Secretariado de Medios

Secretariado de Medios

La Conferencia Episcopal Española ha pedido a las diócesis que los días 25 y 26 de julio celebren funerales por los difuntos de la pandemia. La diócesis de Segovia ha elegido el domingo 26, fiesta de san Joaquín y santa Ana. Hemos escogido el domingo por ser el día del Señor, de su resurrección de entre los muertos. Además, la fiesta de los abuelos de Jesús nos permite recordar a tantos mayores fallecidos que están siendo llorados por sus nietos y nietas. ¡Que el Dios de la Vida acoja a todos en su paz!

La Biblia nos dice que “Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera” (Sab 1,13-14). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, que engañó a nuestros primeros padres para que se rebelaran contra Dios. Junto a la caída, vino la muerte que se extiende a todas las generaciones. Aun así, la muerte no tiene el poder definitivo sobre el hombre. Sólo Dios es Señor de vida y muerte. También dice Jesús que Dios “no es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos” (Lc 20,38). El plan de Dios sobre el hombre no es la disolución de su condición humana ni la muerte que pone fin a la existencia temporal. Es cierto que la muerte es “el máximo enigma de la vida humana” (GS 18), difícil de asumir por la razón. Por eso, dice el Concilio Vaticano que “el hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreducible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sea, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano” (GS 18).

La terrible pandemia que estamos padeciendo da a estas palabras una actualidad inesperada. Muchos familiares y amigos han sido arrancados de nuestro lado de manera trágica, llenando nuestro ser de desconsuelo. Nuestro pueblo se ha vestido de luto y de dolor y, ante tanto sufrimiento, hemos enmudecido. Pero la muerte no es la última palabra sobre el hombre. Nuestros difuntos no han caído en la nada, ni han desaparecido para siempre, aunque ya no gocemos de su presencia física. Dios no deja que le arrebaten lo suyo. Y, en medio del dolor, la palabra de Cristo y su resurrección nos abren el horizonte de la vida que no tiene fin. La rebeldía que el hombre siente ante la muerte es el anhelo profundo de inmortalidad que Dios ha puesto en él en la creación. En cuanto terrenos, volvemos a la tierra; en cuanto espirituales —dice san Pablo— llevamos en nuestra carne la semilla de la resurrección.

Las exequias de hoy son la palabra de consuelo que Dios nos dirige a quienes quedamos aquí esperando el encuentro final. Es momento para dar gracias a Dios por quienes han partido y aunque el paso del tiempo y de las generaciones borren su memoria, ellos están vivos siempre en Dios. Gabriel Marcel decía que “amar a una persona es decirle: tú no morirás jamás”. Esta certera intuición de la razón y del corazón humano ha sido verificada y confirmada por Cristo, quien, en su resurrección, ha destruido el poder de la muerte. Lloremos, hermanos, sí, por nuestros seres queridos, pero que esas lágrimas rieguen nuestra carne como aguas bautismales y nos purifiquen de cualquier tentación o duda sobre el destino de nuestros seres queridos, porque, no los hemos perdido para siempre. Dios los guarda para sí y para nosotros.

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

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La Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la Asunción y de San Frutos acogerá el próximo domingo 26 de julio, a las 12.30 horas, un funeral por todas las víctimas de la Covid19 en la diócesis de Segovia. Una Eucaristía que estará presidida por el obispo Mons. César Franco.

Al funeral están invitados de una manera especial los familiares de los fallecidos, a los que se facilitará la mayor asistencia posible. En todo momento, habrá que seguir las indicaciones pautadas por las autoridades sanitarias y cumplir con dos requisitos obligatorios: el uso de mascarilla en toda la celebración y el mantenimiento de la distancia de seguridad. El aforo queda limitado al 75%.

En esta Eucaristía, toda la Iglesia de Segovia se unirá en oración para acompañar en el duelo a tantas personas que se han visto afectadas, en una terrible soledad, por la pérdida de sus seres queridos. Además, pediremos por el eterno descanso de todos cuantos han sido llamados a la casa del Padre en estas difíciles circunstancias.

Como aseguró don César en su homilía de la Pascua del Enfermo, el Espíritu que el Señor nos envía «nos asegura que la vida no termina en la muerte». Por eso, la esperanza de la Resurrección es la luz y el consuelo frente a las pérdidas sufridas.

Mensaje para la jornada de afectados por la pandemia

El día 26 de julio la Iglesia celebra a san Joaquín y santa Ana, patrones de los abuelos. Por este motivo, la Diócesis de Segovia ha escogido esta fecha para el funeral, ya que las personas mayores son las que más han sufrido las consecuencias de la pandemia.

Precisamente con motivo de la celebración de este día, la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Subcomisión de Familia y Defensa de la Vida lanza el siguiente mensaje:

Desde el pasado mes de marzo que se decretó el estado de alarma en nuestro país, por motivo de la pandemia de la Covid- 19, hemos podido contemplar cómo los más afectados por este virus han sido los mayores, falleciendo un gran número de ellos en residencias, hospitales y en sus propios domicilios. También, nuestros mayores, debido a las circunstancias tan excepcionales, son los que más han sufrido el drama de la soledad, de la distancia de sus seres queridos. Todo esto nos debe llevar a pensar, como Iglesia y como sociedad, que “una emergencia como la del Covid es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad” (Pandemia y fraternidad universal, Nota sobre la emergencia Covid-19, Pontificia Academia para la Vida, 30/03/2020).

En una sociedad, en la que muchas veces se reivindica una libertad sin límites y sin verdad en la que se da excesiva importancia a lo joven, los mayores nos ayudan a valorar lo esencial y a renunciar a lo transitorio. La vida les ha enseñado que el amor y el servicio a los suyos y a los restantes miembros de la sociedad son el verdadero fundamento en el que todos deberíamos apoyarnos para acoger, levantar y ofrecer esperanza a nuestros semejantes en medio de las dificultades de la vida. Como afirma el papa Francisco: “la desorientación social y, en muchos casos, la indiferencia y el rechazo que nuestras sociedades muestran hacia las personas mayores, llaman no sólo a la Iglesia, sino a todo el mundo, a una reflexión seria para aprender a captar y apreciar el valor de la vejez” (Audiencia del papa Francisco a los participantes en el Congreso Internacional “La riqueza de los años”, Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida, 31/01/2020).

Pero no basta contemplar el pasado, aunque haya sido en ciertos momentos muy doloroso, hemos de pensar en el futuro. No deberíamos olvidar nunca aquellas palabras del Papa Francisco en las que afirmaba que una sociedad que abandona a sus mayores y prescinde de su sabiduría es una sociedad enferma y sin futuro, porque le falta la memoria. Allí donde no hay respeto, reconocimiento y honor para los mayores, no puede haber futuro para los jóvenes, por eso hay que evitar que se produzca una ruptura generacional entre niños, jóvenes y mayores.

“Conscientes de ese papel irreemplazable de los ancianos, la Iglesia se convierte en un lugar donde las generaciones están llamadas a compartir el plan de amor de Dios, en una relación de intercambio mutuo de los dones del Espíritu Santo. Este intercambio intergeneracional nos obliga a cambiar nuestra mirada hacia las personas mayores, a aprender a mirar el futuro junto con ellos. Los ancianos no son sólo el pasado, sino también el presente y el mañana de la Iglesia”

 

Las enseñanzas de Jesús partían de ejemplos muy concretos de la vida ordinaria. Era una forma de enseñar propia de los rabinos, aunque Jesús dejara su propia impronta que el pueblo valoraba con una rotunda expresión: «enseña con autoridad». La autoridad de Jesús se manifestaba de dos maneras: ayudaba a mirar las cosas ordinarias desde la perspectiva del Reino de Dios, de la salvación del hombre, del juicio al final de la historia. Sus parábolas, ordenadas en bloques, son auténticos arcones de sabiduría de donde sacaba lo nuevo y lo viejo. Su autoridad, además, se mostraba en extraer el misterio que ocultan las cosas más pequeñas y sencillas cuando se miran desde la óptica de Dios.

Otra característica de su enseñanza es la invitación a escuchar con atención: «el que tenga oídos para oír, que oiga». No todo lo que el hombre recibe por el oído madura en su interior. Necesita prestar atención y acoger la palabra del Maestro.

En este domingo, Jesús cuenta tres parábolas sobre el reino de los cielos que nos hablan de los tiempos o ritmos de Dios. En la parábola de la cizaña, cuando los agricultores se dan cuenta de que ésta crece junto al trigo, piensan que lo mejor es arrancarla de cuajo. Pero el dueño del terreno se lo impide porque, al arrancar la cizaña, pueden también arrancar el trigo. Mejor es esperar, les dice, al tiempo de la siega para cortar la cizaña y arrojarla al fuego y recoger el trigo en el granero. El tiempo de Dios no es nuestro tiempo. El Señor de la historia sabe esperar el momento del discernimiento final, dando así tiempo a que el hombre se convierta de sus obras malas, que el diablo siembra en su corazón. Dios no tiene prisa en establecer su juicio, y el hombre que pretende situarse en el lugar de Dios puede estropear su obra juzgando antes de tiempo quién es digno o no de entrar en su reino. En esta vida, el bien y mal crecen juntos, pero no hay que precipitarse. Para entender esto, bastaría pensar en qué hubiera sido de nosotros si Dios nos hubiera arrancado de esta tierra cuando hemos sido cizaña.

La segunda parábola, la del grano de mostaza, nos enseña que una diminuta semilla esconde una potencialidad exuberante. Sembrada en la tierra, crece y se desarrolla hasta formar un árbol capaz de alojar en sus ramas a los pájaros del cielo. También aquí el Señor nos educa en la importancia del crecimiento del bien en nosotros, a pesar de la apariencia de pequeñez que ofrece a primera vista. «Lo pequeño es hermoso» es el título de un libro sobre economía publicado en 1973. Nos fascina lo grande, lo aparatoso, y olvidamos que Dios se ha complacido en lo pequeño para elevarlo a la cima de sublime. Debemos dejar que lo pequeño que Dios nos ha regalado crezca y crezca según su capacidad para convertir nuestra vida en un hogar donde puede caber el universo.

La tercera parábola, de la levadura, es la más breve y concisa de todas: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina para que todo fermente». Aunque en tiempo de Jesús la levadura poseía una connotación negativa, símbolo de la descomposición y del pecado, Jesús la utiliza en sentido positivo para enseñar que, como en el grano de mostaza, una pequeña porción puede fermentar la masa del pan por la fuerza que en sí tiene y no porque el hombre realice esa transformación. Dios actúa en ese proceso de manera oculta pero certera. Al utilizar la levadura como ejemplo del reino de los cielos, Jesús nos ofrece la segura esperanza de que quien acoge en su corazón el reino predicado por Jesús, experimentará la trasformación de su persona e irá creciendo misteriosamente en él toda la riqueza que esconden sus parábolas.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

 

 

 

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La cesión de uso de la ermita, ubicada junto al palacio medieval y dependiente de la parroquia de la Asunción de la localidad tendrá vigencia por un periodo de 75 años. Además, el acuerdo contempla la cesión por diez años del perímetro y entorno de la ermita.

 

El Obispo de la Diócesis, César Franco, y el Alcalde-Presidente del Ayuntamiento de Laguna de Contreras, Ángel Rojo Palomar, han firmado hoy el convenio por el que el Obispado de Segovia cede el inmueble conocido como “Ermita de las Ánimas” al consistorio de la localidad. El Obispado es titular de dicho inmueble, dependiente de la parroquia de la Asunción y ubicado junto al palacio medieval, propiedad del Ayuntamiento.

            Este convenio se realiza entendiendo que la recuperación del palacio por parte del ayuntamiento, y de la ermita por parte del Obispado con ayuda de la Junta de Castilla y León, enriquece el patrimonio cultural de la localidad. Así, en virtud del citado acuerdo, el Obispado cede gratuitamente -por un periodo de 75 años- la “Ermita de Ánimas” al ayuntamiento, para que éste realice los trabajos de recuperación previstos, pudiéndola utilizar como lugar de contemplación cultural y ocio de vecinos y visitantes.

Agradecimientos mutuos

            El alcalde de la localidad, Ángel Rojo, ha agradecido al Obispado la agilidad en el trámite de la cesión y a la Junta de Castilla y León por su interés y rapidez en su atención. Además, ha avanzado que, “con el tiempo” su intención es realizar un estudio del inmueble para conocer su historia y orígenes ya que, aunque creen que data del siglo XI o XII, el desconocimiento es grande.

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            Rojo ha asegurado que el objeto de esta cesión es “el mantenimiento del patrimonio que tenemos en el pueblo, que para los vecinos es un emblema”. Por eso, dado que actualmente la ermita y su perímetro están abandonados, lo primero que habrá que hacer es “restaurar la bóveda de piedra sin tejado”. El primer edil ha insistido en agradecer también el trabajo de concejales y vecinos para mantener cuidado el recinto y sus jardines a pesar del abandono. Por eso, ha subrayado que “todo lo que sea hacer algo en beneficio de la cultura y los vecinos, bien está”.

           Por su parte, don César también ha agradecido esta propuesta que hace posible que el patrimonio se mantenga, mostrando su deseo porque, como Laguna de Contreras, “todos los pueblos pequeños cuiden de su patrimonio, porque es su historia, son sus raíces y es lo que identifica el alma de un pueblo”. El prelado dado las gracias también por el empeño en cuidar y mantener no solo la “Ermita de las Ánimas”, también su perímetro, puesto que, de esta forma, “se le da vida, gana el pueblo, gana la provincia y el patrimonio”.

Colaboración institucional

            Finalmente, el Vicario General de la Diócesis, don Ángel Galindo, ha puesto en valor el diálogo entre diversas instituciones, eclesiástica y políticas (ayuntamiento y Junta de Castilla y León), destacando “cómo las instituciones se unen para mantener lo que es común” aunque presten servicios diferentes.

            De esta forma, el Ilmo. Ayuntamiento de Laguna de Contreras se hace cargo del arreglo y mantenimiento de la ermita y su entorno, espacio que comparte con la parroquia de la Asunción. Todo ello con el fin de mejorar la zona y adecuarla a las visitas y actividades que puedan realizarse, siempre y cuando las mismas no vayan en contra de la fe y las costumbres católicas.

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La apertura a las visitas es posible gracias a la colaboración con la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León

Desde este próximo martes, 14 de julio, un total de 55 templos de la Diócesis abren sus puertas a las visitas de manera gratuita. Una apertura que es posible gracias a la colaboración entre la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León y las once Diócesis de la Comunidad. En el caso de nuestra Diócesis de Segovia, las cincuenta y cinco iglesias se enmarcan en cinco rutas:

  • Monumentos Mudéjar
  • Monumentos Camino de Madrid
  • Monumentos Valle del Duero
  • Monumentos Románico Sur
  • Monumentos Ciudades Patrimonio – Segovia Ciudad

            El periodo de apertura de los templos se extiende desde el 14 de julio hasta el 13 de septiembre. La mayoría de las iglesias abrirán de martes a domingo -algunas lo harán solo en fin de semana (de viernes a domingo)- en horario de 11.00 a 14.00 horas por la mañana y de 17.00 a 19.45 horas por la tarde. Todos los templos cumplen escrupulosamente con las medidas de higiene establecidas frente a la Covid-19, debiendo cumplir los visitantes con las disposiciones necesarias para disfrutar de las iglesias con seguridad.

            Con este programa se pone de manifiesto el compromiso, tanto del Obispado, como de la Junta de Castilla y León, con la protección y la puesta en valor del patrimonio cultural que alberga nuestra provincia.

 

RELACIÓN COMPLETA DE LAS RUTAS, TEMPLOS Y HORARIOS DE APERTURA

 

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El acuerdo contempla una financiación, a partes iguales, de 240.000 euros por parte de las dos instituciones. 

El presidente de la Diputación, Miguel Ángel de Vicente y el Obispo de la Diócesis de Segovia, César Franco han firmado un convenio de colaboración para restaurar el patrimonio cultural de los pueblos de la provincia. Con este acuerdo, ambas instituciones destinarán 240.000 euros, financiados a partes iguales, a la restauración, conservación y reparación de cinco templos en la provincia.

      El obispo se ha mostrado muy satisfecho tras la firma del acuerdo ya que “se recupera esta colaboración que ya había existido años atrás para la conservación del patrimonio eclesiástico de la Diócesis”. César Franco ha destacado que se intervendrá en cinco templos “que necesitan una restauración y que, gracias a la aportación de la Diputación, el Obispado, las parroquias e incluso algunos ayuntamientos garantizamos que las iglesias se mantengan y que el servicio que la Iglesia presta a la sociedad, tanto creyentes como no creyentes, pueda seguir llevándose a cabo”. Por último, monseñor Franco ha concluido que “todo lo que sea la colaboración entre las instituciones es un bien para toda la sociedad”.

     Por su parte, el presidente de la institución provincial, Miguel Ángel de Vicente, considera que se trata de “poner en valor y recuperar el patrimonio que se encuentra en los municipios de la provincia y que tiene, además del valor espiritual para algunas personas, también un gran valor cultural”. Para el presidente provincial, “precisamente en este último aspecto es donde tiene que estar la Diputación, ayudando a esas parroquias para poner en valor ese patrimonio y recuperar este recurso cultural en nuestros pueblos”. Este acuerdo pretende, por tanto, conservar estos templos que no están catalogados oficialmente como monumentos, pero forman parte del patrimonio arquitectónico del medio rural.

      Fruto de este acuerdo, nace una comisión que será la encargada de decidir cuáles serán las iglesias en las que se va a intervenir siguiendo criterios de gravedad, urgencia y necesidad.

 

 

Miércoles, 08 Julio 2020 11:37

VOLVER A LA EUCARISTÍA PRESENCIAL

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El confinamiento decretado con la declaración del estado de alarma ha llevado consigo la paralización de muchas actividades pastorales y  la suspensión de la convocatoria pública de la celebración de la Eucaristía, como consecuencia de  la recomendación sanitaria y gubernamental de permanecer en casa. Al no poder participar la inmensa mayoría del pueblo de Dios en la Misa dominical, la Comisión Ejecutiva de la CEE, en su reunión del 13 de marzo, víspera de la entrada en vigor del estado de alarma, recomendó que “durante este tiempo cada Obispo pueda dispensar del precepto dominical a quienes no participen presencialmente en la Eucaristía por estos motivos”. 

El pueblo de Dios ha vivido un sorprendente ayuno eucarístico que ha avivado el deseo del encuentro con el Señor en la escucha de la Palabra, en la oración doméstica y en el servicio a los pobres. Incluso las celebraciones a través de los medios nos han ayudado a reconocernos como pueblo de la Eucaristía que experimenta que sin el Domingo no puede vivir. Parece muy conveniente  impulsar esta experiencia de profundización en el significado de la celebración eucarística, sacramento de nuestra fe  y fuente viva de amor fraterno y de esperanza.  

Por ello,  finalizado el estado de alarma y modificadas las circunstancias, conviene animar al pueblo de Dios a  la celebración presencial de la Eucaristía, especialmente el Domingo, con las prudentes medidas de prevención de contagios. Por ello, la Comisión Permanente de la CEE recomienda a los Obispos, teniendo en cuenta las circunstancias de sus Diócesis,  proponer el criterio habitual de la Iglesia respecto a la participación de los fieles en la Misa dominical recogido en el Catecismo de la Iglesia Católica (2180-2183).

Este nuevo impulso, prudente por la pandemia que permanece entre nosotros, ha de recordar la llamada a todo fiel católico a participar, de manera presencial, en la celebración común de la Eucaristía dominical como testimonio de pertenencia y fidelidad a Cristo y a su Iglesia. 

Fuente: CEE

La parábola del sembrador que leemos este domingo en la liturgia es una llamada a acoger la Palabra de Dios para que fructifique en el corazón. Entre los obstáculos que encuentra la semilla, esparcida a voleo por el sembrador sobre la tierra, Jesús habla de la falta de raíces y de la inconstancia. Dos peligros muy actuales de nuestro tiempo. Ambos impiden que la palabra arraigue y dé mucho fruto.

Nuestra sociedad, aquejada de escepticismo y del relativismo que todo lo reduce a lo que cada persona determina en su subjetividad, se ha convertido, según la expresión de Bauman, en una sociedad «moderna líquida». Al definir este concepto, dice que «es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas». Los cambios frenéticos de nuestra sociedad impiden ciertamente consolidar hábitos, o, con palabras de Jesús, echar raíces. Sorprende la enorme dificultad que tienen las nuevas generaciones para —como simple ejemplo— alcanzar el hábito del estudio, o la disciplina para someterse a un horario que, con toda libertad, uno se impone a sí mismo. El Papa Francisco ha definido muy bien la fisonomía de la nuestra sociedad: «En la cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia» (EG 62).

¿Se pueden así consolidar hábitos? ¿Es posible desde esta perspectiva educar en virtudes? Si, como dicen los clásicos tratados morales, la virtud es un hábito operativo bueno, ¿se dan las condiciones necesarias para luchar contra la inconstancia que produce lo rápido, superficial y provisorio?

La vida espiritual sólo es posible en la tierra abonada donde la palabra de Dios eche raíces al ser escuchada con atención y acogida con esmero. Si no queremos que lo real ceda a la apariencia y que la vida se nos escape como el agua entre las manos necesitamos tiempo para la escucha, silencio y recogimiento para que la verdad —la verdad última de las cosas y de uno mismo— se aposente en nuestro interior y nos acostumbremos a su amigable presencia. Es imposible ser amigo de la verdad sin contemplarla cara a cara como hacen los enamorados. La crisis espiritual de nuestro tiempo, más dramática que cualquier otra, consiste en hacer como Poncio Pilato ante Jesús: cuando éste le habló de la verdad, salió huyendo con el irónico «¿qué es la verdad?».

Jesús se define a sí mismo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Se ha escrito mucho sobre esta tríada, que en realidad es una sola realidad contemplada desde tres ópticas: la moral, la metafísica y la existencial. Como «camino» hacia Dios, Jesús nos precede para que pisemos sus huellas. Para esto se necesita atención, mucha atención a sus pisadas. Como «verdad», Jesús nos asienta en lo que constituye el horizonte del ser, que todo lo sustenta, y que nunca perece con lo efímero; es la verdad que busca todo hombre con ansias de conocer lo que Ortega y Gasset llamaba el «núcleo trascientífico de las cosas, su religiosidad». Verdad y religión van de la mano. Como «vida», Jesús nos hace participar de la vida eterna que porta en su carne humana. Si Dios en el Antiguo Testamento se nombra a sí mismo como «el que es», Jesús revela que aquel que es no es una abstracción, una entelequia, es la Vida misma que se comunica a los hombres de forma real, aunque misteriosa. ¿Hay algo en el hombre que no sea misterio? No sé si me he ido muy lejos de la parábola de Jesús. Pero hay veces que, al escuchar sus parábolas, pensamos que son sólo bonitas historias y no dejamos que su palabra eche raíces en nuestra tierra.

 

+ César Franco
Obispo de Segovia

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Nuevamente en contacto con ustedes para contaros lo que todavía está sucediendo en Bolivia en este extraño momento histórico en que nos encontramos. Soy José María Hernando, misionero Pasionista desde 1988 por estas tierras bolivianas.

Seguimos en cuarentena porque a estas alturas y después de más de 3 meses de su inicio, los casos de contagiados siguen aumentando en todo el territorio, si bien, esto es más acentuado en los Departamentos de Santa Cruz y Beni. No ha servido este tiempo para remitir la pandemia, sino todo lo contrario. Por esto y ante la incertidumbre del futuro, se acaba de organizar, hoy sábado 20, “la cruzada por la vida”, donde médicos, personal de salud y voluntarios visitarán durante 15 días, casa por casa, para detectar casos de contagios y aislarlos. Ha sido un acuerdo interinstitucional donde también ha intervenido la Iglesia con sus voluntarios parroquiales.

Qué hemos hecho durante este tiempo. Yo personalmente me he involucrado mucho desde el principio. Me propusieron desde un canal de Tv y radio, iniciar un proyecto: “La bolsa solidaria”. El día 25 de marzo lo iniciamos y el 30 estábamos ya repartiendo “bolsas” por los barrios más pobres de las periferias de Santa Cruz. Así estuvimos todo el mes de abril hasta mediados de mayo; cuando ya la Alcaldía, Gobernación y Gobierno central se estaban haciendo cargo. A partir del 10 de mayo, el proyecto se re direccionó hacia “las ollas solidarias” de la Parroquia. Las capillas se han organizado con los feligreses y otros del barrio para hacer estas ollas comunes y así rentabilizar los propios alimentos. Seguimos con las ollas, que ya han disminuido de 8 a 3, por los riesgos de contagio. Lo último que estamos haciendo es concentrar los alimentos en las capillas y los encargados hacen bolsas para las familias más necesitadas. Los recursos económicos los captamos de los mismos feligreses de la Parroquia que en la medida que se van enterando del número de cuenta bancaria, van aportando. Hasta ahora ha prevalecido la generosidad y no nos han faltado alimentos. Me piden un mensaje de esperanza.

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Realmente es difícil; aunque nunca tenemos que perderla, porque perderla significa el sin sentido o la muerte. Te digo difícil porque cuando ves el panorama, puedes deprimirte y mucho más, mirando el futuro incierto que nos espera: enfermedad, dolor, falta de trabajo, problemas familiares, etc. De todas formas, el ser humano tiene la capacidad de salir de su propia miseria, depresiones, problemas y resurgir de nuevo. Volver a empezar. La esperanza que podemos infundir en estos momentos se traduce en lucha constante contra muchas adversidades. La fe es la fuerza para lucha y recuperar la esperanza. Termino animando a todos a ser longánimes, palabra que casi está en desuso, pero que pertenece a la más sana espiritualidad cristiana.

La longanimidad está en estrecha relación entre la perseverancia y la constancia frente a los obstáculos y las adversidades. Tiene mucho que ver con la benignidad, clemencia y generosidad; que vamos a requerir mucho en la llamada “nueva normalidad”.

Jose María Hernando. C.P.

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En la Misa funeral por las víctimas del coronavirus, convocada por la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) este lunes, 6 de julio, en la catedral de la Almudena, el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, ha subrayado que en un tiempo en el que «parece que todo se ha oscurecido» como es este de la pandemia «no estamos solos, Dios nos acompaña y no nos deja».

Haciendo referencia al pasaje de la muerte de Lázaro proclamado en el Evangelio, el también vicepresidente de la CEE ha reconocido que «lo primero y más humano es llorar como ellas [Marta y María] y sentirnos solidarios con las lágrimas de miles de personas que ha perdido a sus seres queridos y que aún viven las consecuencias de un duelo tan complejo». Pero igual que Jesucristo consoló a las hermanas de Lázaro, también «nos visita a nosotros […] y nos dice hoy: “Tu hermano resucitará”».

En estos meses «nos hemos sentido frágiles y desorientados» pero Cristo, como hizo con los discípulos, nos invita a no tener miedo. «Estamos llamados a remar juntos, necesitamos confortarnos mutuamente», ha añadido el arzobispo de Madrid, en un momento en que «la humanidad necesita recordar dos sustantivos: hijos y hermanos». «Somos todos hijos de Dios y, por eso, hermanos entre nosotros», ha puntualizado, y ha puesto en valor la labor de tantos profesionales que en estos meses «no han vivido para sí mismos sino para los demás».

El purpurado ha concluido su homilía destacando las tres llamadas que el Señor hace «a los que vivimos en comunión con Él»: defender el derecho a la esperanza, dar ánimos y no guardarse «el tesoro que es Jesucristo para nosotros».

Llamada a volver la mirada a Jesucristo

El cardenal Juan José Omella, presidente de la CEE, también ha querido mostrar la cercanía de la Iglesia que peregrina en España con las víctimas al hacer suyo «el dolor, el sufrimiento de los familiares de los difuntos». Un dolor profundo que ha provocado no solo su muerte sino «también las condiciones de su partida, lejos del contacto de sus familiares y amigos, sin poder cruzar palabra».

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El mejor regalo que se les puede hacer, en palabras del también arzobispo de Barcelona, es «nuestra oración y acción de gracias por todos y cada uno de ellos». Recordando unas palabras de Calderón de la Barca, ha deseado que «todo lo vivido y sufrido sea acogido como una llamada a volver nuestra mirada y nuestra existencia hacia Jesucristo».

Presencia de los reyes y de familiares de víctimas

La Misa funeral, que ha sido concelebrada por más de 35 obispos y numerosos sacerdotes, ha contado con la presdencia de sus majestades los reyes, la princesa de Asturias y la infanta Sofía, así como la vicepresidenta del Gobierno de España, Carmen Calvo, en representación del presidente del Gobierno; la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet; la presidenta del Senado, M.ª Pilar Llop; el presidente del Tribunal Constitucional, Juan José González Rivas; el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes; el jefe de Estado Mayor de la Defensa, Miguel Ángel Villaroya; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, y el presidente del PP y líder de la oposición, Pablo Casado, entre otros.

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Además, entre los asistentes, bajo la imagen de Santa María la Real de la Almudena, se ha situado un grupo de más de 70 familiares de fallecidos a causa de la pandemia, localizados a través de las vicarías de la diócesis de Madrid. Justo enfrente han estado los representantes de las Iglesias y de las confesiones, así como una representación de los agentes sociales y eclesiales que durante esta pandemia están trabajando en favor de los demás: personal sanitario, voluntarios de Pastoral de la Salud, de Cáritas y de la Orden de Malta, mIembros de las Fuerzas Armadas, de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y miembros de los Bomberos.

Antes de concluir la Misa, el obispo de Ávila, José María Gil Tamayo, que estuvo ingresado por coronavirus, ha leído la oración ante la pandemia del Papa Francisco: «Oh, María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Confiamos en ti, Salud de los enfermos, que junto a la cruz te asociaste al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe. Tú, salvación de todos los pueblos, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba».

Fuente: Archidiócesis de Madrid

 

Homilía completa del cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española
 
Queridos hermanos:
Vivimos un tiempo en el que parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas y calles, nuestros pueblos y ciudades se han llenado de tristeza. Por culpa del coronavirus hemos perdido a miles de personas con nombres y apellidos, entre ellas a muchísimos mayores con experiencia y sabiduría, y no hemos podido estar junto a nuestros seres queridos. En los distintos encuentros que he tenido con quienes padecían en sus carnes esta pandemia y con sus familias, en sus gestos y miradas, he visto que se encontraban asustados y perdidos. Pero también en estos meses he vuelto a sentir que no estamos solos, que Dios nos acompaña y que no nos deja. Es la experiencia de Job, que hemos escuchado en la primera lectura y que deseo sea la de todos. Ante la cercanía de la muerte, Job exclama: «¡Ojalá se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y con plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que mi redentor vive [...], veré a Dios. Yo mismo lo veré y no otro; mis propios ojos lo verán». Dios vive y está presente.
 
Queridos hermanos, esta pandemia nos ha sorprendido a todos y ha roto nuestros esquemas. Nos ha pasado como a Marta y a María con la muerte de su hermano, Lázaro. Lo primero y más humano es llorar como ellas y sentirnos solidarios con las lágrimas de miles de personas que ha perdido a sus seres queridos y que aún viven las consecuencias de un duelo tan complejo... Como narra el Evangelio, Jesús se encamina a visitar a esta familia con la que tantas veces había estado en su casa y nos visita a nosotros. Marta salió a buscarlo al camino y, cuando encontró al Señor, expresó lo que llevaba en su corazón: «Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». 
 
De alguna manera se repite lo que en otra escena del Evangelio les pasó a los primeros discípulos, cuando fueron sorprendidos por aquella tormenta y parecía que se iba a hundir la barca en la que estaban con Jesús. ¡Cómo nos sorprende y duele cuando un padre, una madre, un hermano o una hermana, o un amigo mueren! Una tormenta inesperada y furiosa llegó a nosotros con esta pandemia. Nos hemos sentido frágiles y desorientados en este tiempo. Pero Jesús se dirige a nosotros, como lo hizo con Marta o con los discípulos en la barca, para decirnos: «Tu hermano resucitará» y «¿por qué  tenéis miedo?, ¿aún no tenéis fe?».
 
Qué cambio experimentó en su existencia Marta cuando el Señor le dijo con fuerza y claridad: «Tu hermano resucitará», como nos dice hoy a nosotros. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre». ¿Creemos esto? En la respuesta que demos está el poder abrir caminos de esperanza y de vida. Al decir, como Marta: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo», descubrimos que todos somos necesarios e importantes, que estamos llamados a remar juntos, que necesitamos confortarnos mutuamente. Es hermoso ver en medio de la tempestad a Jesús en la barca descansando en popa, con confianza absoluta en el Padre. Los discípulos lo despiertan en plena tormenta y Él se dirige a ellos, y en ellos a nosotros: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? ¿Es que creéis que no tenéis importancia para mí?». Hermanos, a Él le importamos más que nadie. Estas páginas desenmascaran nuestra vulnerabilidad, dejan al descubierto nuestras
falsas y superfluas seguridades, con las que construimos nuestros proyectos, agendas, rutinas y prioridades. El encuentro de Jesús con Marta o la tempestad calmada ponen al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos: la certeza de que Dios está con nosotros y de que eso ha de cambiar nuestra forma de obrar.
 
Nos hemos reunido en esta celebración de la Eucaristía para orar por nuestros hermanos que han fallecido con motivo de la pandemia del COVID-19, que aún estamos sufriendo y que asola a todos los pueblos de la tierra. Esta noche decimos con el salmista: «Desde lo hondo a ti grito, Señor», con el deseo de que Tú ilumines todo lo que estamos viviendo. «Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra», con la seguridad de que «del Señor viene la misericordia, la redención copiosa». Sabemos que nos llamas en estos momentos a una elección: hemos de separar lo que es necesario de lo que no lo es; es tiempo de establecer el rumbo de la vida hacia ti y hacia los demás.
 
En este tiempo la humanidad necesita recordar dos sustantivos: hijos y hermanos. Somos todos hijos de Dios y, por eso, hermanos entre nosotros. Olvidar estos sustantivos y vivir de adjetivos, como tantas veces hacemos, es un suicidio. Frente al sectarismo, a la crispación y al enfrentamiento, en esta pandemia hemos visto cómo muchas personas, creyentes y no creyentes, sacaban lo mejor de sí mismas y daban una sencilla lección de solidaridad hasta dar la vida por cuidar la ajena, conscientes precisamente de que somos hermanos. El personal sanitario y farmacéutico, los transportistas, los empleados de supermercado, las personas de limpieza, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, los docentes, los periodistas, los voluntarios de Cáritas y otras muchas organizaciones sociales, los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los padres y madres, los abuelos y abuelas... no han vivido para sí mismos en estos meses, sino para los demás. Y ahora, cuando afrontamos una crisis económica y social sin precedentes, hay que seguir cimentando nuestra sociedad así para que nadie se quede atrás.
 
Impulsados por Jesucristo, en este momento los cristianos decimos: Señor, creemos que tú eres la resurrección y la vida, que estás vivo y que una vez más te acercas a nuestras vidas en el misterio de la Eucaristía, te acercas como lo hiciste con Marta y con todos los discípulos que, desde hace XXI siglos, han conformado la Iglesia que tú fundaste.
 
1) A los que vivimos la comunión con Él, nos pide que defendamos el derecho a la esperanza. Es una esperanza nueva, que viene de Dios, de sentirnos en sus manos siempre. Viene de la certeza de que el Señor conduce todo hacia el bien porque incluso hace salir de la tumba la vida. Aprendamos a dar esperanza practicando las bienaventuranzas. El Señor reunido en el monte con gentes que habían llegado de diversos lugares nos habla de males que perduran en nuestro tiempo y que hay que combatir: pobreza, sufrimientos que hacen llorar a tantos, situaciones de hambre, de sed de justicia, de falta de misericordia... Estamos llamados a vivir con limpieza de corazón, a trabajar por la paz y la justicia, a establecer la libertad verdadera. Jesús nos ofrece los modos de salir.
 
2) El Señor nos pide también que demos ánimo. Es una palabra que en el Evangelio está siempre en labios de Jesús: «Ánimo, levántate que Jesús te llama» o «venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré». Para ello basta con que ayudemos a abrir el corazón.
 
3) Por último nos pide que no guardemos este tesoro que es Jesucristo para nosotros. El Señor nos precede siempre, camina delante de nosotros, visita nuestra vida y nuestra muerte y nos dice: «Id y anunciad el Evangelio a todos los hombres», «id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea», que era el lugar más lejano de Jerusalén y donde más desconocedores de Dios había. El Señor, que se ha dirigido a nosotros con sus Palabra, ahora se hace presente en el misterio de la Eucaristía aquí en este altar. Recibámoslo, dejemos que entre en nuestra vida. Con su cercanía, al darnos su vida, nos hará estar cercanos a todos los hombres para dar vida. Amén.
 
Palabras de cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española
 
Majestades, Autoridades Hermanos obispos y sacerdotes Hermanos todos en el Señor
 
A consecuencia de la grave crisis sanitaria de la Covid-19 muchas personas han padecido esta enfermedad y desgraciadamente demasiadas han fallecido. La Iglesia que peregrina en España hace suyo el dolor, el sufrimiento de los familiares de los difuntos y quiere, a través de la Comisión Permanente, ya que la Asamblea Plenaria no se reunirá hasta el mes de noviembre, pedir al Dios y Padre de la misericordia, por todos los fallecidos, no sólo por el coronavirus sino también por los que han fallecido por otras causas y que, durante el tiempo de confinamiento, no han podido recibir la despedida merecida.
 
Es profundo el dolor que ha provocado en nosotros no solo su muerte sino también las condiciones de su partida, lejos del contacto de sus familiares y amigos, sin poder cruzar palabra, sin poder despedirnos de ellos. Rezamos por todos ellos y por sus familiares. Sin embargo, Dios nunca abandona a sus hijos . La solidaridad de tantas personas implicadas en ayudar a las víctimas de la pandemia es el signo sencillo y palpable de la cercanía de Dios. Damos gracias porque hay en nuestra sociedad una gran reserva de humanidad y de caridad, de acción solidaria Ahora, estamos ofreciéndoles el mejor regalo que podrían recibir: nuestra oración y acción de gracias por todos y cada uno de ellos. Es precisamente en la celebración de la Eucaristía por su eterno descanso cuando oramos por ellos a Dios para que los acoja en su Reino, pedimos también perdón por sus fragilidades y pecados, y damos gracias a Dios por sus vidas y por su Misericordia y Bondad para con ellos.
 
¿Qué será de nuestros familiares y amigos que han sufrido una muerte injusta y en soledad? ¿Se ha acabado todo para ellos? Hemos experimentado cómo el anuncio de esperanza en la vida eterna lanzado por Jesucristo coincide con el deseo más profundo de nuestro corazón. La muerte es el paso desconocido que hemos de cruzar para pasar a la vida plena en Dios y el tránsito para el reencuentro con nuestros hermanos que nos han precedido. 
 
Ojalá, hermanos y hermanas, que esta experiencia vivida sea también una oportunidad para avanzar en el camino espiritual. Que todo lo vivido y sufrido sea acogido como una llamada a volver nuestra mirada y nuestra existencia hacia Jesucristo. Que
podamos hacer nuestras estas bellas palabras del poeta:
 
¿Qué quiero mi Jesús?... Quiero quererte,
quiero cuanto hay en mí del todo darte,
sin tener más placer que el agradarte,
sin tener más temor que el ofenderte.
 
Quiero olvidarlo todo y conocerte,
quiero dejarlo todo por buscarte, quiero perderlo
todo por hallarte, quiero ignorarlo todo por saberte.
 
Quiero, amable Jesús,
abismarme en ese dulce hueco de tu herida,
y en sus divinas llamas abrasarme.
 
Quiero por fin, en Ti transfigurarme, morir a mí, para vivir Tu vida,
perderme en Ti, Jesús, y no encontrarme.
 
[Calderón de la Barca (1600-1681]
 
Que esta Eucaristía nos ayude a meditar lo sucedido a la luz del Evangelio y bajo la acción del Espíritu de Dios, de modo que se pueda obrar en nosotros una transformación interior que se concrete en una mayor implicación por la construcción de un mundo más humano, más justo, más fraterno y más abierto a Dios.
 
Oración ante la pandemia leída por Excmo. Rvdmo. Sr. D. José María Gil Tamayo, Obispo de Ávila
 
Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.
Confiamos en ti, Salud de los enfermos, que junto a la cruz te asociaste al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.
Tú, salvación de todos los pueblos, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba.
Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que nos diga Jesús, que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y se ha cargado con nuestros dolores para llevarnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección. Amén.
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita! ¡Amén!
 
Papa Francisco