Isaías, Juan Bautista, el Papa Francisco Dios no deja de llamar al hombre a la conversión. Insistentemente llama a su puerta y le importuna para que salga de su egoísmo y dureza de corazón. La voz es la misma, la de Dios. El contenido, siempre idéntico: la conversión. Las formas y estilos, el timbre de la voz, cambian según el momento histórico. Aunque puede hablar directamente, Dios se sirve de profetas, de enviados que le abran camino. En Adviento, hay dos protagonistas singulares: El profeta Isaías y Juan Bautista. El profeta Isaías es el profeta del Adviento porque sus grandes oráculos anuncian el nacimiento del Mesías —el Enmanuel—, la llegada y la restauración de su pueblo que vive en el exilio de Babilonia. Durante el tiempo de Adviento, los textos de Isaías aparecen en la liturgia invitando al gozo de la salvación que se acerca y, por consiguiente, a convertirse al Señor para alcanzar de él la misericordia. En el evangelio de hoy aparece la figura de Juan Bautista que cita precisamente al profeta Isaías para llamarnos a la conversión: él es la voz que grita en el desierto para que preparemos un camino al Señor, una calzada recta para nuestro Dios de forma que pueda llegar hasta nosotros allanando los montes y elevando los valles. Con estas imágenes, tanto Isaías como el Bautista, nos invitan a luchar contra todo lo que puede ser un impedimento para que Dios llegue hasta nosotros. Los profetas no han terminado con el Bautista, como no ha terminado la llamada a la conversión. Los hombres de nuestro tiempo necesitamos profetas que sean «voz de Dios en el desierto». Nosotros no somos mejores que los contemporáneos de Isaías y los del Bautista. También Dios hoy habla a su pueblo mediante hombres de quienes se puede decir lo que dice san Lucas de Juan Bautista: «Vino la palabra de Dios sobre Juan». El Papa Francisco nos ha invitado en «Evangelii Gaudium» a vivir el gozo del Evangelio, la Buena noticia de Cristo, y, al mismo tiempo a la «conversión pastoral» que nos haga salir, también nosotros como profetas, a invitar a otros la salvación. «Ojalá todo el pueblo de Dios profetizara», exclamó Moisés en cierta ocasión. Ese anhelo se ha cumplido. Somos nosotros, los cristianos, los que no terminamos de creer que el Espíritu de Dios nos ha ungido para ser profetas. + César FrancoObispo de Segovia