nos estrecha en una solidaridad inevitable, el bien también lo hace.
Hay un bien, sin embargo, que solo puede trasmitir la Iglesia en cuanto Cuerpo y sacramento de Cristo: es el bien gratuito que nos viene del misterio pascual, el bien que trasciende las posibilidades humanas, el bien que llamamos «unción». Gracias a esta unción, la Iglesia puede sanar, liberar, rescatar al hombre de sus esclavitudes más hondas y redimirlo del dinamismo del pecado que conduce a la muerte. La «unción» es el don del Espíritu que, introducido en la entraña de este mundo, lo conduce hacia la verdadera libertad de los hijos de Dios. La «unción» es la capacidad de perdonar los pecados, regenerar al hombre caído, y renovar la creación entera que gime con dolores de parto aspirando a su plenitud. Nada de esto sería posible sin el Ungido de Dios, Jesús a quien llamamos Cristo.

Se comprende, pues, que la liturgia de este día nos remita a la identidad de nuestra condición de «ungidos». Reavivemos el carisma bautismal, reavivemos el carisma de la imposición de manos en el sacramento del orden. Reavivemos nuestra pertenencia al Cuerpo de Cristo. No valen las excusas que, con frecuencia, ralentizan nuestra acción o disminuyen la convicción sobre el realismo del don recibido: la secularización de nuestra sociedad, la indiferencia religiosa, el ateísmo práctico que pretende silenciar el ansia de trascendencia propia del hombre, nunca serán excusas para el declive o el deterioro de la misión evangelizadora ¿Imaginamos a Cristo en la sinagoga de Nazaret renunciando a su misión por las dificultades que encontraría, incluso en aquellos que lo proclamaban el profeta esperado? ¿Entenderíamos que Pablo, a la vista del afán de novedades que bullía en Atenas se hubiera refugiado en lamentos y escepticismos? ¿No nos ha presentado con valentía y claridad el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium las tentaciones que pueden acechar a los evangelizadores de hoy? Sabemos, ciertamente, que la misión es difícil y arriesgada. Pero, sabemos también que la gracia es poderosa y eficaz, capaz de convertir los corazones obstinados y endurecidos.

Hemos olvidado, quizás, que la unción de Cristo brota de su misterio pascual. Dicho de otra manera: para salvar al hombre, Cristo ha entregado su vida. El Padre no se reservó a su Hijo; el Hijo no se buscó a sí mismo ni vino a ser servido; y el Espíritu, que tiene la misión de hacer eficaz la unción de Cristo, encuentra resistencias en el corazón de quienes debíamos seguir sus impulsos e inspiraciones. «No apaguéis el Espíritu, no despreciéis las profecías», dice san Pablo (1 Tes 5,19). ¿A qué se refiere con estas expresiones que parecen sinónimas? Apagar el Espíritu es poner obstáculos a su acción, es ofrecer resistencia a su dinamismo en los creyentes. Al hacer esto se desprecia las «profecías» que aquí vienen a ser los «carismas» y dones del Espíritu a través de los cuales lleva adelante su acción, en especial, el carisma profético que impulsa a anunciar el Evangelio de Cristo y a exhortar con el poder de la palabra de Dios.

Es un anti-testimonio que los «ungidos» por Dios apaguemos el Espíritu o despreciemos las profecías. Diría que es el pecado más grave de los cristianos pues supone la pérdida o negación de su identidad. En realidad, es renunciar a ser luz del mundo y sal de la tierra. Una vez que se pone la mano en el arado no se mira hacia atrás: supone desconfianza, presunción, descreimiento. Precisamente en un mundo como el nuestro en que se ha dejado de creer en todo —lo que se dice creer— mediante la negación de una verdad objetiva y universal que afecta a toda la humanidad, el cristiano y el sacerdote, gracias a la «unción» tiene la capacidad profética de juzgar este mundo con la Palabra de Cristo y con la fuerza del Espíritu. Hablo de juzgar, no de condenar, para poner en evidencia que, por medio del carisma recibido, iluminamos las situaciones de este mundo desde una perspectiva inusitada, la profética, que se vuelve contra nosotros mismos en la medida en que desconfiamos de ella y debilitamos su poder.

Cuando esto sucede, nos convertimos en mundo, nos mundanizamos. El Papa Francisco ha advertido del peligro que supone para la Iglesia la «mundanidad espiritual» (EG 93-97) «¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!» (EG 97). No es ninguna novedad en el Magisterio de la Iglesia. Sobre este peligro, ya nos prevenía el Señor: «Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero no sois del mundo» (Jn 15,19).

Dentro de unos momentos los sacerdotes renovaremos nuestros compromisos sagrados asumidos en la ordenación. El Señor confía en nosotros y nos pide, como a Pedro, la confesión del amor para poder guiar a su pueblo. Nuestro ministerio es un «oficio de amor». Sin el amor no somos nada. Después, mediante la acción potente del Espíritu, los diferentes aceites que ofrecemos a Dios como fruto de la tierra recibirán la capacidad de fortalecer, sanar y consagrar a los miembros del pueblo de Dos. El Señor nos envía al mundo desprovistos de todo lo superfluo y enriquecidos con la gracia eficaz de los sacramentos. No vamos desprovistos de lo que el hombre necesita para ser salvado. Todo lo contrario, el Evangelio y los sacramentos nos permiten actuar en el mundo con el poder santificador de Cristo. Por eso, no están bajo nuestro dominio ni podemos manipularlos a nuestro antojo. Son dones de Dios, que no podemos menospreciar considerando que el hombre puede vivir sin ellos. Sin la gracia de Dios, el hombre seguirá formando parte de esos destinatarios a los que se refiere el profeta Isaías y Jesús en su predicación en Nazaret: los pobres, los corazones desgarrados, los cautivos y afligidos, los ciegos y cuantos viven en las tinieblas del pecado. No interpretemos estas designaciones desde una perspectiva meramente material, pues caeremos en un grave error. La mirada del profeta y de Jesús se dirige al corazón del hombre, habitáculo de las más trágicas pobrezas y esclavitudes. El óleo de los catecúmenos, el óleo de los enfermos y el santo crisma es la respuesta que Dios ofrece a los hombres de todos los tiempos para pasar de la esclavitud a la libertad, de la ceguera a la luz, de la muerte a la vida.

Confiados en lo que Dios nos da gratuitamente, ofrezcamos a nuestros hermanos la alegría de la salvación que desborda esta liturgia. Vayamos al mundo con esperanza y proclamemos que, aunque el hombre viva asediado por pandemias, desolación, guerras y sufrimientos, en Cristo tiene la respuesta a sus deseos de felicidad y salvación, en la medida en que lo acoge como aquel que ha venido a proclamar y hacer presente «el año de gracia del Señor». Amén.