cesar

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Jueves, 02 Marzo 2017 17:38

Cantos de Navidad

Cantos de Navidad

Jueves, 02 Marzo 2017 17:38

Cantos de Adviento

Cantos de Adviento

Jueves, 02 Marzo 2017 17:38

Cantos de Tiempo Ordinario

Cantos de Tiempo Ordinario

Jueves, 02 Marzo 2017 17:37

Cantos de Pascua

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La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la Liturgia solemne… La Música Sacra, Por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente se halle unida a la acción litúrgica…Además, la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico, siempre que estén adornadas con las debidas cualidades” (SC 112). Pero, ¿por qué es importante el canto en nuestras celebraciones litúrgicas?

  • El canto expresa y realiza nuestras actitudes interiores. Expresa las ideas y los sentimientos, las actitudes y los deseos. Es un lenguaje universal con un poder expresivo que podemos corroborar en las propuestas audiovisuales de los medios y que llega a donde no llega la sola palabra.
  • El canto hace comunidad. El canto pone de manifiesto de un modo pleno y perfecto la índole comunitaria del culto cristiano. Cantar en común une y genera sentimientos de pertenencia a un determinado grupo social. Nuestra fe no es sólo asunto personal nuestro: somos comunidad.
  • El canto hace fiesta. El valor del canto es el de crear un clima más festivo y, sobre todo, solemne; por este motivo debe ser expresado con gran delicadeza y adornado por una belleza sublime. “Nada más festivo y más grato en las celebraciones sagradas, exprese su fe y su piedad por el canto” (MS 16).
  • La función ministerial del canto. La música y el canto tienen dos puntos de referencias: el ritmo litúrgico y la comunidad celebrante. El canto sirve “ministerialmente” al rito celebrado por la comunidad.
  • El canto, sacramento. Dentro de la celebración, el canto y la música se convierten en un signo eficaz, en un sacramento del acontecimiento interior. Dios habla y la comunidad responde con fe y con actitudes de alabanza, oración y celebración; se encuentran en comunión interior. El canto es un verdadero “sacramento”, que no sólo expresa los sentimientos íntimos, sino que los realiza y los hace acontecimiento.

Como compartimos esta opción por introducir el canto en nuestras celebraciones, desde el Secretariado de Pastoral Juvenil hemos organizado en la web de la diócesis sugerencias de cantos según el tiempo litúrgico. Algunos de vosotros nos habéis comentado esa dificultad que encontráis para seleccionar los cantos que se consideran más apropiados; por este motivo, os mandamos la propuesta para el Tiempo Pascual. Estamos abiertos a sugerencias de cantos que nos podéis enviar y publicaremos con mucho gusto.

 

Jueves, 02 Marzo 2017 17:36

Cantos de Cuaresma

 Cantos de Cuaresma 

EL TIEMPO DE CUARESMA

 

La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la Liturgia solemne… La Música Sacra, Por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente se halle unida a la acción litúrgica…Además, la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico, siempre que estén adornadas con las debidas cualidades” (SC 112). Pero, ¿por qué es importante el canto en nuestras celebraciones litúrgicas?

  • El canto expresa y realiza nuestras actitudes interiores. Expresa las ideas y los sentimientos, las actitudes y los deseos. Es un lenguaje universal con un poder expresivo que podemos corroborar en las propuestas audiovisuales de los medios y que llega a donde no llega la sola palabra.
  • El canto hace comunidad. El canto pone de manifiesto de un modo pleno y perfecto la índole comunitaria del culto cristiano. Cantar en común une y genera sentimientos de pertenencia a un determinado grupo social. Nuestra fe no es sólo asunto personal nuestro: somos comunidad.
  • El canto hace fiesta. El valor del canto es el de crear un clima más festivo y, sobre todo, solemne; por este motivo debe ser expresado con gran delicadeza y adornado por una belleza sublime. “Nada más festivo y más grato en las celebraciones sagradas, exprese su fe y su piedad por el canto” (MS 16).
  • La función ministerial del canto. La música y el canto tienen dos puntos de referencias: el ritmo litúrgico y la comunidad celebrante. El canto sirve “ministerialmente” al rito celebrado por la comunidad.
  • El canto, sacramento. Dentro de la celebración, el canto y la música se convierten en un signo eficaz, en un sacramento del acontecimiento interior. Dios habla y la comunidad responde con fe y con actitudes de alabanza, oración y celebración; se encuentran en comunión interior. El canto es un verdadero “sacramento”, que no sólo expresa los sentimientos íntimos, sino que los realiza y los hace acontecimiento.

Como compartimos esta opción por introducir el canto en nuestras celebraciones, desde el Secretariado de Pastoral Juvenil hemos organizado en la web de la diócesis sugerencias de cantos según el tiempo litúrgico. Algunos de vosotros nos habéis comentado esa dificultad que encontráis para seleccionar los cantos que se consideran más apropiados; por este motivo, os mandamos la propuesta para Cuaresma. Estamos abiertos a sugerencias de cantos que nos podéis enviar y publicaremos con mucho gusto.

 

Jueves, 02 Marzo 2017 17:23

Cantos Litúrgicos

Jueves, 02 Marzo 2017 16:48

Iglesia en Segovia. Marzo 2017.

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CuaresmaPapa2017

Mensaje de Cuaresma 2017 – Santo Padre S.S. Francisco

La Palabra es un don, el otro es un don
Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2017

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor.

Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).

La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19- 31).

Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.

  1. El otro es un don

La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.

La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal.

Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).

Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida.

La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo.

Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.

  1. El pecado nos ciega

La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado.

La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado.

Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).

El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos.

El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.

La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir.

Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62).

El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal.

Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación

Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

  1. La Palabra es un don

El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática.

El sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).

También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios.

Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios.

El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua.

Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.

La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).

De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo.

La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor “que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador” nos muestra el camino a seguir.

Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados.

Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana.

Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.

Vaticano, 18 de octubre de 2016, Fiesta de San Lucas Evangelista
FRANCISCO

Sábado, 25 Febrero 2017 07:33

Domingo VIII (A): Los dos señores

 

Para comprender el evangelio de este domingo, se debe partir de la premisa que pone Cristo: «Nadie puede servir a dos señores, porque despreciará a uno y amará al otro: o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero». Servir al dinero significa dedicar la vida a almacenar riquezas. Y hay un proverbio que dice: «el dinero es un buen servidor pero un mal patrón». El dinero sirve para hacer obras buenas, loables empresas al servicio de la sociedad, limosnas y caridad con los necesitados. Pero es un mal patrón que esclaviza a quien se dedica a acumular tesoros viviendo para sí y dando la espalda a los más pobres. Querer servir a Dios y al dinero es vivir con el corazón partido. Dios no admite competencias. Exige amor absoluto.

Si este principio no está claro, la invitación de Jesús a confiar en la Providencia pueden parecer músicas celestiales o efluvios poéticos para almas cándidas. Jesús dice que Dios cuida de sus hijos como de los lirios del campo y de las aves del cielo. Y anima a no angustiarse por el comer y el vestir, porque nada falta a quienes son hijos de Dios. ¿Cómo sonarán estas palabras en quienes sufren hambre y desnudez? ¿Cómo serán recibidas por quienes viven sin lo necesario y están al borde de la muerte? ¿Acaso podemos decirles que Dios cuida de ellos y les alimenta y viste como a los pájaros del cielo y a los lirios del campo? Las palabras de Jesús no contemplan esta realidad, sino que ponen el acento en quienes luchan por atesorar y servir al dinero, añadiendo a su vida afán tras afán. En la enseñanza de Jesús tenemos suficientes palabras y bellas parábolas que hablan de la necesidad de cuidar de los pobres, hambrientos y desnudos como si fueran él mismo. Sería un escarnio decir a un pobre y desnudo que Dios cuidará de él y pasar a su lado sin mostrar compasión. Toda palabra de Jesús tiene su contexto en el que debe ser interpretado.

Jesús invita a confiar en la Providencia a sus discípulos que desean servir a Dios pero al mismo tiempo se ven acosados por la codicia del dinero. Por eso llama al dinero «mammona», palabra aramea que significa riqueza y posesión. El hombre, por la codicia, está tentado de convertir el dinero en su dios y someterse como esclavo a sus exigencias. Jesús exhorta a no poner el corazón en las riquezas, que tarde o temprano terminan esclavizando, con el consiguiente olvido y desprecio de los pobres, como ocurre en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Sólo quienes se ponen a sí mismos y a sus bienes al servicio de Dios pueden entender lo que significa la confianza en la Providencia y descubrir que Dios cuida, como hizo con el pobre de Asís y con tantos santos, de quienes se desprenden de todo para vivir como vivió Cristo. La pobreza voluntaria se convierte así en la suprema libertad del corazón, que  no anda dividido en el servicio de dos señores incompatibles. «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia; y todo lo demás se os dará por añadidura». Servir al dinero sólo trae esclavitudes. Es un afán inútil que Jesús compara con la pretensión de quien cree que, cavilando mucho, podrá añadir una hora al tiempo de su vida o un palmo a su estatura. Quien vive con la confianza puesta en Dios y en el tesoro de la vida eterna se vestirá con la belleza de los lirios del campo y no le faltará el sustento diario como a los pájaros del cielo. Jesús no era un ingenuo. Sabía que cada día tiene su afán por comer y vestir. Pero también sabía que la búsqueda de seguridades materiales en este mundo lleva al hombre a atesorar riquezas, de las que no depende en último término la salvación del alma.

+ César Franco

Obispo de Segovia

Sábado, 18 Febrero 2017 08:24

Domingo VII (A): Amar a los enemigos.

 

El amor a los enemigos es una de las revelaciones más importantes de Cristo. El Antiguo Testamento prohíbe la venganza y manda amar al prójimo como a uno mismo, pero se entendía el prójimo como el miembro del pueblo de Israel. La conducta con los enemigos se regía por otros cánones. El «ojo por ojo y diente por diente» justificaba la venganza como se justifica hoy en determinados credos y culturas. Amar a quien me odia o me persigue parece un precepto contra natura. La sed de venganza  habita en el corazón del hombre. Lo vemos a nivel individual y colectivo. Los jefes de los pueblos responden con muerte a la muerte, con masacre a la masacre. Y se justifica políticamente. Se entiende incluso como justicia responder con el mal a quien nos lo hace. Por ello, cuando vemos que alguien perdona a quien, por ejemplo, ha asesinado a sus propios familiares nos invade un estupor de incredulidad. Muchos consideran que quien actúa así está fuera de sus cabales, y, otros, enmudecen, percibiendo secretamente que ahí se manifiesta la verdadera  fe en Dios.

En la película de Ingmar Bergman, «el manantial de la doncella», asistimos a un ritual de venganza sobrecogedor, el de un padre que mata despiadadamente a quienes han violado y matado a su hija, incluso a un niño inocente que ha contemplado el crimen. Se trata de un hombre creyente, que deja al margen sus convicciones para convertirse en juez y verdugo.

San Francisco de Asís dice en su regla que «Nuestro Señor Jesucristo, de quien debemos seguir sus huellas, dio el nombre de amigo a aquel que lo traicionó y se ofreció voluntariamente a los que le iban a crucificar. Así pues, son nuestros amigos todos los que nos causan injustamente tribulaciones y angustias, afrentas e injurias, dolores y sufrimientos, martirio y muerte. Debemos amarlos mucho, ya que los golpes que nos dan nos merecerán la vida eterna». He aquí el evangelio sin glosas. El ejemplo de Cristo constituye, sin duda, el fundamento del amor a los enemigos. Su primera palabra en la cruz fue rogar por quienes le crucificaban, excusando su pecado. Y, frente a la reacción de Pedro que saca su espada para defender a Cristo, le recrimina su comportamiento.

Jesús, sin embargo, al explicar la exigencia de amar a los enemigos no se pone a sí mismo de ejemplo. Su ejemplo está más arriba de sí mismo: nos invita a contemplar al Padre del cielo «que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos». Si amamos a los que nos aman —explica Jesús— y saludamos solo a nuestros hermanos, ¿qué hacemos de más? ¿qué diferencia hay entre nosotros y los paganos? La perfección del amor sólo se halla en Dios. El cristiano tiene el listón del amor en su Padre del cielo. «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo». Y termina su exhortación con unas palabras que pueden sorprendernos: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». ¿Acaso es posible ser perfecto como Dios? Con estas palabras Jesús comenta la ley de santidad del judaísmo que decía: «seréis santos porque yo, vuestro Dios, soy santo». Jesús no busca compararnos con Dios, sino dar la razón de una exigencia tan alta de amar. De ahí que la traducción más exacta de sus palabras sea: «Sed perfectos, porque vuestro Padre celestial es perfecto». Hablando así nos recuerda que los hijos de Dios deben aprender a amar mirando al Padre. Sólo así, se asemejarán a él. El amor exige contemplación. El idioma ruso tiene una palabra que esclarece lo que queremos decir. Traducida a nuestra lengua diría: «querer con la mirada». Quien mire a Dios terminará queriendo como él.

+ César Franco

Obispo de Segovia.