Según la tradición, el cuarto evangelio fue escrito por el apóstol Juan. Se le ha llamado «teólogo» y «místico» por la mirada aguda con que penetra en la persona de Cristo y desvela su misterio. Se llama a sí mismo el discípulo al que amaba Jesús; y también el que vio y dio testimonio de lo que sucedió. En el cuarto evangelio aparece en varias ocasiones unido a Pedro. El día de la Resurrección los dos corren al sepulcro y, como era más joven que Pedro, corrió más deprisa y llegó el primero. Por respeto, sin embargo, dejó que Pedro entrara el primero en el sepulcro. En el evangelio de hoy, también están juntos en la aparición de Cristo junto al lago de Tiberíades. Y los dos se complementan en una escena que subraya dos rasgos de la fe. Dice Juan que, cuando sucede la pesca milagrosa, reconoció de inmediato a Jesús: «¡Es el Señor!». Se trata de la mirada de la fe, que percibe el trasfondo de los gestos de Cristo y descubre lo que no se ve a primera vista. Ante lo que sucede, Juan aviva la memoria y confiesa la fe: sabe que detrás de los milagros de Jesús, que cataloga como "signos", está Alguien de quien él da testimonio veraz. Cuando Pedro oye decir a Juan que aquel hombre es el Señor, se ata la túnica a la cintura y se lanza al mar para llegar el primero y abrazar a Cristo. Es la acción o, si queremos, la pasión lo que caracteriza a Pedro. Una acción basada en la confesión de fe de Juan. La fe le pone en movimiento, en acción inmediata. No espera a que la barca le lleve a la orilla. El tiene que ser el primero. Muy propio de Pedro, que en la pasión de Cristo afirmó con vehemencia jamás lo negaría. Estas dos actitudes, la mirada de fe y la decisión de Pedro dan un retrato completo del discípulo de Cristo. No quiere decir esto que Pedro y Juan carecieran de lo que identifica a cada uno. No hay rivalidad. Pedro fue el primero en confesar la fe, y proclamó también su amor cuando Jesús le preguntó tres veces si le amaba. Y Juan no es sólo el discípulo de la mirada creyente, sino el discípulo fiel que permaneció al pie de la cruz actuando como verdadero amigo de Cristo. Mirar con fe y actuar con pasión es lo propio del cristiano. Ambos apóstoles nos enseñan lo que dice san Pablo: «La fe se hace activa por la caridad». + César Franco Obispo de Segovia.