Tenemos de la tentación una idea negativa. Nos sentimos amenazados, inseguros, inclinados a claudicar por la experiencia de ocasiones pasadas. A veces, provoca tal nerviosismo, ante la posibilidad de caer, que eso mismo provoca la caída. Valga esta comparación: cuando vamos en bici y nos fijamos obsesivamente en el obstáculo, fácilmente nos daremos con él; es preciso verlo, pero dirigir la mirada hacia la totalidad del horizonte. Entonces, el obstáculo pierde densidad y se esquiva fácilmente. San Agustín decía que en la peregrinación de la vida debemos contar con las tentaciones, «ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo sino es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones». Esto lo decía quien tuvo que combatir esforzadamente para salir de su vida de pecado una vez convertido a Cristo. Preciosas son las páginas en las que describe esta lucha en sus «Confesiones». El hombre, que se conoce un poco a sí mismo en el sentido de haber experimentado su fragilidad, sabe perfectamente que la tentación, la prueba, es una experiencia de tipo espiritual, que le lleva a poner en juego sus capacidad de ser libre y escoger, por tanto, entre el bien y el mal. Es un luchador. Se esfuerza por no ser esclavo de sí mismo, ni de otros, ni de nada. Sabe que el progreso en la virtud depende de su decisión por alcanzarla mediante la lucha. No vive obsesionado, ni atemorizado por la tentación. Sencillamente, cuenta con ella. Como cuenta el atleta con las dificultades para alcanzar la meta, el triunfo, la victoria. Nadie se conoce a sí mismo si no es tentado. Esta es la razón por la que Cristo quiso ser tentado en cuanto hombre: quería conocer esta experiencia profundamente humana y poner en juego su libertad. Para ello, se dejó llevar por el Espíritu al desierto, que es en la Biblia lugar de tentación y de prueba. Y salió forjado para la lucha que había de sostener a lo largo de su vida. El hombre de hoy tiene dos peligros ante la tentación: achicarse dominado por el miedo, que es lo mismo que darse por vencido. O pensar que no existe, lo cual indica el desconocimiento de sí mismo y eximirse del noble uso de la libertad. Este hombre ha hecho paces ya con la caída. +César Franco Obispo de Segovia