Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

Una de las actitudes de Jesús que le enfrentaron con los fariseos fue su relación con la ley mosaica. Para los judíos, Moisés era el supremo legislador porque había recibido directamente de Dios los preceptos de la ley. Con el tiempo, dichos preceptos habían dado lugar a diferentes interpretaciones y adaptaciones de manera que los fariseos discutían por llegar a su recta comprensión. Jesús, tenido por maestro, entraba en estas discusiones y los fariseos buscaban ocasión para sorprenderle y poder acusarle de detractor de la ley mosaica. Una de esas ocasiones es la que presenta el evangelio de hoy sobre el matrimonio. Los fariseos, con ánimo de tenderle una trampa, le preguntan si es lícito el divorcio. Y Jesús les replica con otra pregunta: ¿Qué ha mandado Moisés? Los fariseos le responden que Moisés permitió el divorcio dando a la mujer un acta de repudio. La trampa estaba tendida. Jesús no podía desautorizar a Moisés, aunque tampoco quería perder la ocasión de enseñar.

            La respuesta de Jesús revela no solo su sabiduría, sino la habilidad para sortear la trampa tendida. Dice así Marcos: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10,5-9). Al remontarse al momento de la creación, citando el texto del Génesis, Jesús apela al plan del Dios sobre Adán y Eva. El hombre y la mujer, considerados en su mismo origen, están hechos para llegar a ser una sola carne. Con esta expresión, el autor sagrado define la realidad natural del matrimonio tal como Dios ha pensado desde el principio. Sin decirlo expresamente, Jesús distingue entre el plan original de Dios y la adaptación que Moisés había hecho en lo referente al divorcio. Hablando en términos jurídicos, Jesús establece una distinción entre el derecho divino y la ley positiva de Moisés. Por otra parte, al apostillar que Moisés concedió el libelo de repudio debido «a la dureza de corazón» del pueblo judío, señalaba que la razón última de tal concesión era la incapacidad de entender el plan original de Dios.

            La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio se sitúa, por tanto, en el orden mismo de la creación o de lo que ha dado en llamarse ley natural o derecho natural, conceptos que la cultura actual ha puesto en entredicho. Las palabras últimas de Cristo no dejan lugar a dudas: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Es evidente que estas palabras son exigentes. Revelan por una parte la extraordinaria grandeza del amor humano que, en el matrimonio, convierte en una sola carne la realidad de dos personas. Salvaguardar esa comunión de vida, que entre cristianos se convierte en sacramento, es una exigencia del amor conyugal. El hombre y la mujer, que desean vivir la alianza íntima que Dios estableció al crearlos y ordenarlos uno al otro, saben que tienen que luchar cada día contra el peor enemigo de las relaciones humanas: el egoísmo. Lo que Jesús llama «dureza de corazón» es la cerrazón interior que incapacita al hombre a acoger la voluntad de Dios y vivir orientado a su cumplimiento. Cerrarse a la voluntad de Dios lleva consigo cerrarse también al otro, al más prójimo y cercano, que, en el matrimonio, es el propio cónyuge. Por eso Moisés se vio forzado a «suavizar» la ley de Dios mediante la concesión del divorcio. Pero Jesús, revelador supremo del Padre, recuerda que en el origen no fue así. Jesús corrige la ley mosaica, pero lo hace apelando al mismo Dios que se reveló a Moisés.

+ César Franco

Obispo de Segovia

Una de las actitudes de Jesús que le enfrentaron con los fariseos fue su relación con la ley mosaica. Para los judíos, Moisés era el supremo legislador porque había recibido directamente de Dios los preceptos de la ley. Con el tiempo, dichos preceptos habían dado lugar a diferentes interpretaciones y adaptaciones de manera que los fariseos discutían por llegar a su recta comprensión. Jesús, tenido por maestro, entraba en estas discusiones y los fariseos buscaban ocasión para sorprenderle y poder acusarle de detractor de la ley mosaica. Una de esas ocasiones es la que presenta el evangelio de hoy sobre el matrimonio. Los fariseos, con ánimo de tenderle una trampa, le preguntan si es lícito el divorcio. Y Jesús les replica con otra pregunta: ¿Qué ha mandado Moisés? Los fariseos le responden que Moisés permitió el divorcio dando a la mujer un acta de repudio. La trampa estaba tendida. Jesús no podía desautorizar a Moisés, aunque tampoco quería perder la ocasión de enseñar.

            La respuesta de Jesús revela no solo su sabiduría, sino la habilidad para sortear la trampa tendida. Dice así Marcos: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10,5-9). Al remontarse al momento de la creación, citando el texto del Génesis, Jesús apela al plan del Dios sobre Adán y Eva. El hombre y la mujer, considerados en su mismo origen, están hechos para llegar a ser una sola carne. Con esta expresión, el autor sagrado define la realidad natural del matrimonio tal como Dios ha pensado desde el principio. Sin decirlo expresamente, Jesús distingue entre el plan original de Dios y la adaptación que Moisés había hecho en lo referente al divorcio. Hablando en términos jurídicos, Jesús establece una distinción entre el derecho divino y la ley positiva de Moisés. Por otra parte, al apostillar que Moisés concedió el libelo de repudio debido «a la dureza de corazón» del pueblo judío, señalaba que la razón última de tal concesión era la incapacidad de entender el plan original de Dios.

            La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio se sitúa, por tanto, en el orden mismo de la creación o de lo que ha dado en llamarse ley natural o derecho natural, conceptos que la cultura actual ha puesto en entredicho. Las palabras últimas de Cristo no dejan lugar a dudas: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Es evidente que estas palabras son exigentes. Revelan por una parte la extraordinaria grandeza del amor humano que, en el matrimonio, convierte en una sola carne la realidad de dos personas. Salvaguardar esa comunión de vida, que entre cristianos se convierte en sacramento, es una exigencia del amor conyugal. El hombre y la mujer, que desean vivir la alianza íntima que Dios estableció al crearlos y ordenarlos uno al otro, saben que tienen que luchar cada día contra el peor enemigo de las relaciones humanas: el egoísmo. Lo que Jesús llama «dureza de corazón» es la cerrazón interior que incapacita al hombre a acoger la voluntad de Dios y vivir orientado a su cumplimiento. Cerrarse a la voluntad de Dios lleva consigo cerrarse también al otro, al más prójimo y cercano, que, en el matrimonio, es el propio cónyuge. Por eso Moisés se vio forzado a «suavizar» la ley de Dios mediante la concesión del divorcio. Pero Jesús, revelador supremo del Padre, recuerda que en el origen no fue así. Jesús corrige la ley mosaica, pero lo hace apelando al mismo Dios que se reveló a Moisés.

+ César Franco

Obispo de Segovia

(Domingo en el que se celebra la Jornada mundial del migrante y refugiado)

Un año más la iglesia y ciudad de Segovia celebra la fiesta de su patrona, la Virgen de la Fuencisla, después de una novena concurrida en la santa iglesia catedral. Los segovianos se han postrado con fe y devoción ante la «fuente que mana vida y dulzura». Han podido beber del manantial de sus virtudes desgranadas en la predicación del P. Salvador Ros, prior carmelita descalzo del convento de san Juan de la Cruz. Este domingo celebramos su fiesta con la alegría de hijos que siempre necesitan el amparo de la madre.

            En el himno de la Virgen, decimos que es manantial de «de vida y dulzura». Dos realidades que el hombre necesita experimentar cada día, pues la vida se torna con frecuencia en una dura prueba, que nos convierte en huérfanos y desamparados. De esto saben mucho los emigrantes y refugiados, muchos de ellos niños, jóvenes y ancianos, que esperan siempre la acogida de la «madre». Hoy precisamente celebramos la Jornada mundial del migrante y del refugiado, por lo que pedimos a María sus propias entrañas de Madre para atender las dramáticas y urgentes necesidades de estos colectivos, cada vez más numerosos. María sabe de ambas situaciones porque tuvo que salir de su tierra y refugiarse en Egipto con José para proteger al Hijo de Dios, fruto de sus entrañas.

            La Iglesia es Madre porque tiene en María su realización más perfecta. Lo femenino en la Iglesia está representado de forma eminente con dos palabras que Jesús utiliza para hablar de María: Mujer y Madre. Siempre ha llamado la atención que, en el evangelio de san Juan, Jesús se dirija directamente a María en dos ocasiones llamándola «Mujer». En Caná de Galilea, durante una fiesta de bodas, y en el Calvario, cuando pendía de la cruz. Jesús llama a María «mujer» porque en ella se cumple la realización de lo que fracasó en Eva y porque es el anuncio de la mujer nueva que brota de la redención de Cristo, la Hija de Sión que encarna las promesas de una vida nueva, en la que el pecado no tiene cabida. La desobediencia de Eva encuentra su contrapartida en el Ave con que el arcángel saluda a María. Llamándola mujer, en Caná y en el Calvario, Jesús anuncia que María encarna una maternidad nueva, la espiritual, llamada a congregar en torno a Cristo los hijos de Dios dispersos.

            María es la mujer sensible a las necesidades de los hombres, como manifestó en Caná. Y es la mujer que acoge, sin discriminar a nadie, a toda persona necesitada. Por eso, María es, no solo la plena realización de la Iglesia, sino el modelo de todo cristiano, que está llamado a participar también de su maternidad —toda la Iglesia es madre—, viviendo sus propias actitudes de comprensión, acogida y ayuda. Todos estamos llamados a ser «madres» de otros, en la medida en que los socorremos y abrimos nuestra casa a quienes necesitan salir de la orfandad, del desamparo, e incluso de la amenaza de la muerte. El lema de esta Jornada de migrantes y refugiados no puede ser más expresivo: «Hacia un nosotros cada vez más grande». La caridad hace posible pasar del yo al nosotros de forma que nadie se encuentre sin familia, sin casa ni patria. La familia de los hijos de Dios ensancha su capacidad de acoger y amar cada vez que mira a un hombre como hermano y se desvive por atenderle por participar de su propia carne. Así hizo el Hijo de Dios al compartir nuestra sangre y carne (cf. Heb 2,14).  Que la fiesta de la Fuencisla nos convierta en manantiales de vida y dulzura, como ella, de forma que ofrezcamos a los demás lo que tan gratuitamente hemos recibido de Dios a través de María. Entonces la alabaremos no solo con los labios, sino con el corazón.

+ César Franco

Obispo de Segovia.

FEMUR

La diócesis cederá un espacio en el entorno del Santuario de El Henar para que se celebre la próxima Feria internacional de la Mujer Rural

 

La Diócesis de Segovia y FEMUR (Federación de la Mujer Rural) han firmado un acuerdo para que esta última asociación pueda realizar la XXIV Feria internacional de la Mujer Rural (PRONATURA) durante los días 24, 25 y 26 de septiembre, en el Campus de El Henar, propiedad de la Diócesis de Segovia.

Mediante este acuerdo —firmado por el vicario general, Ángel Galindo y la presidenta nacional de FEMUR, Juana Borrego— la Diócesis de Segovia cede dicho espacio con el fin señalado al considerar que la actividad a realizar entra dentro de la promoción humana e integral de la mujer rural y como signo de colaboración con un bien social y de la disponibilidad del Santuario de favorecer la igualdad entre todos los seres humanos.

Esta feria tendrá lugar en los mismos días que el Santuario celebra la fiesta de «El Henarillo» a los ocho días de la romería principal y en el contexto del Año Jubilar Henarense que se inició el 8 de agosto pasado y finalizar en septiembre de 2022.

 

*Imagen: Diputación de Segovia

Queridos diocesanos:

El curso 2021-2022 se nos presenta con esperanza y al mismo tiempo con incertidumbre. Parecen dos términos incompatibles pero no lo son. La esperanza es propia del creyente que mira el futuro con la confianza puesta en Dios. La incertidumbre es típica del hombre que no domina el tiempo y desconoce, por tanto, cuál será su devenir. Estamos viviendo una pandemia con olas sucesivas y nos falta certeza sobre su duración y consecuencias últimas.

            En este contexto la propuesta de un Plan Diocesano de Pastoral para el próximo curso parece una aventura arriesgada. No obstante, nuestra responsabilidad de Iglesia diocesana nos impide quedarnos con los brazos cruzados esperando tiempos mejores. Confiamos en el Señor y avanzamos en nuestro camino.

            En este curso próximo tenemos algunos acontecimientos que nos ayudarán sin duda a vivir con esperanza y entusiasmo la misión que Cristo con confía.

  • El Papa Francisco ha convocado un Sínodo de Obispos con el sugerente tema: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». El Papa nos urge a participar en la consulta a nivel de diócesis y será parte de nuestro quehacer pastoral. Si hacemos bien esta reflexión redundará en beneficio de las demás acciones programadas en el plan diocesano de pastoral para este curso.
  • En noviembre está prevista, si Dios lo permite, la asamblea presbiteral en la que llevamos trabajando hace tiempo. Será una ocasión importante para que el presbiterio tome conciencia de su imprescindible misión en la revitalización de la vida cristiana de nuestro pueblo y en la llamada que debemos hacer a los laicos a asumir sus responsabilidades en la Iglesia.
  • Con la alegría propia de la salvación de Cristo, celebraremos el Año Jubilar Henarense, que supondrá una renovación de la piedad popular mariana y de su proyección en la vida diaria de nuestras familias. Nos impulsará a realizar las acciones pastorales con la confianza que aprendemos de María, modelo de creyente.
  • Los obispos españoles hemos sido convocados por el Papa Francisco a la visita ad limina apostolorum. Los obispos de la Provincia eclesiástica de Valladolid nos encontraremos con el Santo Padre a comienzos de enero de 2022. Es una ocasión extraordinaria para estrechar los lazos con la sede de Pedro y vivir la comunión de nuestras iglesias con el Vicario de Cristo. El informe que presentaremos de la diócesis nos ayudará a descubrir nuestras fortalezas y debilidades y a caminar en la dirección que nos marque el Papa.

Estos acontecimientos forman parte del Plan Pastoral de este curso, que, con ocasión de la pandemia, nos ha parecido obligado que debía prorrogar el del curso anterior, el último del trienio para el que fue elaborado. Dado que la pandemia nos impidió realizar la programación prevista, hemos pensado, después de consultar con los diversos consejos, delegaciones y secretariados, poner el acento en acciones que quedaron en suspenso y señalar otras que, tanto a nivel diocesano como arciprestal, merecen la pena llevarse a cabo.

Como ya he señalado en otras ocasiones, el Plan diocesano de pastoral no es un corsé que constriñe la creatividad o nos encarrila en una dirección única. La diócesis es muy variada, los arciprestazgos difieren unos de otros, por lo que la pastoral debe responder siempre a necesidades concretas que no siempre se contemplan en la unidad del plan. Pero es una ayuda muy estimable para vivir la comunión eclesial, descubrir la variedad de las propuestas y trabajar en la búsqueda de objetivos comunes. Si a esto añadimos los acontecimientos aludidos al inicio de esta carta, comprendemos fácilmente que debemos huir del agobio, del activismo y de cualquier actitud que ponga freno a las iniciativas concretas que, a juicio de las parroquias, deban llevarse a cabo.

Con el fin de ser fieles a los objetivos prioritarios señalados en el trienio 2018-2021 y, al mismo tiempo, suplir las limitaciones que la pandemia nos ha impuesto en el curso pasado, hemos señalado algunas acciones específicas que pueden ayudarnos a completar y dar continuidad al trabajo realizado hasta ahora. Corresponde a los arciprestazgos y parroquias, según su peculiaridad, concretar cómo llevar a término dichas acciones

Al mismo tiempo hemos señalado tres bloques temáticos que, en las aportaciones surgidas en los diversos Consejos diocesanos, han sido considerados prioritarios para nuestra acción pastoral. Me refiero a los siguientes bloques sobre los que quiero hacer algunas consideraciones:

 

1. Familia

Todos sabemos la importancia que tiene la familia en la pastoral de la Iglesia, importancia que ha sido puesta de relieve en los dos sínodos dedicados a ella. Evangelizar la familia es evangelizar la sociedad. La disolución del concepto de familia y la desestructuración de la misma, ocasionada por diversas causas, la sitúa en el punto de mira de nuestra acción pastoral. Todo lo que hagamos por visitar las familias, acompañarlas, ayudarlas material y espiritualmente, redundará en beneficio de toda la familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia. Debemos, además, estar abiertos a los movimientos familiares y a experiencias que han dado fruto en este ámbito. Al mismo tiempo, como pastores del pueblo de Dios, tenemos en nuestras manos muchos medios para sostener a la familia en su vocación: sacramentos, cursillos prematrimoniales, encuentros de familias, de novios, etc. Fortalecer los lazos de las familias cristianas entre sí es asegurar la conciencia de pertenencia a la Iglesia y contrarrestar el desafecto eclesial que invade nuestra cultura.

 

2. Laicado

Aunque llevamos décadas en la Iglesia reflexionando sobre este tema, los frutos no son proporcionales a la reflexión y al deseo de incorporar con más eficacia los laicos a la misión de la Iglesia. Es posible que el problema resida en dos aspectos que ya hemos considerado en otras ocasiones: a) la necesidad de formación integral sin dar nada por supuesto; b) el ofrecimiento de cauces eficaces para asumir responsabilidades en la Iglesia.

Esto exige favorecer medios de formación o intensificar los que ya tenemos insistiendo en los temas de la iniciación cristiana y en la Doctrina social de la Iglesia, que afecta directamente a los ámbitos donde el laico está llamado a su apostolado específico. A este respecto, sea bienvenida toda iniciativa parroquial y arciprestal —conferencias, grupos de estudio, cursillos intensivos—que convoque a los lacios a la formación permanente e intensiva. También el apostolado asociado, y en especial la Acción Católica General, ofrece planes de estudio y, sobre todo, un cauce de participación en la vida de la Iglesia donde los laicos son miembros activos y responsables de sus propias acción apostólicas. La institución de los ministerios de acólitos, lectores y catequistas puede ser también un cauce de formación y acción que merece ser estudiado

 

3. Vocaciones sacerdotales.

En el contexto de la vida cristiana como vocación y teniendo en cuenta que las vocaciones se desarrollan normalmente en el ámbito de una comunidad cristiana viva (familia, parroquia, movimientos), la pastoral de las vocaciones sacerdotales debe tener como referencia la comunidad del seminario donde los posibles candidatos puedan descubrir el modo peculiar de vivir en el seguimiento de Cristo. Debemos potenciar visitas al seminario, encuentros y convivencias con los seminaristas, catequesis vocacionales, y la pastoral de los monaguillos que acerca a niños y adolescentes al misterio de la liturgia. Acompañar a los confirmados y a jóvenes y adultos con signos de vocación debe ser prioritario en este ámbito pastoral. Por otra parte, la comunidad diocesana debe asumir como suya esta grave necesidad de la Iglesia e implicarse en la promoción vocacional no como simple propaganda sino como propuesta de vida que proviene de la llamada del Señor. Orar al dueño de la mies y trabajar el terreno para que la semilla de la vocación no caiga en tierra estéril es responsabilidad de todos.

Finalmente, quiero hacer unas consideraciones sobre el estilo y la pedagogía de quienes debemos llevar adelante este plan de evangelización. Desechando cualquier actitud de escepticismo, desaliento y apatía, trabajar en la viña del Señor es siempre un motivo de gratitud y gozo. No nos toca dar crecimiento a la semilla de la palabra que esparcimos con generosidad. Tampoco nos incumbe determinar ni el tiempo y el lugar de los frutos que esperamos. Nuestra actitud es servir al Señor, confiar en su acción y porfiar sin desmayo en los fines que buscamos. Las indicaciones del Papa Francisco en su magisterio rebosan confianza en el Señor y nos advierten de caminos errados: individualismo, activismo, críticas destructivas, falsas concepciones de iglesia, voluntarismo sin oración, reducción del apostolado al éxito pretendido.  Por otra parte, las tres palabras del tema para el próximo sínodo —comunión, participación y misión— nos marcan la meta hacia la que debemos caminar.

En cada uno de los ámbitos aludidos —familia, laicado, vocaciones— tenemos suficientes documentos del magisterio pontificio para orientar nuestro camino. Debemos, por tanto, discernir nuestras acciones desde la oración, la reflexión comunitaria y el empeño en ser fieles a lo que programamos. Solo así podemos dar cuenta al Señor de qué hemos hecho con los talentos recibidos y gozarnos si, a pesar de las dificultades, se los devolvemos aumentados. Nuestra diócesis será sin duda bendecida por quien siempre paga con generosidad el esfuerzo de quienes anuncian el evangelio de la salvación y de la vida. Que La Virgen de la Fuencisla y san Frutos nos concedan siempre la alegría de evangelizar. San José, cuyo año jubilar celebramos, nos alcance la docilidad a Dios y la prontitud en nuestra respuesta.

Con mi afecto y bendición

En Segovia, a 25 de Julio de 2021.

+ César Franco,

obispo de Segovia.

YO CONTRUYO EL CENTRO DE ALZHEIMER DE SEGOVIA

 

El Arciprestazgo de Segovia se apunta a la campaña «Yo construyo»

 

Recientemente hemos visto cómo la AFA Segovia (Asociación de Familiares de enfermos de Alzheimer) pedía ayuda para finalizar la construcción del centro dedicado a estos enfermos y otras enfermedades mentales que se está construyendo en la ciudad.

El Arciprestazgo de Segovia, que reúne a todas las parroquias de la ciudad, se suma a la campaña «Yo construyo», que promueve la asociación, para terminar dicho edificio. Conscientes de que es uno de los graves problemas de nuestra sociedad y que causa grandes sufrimientos, sentimos que, como cristianos, ningún dolor puede sernos ajeno. Por eso, en primer lugar, como se publicó en la revista diocesana Iglesia en Segovia, nos unimos a la campaña de sensibilización y recogida de fondos durante este verano a través de la cuenta del arciprestazgo. Pero ahora, llegado el mes de septiembre, momento en que se retoma la actividad en las parroquias de la ciudad, se ha decidido dedicar las colectas del domingo 19 de septiembre a esta causa.

De este modo, el Arciprestazgo de Segovia pone su granito de arena en la construcción del centro dedicado a enfermos y familiares de Alzheimer.

Jueves, 16 Septiembre 2021 10:36

Ser importante. Domingo XXV del T.O.

En su encíclica social Sollicitudo rei socialis, san Juan Pablo II, tratando de los problemas modernos, quiso iluminarlos aludiendo a las «estructuras de pecado», entre las que señala «la sed de poder». En el análisis teológico de tales estructuras, afirma que «se fundan en el pecado personal y, por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas, que las introducen, y hacen difícil su eliminación. Y así estas mismas estructuras se refuerzan, se difunden y son fuentes de otros pecados, condicionando la conducta de los hombres» (SRS 36).

            Que el pecado personal puede constituirse en origen de «estructura de pecado» es tan obvio que basta echar una mirada a los graves problemas de la humanidad, difíciles de resolver porque se han llegado a convertir es sólidas estructuras que se sostienen directa o indirectamente en los propios pecados personales de quienes las crean y fomentan. Las estructuras no pecan, ciertamente; pecamos los hombres. Pero los hombres pueden absolutizar determinadas formas inmorales de comportamiento hasta el punto de convertirlas en estructuras pecaminosas. Y ningún hombre está exento de incurrir en esta tentación, puesto que es inherente a la naturaleza del hombre caído y a su intrínseca fragilidad experimentar «la sed de poder» y el «afán de ganancia exclusiva», que son dos estructuras de pecado a las que hace referencia la encíclica citada. Todo hombre, decía san Agustín, puede cometer el pecado de sus semejantes si no le sostiene la gracia de Dios para evitarlo.  Se necesita, por tanto, vigilancia, prudencia y sabiduría para no dejarse dominar por las pasiones humanas.

            En el evangelio de hoy, Jesús interviene en una discusión de sus apóstoles que, mientras Jesús anunciaba su destino de pasión y muerte, ellos rivalizaban sobre quién era el más importante. Es decir, «la sed de poder» había entrado en la comunidad apostólica fundada por Cristo. No es preciso recordar que este afán de ocupar los primeros puestos, de ser importantes, acompaña y acompañará a la Iglesia de todos los tiempos por el simple hecho de estar formada por hombres. Las advertencias sobre este peligro en el magisterio del Papa Francisco son numerosas y rotundas. En la Iglesia, como en cualquier otro grupo social, pueden darse los mismos pecados que en otros ámbitos de la sociedad. Tenemos la suerte, sin embargo, de reconocerlos con la luz de la gracia, de poder convertirnos y de reparar nuestros pecados y escándalos mediante el arrepentimiento y la penitencia. Pero sería un error que cualquier cristiano se sintiera inmune frente a esta tentación o pensar cínicamente que él no es como los demás (léase la parábola del fariseo y del publicano).

            Ante el silencio de los apóstoles que, quizás por vergüenza, no se atreven a confesar de qué discutían, Jesús —con su innata sabiduría de lo que pasa por el corazón humano—  les da esta norma de comportamiento: «Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos». En realidad, aplica a los demás su propio estilo de vida que se consumará con su muerte a favor de la humanidad. El evangelista añade además, que, acercando a un niño y abrazándole, le puso en medio de ellos y dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado». El gesto tiene mucha importancia porque un niño poseía escaso valor en el tiempo de Jesús. Acoger a un niño y servirlo era reconocer que hasta lo menos valioso merece la atención, entrega y amor de quien desea ser grande. Servir a los que nada valen para el mundo es el mejor antídoto para superar la sed de poder y de ser importante.

+ César Franco

Obispo de Segovia

Jueves, 16 Septiembre 2021 10:36

Ser importante. Domingo XXV del T.O.

En su encíclica social Sollicitudo rei socialis, san Juan Pablo II, tratando de los problemas modernos, quiso iluminarlos aludiendo a las «estructuras de pecado», entre las que señala «la sed de poder». En el análisis teológico de tales estructuras, afirma que «se fundan en el pecado personal y, por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas, que las introducen, y hacen difícil su eliminación. Y así estas mismas estructuras se refuerzan, se difunden y son fuentes de otros pecados, condicionando la conducta de los hombres» (SRS 36).

            Que el pecado personal puede constituirse en origen de «estructura de pecado» es tan obvio que basta echar una mirada a los graves problemas de la humanidad, difíciles de resolver porque se han llegado a convertir es sólidas estructuras que se sostienen directa o indirectamente en los propios pecados personales de quienes las crean y fomentan. Las estructuras no pecan, ciertamente; pecamos los hombres. Pero los hombres pueden absolutizar determinadas formas inmorales de comportamiento hasta el punto de convertirlas en estructuras pecaminosas. Y ningún hombre está exento de incurrir en esta tentación, puesto que es inherente a la naturaleza del hombre caído y a su intrínseca fragilidad experimentar «la sed de poder» y el «afán de ganancia exclusiva», que son dos estructuras de pecado a las que hace referencia la encíclica citada. Todo hombre, decía san Agustín, puede cometer el pecado de sus semejantes si no le sostiene la gracia de Dios para evitarlo.  Se necesita, por tanto, vigilancia, prudencia y sabiduría para no dejarse dominar por las pasiones humanas.

            En el evangelio de hoy, Jesús interviene en una discusión de sus apóstoles que, mientras Jesús anunciaba su destino de pasión y muerte, ellos rivalizaban sobre quién era el más importante. Es decir, «la sed de poder» había entrado en la comunidad apostólica fundada por Cristo. No es preciso recordar que este afán de ocupar los primeros puestos, de ser importantes, acompaña y acompañará a la Iglesia de todos los tiempos por el simple hecho de estar formada por hombres. Las advertencias sobre este peligro en el magisterio del Papa Francisco son numerosas y rotundas. En la Iglesia, como en cualquier otro grupo social, pueden darse los mismos pecados que en otros ámbitos de la sociedad. Tenemos la suerte, sin embargo, de reconocerlos con la luz de la gracia, de poder convertirnos y de reparar nuestros pecados y escándalos mediante el arrepentimiento y la penitencia. Pero sería un error que cualquier cristiano se sintiera inmune frente a esta tentación o pensar cínicamente que él no es como los demás (léase la parábola del fariseo y del publicano).

            Ante el silencio de los apóstoles que, quizás por vergüenza, no se atreven a confesar de qué discutían, Jesús —con su innata sabiduría de lo que pasa por el corazón humano—  les da esta norma de comportamiento: «Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos». En realidad, aplica a los demás su propio estilo de vida que se consumará con su muerte a favor de la humanidad. El evangelista añade además, que, acercando a un niño y abrazándole, le puso en medio de ellos y dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado». El gesto tiene mucha importancia porque un niño poseía escaso valor en el tiempo de Jesús. Acoger a un niño y servirlo era reconocer que hasta lo menos valioso merece la atención, entrega y amor de quien desea ser grande. Servir a los que nada valen para el mundo es el mejor antídoto para superar la sed de poder y de ser importante.

+ César Franco

Obispo de Segovia

Al comenzar un nuevo curso conviene recordar que el cristianismo se fundamenta en la relación personal con Cristo, el Señor. Como en toda relación seria y comprometida, sólo puede basarse en el conocimiento del otro si es que se aspira a vivir en la mutua confianza. Se comprende, pues, que Jesús pregunte a sus discípulos lo que la gente y ellos piensan de él. Desde el principio quiere evitar cualquier malentendido. Y, cuando Pedro declara que Jesús es el Mesías sin más, este prohíbe a sus discípulos decírselo a  nadie.

¿Por qué Jesús impone lo que ha dado en llamarse el “secreto mesiánico”, que tanta discusión ha provocado entre los exegetas y teólogos. Aunque no es una cuestión resuelta de modo definitivo, hay cierto consenso en explicarlo así: Jesús no quiere que le consideren como un mesías político, que es lo que se esperaba en su tiempo. Un mesías que librase al pueblo judío del poder de Roma. En el evangelio de Marcos, que leemos en este domingo, Pedro no confiesa, como en el de Mateo, que Jesús sea, además de mesías, el Hijo del Dios vivo, lo que arranca de Jesús un gran elogio por haber recibido tal revelación del Padre celestial. Marcos dice solamente que es el mesías. Jesús impone silencio para evitar falsas expectativas acerca de su misión. Y, para disipar toda duda sobre este aspecto, comienza a explicar a sus discípulos «con toda claridad» —según dice Marcos— que el camino que le espera es el del sufrimiento, la muerte y la resurrección final. Aunque Jesús hable de resurrección, parece que lo que impactó a Pedro fue lo de sufrir y morir. Porque, a continuación, Pedro, llevándose a Jesús aparte, comenzó a increparlo para que abandonara su camino. Jesús, entonces, en presencia de todos sus discípulos increpó a Pedro con estas palabras: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,33-35).

Jesús no deja ninguna duda sobre lo que significa seguirle como discípulo. Pedro ha querido ponerse delante de Jesús, y Jesús lo pone en su sitio: ¡detrás de él! Pero no es una cuestión personal con Pedro, a quien incluso llama «Satanás», porque ve en él la tentación diabólica; se trata de la concepción misma del discipulado. Seguir a Jesús conlleva aceptar su mismo destino y, para ello, siempre hay que ir detrás de él. Es frecuente entre los cristianos, como hizo Pedro, querer marcar el camino a Jesús dulcificando las exigencias de su seguimiento. Lo que Jesús llama «salvar la propia vida» significa en realidad posponer el evangelio a los intereses personales. Jesús establece un principio sin el cual es imposible seguirle: negarse a uno mismo. Y esto vale para todo cristiano sin excepción, sea cual sea su estado de vida. Si esto no está claro, el cristianismo será una estrategia de componendas, que permita a cada uno hacerse su traje a la medida. Y ser cristiano no es cuestión de vestidura externa, según la moda de cada tiempo. Es cuestión, como dice san Pablo, de revestirse de Cristo, es decir, de apropiarse de su estilo de vida y de sus actitudes internas, las que siempre irán a contracorriente de lo que el mundo —entendido como opuesto al evangelio— propone. En realidad, el evangelio de hoy nos somete a un examen de conciencia sobre nuestra adhesión a Cristo, porque la pregunta sobre quién es él no solo la dirigió a Pedro y a sus compañeros; es una pregunta que todo cristiano debe responder con sinceridad a la largo de la vida.

+ César Franco

Obispo de Segovia

Al comenzar un nuevo curso conviene recordar que el cristianismo se fundamenta en la relación personal con Cristo, el Señor. Como en toda relación seria y comprometida, sólo puede basarse en el conocimiento del otro si es que se aspira a vivir en la mutua confianza. Se comprende, pues, que Jesús pregunte a sus discípulos lo que la gente y ellos piensan de él. Desde el principio quiere evitar cualquier malentendido. Y, cuando Pedro declara que Jesús es el Mesías sin más, este prohíbe a sus discípulos decírselo a  nadie.

¿Por qué Jesús impone lo que ha dado en llamarse el “secreto mesiánico”, que tanta discusión ha provocado entre los exegetas y teólogos. Aunque no es una cuestión resuelta de modo definitivo, hay cierto consenso en explicarlo así: Jesús no quiere que le consideren como un mesías político, que es lo que se esperaba en su tiempo. Un mesías que librase al pueblo judío del poder de Roma. En el evangelio de Marcos, que leemos en este domingo, Pedro no confiesa, como en el de Mateo, que Jesús sea, además de mesías, el Hijo del Dios vivo, lo que arranca de Jesús un gran elogio por haber recibido tal revelación del Padre celestial. Marcos dice solamente que es el mesías. Jesús impone silencio para evitar falsas expectativas acerca de su misión. Y, para disipar toda duda sobre este aspecto, comienza a explicar a sus discípulos «con toda claridad» —según dice Marcos— que el camino que le espera es el del sufrimiento, la muerte y la resurrección final. Aunque Jesús hable de resurrección, parece que lo que impactó a Pedro fue lo de sufrir y morir. Porque, a continuación, Pedro, llevándose a Jesús aparte, comenzó a increparlo para que abandonara su camino. Jesús, entonces, en presencia de todos sus discípulos increpó a Pedro con estas palabras: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,33-35).

Jesús no deja ninguna duda sobre lo que significa seguirle como discípulo. Pedro ha querido ponerse delante de Jesús, y Jesús lo pone en su sitio: ¡detrás de él! Pero no es una cuestión personal con Pedro, a quien incluso llama «Satanás», porque ve en él la tentación diabólica; se trata de la concepción misma del discipulado. Seguir a Jesús conlleva aceptar su mismo destino y, para ello, siempre hay que ir detrás de él. Es frecuente entre los cristianos, como hizo Pedro, querer marcar el camino a Jesús dulcificando las exigencias de su seguimiento. Lo que Jesús llama «salvar la propia vida» significa en realidad posponer el evangelio a los intereses personales. Jesús establece un principio sin el cual es imposible seguirle: negarse a uno mismo. Y esto vale para todo cristiano sin excepción, sea cual sea su estado de vida. Si esto no está claro, el cristianismo será una estrategia de componendas, que permita a cada uno hacerse su traje a la medida. Y ser cristiano no es cuestión de vestidura externa, según la moda de cada tiempo. Es cuestión, como dice san Pablo, de revestirse de Cristo, es decir, de apropiarse de su estilo de vida y de sus actitudes internas, las que siempre irán a contracorriente de lo que el mundo —entendido como opuesto al evangelio— propone. En realidad, el evangelio de hoy nos somete a un examen de conciencia sobre nuestra adhesión a Cristo, porque la pregunta sobre quién es él no solo la dirigió a Pedro y a sus compañeros; es una pregunta que todo cristiano debe responder con sinceridad a la largo de la vida.

+ César Franco

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