Secretariado de Medios

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El día 14 de septiembre la Iglesia celebra la Exaltación de la Santa Cruz. Esta fiesta se viene celebrando desde el siglo IV. En el año 335, se consagró la iglesia del santo sepulcro de Jerusalén, muy vinculada a la cruz de Cristo, porque el lugar donde fue crucificado Jesús, el monte Gólgota, se encuentra dentro de la iglesia del santo sepulcro. Allí se encuentra también, integrada en la actual basílica, una gran cueva donde, según una venerable tradición, se arrojaban las cruces de los ajusticiados. Santa Elena, madre del emperador Constantino, ordenó excavar en ese lugar y encontró las reliquias de la cruz del Cristo y el título de la cruz con la inscripción en hebreo, griego y latín de las palabras «Jesús Nazareno, rey de los judíos». El de 3 de mayo se celebra la invención de la santa Cruz por santa Elena.

Para comprender cómo un instrumento de tortura cruel como era la cruz se celebra litúrgicamente como «Exaltación de la Santa Cruz», hay que tener en cuenta que Cristo murió crucificado y que la cruz en la que murió se ha convertido en el «trono» de su realeza. La cruz, por tanto, que por sí misma era aborrecible, se convierte en el lugar e instrumento donde Cristo realiza la salvación. Por eso, la cruz es «sabiduría» de Dios, porque la muerte de Cristo en ella es la verificación más grande del amor de Dios por la humanidad al permitir que su Hijo muriera en ella. De ahí, que la Iglesia dedique la fiesta de la «Exaltación de la Santa Cruz» para exaltar, sobre todo, el amor de Cristo que, como dice Pablo, nos amó y se entregó por nosotros.

Cuando Jesús anuncia su muerte utiliza imágenes que hacen referencia al modo como iba a morir. En el Evangelio de Juan, Jesús dice: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». (Jn 12,32-33). La imagen de ser elevado hace alusión a la cruz que se levanta sobre la tierra. También Jesús, aludiendo al gesto de Moisés, que colocó en un estandarte una serpiente de bronce, para que los mordidos por serpientes venenosas no murieran si miraban con fe a la serpiente de bronce, afirma: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna» (Jn 3,14-15). Esta elevación se realiza en la cruz, donde Cristo atrae hacia sí todas las miradas para mostrar su amor a todos los hombres.

La exaltación de la cruz no significa que el cristianismo convierta la cruz en un objeto fetiche que tiene valor por sí mismo. La cruz no es nada sin el Crucificado. Nuestra veneración a la cruz es veneración a la entrega de Cristo por amor. Y cuando Jesús nos invita a cargar con nuestra propia cruz, nos pide identificarnos con él en nuestros propios sufrimientos para que podamos unirnos a él también en su gloria. Por eso, en la cruz comienza, según san Juan, la glorificación de Cristo, porque en ella Jesús revela que no hay gloria más grande que el amor sin reservas ofrecido a los hombres. Aunque resulte paradójico, la muerte de Jesús es una muerte gloriosa, porque en ella el amor revela su esplendor, su grandeza, se exalta a sí mismo. Si no hay expresión más alta del amor que dar la vida por quienes se aman, entonces comprendemos que la muerte de Cristo en la cruz es la expresión más elevada del amor y de la gloria que comporta. Si esto lo entendemos bien cuando vemos personas que pierden la vida por salvar a otros, ¡cuánto más lo entenderemos si el mismo Hijo de Dios, ha querido expresar su amor por la humanidad muriendo en la cruz por nosotros! Aquí radica el sentido último de la fiesta que es la exaltación del amor de Cristo crucificado.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia.

 

san miguel 

Los usos funerarios están cambiando y, como muestra, la proliferación de los columbarios parroquiales.  Desde hace cuatro años, la parroquia de San Miguel, en la capital, cuenta con un columbario pionero en la provincia.

            Ubicada hacia la mitad del templo, en el lado izquierdo, está la capilla elegida para este fin. Bajo la protección de la Virgen de la Misericordia (imagen realizada en exclusiva para esta capilla), el columbario cuenta con 138 nichos, de los que todavía están disponibles un centenar, como recuerda el sacerdote de San Miguel, D. Isaac Benito. Además, también subraya que el periodo de permanencia en el nicho es de 75 años, prorrogables por otros 50 sin coste adicional.

            Un espacio sobrio, cuya ornamentación y tonalidad favorecen un ambiente propicio para el descanso y la oración. El objetivo de este columbario no es otro que facilitar a las familias un lugar para depositar las urnas con los restos mortales de sus seres queridos: un templo, espacio de devoción y respeto donde poder rezar por los difuntos.

            Cabe recordar que, aunque la Iglesia católica no se opone a la cremación, si establece que las cenizas de los difuntos han de depositarse en un lugar sagrado. La Santa Sede, mediante un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe publicado en 2016, recordaba las normas establecidas para la sepultura de los fallecidos, así como para la conservación de las cenizas. De esta forma, la instrucción deja claro que las cenizas de un difunto no deben conservarse en el hogar, tampoco esparcirse en el mar, la montaña o cualquier otro lugar de la naturaleza.

            Finalmente, D. Isaac Benito subraya que, con el columbario, lo que la parroquia ofrece es, en esencia, «un lugar digno y sagrado para el descanso eterno de las personas de fe».

            *Para más información y consultas acerca de la disponibilidad de los columbarios, contactar con el sacerdote de San Miguel, D. Isaac Benito.

Viernes, 04 Septiembre 2020 10:16

Septiembre 2020

septiembre 2020

6 de septiembre – Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

El mensaje de Dios es claro, a pesar de las palabras duras con las que habla. Él ha enviado a su Hijo a la tierra para hablarnos de sus entrañas de misericordia, pues vino a reconciliar consigo al mundo. Por eso, nos pide que escuchemos su voz, que abramos nuestro corazón ante Él, que es nuestro Dios, nuestro Creador y la Roca que nos salva; de manera que al escuchar y hacer vida su Palabra, podamos desde la libertad de hijos de Dios, ser sus siervos, como Siervo es el Hijo; y con su misma humildad, ser palabra viva que anuncia y denuncia, y cuida de su pueblo como centinela. Denuncia aquello que se aparta de su voluntad, para hacer que tu hermano regrese a casa, y anuncia con toda tu fuerza que Dios ha instaurado una nueva ley de reciprocidad, la Ley del Amor, por la cual no debes nada a nadie y nadie te debe a ti, salvo el amor mutuo. De manera que, como diría san Agustín, ama y haz lo que quieras, porque cuando amas, solo quieres el verdadero bien para el amado.

8 de septiembre – Festividad de la Natividad de Nuestra Señora

Celebramos el nacimiento de Aquella que nos entrega a Aquel que se hace ofrenda por amor a cada uno de nosotros. Ella, como la ciudad de Belén, es la más pequeña de sus hijos, pero es en la que ha puesto sus ojos el Salvador. Así, de Ella, la más humilde, la más sencilla, nace el que ha de gobernar a todo el Pueblo de Dios, la Iglesia, en la que se congregarán todas las naciones. Y María salta de gozo porque confía plenamente en la misericordia del Padre, y con Ella nosotros. Además, de confiar sin medida en que se cumplirá lo que Dios ha dicho, la Palabra nos invita a salir de lo establecido, a romper moldes, siempre haciendo la voluntad de Dios; de ahí ese “No temas acoger a María” en lugar de repudiarla, como se esperaba. Hoy Cristo nos mueve a acoger a su Madre, evangelizadora y apóstol, que trae al que salva a su pueblo de los pecados, pastorea con fuerza hasta el confín de la Tierra, siendo Él mismo la paz. Abramos nuestro corazón a la vida nueva que nos trae el Señor.

13 de septiembre – Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

La vida en Cristo, vivir en Él, por Él y para Él: este es el regalo más grande que nos ha hecho el Señor. Y aunque en Él todo es gratis, nos pide una pequeña cosa: “Amarnos unos a otros como Él nos ha amado”, hasta el extremo, sin porqués. Pues Él es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Él perdona todas nuestras culpas y cura todas nuestras enfermedades, rescata nuestra vida de la fosa; por eso, no tengamos miedo a una vida totalmente entregada en el amor, un amor sin límites, en libertad. Un Amor que nos introduce de lleno en las ascuas de su corazón y nos pide no temer ninguna enfermedad, ni ningún dolor, porque ahí está Él, la fuente de nuestra alegría, que como una madre nos sostiene en su regazo. Pero, si nosotros, que hemos sido colmados de gracia y ternura, muchas veces en nuestro corazón dejamos que aniden la ira, el odio y la venganza, ¿cómo podemos esperar a que el mensaje de Jesucristo sea fecundo en esta tierra? La Palabra es clara y nos advierte: ¡Cuidado!, el vengativo sufrirá la venganza del Señor. En nosotros está el acordarnos de la alianza con el Señor, pasar la ofensa por alto y darle la vuelta a la medalla, y donde vemos dolor y sufrimiento, ofensa y pecado, reconocer a Cristo sufriente en el hermano.

 14 de septiembre – Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo muy amado por la salvación de la Humanidad. Jesús bajó desde el cielo y se encarnó para anunciarnos la redención de cada persona y el perdón de nuestros pecados, a pesar de nuestra infidelidad, como ocurría con el Pueblo de Israel. Vino para hablarnos de la verdad de Dios, de la verdad del Padre, que se deshace en amor por cada uno de sus hijos y no busca su perdición, sino su salvación. Pues si no hubiera querido que todos sus hijos se salven, hubiera pagado a cada uno según sus obras, sin compasión ninguna, y cuando volvían hacia Él su corazón, no los habría perdonado y habría acabado con ellos. Escucha, pueblo mío, nos dice hoy el Señor, que quiero hablarte al corazón y, mientras miras el amor desbordante de mi Hijo clavado en la cruz, salva tu vida y ven a mí, que te regalo la vida eterna, porque solo quiero que te conviertas y que vivas.

20 de septiembre – Domingo XXV del Tiempo Ordinario

Muchas veces en nuestra vida ordinaria planificamos, nos hacemos horarios, proyectamos actividades, sin darnos cuenta de que hay Alguien que nos mira sonriente desde el cielo, pensando: “¿y después qué?, ¿después de eso qué piensas hacer?”. Y nos propone un encuentro inmediato con Él. Búscame, que salgo a tu encuentro, que quiero encontrarme contigo, que estoy a tu lado. Y Dios, una vez más, nos sorprende, nos rompe los esquemas y busca nuestra conversión, trastoca nuestros planes y hace que se cumpla en nosotros su voluntad, que no es más que nuestra vida sea conforme al Evangelio, sea digna del Evangelio; y a través de nosotros se manifieste su libertad de espíritu y su bondad, al ser imagen y semejanza suya. Supliquémosle que abra nuestro corazón para que aceptemos la Palabra del Señor.

27 de septiembre – Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

Dios desde el Corazón de su Hijo nos manda un mensaje constante: ¡Conviértete y vivirás! Nos propone un cambio de vida, viviendo en la unidad, revistiéndonos de los mismos sentimientos de Cristo Jesús, que siendo Dios, por amor, se hizo uno de nosotros. Esto hace que dejemos atrás las propuestas del mundo y nos dejemos seducir por Jesús, viviendo, como diría san Vicente de Paúl, con un amor afectivo y efectivo. Un amor afectivo a semejanza del de Jesús, del de Dios, con una ternura y misericordia eternas; pero también efectivo, que se compromete en la lucha por el cambio de las estructuras de este mundo, por la justicia desde la Caridad, haciendo (SUPRIMIR DE) nuestro proceder semejante al suyo, porque escuchamos su voz y le seguimos.

Hna. María de Gracia del Río Villodres

 

 

Muchos cristianos desean una Iglesia perfecta, pero tal Iglesia no existe. El dicho latino ecclesia semper reformanda indica que la Iglesia está siempre en vías de reforma. Pero no sólo la Iglesia llamada institución, a la que siempre miramos cuando hablamos de reforma, sino la Iglesia de a pie, la que formamos cada bautizado. El hecho de estar formada por hombres exige a cada uno que aspire a la perfección de manera que toda la comunidad se beneficie. Con razón decía Pablo que cada miembro debe contribuir a la perfección del cuerpo total.

Basta leer el Nuevo Testamento para darse cuenta de que nunca ha existido una Iglesia perfecta. En la primera comunidad de Jerusalén, en las comunidades fundadas por Pablo, y en el resto de las que conocemos nos encontramos con el pecado de sus miembros. Algunas de las cartas de Pablo han nacido precisamente para corregir errores, evitar divisiones, y edificar auténticas iglesias de Cristo.

Jesús, en el Evangelio de hoy, también sabe que su comunidad no es perfecta y formula lo que podríamos llamar la «regla de la corrección fraterna». Desde el principio, Jesús tuvo que corregir a sus discípulos cuando veía comportamientos pecaminosos: afán de ser los primeros, deseos de poder, críticas a los demás. Actitudes propias del hombre, que no deben escandalizar, pues son patrimonio común. En la regla que ofrece Jesús, señala tres pasos: el primero —cuando uno peca contra su hermano— es ir directamente a él buscando la reconciliación. La venganza está prohibida. Callarse no es bueno, porque la ofensa fermenta en el corazón y produce reacciones negativas. Murmurar no arregla nada y extiende el mal. Lo mejor es la apertura del corazón y la sinceridad en la corrección directa. Si este gesto es eficaz, dice Jesús que hemos salvado al hermano. Si no hace caso, el segundo paso es llamar a uno o dos hermanos que sean testigos de la corrección. Y si tampoco este camino resulta fructuoso, el tercer paso es decírselo a la comunidad, que tiene su autoridad. Y si a la comunidad no hiciera caso —dice Jesús— «considéralo como un pagano o publicano». Con esta expresión, Jesús quiere decir que dicho comportamiento es propio de quien no cree en Dios o quiere ser tenido por un pecador público, como eran los publicanos.

El fin de esta regla de la corrección es lograr la salvación de la persona. Se trata de practicar la caridad con quien lo necesita en el orden espiritual. «Corregir al que yerra» es una obra de misericordia. Normalmente, actuamos de forma distinta a la que dice Jesús: damos a conocer los pecados ajenos, buscamos resarcirnos de las ofensas recibidas, o no aceptamos la corrección por falta de humildad o por obstinación en el pecado. El Papa Francisco habla frecuentemente del daño que hace a la Iglesia la murmuración y las críticas sobre los defectos ajenos. Las murmuraciones, ha dicho, matan igual y más que las armas. Hablando de la primera comunidad cristiana se ha referido a la «cizaña de la murmuración, la cizaña de las habladurías». Y más expresamente: «Este cáncer diabólico que es la murmuración, que nace de la voluntad de destruir la reputación de una persona, agrede al cuerpo eclesial y lo daña gravemente».

Sabemos que corregir no es fácil. Hay que hacerlo no sólo con la verdad, sino con extremada caridad, de manera que en la corrección se haga patente el amor al hermano que ha pecado y experimente que la Iglesia lo busca para sacarlo del error y conducirlo de nuevo a la comunión perdida. Para hacer esto bien, hay una fórmula muy segura: preguntarnos a nosotros mismos cómo nos gustaría que nos corrigieran. Así cumpliremos el mandato de «amarás a tu prójimo como a ti mismo».

+ César Franco

Obispo de Segovia.

 

mensaje creación

EL CUIDADO DE LA FRAGILIDAD

El Papa Francisco nos ha recordado que la pandemia del COVID19 ha sido una auténtica tempestad, pues ha “desenmascarado nuestra vulnerabilidad y ha dejado al descubierto nuestras falsas y superfluas seguridades” . Como consecuencia de ello, vivimos tiempos de hondo sufrimiento, incertidumbre y perplejidad que agudizan la urgencia del cuidado de la fragilidad.

La experiencia de estos meses de pandemia ha puesto al descubierto la convicción, expresada en Laudato si, “de que en el mundo todo está conectado” . Estamos experimentando a flor de piel la interdependencia planetaria, la corresponsabilidad fraterna y la necesidad de la compasión humana.

Esta tempestad global, ha impactado en un mundo sumido en una profunda “crisis de los cuidados”. Esta crisis tiene sus manifestaciones en los descuidos hacia “nuestra oprimida y devastada tierra” (LS 2), en los descuidos hacia nuestros hermanos y hermanas bajo la “cultura del descarte” (LS 43), y en el descuido de nuestra vida interior que tanta relación tiene con “el cuidado de la ecología y con el bien común” (LS 225).

En tiempos de zozobra, cuando los descuidos nos asaltan, hemos de pedir a Dios una auténtica revolución de la ternura y de los cuidados que nos ayude a mostrar, desde la oración y el servicio silencioso, que “el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (LS 70). Velar responsablemente por nuestra vida es un imperativo evangélico, pero este cuidado no puede convertirse en un egoísmo indiferente que olvida a los prójimos y no custodia la creación “que gime bajo dolores de parto” (Rom 8, 22). En ningún momento hemos de olvidar “la unción de la corresponsabilidad para cuidar y no poner en riesgo la vida de los demás” .

“La Caridad de Cristo nos apremia” (2 Cor 5,14) y nos impulsa a cuidar la fragilidad de nuestra “madre tierra, la de nuestros semejantes y la propia, pues somos “templos del espíritu” . En todo momento, hemos de reconocer que no son dimensiones independientes, sino espacios intrínsecamente relacionados entre sí que aspiran a construir una “sociedad de los cuidados”.

“Custodios de todo lo creado” (LS 236)

Como Obispos de la Comisión Episcopal para la Pastoral social y Promoción humana, queremos haceros participes de nuestros sueños en un mundo donde los cuidados estén en el centro de la política, la economía, la ética, la familia y la pastoral.

La conversión ecológica se hace apremiante en nuestros días. La crisis del COVID19, como nos ha recordado el Papa reiteradamente no es un asunto absolutamente independiente de la crisis ecológica que vive el planeta. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación tienen una relación directa con la génesis y desarrollo de enfermedades. Cuidar de la “madre tierra” lleva consigo nuestro propio cuidado, pues no podemos olvidar que “somos tierra” (LS 2).

Con especial intensidad, en estos tiempos de tránsito, custodiar la casa común significa construir una “cultura del cuidado” de la Creación. “La ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad” (LS 143) para promover un nuevo estilo de vida . La cultura del cuidado de la Creación debe “cultivar sin desarraigar” (QA, 28) una verdadera conversión de las ideas, las actitudes y las prácticas. Un cultivo para cosechar miradas “que vayan más allá de lo inmediato” (LS 36) y que aceleren la venida del Reino.

Cuidar del prójimo

Estos meses hemos podido contemplar el potencial humano para el cuidado de los hermanos y hermanas. Las profesiones del cuidado han sido testimonio de la grandeza de la humanidad, las familias han sabido acompañar incluso en la distancia, las organizaciones sociales han respondido con prontitud y creatividad al impacto social de la pandemia, y la Iglesia, desde su profunda humildad, se ha mostrado “experta en humanidad” (Pablo VI) en momentos complejos. Las personas, creadas para amar, hemos constatado que “en medio de los límites brotan inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado (LS 58).

También, con dolor profundo, hemos podido observar el abandono injusto de miles de personas mayores por el mero hecho de la edad, el crecimiento de las desigualdades sociales y educativas, así como algunas prácticas irresponsables de personas e instituciones que hacen aún más urgente una conversión de los cuidados.

Toda la vida está en juego cuando descuidamos la relación con el prójimo, pues tenemos el encargo y el deber de cuidar y custodiar a nuestros prójimos cercanos y lejanos. “Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro” (LS 70). la Iglesia debe participar en las cadenas globales de cuidados que se expresan desde la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta.

Espiritualidad del cuidado

No hay conversión pastoral posible sin el cuidado profundo del gusto espiritual de ser tierra y pueblo . La paz interior, la profundidad del corazón, la experiencia de sentirse cuidado por un “Dios que es Amor” (1ª Jn 4,8) son condiciones básicas “para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo y para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente” (LS 241).

Sin una mística que nos anime, nos aliente y nos sostenga, es imposible construir una auténtica sociedad de los cuidados. Necesitamos de “la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo” (LS 216) y para experimentar que “todo lo puedo con el que me da fuerzas” (Flp 4, 13).

La cultura del cuidado no se fundamenta únicamente en el desarrollo ético de nuestras actitudes y prácticas, sino que exige que “despertemos el sentido estético y contemplativo” para acoger con gratitud y gratuidad la misión a la que somos convocados.

En esta Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, pidamos al Señor, que es el primero en cuidar de nosotros, que “nos enseñe a cuidar de nuestros hermanos y hermanas, y del ambiente que cada día Él nos regala” (QA 41), desde la honda espiritualidad evangélica que nos alienta. Nos unimos en este quinto aniversario de la encíclica Laudato si a la convocatoria del Papa Francisco para celebrar un año especial, que va desde el 21 de mayo de 2020 hasta el 24 de mayo de 2021, año en el que “todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades” (LS, 14).

Departamento de Ecología Integral
Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Promoción Humana


 1.Bendición "urbi et orbi" del Santo Padre Francisco. Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia. Viernes, 27 de marzo de 2020
2.FRANCISCO. Encíclica Laudato si, 16. En adelante LS.
3.Papa Francisco “Un Plan para Resucitar”. Revista Vida Nueva 17/04/2020
4.Cfr. 1 Corintios 6:19
5.Cfr. LS 211
6.Cfr: 2 Pe 3,12
7.Cfr.LS 16
8.Cfr. LS 2
9.FRANCISCO. Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium,268

Lunes, 31 Agosto 2020 11:22

REVISTA DIOCESANA SEPTIEMBRE 2020

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Domingo, 30 Agosto 2020 09:34

UNA CATORCENA EN MEDIO DE LAS DIFICULTADES

74563segovia concierto reyes 2019 parroquia san frutosLa Catorcena es una tradición religiosa de la ciudad de Segovia, viva desde hace más de seis siglos, en la que el primer domingo de septiembre se rememora el fallido acto de profanación de la Sagrada Eucaristía en la antigua sinagoga mayor, allá por 1410. Una placa en la plaza de San Facundo, lugar donde se erigía la iglesia del mismo nombre, y una calle adyacente llamada precisamente “de la catorcena” mantienen la memoria de aquellos acontecimientos.

Las catorce parroquias que entonces existían en la ciudad comenzaron a celebrar el milagro de la integridad de la forma consagrada de manera rotativa, tradición que se ha mantenido hasta este año, en el que se ha decidido hacer partícipes de la misma a las parroquias de nueva construcción. Así, se constata el hecho de la unidad de la fe en Segovia y su arciprestazgo.

El honor de inaugurar esta “nueva tradición”, haciendo suyo el turno que le correspondería a la desaparecida parroquia de San Facundo, le ha correspondido a la de San Frutos, en el barrio de La Albuera. Como se ha venido haciendo en los últimos años, estaba prevista una serie de actividades culturales y formativas (conferencias, conciertos, visitas…) que pretendían acompañar dignamente los actos propiamente litúrgicos. Pero, por el golpe de la pandemia que todos desgraciadamente conocemos, aquellos han tenido que reducirse a algo muy modesto y “confinado” en las instalaciones parroquiales.

Quizá sea algo providencial. El virus ha trastocado nuestras vidas y proyectos y nuestra querida tradición no puede sustraerse a su efecto. Confiemos entonces en que la catorcena de 2020 merezca ser recordada por su austeridad más que por sus novedades; por el deseo de acompañamiento a cuantos han sufrido en la ciudad más que por el simple mantenimiento histórico de una de sus costumbres. Este es el propósito que nos anima.

Haciendo una lectura creyente de lo que está ocurriendo, podríamos decir que estamos asistiendo a otra “profanación”. El covid ha irrumpido en nuestras vidas y ha intentado profanar nuestras creencias y seguridades. Puede que sea el momento de volver la mirada hacia el Señor, siempre presente en la Sagrada Eucaristía, y ponernos en Sus manos para, como hicieron los que nos precedieron hace 610 años, intentar comprender desde la fe los signos de nuestros tiempos.

Porque nos ocurre como a Pedro en el Evangelio de hoy domingo: que inevitablemente pensamos como los hombres, no como Dios. No comprendemos por qué suceden las cosas que nos hacen tambalearnos como individuos y como sociedad pero, una vez más, tenemos la confianza puesta en el Señor. Desde la parroquia de San Frutos, deseamos que este sea el espíritu profundo que nos mueva a celebrar y recordar esta catorcena tan especial en comunión con toda la ciudad.

Junta de catorcena de la parroquia de San Frutos

coca

Coca, en el año 2020, tiene una iglesia parroquial para el culto que este año cumple 500 años de su construcción y comienzo de culto. La iglesia está construida sobre los fundamentos de la antigua iglesia románica. En el año 1503, la familia Fonseca consigue una bula del Papa Alejandro VI, que permite construir una nueva iglesia en el lugar de la antigua, muy deteriorada. Los trabajos terminan en 1520 y, en ese mismo año, comienza el culto con el nombramiento, por el Obispo de Segovia, del párroco y vicario parroquial. Hay libros parroquiales que comienzan algunos años después. Además, en nuestra iglesia hay varios sepulcros de la familia Fonseca.

La iglesia es un lugar visible para los creyentes, donde se reúnen para celebrar la Eucaristía y otros sacramentos. Por eso, este año, mirando los 500 años de la fundación, tenemos que cuidar dos aspectos: la Iglesia como comunidad de los creyentes y la iglesia como edificio, un lugar donde la comunidad se puede reunir. Durante estos 500 años han pasado muchas personas, convirtiendo el edificio en la Iglesia viva. Bautizos, bodas, entierros, confesiones, cuántas Eucaristías, oraciones, han convertido estos muros en un lugar sagrado, en un lugar dedicado para Dios y solo para Él.

Cuando miramos después de 500 años a esta iglesia tan bella que nos dejaron nuestros antepasados, queremos a pedir a Dios para que nos ayude a mantenerla como un lugar de oración. Para que todos los que vienen después de nosotros tengan un lugar sagrado para la celebración. Para que dentro de 500 años, cuando se vayan a celebrar mil años de la parroquia, puedan decir que antes de ellos aquí vivía una comunidad fuerte que cuidaba este lugar, y no solo el edificio, sino especialmente el culto y la oración.

Este sábado, 29 de agosto, celebramos este gran aniversario, con la Misa solemne (a las 20.00 horas) presidida por D. Ángel Galindo, vicario general de la Diócesis de Segovia. 

D. Slawomir Harasimowicz Harasimowicz (párroco de Coca)

En el Evangelio del domingo pasado leíamos que, después de la confesión de Pedro, Jesús llama bienaventurado a Pedro por haber recibido de Dios el conocimiento de su condición de Mesías e Hijo del Dios vivo. Hoy leemos la continuación de este Evangelio. Jesús, para enseñar a sus discípulos que él no es un mesías político, sino el siervo de Dios humilde y humillado, les revela lo mucho que debe padecer para consumar su misión. Pedro, al oírle hablar de su pasión, llevando a Jesús aparte, le increpó y le dijo: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte» (Mt 16,22). Jesús le replicó: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios». Estas son las palabras más duras que Jesús dirige a un apóstol suyo porque ve en él un obstáculo en el camino que le ha trazado su Padre. Pedro, que confesó la fe en Cristo, se convierte ahora en instrumento de Satanás para desviar a Jesús de su camino, como queriendo llevar la delantera. Por eso Jesús le ordena: «¡Ponte detrás de mí, Satanás!».

Jesús no se contenta con reprender a Pedro, sino que, dirigiéndose a sus discípulos, les exhorta a seguirle con su propia cruz, «porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Mt 16,25-26). Esta advertencia de Jesús seguramente parecerá obsoleta a mucha gente. Hoy día, hablar de perder el alma resulta trasnochado. Hace tiempo que, incluso en la iglesia, tenemos miedo (¿o reserva?) a hablar de la posibilidad de perdernos para siempre, una vez pasado el umbral de la muerte. A no ser que pensemos que Jesús no sabía lo que decía cuando hablaba del peligro de la perdición eterna, o del destino final del hombre alejado de Dios —lo cual nos convertiría a nosotros en jueces de Jesús—, sus serias palabras sobre el destino final del hombre permanecen inmutables aunque no concuerden con nuestras opiniones. Cualquiera que se tome en serio los evangelios, debe reconocer que la tentación de ponerse delante de Cristo para indicarle el camino es muy frecuente. Como si Jesús, al hablar de la libertad del hombre, le hubiera cortado alas para no volar hacia la altura. ¡Así le evitaba, naturalmente, caerse al suelo!

Con toda seriedad advierte Jesús que el hombre puede perder su alma aunque haya ganado el mundo entero. No es difícil ver hoy que muchos renuncian a salvarse, e incluso a salvar su honra privada y pública, si, en contrapartida, llenan los bolsillos de euros. La frivolidad con que el hombre se busca a sí mismo sólo es comparable con el orgullo de creerse dueño y señor de este mundo. Nos rasgamos las vestiduras cuando oímos hablar de corrupción, pero no llegamos al fondo de las cosas, cuando la reducimos al nivel de lo económico o de lo sexual, como si el dinero y el sexo fueran los únicos pecados capitales. No nos atrevemos a interrogarnos por la corrupción de la mente, que subvierte los valores con la facilidad de quien cambia de corbata. Mentir, chantajear, servirse del poder en beneficio propio, son pasiones del corazón humano que pueden arruinar la propia vida y la ajena. Corruptio optimi pessima, dice una máxima latina. Y es evidente que lo mejor del hombre no es ni el dinero que tiene ni el sexo del que puede disfrutar, sino la razón que le permite ser libre y escoger siempre el camino de la verdad y del bien. Si la razón se corrompe, la ruina es estrepitosa. No vivimos tiempos para metafísicas, ni religiones, ni siquiera para entrar en el interior de nuestra conciencia y pensar. Parece que salvar la vida es lo que importa, aunque al final se pierda el alma.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia