Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

El pasado 15 de mayo clausuramos la etapa diocesana del Sínodo de Obispos convocado por el Papa para el año 2023 sobre el tema «Por una iglesia sinodal: comunión, participación y misión». El resumen de las diversas aportaciones es muy ilustrativo del interés que ha suscitado esta convocatoria en la que han podido participar quienes han querido. Como en todo lo que sucede en la Iglesia, hay luces y sombras.

            En el informe se ha insistido mucho en que todos formamos la Iglesia de Cristo y en ella todos tenemos nuestra voz y nuestro compromiso personal. La consulta realizada ha servido para sentirnos libres a la hora de expresar cómo es nuestra adhesión a la iglesia y cuál es nuestra participación real en ella. Los laicos piden mayor participación en las decisiones de la Iglesia. No sólo ser escuchados, sino atendidos en aquello que legítimamente piden. De los sacerdotes, piden cercanía, acompañamiento, tiempo de escucha. Hay una estima por el culto, especialmente, la Eucaristía, aunque echan de menos mayor preparación de las homilías, más adaptadas a la situación actual de la sociedad. Desean que las celebraciones sean más vivas, exentas de rutina y pasividad. Reconocen también los laicos que necesitan más espiritualidad y formación para poder asumir tareas en la Iglesia. No se trata de «clericalizar» a los lacios, sino de ayudarles a vivir su vocación laical en una sociedad muy secularizada, que necesita el testimonio vivo de los creyentes. Para ello, reconocen que la formación es imprescindible.

            Muchas de las propuestas son ya una realidad en la Diócesis de Segovia, aunque no en todos los ámbitos y parroquias: consejos pastorales y económicos, participación en decisiones diocesanas (como el Plan Diocesano de Pastoral), vitalización de los arciprestazgos, escuela de teología para laicos y un largo etcétera que no todos conocen. Otras propuestas son perfectamente asumibles, en la medida en que todos vivamos la sinodalidad.

            También hay sombras en las aportaciones. Bien por el silencio de temas fundamentales como el de la vida moral de los cristianos, que implica la conversión personal y comunitaria y, por consecuencia, la práctica del Sacramento de la Reconciliación; bien por una comprensión errónea de la llamada adaptación de la Iglesia a la sociedad, que parte del supuesto de que los criterios socializados como válidos deben ser asumidos por la iglesia: ideología de género, abolición del celibato, sacerdocio femenino, concepto de familia, matrimonio entre personas del mismo sexo, aborto, etc. Es obvio que la Iglesia debe adaptarse a los tiempos modernos, pero ¿de qué adaptación se trata? ¿qué se entiende por modernidad? ¿Acaso el modo de vivir la sociedad actual es criterio de discernimiento para la adaptación que la Iglesia necesita? Esto significaría la renuncia al Evangelio, único criterio válido para cualquier reforma en la Iglesia. Pentecostés supuso la irrupción del Espíritu que cambió los esquemas de la cultura grecorromana y judía. El Sínodo, como dice el Papa Francisco, conlleva la apertura al Espíritu de Pentecostés que se actualiza en cada momento de la historia para conducir a la humanidad hacia su plenitud. Hay que escuchar a la sociedad, ciertamente, pero no para seguir gregariamente sus criterios ni sus postulados, sino para descubrir en ella la llamada que el Espíritu nos hace para inculturar el Evangelio, sin perder su perenne novedad como han hecho los grandes santos reformadores de la Iglesia. Solo así el sínodo podrá ser una poderosa luz que nos guíe en el camino de la evangelización que necesita nuestra sociedad tan carente de referencias trascendentes, espirituales y morales.

FIRMA DIGITAL OBISPO recortada

Martes, 31 Mayo 2022 10:54

REVISTA DIOCESANA JUNIO 2022

Loading...

La vida de Jesús ha sido comparada con un viaje. Un viaje desde el Padre a los hombres, de la eternidad al tiempo. Esto es lo que sucedió en la Encarnación, cuando el Hijo de Dios acampó entre nosotros. Y un viaje de retorno, una vez resucitado, que Jesús describe como «me voy al Padre». Se cierra así su ciclo en la historia de la humanidad. A este retorno se le llama «Ascensión». El evangelista historiador, llamado Lucas, dice al comienzo de su segunda obra, Los Hechos de los Apóstoles, que Jesús se presentó a sus apóstoles «después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios» (Hch 1,3). Este tiempo de apariciones se clausura con la Ascensión, que describe de esta manera sobria: «A la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nueve se lo quitó de la vista» (Hch 1,9). En su Evangelio, lo narra de manera parecida. Después de haber comido con ellos, Jesús «los sacó cerca de Betania y, levantado sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría» (Lc 24,50-52).

            El retorno de Jesús al Padre es descrito de una manera simbólica como ascensión a los cielos. Esta fórmula, sin embargo, no significa que Jesús asciende al cielo que vemos. En la mentalidad judía la morada de Dios es presentada por «los cielos», que representa adecuadamente el mundo que está más allá de lo que vemos y trasciende, como es obvio, el límite de los creado. Jesús retorna al Padre, que es su morada definitiva. Vuelve al origen del que vino, al seno del Padre. Como hemos dicho, Jesús cierra así su ciclo iniciado en la encarnación.

            Esta vuelta de Jesús a su Padre tiene una trascendencia que pasa a menudo desapercibida. El que ahora asciende a los cielos es el Hijo de Dios encarnado, crucificado y resucitado. Dicho de otra manera: asciende con la realidad de su carne, que es la nuestra. El Hijo de Dios, que durante toda la eternidad hasta la encarnación no poseía carne humana, asciende ahora con su propio cuerpo. Ante el asombro de los ángeles, como dice la Escritura, asciende hecho hombre con una carne glorificada en la que pueden contemplarse las huellas de su pasión. En el seno de la Trinidad ha sucedido un cambio trascendente en Dios y en los hombres. En Dios, porque el Hijo tiene la forma del hombre que asumió en la encarnación, mostrándose así como uno de nosotros, aunque glorificado. En nosotros, porque, al asumir nuestra carne, podemos decir con san Pablo que, en cierto sentido, nuestra carne ha ascendido con él y estamos unidos a él en la gloria eterna. Así lo han descrito admirables pintores y escultores, cuando, al representar la Trinidad, muestran a Cristo en su realidad carnal, con las llagas visibles en sus manos, pies y costado, e incluso abrazado a la cruz como signo de su pasión. Al contemplar al Verbo en la gloria del Padre, con un cuerpo semejante al nuestro, entendemos más fácilmente que ese es nuestro destino: ascender, subir, elevarnos —primero solo en alma y, al final, con el cuerpo— hasta el seno del Padre para alojarnos en la morada que nos ha preparado junto al que nos ha redimido, no de cualquier manera, sino asumiendo nuestra naturaleza mortal, que ha sido trasformada mediante la resurrección de la carne. Al contemplar a Cristo ya en su gloria, podemos decir con el poeta Daniel Cotta: «Y ya nos parecemos más a Dios, /luego el día se acerca, /el día que esperamos y que asusta, /el día en que podamos salir de la materia/y veamos la luz/ y respiremos fuera/como estrenando cuerpo/ y Dios nos tenga en brazos y nos meza/».

FIRMA DIGITAL OBISPO recortada

San Vicente 01web

 

La Diócesis de Segovia y la Asociación de Caridad de San Vicente de Paúl han firmado un convenio en virtud del que la asociación dispondrá de la capilla de La Paz —anexa a la iglesia de San Esteban— como sede para su actividad. Un acuerdo que establece la cesión temporal de este emplazamiento por un periodo de diez años, prorrogables a su vencimiento. 

            Este convenio firmado por la presidenta de la asociación, María Isabel Escorial, y el vicario general de la Diócesis, Ángel Galindo, permite un aprovechamiento óptimo de los recursos así como una cooperación activa en el desarrollo de temas sociales de interés común. Asimismo, esta rúbrica supone un espaldarazo a la labor de la asociación, que ya había mostrado su interés por disponer de una sede donde centralizar su atención y ofrecer un servicio de calidad a quienes llaman a su puerta.

            De esta manera, la Diócesis continúa dando muestra de su afán por potenciar el servicio social y la atención a los más necesitados, colaborando con instituciones como la Asociación de San Vicente de Paúl de igual forma que lo hace con otras como Cáritas o Manos Unidas. Cumple así la Iglesia de Segovia con una de sus finalidades, la de la caridad, en comunión con la potenciación de la vida sacramental y la formación y educación cristianas.

La Pascua del Enfermo, celebrada en este domingo, nos exhorta a «acompañar en el sufrimiento» a quienes sufren la enfermedad. La condición humana comporta la debilidad de nuestra naturaleza, la enfermedad y la muerte. Por mucho que luchemos contra lo que provoca las enfermedades, sabemos bien que podemos aminorar el dolor, vencer algunas enfermedades, sobreponernos a la fragilidad, pero nunca venceremos la muerte de la que la enfermedad o la edad es antesala inevitable. Quien larga vida desea, dice san Agustín, larga enfermedad desea. Se explica, pues, que una de las actitudes de Jesús fuese el acercamiento a los enfermos, los sanara en algún caso, y nos exhortara a visitarlos. Estuve enfermo y me visitasteis, dice en el juicio último a la humanidad.

Es propio de Cristo asumir el dolor del hombre. Según Isaías, esa fue su intención al encarnarse. Asumió nuestros dolores y enfermedades y con sus heridas curó las nuestras. La parábola del «Buen Samaritano» es, más allá de una enseñanza moral, el retrato más expresivo de Cristo, que desciende de su cabalgadura para curar al herido, cargar con él y llevarlo a la posada, que es lugar de misericordia. Esta parábola ha calificado a la Iglesia como samaritana, que, al ejemplo de Cristo, se para junto al hombre que sufre y le unge con el óleo del amor, compadeciendo con él para hacer más llevadero la prueba del sufrimiento.

Junto al dolor físico, el enfermo puede padecer también una crisis espiritual, que le lleva a preguntarse sobre Dios, su misericordia y providencia. La experiencia del dolor nos sitúa en la frontera de nuestra fragilidad y, en ocasiones, en la frontera de la duda de fe. Los cristianos debemos estar atentos a este riesgo. El enfermo no sólo necesita medicinas para el cuerpo, sino aliento para su espíritu, seguridad de que el sufrimiento puede ser —de hecho, lo es— lugar de crecimiento espiritual. No olvidemos lo que dice la carta a los Hebreos sobre Cristo: «fue perfeccionado por los sufrimientos». El debate teológico suscitado por este texto es inagotable y no conviene dulcificarlo con explicaciones que pierdan de vista la condición humana del Hijo de Dios que quiso pasar por la experiencia del padecimiento. Muchos enfermos son «sanados» cuando descubren que la aceptación de su condición es un paso adelante en el crecimiento integral de su persona. De ahí viene la necesidad de «acompañar» al enfermo. Junto a la ciencia médica, que progresa en el alivio del dolor, se necesita la ciencia del espíritu que ofrece, como dice V. Frankl en su espléndida monografía sobre el hombre doliente, la «terapia» de la palabra que hace del médico o sanitario, o del familiar y amigo, un acompañante con capacidad de sanar las heridas del alma acechada por la desesperanza, el sinsentido o la renuncia a asumir la propia enfermedad. ¿Qué otra cosa intentó Jesús con el sacramento de la unción de los enfermos? La oración por el enfermo, junto a la unción con el óleo santo, es la acción de Cristo que viene a identificarse con quien sufre para alentar su esperanza, no solo en la curación, sino en la seguridad de que no está solo en su padecimiento, sino acompañado por la iglesia que lo sostiene en la fe, y, sobre todo, en las manos del Buen Samaritano que no es indiferente ante el dolor ajeno, ya que él mismo participó de nuestra condición humana.

La Pascua del enfermo es el paso de Cristo por la vida del enfermo. El Resucitado se hace presente para iluminar el camino hacia la sanación integral del hombre que se revelará un día en la resurrección de la carne, esa que nos parece tan frágil como la caña cascada o el pábilo vacilante (cf. Mt 12,20).

FIRMA DIGITAL OBISPO recortada

 

Exposicion Acutis 09web

 

En la mañana de hoy ha sido inaugurada la exposición internacional «Los milagros eucarísticos en el mundo», creada y diseñada por el joven beato Carlo Acutis. Una muestra que recoge más de un centenar de milagros explicados en 166 paneles y que puede visitarse en las capillas de La Piedad y San Andrés de la Catedral, así como en la parte de la nave del Evangelio que discurre a lo largo de estas dos capillas.

            Emilio Montero ha sido el encargado de traer esta exposición a la Diócesis, proveniente de Valencia, aunque ya ha pasado por otras Diócesis españolas y más de 11.000 parroquias, catedrales, y espacios expositivos alrededor del mundo. Él ha sido el encargado de presentar «con gran satisfacción» esta muestra creada por el joven Carlo Acutis, cuyo amor a la Eucaristía, como ha recordado, le llevó a estudiar todos los milagros eucarísticos producidos en el mundo. Un muchacho experto en informática que, a lo largo de dos años y medio de trabajo, creó una página web en la que se recogen, con fotografías y textos, los detalles de esos milagros.

Exposicion Acutis 05web            El comisario de esta muestra ha asegurado que la finalidad es «incrementar el amor a la Eucaristía» con un recorrido por una selección de esos más de 130 milagros que «aunque no están todos —sí todos los de España— sí están representados todos los países», mostrando su convencimiento de que será «una experiencia muy positiva para todo el que la quiera visitar».

            Montero ha detallado que hay análisis científicos de las diferentes reliquias que evidencian «que es sangre humana del grupo AB —el mismo de la síndone de Turín y el sudario de Oviedo— y que parecía extraída a una persona en ese mismo momento». Finalmente, ha querido reseñar la continuidad en los milagros «con esa transformación del pan y el vino en cuerpo y sangre».

            Por su parte, el Obispo de Segovia, Monseñor César Franco, ha mostrado su alegría por tener esta muestra en la Catedral porque la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia, y todo lo que sea explicarla, conocerla y «saber que es un milagro fundamental que celebramos todos los días, pero que no nos damos cuenta de su trascendencia» demuestra que es un «misterio de fe que puede ser constatado por la ciencia».Exposicion Acutis 04web

            Asimismo, el Obispo ha afirmado que gracias a esta muestra podemos conocer mejor a este beato italiano, experto en informática —«un santo de estos tiempos modernos», le ha definido— y amante de la Eucaristía y por la Virgen que pueden ser ejemplo para muchos jóvenes hoy en día.

            Don César recordado también el milagro de la Catorcena de Segovia, recogido en la muestra de la Catedral a petición del propio Emilio Montero, y que posiblemente se agregue a la exposición en su itinerancia posterior. Finalmente, el Obispo ha situado a Segovia, junto con otros lugares que han albergado la muestra, como pioneros en la nueva apologética que señala el Papa Francisco para la evangelización.

Visitas

La exposición está abierta al público desde hoy hasta el próximo 5 de junio de lunes a jueves en horario de 10 a 19 horas, y de viernes a domingo en horario de 10 a 21 horas. El acceso es libre para todos los visitantes, con posibilidad de hacer visitas guiadas para grupos previa reserva en el teléfono 921 460 963 en horario de 10 a 13 horas.

Carlo Acutis

Carlo Acutis fue un joven estudiante italiano y gran aficionado a la informática, conocido por estudiar y documentar los milagros eucarísticos en el mundo y hacer un catálogo en un portal web. Antes de cumplir 15 años fue diagnosticado de Leucemia, enfermedad de la que fallecería en octubre de 2006. Por deseo del propio joven fue enterrado en Asís, donde fue beatificado en 2020 tras la atribución de un milagro por su intercesión.

La Iglesia celebró el 10 de mayo la fiesta de san Juan de Ávila (1499-1569)., patrono del clero español. Muchos calificativos se han usado para designar a esta figura insigne de la iglesia española: predicador, confesor, padre espiritual, misionero, doctor, teólogo, reformador de la Iglesia. En todos estos ámbitos, san Juan de Ávila sobresale de forma eminente por su profunda vida evangélica, su austeridad de vida y su celo apostólico, que le llevó a desear ir a América como misionero. Su camino, sin embargo, estaba en España y, más concretamente, en Andalucía, donde ejerció su ministerio con tanta dedicación que se le ha llamado «apóstol de Andalucía».

            La liturgia, en la oración colecta de la Eucaristía, le llama, sin embargo, «maestro ejemplar» para el pueblo cristiano. Todo lo que hizo —estudio, predicación, fundaciones, dirección de almas— tenía como horizonte el pueblo cristiano, convencido como estaba de que sólo la reforma del pueblo cristiano podía dar a la Iglesia su verdadero rostro, el de la santidad. Para alcanzar este fin, comprendió que, sin sacerdotes ejemplares, celosos y abnegados, la suerte del pueblo cristiano peligraba. En este sentido, se adelantó al concilio de Trento, como lo muestran sus Memoriales, en el afán de la reforma del clero, y sintoniza perfectamente con el Concilio Vaticano II cuando afirma que la santidad del clero es elemento necesario para la edificación del pueblo cristiano: «Aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación, también por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere, por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de quienes […] por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal. 2, 20)» (PO 12).

            Los escritos de san Juan de Ávila ponen de relieve la mayor preocupación de quien ha sido llamado con toda razón por el historiador Hubert Jedin «reformador de la Iglesia», en el sentido más literal de la expresión. Para llevar adelante la reforma, de la iglesia y del clero, utilizó dos instrumentos de raíz evangélica. El primero fue la palabra. El epitafio lacónico de su tumba —messor eram (fue sembrador)— apunta a la predicación como medio para instruir y consolar al pueblo. La palabra predicada con sabiduría y fortaleza echa raíces en el corazón de los fieles y produce la conversión, como ocurrió de forma inmediata con san Juan de Dios en Granada cuando escuchaba su predicación. Preparar la predicación, orarla antes de proclamarla, es una lección que nos ha dejado a quienes somos sembradores de la palabra.

            El segundo medio es la dirección de almas, hermosa expresión que san Juan de Ávila ha engrandecido con su magisterio sobre la paternidad espiritual, que tiene en san Pablo su fundamento: «Por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús» (1 Cor 4,15). No puede expresarse con más claridad la relación entre Palabra de Dios y paternidad espiritual, que no es una expresión meramente alegórica, sino que entraña un realismo que solo entienden quienes dedican su vida a engendrar y alumbrar la vida eterna en sus fieles. Por ello, no debemos celebrar su fiesta solo los sacerdotes por ser nuestro patrono particular, sino todo el pueblo de Dios. Solo así mostraremos que nuestro sacerdocio ministerial y el sacerdocio bautismal de los fieles son inseparables, viven de una positiva dialéctica que pone de relieve la súplica que elevamos a Dios en la liturgia del santo maestro ejemplar: «Haz que también en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus ministros».

FIRMA DIGITAL OBISPO recortada

MISA

 

BODAS DE PLATA. 25 años

Germán Eugenio Huayaney
Henri Thipamba

BODAS DE ORO. 50 AÑOS

Ángel Miguel Alonso
Ángel Galindo
José Antonio Velasco

BODAS DE DIAMANTE. 60 AÑOS

Ildefonso Asenjo

BODAS DE PLATINO. 65 AÑOS

Jesús Sanz
Rafael San Cristóbal
Esteban Tejedor
Lorenzo Gómez

 

Con la solemnidad que merece y las ganas de reunirse y celebrar tras dos años de pandemia que tanto han limitado. Así han celebrado hoy los sacerdotes de la Diócesis a su patrón, san Juan de Ávila. La iglesia del Seminario ha sido el escenario en el que, bajo la mirada de la imagen del santo —y sus reliquias—, se ha celebrado la Eucaristía con la que se ha rendido homenaje a quienes hoy celebran sus bodas sacerdotales, pero también a todo el presbiterio de la Diócesis.

     Arropados por sacerdotes, familiares, amigos y feligreses, los ocho presbíteros homenajeados han concelebrado la Eucaristía, presidida por Mons. César Franco. Una celebración que también ha contado con la presencia de D. Ángel Rubio, obispo emérito.

MISA2

     En su homilía, don César ha querido destacar que los sacerdotes son «luz, sal y ciudad edificada en un lugar visible» y debemos dar gracias por ellos, porque, aunque algunos de ellos incluso han superado los años de jubilación «aquí están, fieles, prestando sus servicios a pesar de las dificultades». El Obispo ha hecho referencia a un encuentro previo a la misa, en el que los homenajeados han recordado anécdotas de todos estos años de servicio, no sin alguna laguna ocasionada por la edad y la acumulación de vivencias.

     En este punto, ha querido resaltar que, a pesar de todo ello, hay algo común en sus testimonios y todos recuerdan: «el amor de Dios, la llamada, el origen de su vocación en familia cristiana, su tiempo de Seminario, la vida y la compañía de los hermanos sacerdotes». Y es que, como ha apuntado don César, las experiencias de Dios permanecen para siempre, pues se guardan en la memoria del alma, más firme que la del cerebro. Como muestra, el Obispo ha recordado que, ya en su vejez, su madre no recordaba quién era, pero en cuanto iniciaba un «Dios te salve…» ella continuaba rezando el Ave María completo. Precisamente, lo que hoy celebramos, «la memoria de la fe».

     Aludiendo a la figura de san Juan de Ávila, Mons. Franco ha querido resaltar que fue un «ejemplo para los sacerdotes y para el pueblo», un gran reformador que entendió que la Iglesia no podría cambiarse si no lo hacían sus ministros. El «apóstol de Andalucía» propuso la renovación del clero, entendiendo que de ahí vendría la reforma de la Iglesia, predicando a los fieles para que fueran santos, puesto que así surgirían las vocaciones al ministerio. Don César ha hecho referencia al epitafio que aparece en la tumba de san Juan de Ávila: «fue sembrador», para subrayar que la predicación de la Palabra es el instrumento que «se nos ha dado para ser pastores del Pueblo de Dios».

     San Juan de Ávila, ha rememorado, «se dejó la vida en la dirección de espíritus», en el acompañamiento espiritual ya que entendía que una forma de ser pastor, «la única forma», es siendo padre. Una hermosa lección la de este santo para el pueblo y los sacerdotes porque, «¿quién no quiere que la Iglesia sea mejor, más limpia, más santa, más justa y más fraterna?». Ahí, ha aseverado don César, está el papel del sacerdote, quien, con su predicación verdadera, su enseñanza continua y su tarea de paternidad hace que los hijos crezcan. «Solo con los instrumentos de san Juan de Ávila seriamos maestros ejemplares para el pueblo. Ese pueblo santo, justo, caritativo que queremos tener, crecería porque Dios es fiel a sí mismo», ha afirmado el Obispo, agregando que, igual que ha traído a los sacerdotes hasta este día «nos acompañará siempre en esta tarea tan bella que ha puesto en nuestras manos y que, en palabras del propio santo, no se puede comparar con el ministerio de los ángeles».

     Finalmente, ha pedido a sus hermanos homenajeados que el Señor les de consuelo y alegría, «porque Él os ha llamado para ser lo que sois», pidiendo también al Padre que premie sus fatigas. Para los más mayores, ha pedido que aleje de ellos toda duda, toda sombra de escepticismo y de pensamiento que les haga creer que la vida puede con nosotros. «Alegraos profundamente en el Señor, que os ha llamado para ser sus ministros, que la Virgen os acompañe en vuestra vida y no olvidéis que ella, siempre es Madre», ha concluido don César.

Agradecimientos

Ángel Miguel Alonso, rector del Santuario de la Fuencisla y canónigo de la S.I. Catedral, ha sido el encargado de hablar en nombre de los homenajeados. «Hay veces que los labios deben callar para que el corazón hable». Con estas palabras ha comenzado una intervención en la que ha recordado ha sus hermanos sacerdotes que el Señor «cuenta con nosotros, quiere que le acompañemos ¡qué bien que siempre nos digan ‘sois del grupo de Jesús’!», para agregar que en la tarea que se les ha encomendado, a veces difícil, tienen garantizada su compañía.

    ANGEL MIGUEL Alonso ha destacado que los presbíteros no son alumnos, sino «discípulos conectados a Cristo para que pase la corriente de Dios a nosotros». Palabras de agradecimiento para don César, «por su cercanía y preocupación por los sacerdotes», y para don Ángel, por querer participar de esta fiesta. Pero también agradecimiento a los profesores y educadores que les ayudaron en su camino al sacerdocio con sus enseñanzas. Y, en especial, a sus padres y familias, que «respetaron la libertad de poder elegir esta maravillosa vocación». Con los hermanos ancianos y enfermos presentes en sus oraciones, ha querido agradecer a las religiosas, familiares y amigos por la colaboración en las respectivas parroquias.

     Finalmente, ha parafraseado al Papa emérito, Benedicto XVI, para decir que san Juan de Ávila es el mejor compañero y terminar con un «¡Viva san Juan de Ávila!» que ha sido replicado con un clamoroso «¡viva!» de sacerdotes y congregados en la iglesia del Seminario.

Experiencia de gracia compartida 

Antes de la Eucaristía, los sacerdotes homenajeados han querido compartir con sus hermanos las anécdotas que recuerdan con más cariño de todos estos años de ministerio. El más joven de todos, German Huayaney, nació en Lima, donde, procedente de una familia cristiana, pronto decidió que quería ingresar al Seminario. Recuerda que, de todos los que postularon y después ingresaron, pocos fueron los que finalmente alcanzaron la meta de recibir la Ordenación Sacerdotal.

WhatsApp Image 2022 05 10 at 12.23.55 PM

     Algunos recuerdan, como Ángel Miguel Alonso, cómo en su pueblo natal —Fuente el Olmo de Íscar—, vieron ordenarse a varios sacerdotes (incluido su hermano Julio) en poco tiempo, todo un logro teniendo en cuenta la escasez de habitantes de la localidad. Otros, como Rafael San Cristóbal, rememoran que no sabían como decir a sus padres que querían ir al Seminario, aunque el decir a su madre «han venido en el coche de línea los seminaristas», le sirvió para que ella le contestara con un «¿y tú quieres ir?» que le pondría en bandeja el ‘sí’. También Ildefonso Asenjo recuerda el miedo que tenía para decirles a sus padres que quería ir al Seminario, con una silla vacía a la hora de la comida en una mesa que compartían ocho hermanos y los padres, se dieron cuenta de que algo le pasaba a ‘Fonsito’ quien, cuando contó lo que quería, no tuvo problema para recibir la aceptación de su familia «siempre que vaya tu hermano (gemelo)». «Fonsito que haga lo que quiera, pero yo no voy a ir», asegura que dijo su gemelo entonces.

     Vivencias compartidas las del Seminario, que aquí en Segovia y en Vitoria enseñaron a Ángel Galindo y a José Antonio Velasco a valorar la importancia de la vida en comunidad, a tener muy presentes a los compañeros y a recordar las enseñanzas de quienes les instruían, algunas de ellas atesoradas con gran valor en la memoria y el corazón. Como las que guarda Jesús Sanz de toda una vida, 65 años, dedicado al servicio a la Iglesia, o las de Lorenzo Gómez, quien, en sus tiempos como capellán de Policía y Guardia Civil, vivió los años más duros del terrorismo de ETA, recibiendo incluso una lección de una madre que enterraba a su hijo quien, al oírle decir que estaban enterrando con pena a uno más ella contestó: «uno más no, es mi hijo».

Toda una vida de esfuerzo y dedicación por la que todo el Pueblo de Dios damos gracias, pidiendo al Padre que siga enviando obreros a su mies.

 

Los párrocos de la Diócesis, entre sus labores pastorales, trabajan por mantener los templos que les son encomendados. Precisamente fruto de la iniciativa de la parroquia de Villacastín, con Juan García Gorgojo a la cabeza, se inició la restauración de una talla de San Francisco de Asís, ubicada en la iglesia de San Sebastián, a finales del pasado año 2021. Un trabajo que se encargó a Clara Delgado, restauradora madrileña afincada en Vegas de Matute.

La sorpresa llegaría para Clara cuando, trabajando en la restauración de la imagen del santo en su taller, encontró bajo el pie izquierdo una firma y una fecha dañadas pero reconocibles: Francisco Salzillo, año de 1763.

 

g firma final2

 

En la maña de hoy, la iglesia de San Sebastián ha servido de escenario para presentar un hallazgo de especial relevancia para la parroquia y para el patrimonio no solo diocesano, también el provincial. El párroco de Villacastín ha querido subrayar que, a iniciativa del Consejo de Economía y animados por algunos devotos, llevan varios años restaurando diferentes piezas de la parroquia como las de san Antonio o san Roque. De esta manera, «con los pocos fondos con los que contamos mantenemos nuestro patrimonio», ha asegurado el sacerdote, agradeciendo la colaboración del Ayuntamiento, en este caso, y de las instituciones en general.

García Gorgojo ha detallado que fue el año pasado cuando se decidió restaurar la talla de san Francisco que, ubicada en un pequeño retablo en la nave del Evangelio, llegó a la iglesia desde el desaparecido convento de Franciscanos a raíz de la Desamortización de Mendizábal. «Nosotros no sabíamos nada, yo recuerdo que cuando la vi pensé: “¡Qué talla más bonita!”», recuerda el párroco, para agregar que cuando la restauradora reveló el hallazgo de la firma procedieron a hacer un trabajo más consistente dada su relevancia. El párroco se ha felicitado porque ahora, «cuando la gente venga a disfrutar de esta hermosa iglesia, también podrá disfrutar de este san Francisco de Asís de Salzillo», mostrando su curiosidad por descubrir por qué esta talla del escultor murciano está en Villacastín.

Restauración

Por su parte, Clara Delgado ha sido la encargada de detallar las claves de la restauración, llevada a cabo en su taller. «Cuando Juan me propuso restaurar esta pieza, sabíamos que era bastante buena, pero no imaginábamos que tendría este calibre», ha asegurado en primer lugar. La restauradora ha explicado el proceso que ha seguido, afirmando que la gran capa de polvo que tenía la talla impedía apreciar lo que había debajo.

Tras una primera limpieza del polvo superficial «fue cuando apareció el tesoro: Francisco Salzillo y se intuye el año 1763», ha asegurado Clara, que también ha detallado su trabajo de sellado y reconstrucción de las grietas. Con lo que ha encontrado, su hipótesis es que como Salzillo era murciano, la madera no estuviera preparada para la humedad de Villacastín, lo que, junto a la introducción de polvo en las grietas, ayudó a mermar su estado de conservación.

Lo que más había sufrido era el Cristo que lleva el santo en la mano, puesto que va volado y tan solo unido a la mano por un vástago. «Una vez estabilizado todo se estuca, para realizar la reintegración cromática final», ha agregado Clara. En su presentación, ha ido combinando imágenes del «antes y después» del estado de la talla, lo que permite comprobar el profundo trabajo de limpieza y restauración realizado.

En cuanto a la firma, el proceso seguido ha sido el de restauración cromática, puesto que «no se puede reproducir» la del escultor murciano. Como curiosidades de la pieza, Clara ha destacado tres: los ojos de cristal «como si fueran una bombilla»; la rocalla, hecha de roñas —corteza de los pinos— pegadas, enteladas y policromadas; y el cinturón del santo «incrustado con un clavo» que no se puede quitar. «Está todo hecho de una pieza», detalles que demuestran que es un Salzillo, «una joya» para la parroquia, el pueblo y la provincia por su envergadura. Una imagen que «se queda para la posteridad restaurada», sabiendo que es un «verdadero tesoro», ha concluido la restauradora.

Finalmente, el vicario de Medios de Comunicación Social, Juan Cruz Arnanz, ha sido el encargado de agradecer —en nombre de D. César, ausente tras su positivo en Covid—, a la comunidad cristiana de Villacastín «el esfuerzo que han hecho para poder restaurar esta bella talla».
El vicario de Comunicación ha resaltado que la Iglesia «como propietaria de estos bienes, hace un gran esfuerzo por custodiar y conservar estas obras de arte cuya finalidad es la evangelización» para agregar que el apoyo y la colaboración de las instituciones municipales, provinciales y regionales es muy importante para que este tipo de tareas sean posibles.

Antecedentes

Con este hallazgo se confirma la teoría expuesta por José Miguel Sánchez Peña quien, en su artículo «Nuevas aportaciones a la obra de Salzillo» publicado en 1986 en IMAFKONTE, ya atribuía al escultor murciano la talla de san Francisco de Asís de Villacastín.

Con esta, ya son dos las imágenes de Francisco Salzillo presentes en la Diócesis, puesto que el Claret cuenta con una pequeña imagen de un Niño Jesús proveniente del Convento de San Gabriel de la Orden de San Francisco, según recogía Juan de Vera en «Una talla de Salcillo en Segovia» en Estudios Segovianos de 1949.

Francisco Salzillo

El escultor barroco Francisco Salzillo es considerado como el imaginero más representativo del siglo XVIII en España, y uno de los más destacados del Barroco. El murciano dedicó su labor artística a la temática religiosa, transmitiendo con su estilo los cambios de la época.

Su obra es el resultado de la influencia paterna, el también escultor e imaginero Nicolás Salzillo, de quien heredó el influjo de escultores italianos, franceses y españoles. De él también heredó, como rasgo significativo de su trabajo, la disposición de las manos en algunas de sus obras. Entre su producción, destaca también el Belén, sobresaliendo por su calidad artística y la representación de la realidad de la época. Marcado por el Barroco italiano, destacó con su trabajo desde muy pronto con un estilo propio que creó escuela.

Con hondo pesar no pude celebrar, a causa del COVID, la Eucaristía de despedida de las monjas cistercienses de Santa María y San Vicente el Real, cuyo monasterio, acostado en la ribera del Eresma, en línea con San Juan de la Cruz, el Parral de los Jerónimos, la iglesia de la Veracruz y el Santuario de la Fuencisla ofrece de Segovia una fisonomía mística, heredera de grandes tradiciones espirituales que marcan la historia del Occidente cristiano. Perdemos el Císter, arraigado en la regla de san Benito y reformado por monjes, entre los que destaca san Bernardo de Claraval, que retornaron a las fuentes del ora et labora y a la austeridad tanto artística como litúrgica que se había descuidado por los benedictinos de Cluny.

            Pero quiero hablar sobre todo de sus cuatro monjas que aún habitan el monasterio, ancianas y cargadas de virtudes, que viven su partida como si las arrancaran de raíz de la bendita tierra que han trabajado y amado como una herencia recibida de Dios. La obediencia les conduce al final de sus vidas a otro hogar. Marchan con dolor y esperanza, con nostalgia de su vida escondida en este pequeño paraíso, testigo de la ofrenda de sus vidas, de su plegaria y silencio, de su hospitalidad fraterna, que echaremos de menos los segovianos. Recuerdo la primera vez que celebré la Eucaristía con esta comunidad, cuyo número ascendía entonces a once monjas. Junto al altar, estaba el báculo de la abadesa mitrada (no sé si queda alguna en España con este rango). Bromeé con la madre diciéndole que su báculo era más alto que el mío y le pregunté si eso significaba competencia con mi autoridad. Sonrió como hacen los ángeles y me comentó que ella no lo usaba. En el Císter la autoridad pertenece a Cristo. Ahora, la abadesa ha tenido la gentileza de regalarme el báculo de su toma de posesión, que usaré como recuerdo de la autoridad de las mujeres en la Iglesia (apenas recordada hoy), que se expresa en el servicio y amor mutuo, el cuidado fraterno de la comunidad y la diligencia en la oración y el trabajo que ha hecho del Císter un modelo indiscutible de humanidad y vida en común.

            Desde que la obediencia les dio a conocer el cierre del monasterio he tratado más con estas monjas y he percibido mejor su espiritualidad y virtudes, su extraordinario desprendimiento de los bienes de este mundo, y su deseo de consumar sus vidas fieles al camino de santidad que encontraron en su juventud. Una de ellas, que está ciega, vive acogida en las Hermanitas de los Pobres, porque los carismas se hermanan fácilmente en la caridad. Su rostro rebosa la luz interior del Císter y, aunque no ve, te mira con una ternura indecible, y con la sonrisa de quien todo lo tiene en el Dios que la ama y sostiene.

            Se nos van las monjas cistercienses y, aunque muchos no lo entiendan, Segovia es más pobre sin ellas. Perdemos un hogar de oración y mística pegada a la tierra. Perdemos una tradición de siglos. Nos quedamos sin un reclamo hacia Dios, como la campana que toca a maitines y a las horas canónicas. Hasta el final, cansadas de ordenar y limpiar para dejar todo en orden, han luchado por dilatar su partida. Han podido celebrar el Triduo Sacro y contemplar la ciudad de Segovia desde sus celdas con la oración que nunca nos faltará mientras vivan en el agitado Madrid donde seguirán su camino de santificación. Para mí son santas y lo digo con el orgullo del pastor que conoce a sus ovejas, aunque no tanto como las conoce Cristo, el único que puede entrar en su secreto jardín interior.

Gracias, hermanas, por su entereza, sabiduría, sencillez, obediencia y humildad. Gracias por el testimonio de su vida. ¡Que Dios provea y vuelvan a sonar las campanas que nos inviten a adorar a Dios!

FIRMA DIGITAL OBISPO recortada