Secretariado de Medios

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Siempre me han sorprendido las palabras de Jesús sobre la fe que leemos en el Evangelio de este domingo. Cuando sus discípulos le piden que les aumente la fe, Jesús dice: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería» (Lc 17,6). Un grano de mostaza es una pizca en la palma de la mano. Apenas se ve. ¿Tan poca fe tenían los discípulos —me pregunto— que no alcanzaban lo que pedían? La hipérbole es legítima, desde luego, pero ¿hasta este extremo? ¿No tenían la fe de un grano de mostaza?

            Quizás la clave de este dilema esté en lo que entendemos por fe. Quienes recitamos el Credo en la misa o en la oración personal tenemos fe, y fe verdadera. Quienes recibimos los sacramentos de la Iglesia, lo hacemos con fe. Sin embargo, la fe no es solo el contenido de los dogmas ni la convicción de que en los sacramentos recibimos la gracia de Dios. La fe es también la actitud del corazón que se fía plenamente de Dios y se adhiere a su voluntad con la certeza de que Dios no defrauda nunca. Es la total confianza en su poder y magnanimidad.

En el Evangelio hay ejemplos de fe tan luminosos que hasta sorprenden a Jesús. La mujer hemorroísa que se abre paso entre la gente para tocar tan solo el manto de Jesús y, al hacerlo, quedó curada. El centurión que pide la curación de su criado y, cuando Jesús se dispone a acompañarlo hasta su casa, aquel le dice que no es necesario, pues una sola palabra de Jesús basta para sanarlo. O la mujer fenicia de Siria, que acepta imperturbable las palabras de Jesús, de apariencia despectiva, cuando le dice que el pan de los hijos no se puede echar a los perrillos, para responderle con serena firmeza que también los perrillos se comen las migajas que caen de la mesa de los hijos. «Mujer, qué grande es tu fe —afirma Jesús—, que se cumpla lo que deseas» (Mt 15,28).

            Quizás este último ejemplo nos ayuda a entender la razón por la que nuestra fe no llega al tamaño de un grano de mostaza. Esta mujer estaba convencida de que su plegaria tenía que ser escuchada. Estaba segura del poder de Cristo, aun siendo una pagana, para darle lo que solicitaba. Y aceptó con sencillez la humillación que suponían las palabras de Jesús al distinguir entre los hijos y los perrillos, es decir, entre los hijos de Israel y los paganos, que recibían tal calificativo. No se rindió ni se echó atrás en su demanda. Más aún, con cierta osadía —la fe, cuando es verdadera, es osada— pide con insistencia. Y, como dice Jesús, la fe se hace eficaz en la realización del milagro: que se cumpla lo que deseas.

            El hecho de que esta mujer sea pagana, como pagano era el centurión que pide la curación de su criado, también es significativo para entender que la fe, además de su aspecto cognoscitivo, tiene otro que podemos llamar cordial, porque tiene su sede en los afectos del corazón. Ni el centurión ni la mujer fenicia compartían la fe de Israel. Sin embargo, como afirma Jesús del centurión, ni en Israel había encontrado tanta fe. Es posible que los cristianos nos hemos acostumbrado a pensar que, por el hecho de serlo, merecemos que Dios nos atienda y nos conceda sin más lo que pedimos. Pero nuestra fe no tiene el tamaño de un grano de mostaza cuando nos falta perseverancia, insistencia, osadía en la petición. Creemos, sí, en las verdades de la fe, pero estas no llegan a echar raíces en el corazón y moverlo con la certeza de que el Señor puede realmente darnos lo que pedimos. Es entonces cuando debemos recordar que «el justo vive de la fe», una fe viva, confiada, segura del poder de Cristo. Es esta fe arraigada en el corazón la que debemos pedir como los discípulos: «Auméntanos la fe».

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El joven seminarista Alberto Janusz Kasprzykowski Esteban será instituido Acólito y Lector el próximo domingo 2 de octubre. La iglesia de San Juan Bautista de Carbonero el Mayor —donde Alberto Janusz colabora— acogerá la celebración a las 12.30 horas, presidida por el Obispo de Segovia, Mons. César Franco.

            Durante el ritual de institución, el seminarista recibirá de manos de don César el libro de la Sagrada Escritura y la patena con el pan (o bien el cáliz con el vino) como símbolos de los Ministerios que va a recibir. Alberto, que afronta el quinto y último curso de su formación en el Teologado de Ávila, en la Universidad Pontificia de Salamanca, continúa de esta manera su camino hacia la Ordenación Sacerdotal después de que el pasado mes de noviembre fuera admitido a las Sagradas Órdenes.

El sacerdote segoviano Ángel García Rivilla ha sido distinguido con el galardón Alter Christus en la categoría de «Atención al Clero y a la Vida Consagrada». Un reconocimiento a más de dos décadas dedicado a trabajar codo a codo con los sacerdotes que han ido desarrollando su labor pastoral en la Diócesis. También al final de su etapa laboral, puesto que como director de la Casa Sacerdotal, los acompaña una vez llegado el momento de la jubilación.

            García Rivilla es licenciado en Teología por la Universidad Gregoriana, y licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Desde que recibiera la Ordenación Sacerdotal en 1970, ha desarrollado una extensa labor pastoral en la Diócesis de Segovia: desde el desempeño de labores de párroco, hasta las de profesor en la Escuela de Magisterio de la Universidad de Valladolid o las de rector del Seminario diocesano. Asimismo, durante su larga trayectoria sacerdotal ha sido el encargado de preparar y acompañar las peregrinaciones a Tierra Santa.

Actualmente compagina el servicio como Vicario para el Clero con su papel como director de la Casa Sacerdotal y Deán de la S.I. Catedral.

La entrega de estos premios, que celebran su IX edición, tendrá lugar el próximo lunes 17 de octubre a las 19 horas en la Universidad Francisco de Vitoria. Podrá seguirse en directo a través del canal de YouTube de RC España y en redes sociales con el hashtag #GalardonesAlterChristus.

Madre y Señora Nuestra de la Fuencisla:

¡Qué cortos se nos han hecho estos días de tu novena en la Catedral! Cortos, pero muy intensos. Los segovianos, presididos por tu venerada imagen, te han mostrado su fe y devoción después de estos años de pandemia.
Has acrecentado nuestra alegría y nuestra esperanza. Al bajar a tu santuario, sabemos que te llevas nuestras plegarias y peticiones, sufrimientos, gozos y proyectos. Sabemos que no nos dejas solos, pues tu maternidad es universal y alcanza a cada rincón de nuestra ciudad y tierra. Tu conoces nuestras necesidades.

Preséntalas ante tu hijo y danos el remedio necesario. Remedio para las familias en esta situación económica tan crítica. Alivia, señora, el peso de tantos hogares pobres y con escasos recursos. Que cese la violencia y la guerra en Ucrania y en tantos países donde reina el poder de las armas. Que se convierta el corazón de quienes siembran la destrucción y la muerte. Haz, señora, que cesen todo tipo de ideologías y de sistemas políticos que atentan contra la condición humana, los derechos de las personas, especialmente de las mujeres y de los niños que sufren maltrato y explotación de diversas índoles. Que la justicia y la paz que ha traído tu hijo sea como el agua que mana de tu fuente sagrada, como la miel de tus panales, que rezuma ternura, compasión, misericordia y afecto de madre.

En tus manos, Madre, ponemos la vida de aquellos que pueden perderla por la injusticia de los hombres. La vida al comienzo y al final de la existencia, la vida de los que pasan hambre y de los que padecen la violencia de los totalitarismos, la vida de los perseguidos por la fe y por la justicia, la vida de los amenazados por defender la libertad de conciencia y de expresión. En esta Jornada mundial de los migrantes y refugiados, te pedimos, Señora, como desea el Papa que sepamos construir el futuro con ellos y crezcamos en humanidad y en compromiso espiritual. Que los países se abran a la solidaridad universal que nos hace hermanos unos de otros solo por el hecho del acto creador de Dios. Que nadie muera por tener que dejar su país; que nadie levante la mano contra un semejante que reclama sus derechos. Que sepamos luchar contra cualquier tipo de sectarismo religioso, social y político, que pone en peligro la paz y la concordia entre los pueblos. Tú, Señora, que huiste a Egipto por salvar a tu Hijo de la muerte, no permitas el sufrimiento de tantas madres, padres, familias que ven peligrar la vida de sus hijos. Defiéndelos y frena con tu intercesión el odio de los que buscan la muerte. 

Aquí, estamos, Señora, los que te veneramos por patrona. Mira a nuestra ciudad y tierra, mira a los hijos de la Iglesia, que ponen en ti sus anhelos y esperanzas. Mira a los mayores y a los jóvenes. Bendice a las familias, a los sacerdotes, a los monasterios y comunidades de vida consagrada. Ilumina a nuestros gobernantes, dales sabiduría y espíritu de concordia para superar peligrosos antagonismos y trabajen todos en la búsqueda del bien común, del auténtico progreso de este pueblo. Gracias por tu presencia materna y pacificadora. Te decimos hasta luego, hasta mañana, porque la cercanía de tu casa nos invita a visitarte, a dejarnos mirar por esos ojos que nos abren el horizonte de Dios, el azul eterno de la vida sin fin, donde tú vives gloriosa con Tu Hijo.

Virgen de la Fuencisla, patrona venerada, bendice a tu pueblo. Protégenos.

Palabras de Monseñor César Franco, +Obispo de Segovia, en la despedida oficial a Nuestra Señora de la Fuencisla tras el novenario en su honor en la S.I. Catedral.

 

 

 

 

Jesús se rodeó durante su ministerio del grupo de los Doce Apóstoles y de un grupo de mujeres que le ayudaban incluso con sus bienes. Algunas habían sido sanadas por él de diversos males y otras pertenecían a las clases altas de la sociedad como Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes. La tradición ortodoxa honra como santa a la mujer de Pilato, Claudia Prócula. El aprecio de Jesús a las mujeres está fuera de toda discusión como indica la elección de María Magdalena como primer testigo de su resurrección. Este grupo de mujeres aparece en la cercanía del Gólgota viendo la muerte de Jesús. A ellas se apareció Jesús cuando regresaban del sepulcro vacío. Tampoco sería extraño que Jesús contara también con mujeres simpatizantes entre las esposas de los miembros del Sanedrín —como Nicodemo y José de Arimatea— que defendieron a Jesús y le honraron en la sepultura.

Que María, la madre de Jesús, participó en las actividades de Jesús y ocupaba un puesto importante en el grupo de mujeres, es de lógica elemental. Al pie de la cruz aparece con otras mujeres y en Pentecostés está presente junto a los apóstoles. El papel de María en la tradición sobre Jesús, recogida en los evangelios de Lucas, Mateo y Juan, indica que fue más que la madre física de Jesús. Digamos que fue la mujer.

No es extraño que su propio hijo la llame, en Caná y en el Calvario, «mujer», lo que ha extrañado a numerosos estudiosos. Francisco de Quevedo decía que Jesús, al utilizar esta palabra, pronunciaba «sacramentos»; es decir, misterios. Se refería a ella como la mujer por excelencia, anunciada por los profetas, que, en contraste con Eva, sería madre de todos los creyentes representados en Juan. Ampliaba a todos los hombres, por decirlo así, su vocación de madre, sin restringirla solo a Jesús.

Desde entonces, María es presentada como icono de toda la Iglesia, que personifica lo que H. de Lubac llama «el eterno femenino». Esta dimensión femenina de la iglesia y su realización en María está explicada en la carta apostólica de san Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, que, a juicio de la escritora italiana Maria Antonietta Macciocchi, constituye «un texto pasmoso» por su rigor intelectual y porque constituye una contribución del magisterio de la iglesia a la emergencia, en aquel momento, de un neofeminismo de inspiración ecuménica y cristiana que sitúa a María en el centro de la reflexión antropológica y teológica y la proyecta sobre el debate de lo femenino, entendido no en oposición ni como deconstrucción de lo masculino, sino en la alteridad sustancial del acto creador de Dios. El Papa Wojtyla no pretendió sacar a María del ámbito sacro de la revelación, donde tiene su contexto ineludible, sino proyectarla sobre la sociedad para desvelar que entre lo sagrado y lo profano, entendiendo por profano lo puramente secular, no hay frontera ni oposición. María, la mujer, tiene mucho que aportar al auténtico feminismo porque representa, según Mulieris dignitatis, el «genio femenino» que a lo largo de la historia ha tenido sus manifestaciones en todos los pueblos y naciones.

En la fiesta de la Fuencisla conviene recordar que la devoción a María, además de lo propio de la fe cristiana, expresa también que el pueblo descubre en ella a la «mujer» que traspasa las fronteras de la mera devoción al recibir de su Hijo en la cruz un título que puede ser acogido como la clave para entender, sin restricciones ni prejuicios, el proyecto inicial del Creador sobre la humanidad.

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En estos últimos meses se han publicado algunas cartas abiertas dirigidas al Obispo sobre el asunto del traslado del párroco de Aguilafuente. Dado que el contenido de dichas cartas ha podido crear confusión entre los fieles, y pasado un tiempo prudencial para la reflexión, nos parece necesario hacer públicas las siguientes aclaraciones.

El nombramiento de los sacerdotes es responsabilidad exclusiva del Obispo quien, asesorado por el Consejo Episcopal y en diálogo con los afectados, les expone las razones del nombramiento, traslado o cese. Así se ha hecho este año con todos los sacerdotes que han sido trasladados de sus parroquias, incluido el párroco de Aguilafuente, con quien se han tenido al menos tres conversaciones: dos con uno de los vicarios episcopales y una con el propio Obispo. Afirmar, como se ha hecho, que no se ha dialogado con el interesado, no responde a la verdad. Tanto lo tratado en los órganos de consejo del Obispo, como las conversaciones privadas del obispo con los sacerdotes, están amparadas por el secreto, como sucede en cualquier institución que se tenga por seria. El Obispo, como es obvio, debe mantener la reserva que conlleva su cargo.

Cuando un obispo o un sacerdote cumple 75 años, el Código de Derecho Canónico prescribe que dirija una carta al Papa o al obispo, respectivamente, presentando su renuncia al cargo que ostenta. El Papa o el obispo puede aceptarla de inmediato o dilatar la aceptación hasta el momento en que, debido a las circunstancias personales y pastorales, considere más oportuno y prudente. La reorganización pastoral de la zona de Aguilafuente y Mozoncillo ha exigido hacerlo ahora.

El hecho de aceptar la dimisión de un sacerdote no significa, como se ha divulgado en este caso, que se le echa del ministerio ni del sacerdocio, pues los sacerdotes siguen ejerciendo su ministerio, si lo desean, en la misión que reciben del obispo. En la Diócesis hay sacerdotes muy beneméritos que, a pesar de estar jubilados canónicamente, siguen prestando valiosos servicios. La idea de que un sacerdote tiene «derecho» a estar en una determinada parroquia no corresponde ni a la naturaleza de su ministerio —que requiere la total disponibilidad prometida en la ordenación—, ni a la naturaleza eclesial de la parroquia, que no es propiedad del sacerdote, como dejó claro la reforma del Concilio Vaticano II con la supresión de las «parroquias en posesión».

Estos asuntos de la Iglesia no se resuelven bajo presión de recogida de firmas o de cartas abiertas al obispo a través de la prensa, máxime si se parte de informaciones sesgadas y posiciones preconcebidas, o se recurre, en alguna de ellas, al insulto, la descalificación o ciertas actitudes de amenaza que se invalidan por sí mismas. Tampoco las cartas sin firmar son dignas de consideración. Por otra parte, proponer soluciones pastorales cuando se desconocen todos los datos, que afectan no solo a la parroquia en cuestión, sino al bien general de la diócesis, supone, cuando menos, una enorme ligereza.

No cabe duda de que el Obispo, como cualquiera que ostenta una responsabilidad, puede equivocarse, pero también puede acertar con los elementos de juicio que tiene en sus manos. Para el nuevo curso que comienza, el Obispo ha realizado trece nombramientos, que incluyen traslados, ceses y nuevos cargos. Siempre buscando el bien de la Diócesis, de las parroquias y de los sacerdotes. No se ha lesionado ningún derecho de las personas ni de las comunidades. Es gratificante comprobar el aprecio de las comunidades a sus sacerdotes. Y es comprensible que los cambios producen en ocasiones tristeza y cierta frustración, pero no hay que olvidar que los cristianos, como dice san Pablo, no somos de Pedro, de Pablo o de Apolo, sino de Cristo, y debemos trabajar por el bien de toda la diócesis superando los particularismos de las propias comunidades.

Hay ocasiones en que Jesús, como maestro de moral, «elige escandalizar a su auditorio para interpelarlo mejor» (F. Bovon). Así sucede en la parábola del administrador infiel, que leemos este domingo. Siempre ha causado sorpresa y desazón en los lectores que Jesús alabe la conducta de un administrador deshonesto, quien, al saber que su señor está a punto de despedirlo, se aprovecha de su cargo y rebaja por su cuenta la deuda de los clientes para ganarse amigos que le ayuden cuando esté en la calle.

            Si leemos con atención la parábola, el dueño (que, en realidad, es Jesús) no alaba la mala conducta del administrador convertido en ladrón, sino la astucia que despliega cuando su vida peligra. «Ciertamente —dice Jesús— los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz» (Lc 16,8). La historia escandalosa que cuenta Jesús está muy bien traída, pues describe al detalle el modo de actuar de personas sin principios que no dudan en aprovecharse de su cargo en beneficio propio. Sucedía entonces y sucede ahora. Jesús no exhorta a imitar la conducta deshonesta del administrador, sino a tomar decisiones juiciosas en vistas al desenlace de la vida. Alaba su astucia, no lo que hace. La clave de la parábola está en estas palabras: «Yo os digo, ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas» (Lc 16,9).

            En esta exhortación, hay dos cosas que merecen destacarse. En primer lugar, la idea que Jesús tiene del dinero al denominarlo «dinero de iniquidad». No quiere decir que el dinero sea inicuo por sí mismo, sino que puede conducir a la iniquidad, a la perdición de uno mismo, si uno pone su confianza y seguridad en él. Basta recordar la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro. Jesús, por tanto, advierte de este peligro. En segundo lugar, Jesús dice que nos hagamos amigos con ese dinero, que, bien empleado, puede abrirnos las puertas de las moradas eternas. ¿Quiénes son esos amigos que, a semejanza de lo que hace el administrador, se ganan con el dinero bien empleado? Evidentemente, se trata de los pobres, los necesitados, aquellos cuya necesidad —más o menos extrema—nos recuerda que los bienes no son solo para unos pocos, o para los ricos, sino para todos los hombres que deben vivir con dignidad. La alusión a la muerte, que, de modo tan elegante, se esconde en las palabras «cuando os falte», referidas al dinero, advierte que la rendición definitiva de cuentas se hará ante Dios. Entonces, nuestro valedor no será el dinero, pues nada nos llevaremos, sino los pobres, esos «amigos» que nos hemos ganado con la generosidad, la limosna y la auténtica caridad. Así como el administrador infiel se plantea qué debe hacer para que, cuando lo echen a la calle, alguien lo reciba en su casa, Jesús muestra el camino para que nos reciban en las «moradas eternas».

            La parábola se convierte en una apremiante llamada a dar al dinero el valor que tiene, nunca prioritario ni absoluto, y a vivir siempre con la perspectiva de rendir cuentas ante quien es el Creador y distribuidor de todos los bienes. Para ello, es preciso imitar la «astucia» del administrador desde una perspectiva virtuosa y no deshonesta. Y eso solo se logra si comprendemos que somos administradores de bienes cuyo último destino no son los bancos ni nuestras cuentas corrientes, sino el conjunto de la humanidad. De ahí que, como dice Jesús, debemos ser fieles en lo poco para serlo también en lo mucho. Y termina con una pregunta que interpela y estremece: «Si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera?». Quizás sea esto lo que nos falta: entender cuál es la verdadera riqueza.

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Las sorprendentes parábolas de la misericordia que leemos en este domingo —la dracma perdida, la oveja perdida y el hijo pródigo (no perdido)— nos descubren las entrañas de Dios tal como las conoce Jesucristo. Si hay más alegría en el cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse (según ellos, claro), quiere decir que Dios necesita de los pecadores para que el cielo no se abisme en la tristeza. No se me malinterprete pensando que animo al pecado para que el cielo no pierda su alegría. Quiero decir que la alegría de Dios es infinita, como todo lo suyo, cuando un pecador se levanta del fango para volverse al Padre. Dios, descrito por Jesús, como el anciano padre que otea el horizonte con la esperanza de ver retornar a su hijo, se revela mejor a sí mismo cuando recrea que cuando crea. Crear de la nada, para Dios, es sencillo. Recrear lo malogrado es un acto tan infinito de humildad, que solo se explica por la alegría —también infinita— que produce. Con estas parábolas Jesús nos ha revelado el rostro del Dios cristiano, que devuelve la vida a quien la ha perdido.

Supongo que, cuando el hijo pródigo retornaba a casa iba repitiendo las palabras que debía decir a su padre al encontrarse con él: «ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros». Se parece a esos pecadores que, cuando van a confesarse, se repiten a sí mismos la lista de pecados para que no se les olvide ninguno, como si Dios fuera a pasar lista. Antes de que el hijo pudiera abrir la boca, el padre, al verlo venir, «echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos». La misericordia se adelantó a la confesión del hijo, pues el padre solo quería abrazarlo y besarlo. Un sabio confesor decía a un penitente compungido que confesaba sus pecados: todo lo que has dicho lo sabía Dios antes de que te arrodillaras, escucha ahora cuánto te ama Dios y no lo sabes.

Es triste que nuestra experiencia de Dios sea tan pobre como la de nuestra condición pecadora. Cristo ha muerto para descubrirnos el amor de Dios, que se adelanta a nuestra confesión con el poder de la gracia: por eso, el padre de la parábola viste a su harapiento hijo con una túnica, le coloca un anillo en la mano, sandalias en los pies y le prepara un banquete de fiesta. Después de veinte siglos largos de cristianismo, aún no conocemos a Dios cuando, con el corazón replegado sobre nosotros mismos, no levantamos la mirada hacia el rostro del Padre y vemos, como decía un poeta, que Dios era el que más lloraba.


La experiencia de la gracia, la que derriba del caballo y la que se filtra poco a poco en el alma, es indispensable para conocer a Dios. Podemos explicar la gracia como ese levantarse del padre, echar a correr y cubrir de besos al hijo. La gracia es el primer instante del amor que recrea, sana, convierte y colma de felicidad. Por eso el pelagianismo, que todo lo pone en la voluntad propia, incapacita para conocer a Dios. Nos cierra en nuestra limitada pobreza, nos impide levantar la mirada y ver la alegría de dios cuando recrea. Es obvio que la gracia requiere cooperación, dejar de comer algarrobas y levantarse del fango. Pero cuando hacemos esto, aun sin saberlo, ya hemos sido tocados por la gracia, hemos descubierto que Alguien nos llama, nos espera. Dios siempre tiene la iniciativa, se adelanta y corre hacia el hombre. Como dice Jesús, «nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre» (Jn 6,44). Pero no nos atrae de cualquier manera, sino que sale al encuentro para abrazarnos y cubrirnos de besos. Este es el secreto de la alegría que desborda el cielo cuando un pecador se convierte. De esta alegría se privan quienes se tienen por justos.

 

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Martes, 06 Septiembre 2022 11:27

EL ESPÍRITU DE LA CATORCENA

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El pasado domingo, con el Cabildo de Párrocos, reunidos para aprobar el acta de la Catorcena 2021 y evaluar la de 2022, se dieron por terminados los actos de la Catorcena de este año, en el que la Unidad Pastoral Cristo del Mercado-Santa Teresa de Jesús ha desarrollado a lo largo de la última semana de agosto y primeros días de septiembre, en representación de San Juan de los Caballeros.  

El orden sucesivo alterna una parroquia intramuros con otra extramuros, así que la nuestra, a pesar de estar en los arrabales, ha correspondido al orden del centro de la ciudad. Era la primera vez que esta fiesta eucarística se celebraba en estas parroquias. Y debo decir que ha sido una buena experiencia para nuestra UPA.

Abordamos la Catorcena con el espíritu con el que se celebraban desde antiguo. Es decir, como un acontecimiento festivo para el barrio que conllevaba actos litúrgicos en torno a la Eucaristía, actos festivos y culturales y gestos de solidaridad con los necesitados.

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Sin querer mencionarlos todos, entre los primeros hay que destacar la procesión con el Santísimo que partió de la parroquia de Sta. Teresa y llegó hasta la ermita; la misa en la plaza del Cristo presidida por nuestro Obispo, y amenizada por un Coro en el que se integran las dos parroquias, o el hecho de que cada día presidiese la misa del atardecer un sacerdote relacionado con las parroquias. Entre los segundos, una visita al templo al que representamos, un concurso escolar de dibujos, la exposición de objetos relacionados con la Eucaristía o el concierto de la Unión Musical. Y entre los terceros, la creación de unas becas para comprar materialescolar en el curso que estamos comenzando. 

Creo que una de las virtudes de esta Catorcena ha estado en integrar instituciones y personas. Así, podemos decir que en la organización ha sido fundamental la colaboración tanto de la Cofradía del Cristo del Mercado como de las Asociaciones de Vecinos del Cristo y del Puente de Hierro, de la Base Mixta y del Cuartel de la Guardia Civil. Quiero hacer mención especial a Juan José Gómez y a Alberto Herreras, que han estado pendientes de todo. Y dar las gracias a tanta gente anónima que ha hecho posible este acontecimiento de gracia. 

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Lejos quedan los tiempos en los que la Catorcena tenía un sesgo antisemita. Al contrario, todos los párrocos estamos de acuerdo en que debe tener un carácter integrador, ser signo, en la ciudad, de la fe que ha conformado nuestra cultura y apuesta decidida por el diálogo y el entendimiento.

                        Jesús Fco. Riaza, párroco de la UPA Cristo-Sta. Teresa

La presencia de Cristo Resucitado en su iglesia es la garantía de toda renovación pastoral. El Señor pastorea, santifica y sigue anunciando con palabras y obras la salvación del mundo. Con esta confianza, la iglesia puede caminar segura entre las dificultades actuales hacia la plenitud de su misión. Con el lema «hago nuevas todas las cosas» (Apc 21,5) para el plan trienal de nuestra diócesis queremos fortalecer la convicción de que el Resucitado no defrauda y renueva día tras día su fidelidad a la iglesia.

            En este plan trienal hemos querido recoger las tres claves del sínodo de obispos que tendrá lugar en octubre de 2023 y que han sido objeto de nuestra reflexión durante este curso pasado: comunión, participación y misión. Además, hemos tenido en cuenta la asamblea presbiteral de noviembre de noviembre de 2021 en la que abordamos temas referidos al ejercicio del ministerio presbiteral que afectan a la totalidad de nuestra diócesis.

            Si hay un tema dominante en el trabajo que venimos realizando es el de la evangelización. Llevar el anuncio gozoso de Cristo a nuestra sociedad es la prioridad de la iglesia y del pontificado del Papa Francisco desde su exhortación apostólica programática Evangelii gaudium hasta la constitución apostólica Praedicate evangelium sobre la reforma de la Curia al servicio de la evangelización. El propio Papa ha querido presidir el Dicasterio para la Evangelización como signo de la importancia que da a este tema, que fue también determinante para el Concilio Vaticano II. Hay que recordarlo una vez más: La Iglesia tiene como misión la evangelización de los pueblos.

            Desde esta motivación proponemos como objetivo general para el trienio: No hay evangelización sin evangelizadores, ni misión sin misioneros evangelizados. No se trata de un juego de palabras, sino de apuntar al centro del problema. Con frecuencia, desde una perspectiva de la iglesia, que el papa Francisco define como «auto-referencial», al pensar en la misión, ponemos la mirada en los «de fuera», como si los «de dentro» ya estuviéramos evangelizados. Sin embargo, en el magisterio de los últimos Papas la insistencia se ha puesto en que solo con testigos creíble, es decir, con misioneros evangelizados podemos aspirar a la fecundidad de la misión. En realidad, se trata de recuperar la experiencia primigenia de la iglesia, recogida en la escena de Emaús, cuando el Resucitado evangeliza a los suyos, parte con ellos el pan, y aviva el fuego de la misión. Dejémonos acompañar por Cristo, escuchemos su Palabra siempre nueva, celebremos su Pascua si queremos de verdad que en este mundo prenda el fuego de su Espíritu. Invito a todos los cristianos de Segovia, que deseen asumir la misión de la iglesia, a que sitúen su propia evangelización en la base de cualquier iniciativa pastoral. Se trata de convertir el dicho de Pablo, «ay de mí, si no evangelizare», en «ay de mi, si no soy evangelizado». No hay oposición entre ambas formulaciones. Una no puede realizarse sin la otra.

            A la hora de señalar los objetivos prioritarios para el trienio 2022-2025, tenemos en cuenta dos principios pastorales que rigen cualquier programación: a) continuidad, y b) viabilidad. La continuidad con los planes pastorales anteriores ayuda a fortalecer el trabajo ya iniciado y a evitar improvisaciones y giros bruscos en la pastoral. La viabilidad es una medida elemental de prudencia para evitar, como enseña Jesús, construir un edificio sin medir los recursos o emprender una batalla con un ejército débil (cf. Lc 14,28-33). Queremos, pues, profundizar en el trabajo emprendido en años anteriores, aunque marquemos acentos nuevos en una misma dirección.

            Los objetivos prioritarios para este trienio pretenden:

  • Fortalecer la iniciación cristiana, con especial atención a los cauces de participación y formación de los confirmados y adolescentes.

 

Es una preocupación constante en sacerdotes y laicos el hecho de que la iniciación cristiana no parece alcanzar la inserción en la vida de la iglesia y la conciencia de pertenecer a ella. La debilidad de la fe cristiana en el ámbito familiar y la fuerza de la cultura actual, que sofoca cualquier atisbo de trascendencia, exigen una pastoral más intensa en la formación de los catecúmenos y adultos. No se trata solo de una formación doctrinal, sino que debe integrar todos los aspectos de la vida cristiana entendida como vocación y misión. De ahí la necesidad de unir la formación con los cauces de participación en la vida de la iglesia, de manera que los niños y adolescentes descubran que la parroquia y la iglesia diocesana es el hogar donde se aprende a ser cristiano y se participa, cada uno con sus posibilidades, en la misión eclesial. Para ellos, los adultos deben ser referencia viva para las nuevas generaciones. 

  • Integrar la piedad popular, como cauce de evangelización, en la vida parroquial.

 

La piedad popular es un cauce extraordinario para la evangelización. A través de la vida de Cristo, de María y de los santos, se comunica el evangelio hecho carne. Las devociones a los patronos de las parroquias, a sus diversas advocaciones y, de modo especial, a los misterios de la vida de Cristo y de la Virgen, permiten que la vida sobrenatural entre en lo cotidiano, y, al mismo tiempo, que lo ordinario sea percibido como el lugar propio del encuentro con Dios. Para esto, es preciso purificar la piedad popular de adherencias «paganas» que ensombrecen o pervierten lo propiamente cristiano. Es preciso, por tanto, acompañar y evangelizar la piedad popular mediante una mayor integración en el contexto general de la vida de la Iglesia —liturgia, espiritualidad, formación— que tiene en la parroquia su concreción más cercana. En esta tarea tienen un papel muy importante las cofradías y hermandades, que, como asociaciones públicas de la iglesia, deben empeñarse no solo en su propio ámbito, sino en el conjunto de la vida eclesial y cumplir con las exigencias canónicas de sus estatutos aprobados por el Obispo diocesano.

  • Potenciar los ministerios laicales y los consejos pastorales para hacer más efectiva la corresponsabilidad laical en una iglesia sinodal.

 

La comunión eclesial, que tiene su más alta expresión en la eucaristía, implica tomar conciencia de que todos los bautizados, al celebrar el misterio pascual de Cristo, participan de su única misión. Solo así se comprende la constante llamada de la iglesia a vivir la corresponsabilidad laical en tareas, ministerios y servicios que hagan visible la unidad de todo el Cuerpo de Cristo. No se trata solo de vivir la unidad de la fe, expresada en el Credo y en la asamblea eucarística, sino de practicar la unidad de la misión, según la condición de cada bautizado. El esfuerzo por vivir la sinodalidad, como característica fundamental de la iglesia, se traduce en potenciar los consejos pastorales de las parroquias y ejercer el discernimiento de la llamada de Dios para asumir de modo estable los ministerios laicales al servicio de la comunidad. Es preciso reconocer que, a la demanda de que la iglesia se abra más a la participación de los laicos, no corresponde en la debida proporción a la voluntad decidida de los laicos para formarse de modo sistemático en las materias teológicas —liturgia, pastoral familiar, catequesis, etc.— que les permitan asumir responsabilidades parroquiales o diocesanas.

4. La familia, ámbito preferente de evangelización.

           

            No es preciso insistir en la importancia de este objetivo asumido ya en planes anteriores. Como célula básica de la sociedad y de la iglesia, la evangelización de la familia es prioritaria, pues en ella debe darse la iniciación a la vida cristiana en toda su riqueza. Los padres son los primeros sacerdotes de sus hijos desde el momento que les presentan a la iglesia para el bautismo, la confirmación y la eucaristía. Sin la evangelización de los matrimonios es imposible que los cónyuges realicen la primera y necesaria iniciación cristiana. Esta sigue siendo una asignatura pendiente de la comunidad cristiana. Cuanto más tardemos en prestar atención a la familia y ofrecerle los medios de evangelización —sin dejar al lado la auto-evangelización que todo matrimonio cristiano debe hacer— más avanzará la secularización de la sociedad y la pérdida de sentido de pertenencia a la iglesia de los cristianos. Urge, pues, tomar todas las medidas necesarias para abordar este problema del que depende la evangelización de otros ámbitos de la sociedad. Los dos últimos sínodos sobre la familia y el magisterio del Papa Francisco nos urgen a asumir los retos de la pastoral familiar con urgencia y responsabilidad.

            5. Redescubrir la común pertenencia al Pueblo de Dios aprovechando los espacios de comunión y trabajo en equipo y de compromiso social.

 

            La iglesia ha sido pensada por Cristo como un misterio de comunión que se hace visible en la comunidad de sus discípulos. El individualismo es contrario a la mística cristiana. Hasta las vocaciones más exigentes de soledad se entienden en el conjunto de la iglesia como comunión. A través de los siglos, la iglesia se ha enriquecido con muchos espacios, cauces, instituciones que permiten tomar conciencia de la común vocación bautismal y de la pertenencia al Cuerpo de Cristo. Por desgracia, recelos y reservas hacia lo que no es invento propio, impide que no aprovechemos la riqueza de todos los ámbitos de comunión. El mismo compromiso social adolece también de particularismos que impiden un mayor trabajo en equipo y un compromiso social más eficaz, como dice expresamente el decreto Apostolicam Actuositatem sobre los laicos del Concillio Vaticano II. Tanto a nivel diocesano como parroquial debemos hacer un esfuerzo para revitalizar —o instituir— los espacios y cauces de comunión que mejor permitan trabajar en equipo especialmente en el campo del compromiso social. Lo asociativo en la iglesia pertenece a su mismo ser —ekklesia significa asamblea—, pues la misma persona por propia naturaleza es un ser social. Hay que recordar el célebre aserto de un escritor cristiano: solus christianus, nullus christianus (un cristiano solo, ningún cristiano).

            En este objetivo hemos querido insistir de nuevo en la importancia de la pastoral vocacional, especialmente la que se orienta al ministerio sacerdotal. Como he dicho en múltiples ocasiones, el futuro de nuestra diócesis depende en gran medida de los sacerdotes que el Señor suscite en ella para el servicio de todo el Pueblo de Dios. Los bautizados necesitan pastores para vivir su plena pertenencia a la Iglesia mediante los sacramentos. La vocación bautismal y la del orden sagrado se complementan y se requieren mutuamente. El problema de la escasez de sacerdotes es un problema de toda la diócesis que debe reaccionar a esta carencia con oración, acompañamiento de las nuevas generaciones y con trabajo apostólico para descubrir los posibles candidatos al ministerio y cuidarlos con esmero. El Seminario no pertenece solo al obispo ni al clero, sino a la diócesis, que tiene en él el hogar de los futuros pastores. En sus diversas modalidades —seminario en familia, menor o mayor— debe ser objeto de afecto, atención y generosa colaboración.

            Al centrarnos en estos objetivos prioritarios no debemos olvidar la unidad del Plan pastoral que centra su atención en la persona de Cristo que hace nuevas todas las cosas. Como ya he dicho al comienzo, la renovación de la iglesia arranca de la vida que nos trae el Señor resucitado. Él es la fuente y la meta de nuestra actividad pastoral y, por tanto, es preciso vivir y permanecer en él si queremos dar fruto abundante. Un plan pastoral no sustituye ni eclipsa la relación personal y comunitaria con él a través de la oración, la escucha de la Palabra y la participación en sus sacramentos que acrecientan la gracia. Estos objetivos y las acciones que de ellos dimanen durante el trienio 2022-2025 son semillas de esperanza que ponemos en manos de Cristo para que él las haga fecundas en el campo de nuestra iglesia diocesana. Como buenos labradores, a nosotros nos toca regarlas, abonarlas con oración y celo apostólico. No sabemos si nos tocará recoger los frutos o lo harán otros, pero estamos convencidos de que el Señor no deja de recompensar a quienes trabajan en su heredad y a su servicio. Trabajar en su iglesia es ya la mejor recompensa.

            Pongamos este plan en manos de Santa María, la Virgen de la Fuencisla, y bajo la protección de San Frutos, para que ellos nos recuerden siempre a qué Señor servimos con humildad y obediencia.

            Con mi afecto y bendición

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