Bautismo y regeneración El Nuevo Testamento da al bautismo cristiano el nombre de «regeneración», y hay que decir que el origen de este nombre se remonta a Cristo. Al viejo Nicodemo, en sus conversaciones nocturnas con Jesús, le dijo que si quería entrar en el Reino de los cielos debía «nacer de nuevo». Este es el significado de «regeneración», nuevo nacimiento. Extrañado Nicodemo de que, siendo viejo, tuviera que nacer de nuevo, Jesús le aclara que no se trataba de volver a entrar en el seno de su madre, sino de un nacimiento de lo alto, de Dios, que se realiza con el agua y el Espíritu. He aquí el significado profundo del bautismo, que está muy lejos de las ideas que muchos padres tienen cuando piden bautizar a sus hijos. En una gran mayoría, los padres acuden a la Iglesia pensando en un rito, una ceremonia más o menos emotiva y solemne. Pero no captan la trascendencia del sacramento, que ciertamente es un rito, pero mucho más. Se explica así que la fe recibida en el bautismo no se cuide después con el esmero que se cuida la vida física con sus exigencias de alimentación, vestido, formación, etc. Bautizar a alguien exige, tanto por parte de la Iglesia como de los padres, cuidar y proteger la vida nueva recibida en el bautismo, porque en realidad se trata de una vida, cuyo protagonista es el Espíritu. Por eso, Jesús dice a Nicodemo que «lo que nace de la carne es carne y lo que nace del Espíritu es Espíritu». Quiere decirle que en el hombre hay dos vidas entrelazadas e inseparables: la humana y la divina. Y ambas tienen que crecer en perfecta armonía y mutua cooperación, si no queremos quedar reducidos a simple materia. Valga un ejemplo: traer una vida a este mundo y dejarla morir, es un grave pecado. Bautizar a un ser humano y no alimentar la fe hasta que llegue a la madurez de la vida espiritual, es también grave. Por esta razón, la Iglesia debe cuidar de que el sacramento del bautismo se conceda a quienes lo piden responsablemente y se comprometan a educar a sus hijos en la fe, de la que los padres son los primeros responsables, como enseña el Concilio Vaticano II. Pedir la fe supone aceptar el compromiso de la catequesis y la formación cristiana, porque sólo así, la vida que se recibe en el bautismo llegará a su plenitud. + César FrancoObispo de Segovia