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Jueves, 01 Enero 2015 21:25

Dios con nosotros

VOZ DEL OBISPO. Me alegra profundamente que mi primer artículo en este periódico vea la luz el mismo día que inicio mi servicio como Obispo de Segovia. El papa Francisco me envía a esta antiquísima sede como sucesor de los apóstoles para realizar la misión de Jesús, el Cristo: evangelizar y ofrecer la salvación que nos trae.

Entro en Segovia cuando agoniza el tiempo de Adviento y la Navidad toca a nuestras puertas con su alegría y esperanza desbordantes. Por eso, me apresuro a desear a todos los segovianos una feliz y verdadera Navidad. Aunque es una fiesta que pierde progresivamente su genuino sentido cristiano, late en ella aún el carácter de «Buena Nueva»,  que es el significado de la palabra evangelio. Cuando los primeros cristianos utilizaron esta palabra estaban convencidos de que el nacimiento de Cristo, confesado como Hijo de Dios, era la gran buena noticia para el mundo. Que Dios mismo quisiera ser y llamarse Enmanuel, Dios con nosotros, era el mejor anuncio, capaz de asombrar  a toda la tierra.

Para el pueblo judío, esta noticia resultaba escandalosa, dado el concepto tan inefable que tenían de Dios, incompatible con hacerse sangre y carne, es decir, fragilidad y muerte.  Para la mentalidad griega, el evangelio era pura necedad, pues la carne no merecía el aprecio de los dioses. El hecho es que los cristianos proclamaron el evangelio a los cuatro vientos y ha llegado a los últimos confines de la tierra como una oleada pacificadora de esperanza y alegría. Decir que Dios ha tomado nuestra carne es afirmar que el hombre ha dejado de estar solo, radicalmente solo ante su destino en esta tierra, aunque transcurra en compañía de los hombres. Me refiero a la soledad del hombre que camina, como dice el libro de Job, irremediablemente hasta la muerte.

En la obra teatral «Esperando a Godot», el premio nobel de Literatura Samuel Beckett nos deja una escena sobrecogedora en este diálogo de los dos protagonistas:

«Vladimir: Nos ahorcaremos mañana. (Pausa). A menos que venga Godot.

Estragon: ¿Y si viene?

Vladimir: Nos habremos salvado».

Se discute quién se esconde detrás del personaje llamado Godot. Algunos quieren ver en él a Dios. A mi me gusta pensar, en el contexto existencialista de la obra teatral, que es la salvación anhelada por el hombre desde sus entrañas, el deseo de superar la desesperación que supone la vida sin horizonte trascendente, más allá de la muerte. Israel esperaba que el cielo se abriera y descendiera el Salvador. Los griegos inventaron sus mitos para alimentar su esperanza, y el hombre, quiéralo o no, vive como un drama la espera inevitable de la muerte. El cristianismo proclama que el hombre ha sido salvado por Dios, al asumir éste nuestra condición mortal. Las imágenes de los profetas son elocuentes. Basta la de Isaías para mostrarlo: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló» (9,1). Con gran habilidad, el evangelista Mateo cita estas palabras para presentar el ministerio público de Cristo y su llamada a la conversión. En Cristo ha brillado la luz que pretende alcanzar a cada hombre para disipar toda tiniebla y oscuridad de su corazón y del mundo.

Me alegra, repito, anunciar el Evangelio de la Navidad cuando entro en Segovia. Y vivir esta primera navidad en mi diócesis como testigo de la esperanza de Cristo. El hombre, aún cerrado en sí mismo, sabe que tiene salvación, que puede esperar: está abierto a la posibilidad de esa visita que le cambie, que le transforme y le arranque de cualquier tentación de desesperanza. ¡Cuántos hombres en el umbral de la decepción, se han abierto a Dios! Recordemos a nuestro Manuel García Morente. Cuando se convierte, dice él que «había llegado al fondo de un callejón sin salida» y contemplando a Cristo exclama: «Ése es Dios, que entiende a los hombres, que vive con los hombres, que sufre con ellos, que los consuela, que les da el aliento y los trae la salvación. Si Dios no hubiera venido al mundo, si Dios no se hubiera hecho carne de hombre en el mundo, el hombre no tendría salvación, porque entre Dios y el hombre habría siempre una distancia infinita que jamás podría el hombre franquear».

Feliz Navidad.

+ César A. Franco Martínez

Obispo de Segovia

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