El Día del Seminario tiene este año el siguiente lema: «Padre y hermano, como san José». En el año dedicado a san José, se quiere resaltar la condición del sacerdote como hermano y padre de los hombres. El sacerdote es tomado de entre los hombres, sus hermanos, para ser constituido padre por el sacramento del orden. Se trata de la paternidad nacida de la predicación de la Palabra de Dios y de los sacramentos. Como dice san Pablo, «por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús» (1Cor 4,15). Son muchas las virtudes de san José que el Papa Francisco resalta en su carta apostólica Patris corde («con corazón de padre») para este año jubilar: ternura, obediencia, acogida, valentía creativa, laboriosidad. Lo presenta finalmente como si fuera para Jesús «la sombra del Padre celestial en la tierra». En cada una de estas virtudes el sacerdote puede encontrar el estilo para ejercer el ministerio con la fortaleza y discreción típicas de san José. Todas son necesarias para engendrar a Cristo en cada bautizado y conducirlo a la plena madurez cristiana. En estos tiempos difíciles para el ejercicio del ministerio sacerdotal, la figura del padre legal de Jesús en la tierra (no olvidemos que se le conocía como «hijo de José») nos muestra el plan de Dios a través de un hombre aparentemente sin relieve social. «De una lectura superficial de estos relatos—escribe el papa Francisco a propósito de los evangelios— se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret». En el Evangelio de san Mateo se utiliza cuatro veces la expresión «tomar al niño y a su madre» para referirse a la misión que Dios encomienda a san José, quien la cumplió con total fidelidad. El tesoro que Dios puso en manos del carpintero no fueron las herramientas de su trabajo, que dignificó con su honestidad y constancia, sino el Hijo de Dios y su madre. El secreto de su vida y vocación está en la acogida, custodia y entrega total al «niño y a su madre». Este es también el secreto de la fecundidad del sacerdote: acoger a Cristo y a su madre para formar la familia de los hijos de Dios. El sacerdote, con la gracia del sacramento del orden, está llamado a «conformar» al cristiano con Cristo, tarea que sólo pude realizar en la medida en que él mismo se identifica con él, dejándole vivir en su propia existencia cotidiana. Para ello, debe también acoger a su madre, como hijo Juan al pie de la cruz, para aprender de ella, y de su maternidad, las actitudes de Cristo, que fue educado por María y José en el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios. Sin duda alguna, José tuvo en María una maestra inigualable para descubrir su oficio de padre y custodio de Jesús. Y ambos encontraron en Jesús, no solo al que debían educar, sino al Maestro por excelencia, cuya vida diaria era una permanente lección de las cosas divinas y humanas. El seminario es una escuela del seguimiento de Cristo bajo la tutela de José y de María, como un pequeño Nazaret donde los que son llamados a identificarse con Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, aprenden de tan únicos maestros a parecerse a él con la clara conciencia de que esta tarea ocupa toda la vida. + César FrancoObispo de Segovia